Foto de portada: Maj Lindström
Una de las mejores prosistas de nuestro país presenta estos días dos libros a la vez: Fámulas y La nostalgia de la Mujer Anfibio. Cristina Sánchez-Andrade ha levantado una obra de magia, campo y sangre, cuyo género resulta perfectamente clasificable: gran literatura. Desde las largartijas a los bueyes, desde los enanos a las abuelas, con un fondo verde y gallego de singular viveza, las novelas de Sánchez-Andrade cuentan un país que ya no existe y al que sus lectores, sin que quepa contradicción alguna, querremos siempre volver.
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—Empecemos por un detalle simple que constituye una anomalía y el motivo de esta entrevista: has publicado dos libros este año cuando tu obra suele avanzar al ritmo de un libro cada tres años o más. Por un lado está la novela La nostalgia de la Mujer Anfibio y por otro el libro de testimonios Fámulas, ambos con Anagrama. ¿Cómo saludas, manejas, tener dos libros a la vez en los escaparates?
—Como sabes, los libros están terminados mucho antes de que se publiquen, aunque a veces el lector tienen la sensación de que acabas de escribir la última línea dos días antes. Terminé La nostalgia hace ya mucho, y mientras, fui escribiendo Fámulas. Han salido a la vez porque este último no me llevó mucho tiempo. En realidad, son transcripciones de las conversaciones que tuve con las empleadas de hogar.
—En la contra de La nostalgia de la Mujer Anfibio se cita como referencias a Cela, Valle-Inclán y Cunqueiro. Por lo que sea, me han parecido como demasiado evidentes: grandes escritores gallegos. Dado que te he leído mucho, Cela, en concreto, no hubiera dicho yo nunca que está entre tus inspiradores.
—Sí, está siempre esta insistencia en que Cela y Valle-Inclán son mis inspiradores, como si no hubiera otros. Siempre digo que mis grandes inspiradoras son las escritoras del sur de EEUU (Flannery O’Connor, Carson McCullers, Eudora Welty, Katherine Anne Porter), pero nadie se queda con este dato, probablemente porque en España no son conocidas. También hay otros escritores gallegos menos conocidos que me han ayudado mucho más: Rafael Dieste, Ánxel Fole, Carlos Casares, Blanco Amor… Con todo, he de decir que La familia de Pascual Duarte me marcó. Todo lo demás de Cela no me ha interesado.
—Tu primer libro, Las lagartijas huelen a hierba (Lengua de Trapo), marcaba desde el título buena parte de tu poética: lo sensorial, lo rural, Galicia, las abuelas, el campo mágico, lo orgánico. ¿Cómo llegaste a este estilo tan singular y cómo has tratado, si es el caso, de mantenerlo? ¿Crees que hay que aferrarse a un estilo? ¿En qué ha variado con el paso de los libros y los años?
—Tener un estilo y un universo personal es siempre bueno, creo yo. Pero no hay una intención detrás. Simplemente es lo que me pide el cuerpo, lo que me hace encontrarme bien a la hora de escribir. Con el tiempo creo que este universo se está volviendo cada vez más oscuro y perturbador. Lucho contra la oscuridad con el humor y la poesía, que también están.
—Bueyes y rosas dormían (Siruela) (un verso de Lorca, según supe muchos años más tarde) es para mí una de los mejores novelas españolas del siglo XXI. Háblame un poco de esta novela, si para ti ocupa un lugar especial en tu obra. ¿Hay opciones de que sea reeditada?
—Te agradezco mucho el comentario, y dice mucho de ti, porque este es un libro que no todo el mundo ha comprendido. Te va a sorprender lo que te voy a decir, pero Bueyes y rosas dormían es en realidad el resultado del total desconocimiento que tenía por entonces a la hora de escribir novela. Tengo mi propia teoría sobre lo que me ocurrió. Es la primera vez que cuento esto, pero mi carrera literaria ha ido un poco a trompicones: nadie me enseñó a escribir. Solo hice un taller muy corto (me salí porque me daba la sensación de que me querían llevar por un camino que no era el mío). Me puse sola con la primera novela, que salió bien por pura intuición. La segunda, Bueyes y rosas dormían, aunque a ti te guste, es una novela fallida, porque no tiene trama y sobran muchas cosas. Reconozco que es mi novela más personal e intuitiva, y que tiene un componente lírico que nunca después he podido igualar. Es muy especial para mí, porque muchas de las cosas que escribí ahí han ido sucediéndome. A veces me da miedo lo premonitoria que puede llegar a ser esa novela. Pero desde el punto de vista estructural no funciona. Me gusta que en las novelas todo tenga una razón de ser, la idea de esfericidad, brevedad y economía de Cortázar (que, aunque él la aplicaba al cuento, yo creo que también se puede llevar a la novela). Si la tuviera ahora entre mis manos, cambiaría muchísimas cosas. No sé si tendrá alguna vez una reedición.
—Háblanos de ese avanzar a trompicones.
—Lo mismo me ocurrió con los siguientes libros que seguí escribiendo sin tener ni idea de cómo se hacía (sinceramente creo que la intuición o el talento no es suficiente). Entonces, cuando estaba con Las Inviernas, empecé a dar clases de escritura. Y esto me cambió de manera radical: todo lo que leía para explicar a los alumnos lo iba aplicando yo misma a mi escritura. Creo que me ayudó muchísimo aprender la técnica y a que mis novelas tuvieran una trama y unos personajes bien construidos. Además, por entonces, empecé a leer muchos relatos. Y esto me ayudó mucho a escribir en general.
—Repasando tu carrera, veo un periodo con muchos libros en sellos distintos.
—Nunca me gustó tener cada novela en una editorial distinta, y recuerdo que siempre se lo comentaba a mi agente literario. Pero no fue elección mía; fue surgiendo así. Si por mí hubiera sido, habría seguido en Anagrama desde el principio.
—Ya no pisa la tierra tu rey fue, de hecho, tu primer libro en Anagrama. El título es realmente hermoso. ¿Qué importancia le das a los títulos, qué buscas con títulos tan poéticos y sugerentes? De esta novela me interesó mucho el sujeto colectivo, ese nosotras, las monjitas, que narra. ¿Dirías que fue un puntual deseo de experimentar, dado lo radical de la idea?
—Los títulos son importantísimos para mí, y hasta que no doy con uno que me agrade, no paro de darle vueltas. En general necesito tenerlos lo antes posible, porque a partir del título voy construyendo la historia e intento que todo remita a él. Ya no pisa la tierra tu rey es un verso de Ajmátova. La primera persona del plural es rara en literatura, y por eso me interesó. Luego me di cuenta de que en realidad esa persona no existe. Dado que la conciencia es individual y única, la primera persona del plural tiene que ser obligatoriamente una primera persona del singular. En todo caso, seguro que volveré a esa persona alguna vez porque me gusta, creo que tiene mucho potencial (lo que esconde es muy interesante). Me inspiró El gran cuaderno, de Agota Kristof o el relato Una rosa para Emily, de Faulkner.
—Con Las inviernas (Anagrama) vuelves de lleno a los terrenos conocidos y al tono de tu primer libro, y creo que este libro fue un gran éxito, con varias traducciones. ¿Supone un libro especial para ti, por estos u otros motivos?
—Es especial porque fue un homenaje a mi abuela, a Galicia y a la tradición oral y también porque me ha permitido viajar mucho para presentarla en el extranjero. Como también está traducido al inglés, te abre muchas puertas. Es una novela que suele gustar a todo el mundo, amable, con sentido del humor, que da para hablar en los clubs de lectura.
—Llegamos ya a los dos libros que presentas estos días. Fámulas (Anagrama) reúne testimonios reales de mujeres que trabajan en casa ajena haciendo todo tipo de labores. Has encontrado cinco experiencias de empleadas del hogar, que ellas narran en primera persona. ¿Por qué te interesaba este asunto en concreto?
—Siempre me interesó saber qué pensaban en realidad las empleadas del hogar de la gente para la que trabajan. Todo surgió un día en que una amiga me contó que había escuchado en una conversación entre dos de estas chicas cómo una de ellas estaba harta de limpiar “la sangre de las braguitas de su jefa”. Empecé a pensar en todo lo que tienen que aguantar sin poder contarlo más que en secreto. Entonces pensé que si les decía que sus testimonios iban a ser anónimos a lo mejor se animaban. Son transcripciones de lo que me contaron con un breve cuestionario. Ninguna me conocía, ni yo a ellas, ni a ninguno de sus jefes, para que pudieran hablar libremente. Y el resultado es espeluznante. Todas me agradecieron el poder hablar, contar su experiencia sin que yo las juzgara.
—En el prólogo del libro señalas la influencia de Svetlana Aleksiévich: narrar con las palabras dichas por otros.
—Exacto. No, jamás podría contar las experiencias exactas de estas personas, porque siempre sería a través del filtro de un narrador. Aquí las únicas narradoras son ellas, con las palabras textuales, giros y modismos que utilizan.
—Uno concluye, leyendo Fámulas, que una empleada del hogar se enfrenta a dos peligros principales: ser humillada por parte de la señora de la casa y ser acosada por parte del señor o señoritos de la casa.
—Para mí lo peor fue escuchar las humillaciones que sufren por parte de las mujeres jefas. Son tremendas. Los abusos por parte de los hombres también, pero esto es algo más conocido.
—Por su parte, en La nostalgia de la Mujer Anfibio recorres el siglo XX observando los comportamientos de las mujeres de una saga familiar. ¿En qué medida eran también empleadas del hogar, siervas o esclavas? ¿Y de quién?
—Son esclavas de las circunstancias. Lucha, la protagonista, vive en la nostalgia de la vida que habría podido tener si sus circunstancias hubieran sido otras. La obligan a casarse con alguien a quien no ama y desde luego no escoge ni su oficio, ni en general su vida. Cuestionarme qué habría podido pasar me interesaba.
—Dada tu ya larga trayectoria como novelista, me gustaría preguntarte por alguna conclusión a la que hayas llegado con los años. ¿Entiendes ahora más o menos de literatura, del mercado incluso, de tu propia escritura? ¿Crees que un libro más es mejor siempre que dejar de escribir, dejarlo donde está? ¿Sigue habiendo cosas que te sorprenden en el proceso de escribir y publicar?
—Creo firmemente que es mejor dejar de escribir a publicar cualquier cosa. Veo cosas de gente muy conocida, con mucho prestigio, que son malísimas. Te preguntas cómo les pueden publicar semejante bazofia. Y sobre todo, ¿por qué no hay nadie que haga una reseña que diga la verdad? Las reseñas no sirven para nada. El mundo de la crítica es muy decepcionante. Nadie se atreve, sobre todo, a criticar a alguien conocido. Me da rabia porque hay gente muy buena que está empezando que no tienen oportunidad de publicar. Y sin embargo, llega un pez gordo de estos y se le publica cualquier cosa.
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