La protagonista de Ocaso y fascinación arranca su relato en primera persona con una agria ironía. “Tengo casa nueva”, suelta a bocajarro. De inmediato advierte, sin embargo, que no se refiere al lugar en el que vive sino a una vivienda a donde va a limpiar. Tal sarcasmo da idea de la amargura con que la chica —una joven de 27 años con estudios universitarios, sabemos luego— recrea su patética situación vital.
Los elementos de esta trama funcionan por acumulación y sirven para construir un alegato que supera el asunto principal del trabajo precario. Bajo la mirada implacable de la protagonista —en buena medida voz de la propia Eva Baltasar— entra la imagen de una ciudad terrible, de unas relaciones sociales imposibles, de una soledad castrante, del angustioso problema de la vivienda, del poder del dinero…; en suma, un retrato colectivo muy punzante de la sociedad capitalista actual.
Eva Baltasar se mueve a instancias de demostrar esa tremenda imagen del individuo aprisionado en el marco social a base de pequeñas peripecias anecdóticas. Pero la trama que dispone resulta débil y no muy consistente. Ocurre que la desdichada situación de la mujer depende de una toma de posición previa de la autora y no de lo que pasa en la novela. La desesperación de la narradora resulta bastante artificial. La novela ignora algo imprescindible: por qué o cómo ha sucedido que la chica haya llegado a ese extremo. Hija de buena familia, es necesario que se nos muestre qué proceso ha seguido, y por qué no acude a los suyos cuando no se nos dice que existan conflictos insalvables con ellos. Tal como cuenta su vida, se nos hace postizo el grado extremo de soledad que relata. La autora quiere hacer un retrato cerrado de la incomunicación, pero más lo dice que lo hace verdad literaria.
Lo indicado marca la primera parte de la novela como un relato de pura denuncia social, el cual recurre con abundancia a precisiones documentales de corte costumbrista: se indica, por ejemplo, que la hora de trabajo doméstico se paga a ocho euros. Con ello se busca una crónica testimonial veraz. Y en su apoyo vienen frecuentes notaciones herederas del viejo naturalismo decimonónico.
Con todo ello se cumple lo anunciado en el título de dicha primera parte, el “ocaso” de la protagonista. La otra parte del libro, titulada “fascinación”, rectifica por completo la anterior. De “ocaso” a “fascinación” media un cambio inesperado. Aunque el entorno anecdótico sigue siendo el mismo, presenta diferencias de gran calado. La narradora continúa en su misma humilde actividad laboral, si bien ahora disfruta un trabajo seguro en una ETT que incluso le renueva el contrato. También se le ha despejado el fantasma de tener que volver a vivir en la calle al constatar los ahorros que ha reunido en los duros años anteriores (“Tengo dinero”. “Pensar en el dinero me tranquiliza”. “Me gusta tocar el dinero”). Además, en fin, ocurre algo sorprendente. Se presenta en casa de la protagonista una mujer, María, una dura burguesa que “ni se inmutó” cuando su marido la “amenazó y despidió” de la casa en la que limpiaba. María se siente culpable y quiere disculparse.
La anécdota concreta pertenece a una lógica realista, pero el tratamiento se corresponde con otra clase de ideación, pues el relato abandona el documento socio-económico. Ello hace que la arquitectura del libro sea la de dos historias de difícil e inexplicado ensamblaje (casi una yuxtaposición de sendos relatos un tanto independientes). Digámoslo claramente: el testimonio-denuncia social da paso a la parábola. Para que ello ocurra es básica la configuración de María (nombre quizás debido a su resonancia religiosa), quien deja de ser la imagen realista de una burguesa autoritaria y adquiere la figura de una esfinge.
La narración realista deriva al territorio de la alegoría. Se impregna de un difuso misticismo. A la vez abunda la figuración del mal mediante la presencia de “hordas, civilizaciones de gusanos”. No queda claro si todo pertenece a una experiencia real o si ocurre en la cabeza de la protagonista. Intuimos que se trata de una vivencia onírica, de un cuento visionario surgido del “ocaso” de la narradora. De cualquier manera, en ese entorno metafórico ocurre su “fascinación”, que será, al parecer, la conquista del “santuario incorruptible de la casa”, el logro de la seguridad material perdida, el acceso a un sentido de la vida, la integración en la sociedad. Ello lleva consigo un cambio de rol de los personajes. La propietaria de ayer se convierte en la desposeída de hoy. La menesterosa empleada se trueca en protectora de la antigua empleadora: se ocupa de María, quien se ha quedado a vivir en casa de la narradora; se preocupa por ella, se dedica a protegerla.
El riesgo supone en sí mismo un mérito del escritor. Y bien arriesgado es el salto que Baltasar da desde la crónica social al cuento alucinatorio con ribetes de terror. Pero también implica graves peligros. El mayor, que esa segunda parte sea un texto por completo enigmático cuyo sentido final he de reconocer que no se me alcanza. Ello se debe a que la autora no proporciona los referentes concretos y bien identificables que requieren los símbolos. Me parece que la historia se realiza en la mente de la escritora, pero no en el relato. El problema se halla, pienso, en que resulta confuso en la narración lo que Eva Baltasar tiene claro, o así lo intuye, en su cabeza. Sabe qué quiere decir, pero no lo dice. Como sea, este relato críptico, hermético y oscuro se beneficia de la seducción que produce lo ambiguo y extraño.
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Autora: Eva Baltasar. Título: Ocaso y fascinación. Editorial: Random House. Venta: Todostuslibros.
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