Hace muy bueno en Madrid, a última hora de la tarde todavía hay luz y se está bien. Álvaro, sentado en la terraza del Milford en Juan Bravo, respira hondo y piensa que ojalá no se presente Natalia a la cita. Esto ha sido una liada de su tía Mer, que no entiende que solo se está francamente bien. Y menos mal que sus padres viven en Milán y que para su madre el divorcio no existe, porque así no tiene que aguantarlos también a ellos. Pero la tía Mer no se rinde, y desde la famosa montería no ha parado de insistir en que le dé una oportunidad a Nata, “que no sabes cómo es, cielo”. Si hasta le ha mandado fotos, porque no entiende lo de las redes sociales: una niña rubia y gordita montando en triciclo en Biarritz, una joven muy guapa en una puesta de largo en un jardín, y una nota de prensa en la que se la nombra consejera delegada de St Barths. Por lo visto, también se ha divorciado hace poco y sus gemelos acaban de empezar la universidad en Inglaterra. En pleno año sabático ha vuelto a Madrid, y aquí estamos.
Sonríe mirando a los de la mesa de al lado, que vienen bastante: la morena, la rubia y el dandy, con ese no parar de bloody marys, dry martinis y carcajadas. Hablan de no sé qué presentación literaria a la que irán, si es que van, cuando terminen la siguiente ronda. Se iría con ellos encantado. El semáforo se pone en rojo y una furgoneta blanca y vieja para a su altura. El conductor le suena mucho y cuando arranca se da cuenta, ¡es el gitano que estaba con su hijo macarra en Urgencias la semana pasada! Ahora que lo piensa, le suena de antes, pero no sabe de qué. A lo mejor de algún recado que le ha tenido que hacer a su tía en Valdepenín los días de caza. Qué cosas, qué pequeño es Madrid.
Han quedado a las ocho, y son y veinte. ¿Llama, o no llama? Natalia no aparece. Pide otra cerveza, ganan la educación y la tía Mer, y llama. Apagado.
Un poco más abajo en la misma calle, Nata, sentada en la terraza del Amparito, mira su reloj, muy enfadada. Son casi las ocho y media, el tal Álvaro no ha dado señales y tiene frío. Le había prometido a su tía Pitu que se tomaría algo con él, porque sí, está divorciado, está estupendo, y sobre todo, porque es el sobrino de Mer, que es lo único que le importa a su querida tía. Ay, su querida tía, para quien los hombres todavía se definen por “el fachón”, por el apellido, o con suerte, por los dos; si además trabaja en banca, el señor en cuestión brilla en la oscuridad. Obvia pensar que ella es de las que resplandece también. Qué cosas, qué coñazo es Madrid.
Guarda el móvil sin batería, y se termina el vino. Patético, que te dejen tirada así. Joder con el estupendo. Se marcha, porque con suerte llega a la inauguración del estudio de arquitectura del futuro Norman Foster, según dicen sus amigos. Tiene ganas de conocerle.
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