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Crónicas de Danvers (XII): Calle Goya, Madrid, julio 2023

Crónicas de Danvers (XII): Calle Goya, Madrid, julio 2023

Natalia va por Núñez de Balboa hacia Goya, recogiendo de las tiendas los encargos de su madrina, acelerada y cansada ya desde por la mañana. Echa de menos a los niños y la estabilidad de su vida pasada en Roma, y además hace un calor espantoso. Madrid en verano no es para ella.

Álvaro y Macarena están terminando de desayunar en Mallorca, en Serrano, y quieren ir de compras, primero, y acercarse al golf a picar algo con sus tíos Mer y Alfonso, después. Macarena se marcha mañana de vacaciones con sus amigas, es su último día juntos y hoy manda ella. Álvaro paga, intenta no pensar en el calor y se deja arrastrar por su hija a la ruta de tiendas habitual. Le gusta verla tan feliz. Él no se compra nada, nunca necesita nada, y ella se empeña en regalarle algo, déjame papá, una camisa chula, unas alpargatas aunque sea… ni gemelos ni corbatas, por favor. Hoy le ha repetido otra vez que necesita conocer a alguien, que no le gusta verle tan solo, y que no entiende cómo con ese fachón no tiene novia. Álvaro la mira desde su altura, y sonríe. Desde que María le dejó no le ha interesado nadie, está absolutamente fuera de juego y así pretende seguir. Además, aquella cita fallida en el Milford fue una clara señal de que solo se está muy bien. Después de haber entrado en todas las tiendas posibles e imposibles, después de todos los probadores, dependientas y sonrisas, Álvaro da por concluida la barra libre de compras y se dirige a casa, hacia Núñez de Balboa, para coger el coche hasta el golf. Maca para de repente:

—Ay, papá, por favor, una última parada en el Primor de Goya, que me faltan cremas para la playa, anda, lo último.

"Quiere terminar pronto porque ha quedado con ella para el aperitivo, y sin mirar a su alrededor, despistada como siempre, revuelve dentro de su bolso buscando la cartera"

Y Álvaro se reorganiza con las bolsas, se arma de valor y entra en Primor, ese universo de colores y olores, ese cosmos de cremas, maquillajes y seres humanos de toda clase, que debaten con entusiasmo e inusitado conocimiento sobre sombras de ojos, rizadores de pestañas y cremas anticelulíticas. Deja a Macarena sola por la tienda y se dedica a observar a su alrededor, con indiferencia, apoyado en un stand de bronceadores: esa pareja de turistas chinos que llevan la cesta rebosante de sprays, esa señora mayor eligiendo perfumes —se está poniendo varios a la vez, qué capacidad—, esas adolescentes probándose todos los coloretes que ven, esa mujer que está pagando en la caja y ha apoyado el bolso en el mostrador, que evidentemente tiene mucha prisa y que evidentemente está cumpliendo un encargo, porque consulta con la señorita una lista en el móvil. Esa mujer.

"Se le escapa una sonrisa enorme y se gira, pero no lo ve por ninguna parte; sale rápido y tampoco está en la calle. Va hacia el coche, sorprendida y todavía sonriente"

Natalia está comprobando que lleva todas las cremas que le ha encargado su madrina. Quiere terminar pronto porque ha quedado con ella para el aperitivo, y sin mirar a su alrededor, despistada como siempre, revuelve dentro de su bolso buscando la cartera. De pronto un señor se acerca y, educadísimo, le entrega un papel: “Perdone, se le ha caído esto”. Ella sonríe, le da las gracias y por fin encuentra la cartera. Paga todo y al guardarla ve el papelito que se le había caído, que no le suena de nada. Lo abre y, atónita, lee:

Álvaro, 651381*9, un café?

Se le escapa una sonrisa enorme y se gira, pero no lo ve por ninguna parte; sale rápido y tampoco está en la calle. Va hacia el coche, sorprendida y todavía sonriente.

No está tan mal Madrid en julio.

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