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Crónicas del underground (I): Al final siempre ganan los monstruos

Crónicas del underground (I): Al final siempre ganan los monstruos

—Alguien me dijo el otro día que lo que yo hacía era literatura quinqui. Y yo le dije: “Quinqui lo será tu puta madre, cabrón”.

Quien habla así es Juarma, el dibujante de El Jueves y autor de cómics como Historia inventada del punk o Romance Neanderthal. Estamos en la librería El Molar, ante una veintena de sus fans que se han juntado en el pequeño sótano de este local a unos cincuenta metros de la plaza del Cascorro, en pleno Rastro. Su aspecto es el que corresponde al barrio. Hay muchas rastas, camisetas alternativas, alguna barba de hipster. Todos frisan la treintena. Se suceden las risas mientras Juarma, que luce una camiseta negra ajustada que resalta lo flaco que es, sigue conversando, con el desparpajo que se espera de él, con uno de los editores de Al final siempre ganan los monstruos, Enrique Rodríguez, que es además periodista en el Ideal de Granada y que, más allá de los propósitos epatantes de su autor, procura resaltar sus cualidades formales.

—Ya sabemos que sale la alpargata del Lute y que hay algunas referencias de ese jaez, pero yo quiero enfatizar que el libro está maravillosamente escrito, y que el refinamiento literario de alguno de los monólogos interiores a mí me recuerda, por ejemplo, a lo que hacía en su momento un Chirbes. Pero contéstame a una cosa importante, Juarma: ¿tú por qué escribes?

—Pues porque estaba hasta los cojones de dibujar, por eso —responde Juarma, que se muestra igual de brutal, verbalmente, que sus personajes.

"Son relatos de una crudeza y una autenticidad salvajes, ambientados en una localidad imaginaria llamada Villa del Fuente, una especie de trasunto literario del Deifontes real donde nació el propio Juarma"

Cada nueva intervención provoca una risa del público cómplice y entregado. Alguno ya tiene, a las doce de la mañana, un botellín en la mano que se ha bajado de la calle y uno de los tipos con rastas en la primera fila, cuando por fin se abre se abre la ronda de preguntas de rigor le hace entender que, aunque hable de un pueblo cerca de Granada, aquel problema que trata en el libro —el consumo inhabitual de drogas que se lleva dando en los pueblos durante años— es un problema generalizado, todavía actualmente, en casi todos los pueblos de España, y pregunta si no será una de las consecuencias de la crisis. Mientras Juarma contesta, su editor asiente, satisfecho de que se saque el asunto. El propio Juarma siente que tiene que dar una opinión seria al respecto, y luego añade:

—Pero más allá del problema de la cocaína y de ser una especie de Fariña del sur, como está diciendo alguno, es una ficción muy currada. Lo que queda es que he trabajado durante años este texto con la ayuda de un Club de Lectura que monté en Internet y que me iba orientando según escribía los relatos que luego acabé juntando en una única novela.

Yo hojeo el libro y, efectivamente, en las últimas páginas se cita a una treintena de personas cuyos nombres, a modo de homenaje, ha incluido en el capítulo final. Unos momentos después, mientras Juarma ya firma ejemplares a los fans suyos que hacen cola, desaparezco y empiezo a leer el libro. Me tiro todo el fin de semana con él y acabo apabullado, encantado, destrozado. Son relatos de una crudeza y una autenticidad salvajes, ambientados en una localidad imaginaria llamada Villa del Fuente, una especie de trasunto literario del Deifontes real donde nació el propio Juarma, “un bonito pueblo enclavado en los montes orientales de Granada” según la solapa, y que si la mitad de lo que leo es verdad (y sospecho que es así) está arrasado psíquicamente por el impacto de las drogas.

"Juarma —que por cierto se introduce como personaje en algún tramo de la novela— entiende perfectamente de qué va el rollo; sabe todo lo que sucede en torno a la farlopa"

El libro recrea las desventuras de un puñado de politoxicómanos hoy ya treintañeros, el Liendres, el Jony, Juanillo el Bruce Lee, Lolo y algunos adláteres femeninos como María o Antoñica, a medida que se suceden las complicaciones relacionadas con el consumo desaforado de cocaína y el trapicheo: paranoias, visitas al psiquiátrico, robos, venganzas y primeras muertes incluidas. Todo ello narrado con una autenticidad apabullante, con el vocabulario que corresponde y, sobre todo, con una intensidad y un conocimiento total. Juarma —que por cierto se introduce como personaje en algún tramo de la novela— entiende perfectamente de qué va el rollo; sabe todo lo que sucede en torno a la farlopa y, lo más importante, sabe recrearlo.

El resultado es como meterse un par de lonchas largas, porque el libro son 400 páginas y dura el placer todo lo que uno desea y sin llegar a cansar, que es otro de los méritos del texto: el ser absolutamente adictivo de principio a fin. La portada —un dibujo del careto lleno de chirlos de Lolo, con su calavera con el cuchillo tatuado en la mano, pitillo entre los dedos, y su chica con un gato detrás— es tan adecuada como el título. Los monstruos que salen en sus páginas no está nada claro que al final siempre ganen, pero su autor sí que ha ganado la admiración de quien esto firma y lo ha hecho con solvencia suficiente como para que su libro, recién salido del horno, sea la primera recomendación de estas Crónicas del Underground, que van a ser reseñas personalísimas de lo que me vaya pareciendo más interesante de toda esa gama de literatura en las márgenes que se produce en la península. Una lectura absolutamente recomendable, para empezar la serie. Si quieres saber qué es lo que sucede en los pueblos de España, más que leer La España vacía yo me metería con Al final siempre ganan los monstruos.

 

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