Ready Player One, de Steven Spielberg.
la finísima lámina que recubre el mundo
la finísima lámina que lo hace mundo
Los niños corren alborotados atravesando todas las pantallas posibles. Uno de ellos, en su elástico ejercicio, exclama eh mirad, miradme todos, voy a batir el récord, los demás atónitos pues el récord venía de décadas atrás era como un mito como la purísima roca sobre la que se había erigido la identidad del colegio. La directora aparece a través de un portal imaginario y congela al chico, que es adelantado por sus compañeros más lentos. Al descongelarlo, el chico no comprende qué ha podido pasar, quizá haya sido otra vez su rodilla, la pena de todo esto es que al llegar a casa no sabrá explicarlo con palabras a sus padres y menos mal, menos mal que todavía está el foro abierto para encontrar empatía en esa maraña de desconocidos tan amables.
//Registro de una página en blanco tiznada de pasado//
Amor es reinstalar Windows 95
La ouverture de Dios tenía la misma consistencia que el Pato Donald merece ese título de solemnidad: no es un poema de apertura, es una ouverture operística, un poema que anticipa el contorno y también la carne, que con sus ejercicios circulares de repetición adquiere una textura lingüística de producción en serie —en el medio de cada golpeo, el poeta filtra desviaciones que enturbien la simetría del conjunto—. El arranque del primer poemario de Alejandro Pérez Paredes (Murcia, 1993) reza: «todos los niños dibujan / una casa / un humano / un árbol / y un sol». Todos los niños dibujan, todos los niños dibujan, todos los niños. Todos.
Dios tenía la misma consistencia que el Pato Donald parte de una certeza generacional: la de que la pronta accesibilidad a multitud de fuentes de información contribuye a una aproximación más temerosa al ámbito del conocimiento por nuestra parte, es decir, por parte de aquellos que hemos nacido y crecido integrados en el desarrollo de las narrativas digitales, que aprendimos cosas sobre el amor escribiendo tablones de Tuenti a deshoras y acudimos a páginas web poco fiables cada vez que detectamos que los síntomas de una enfermedad mortal recorren nuestra arquitectura corporal. Somos unos descreídos: no creemos en Dios, ni en el trabajo, ni en el sistema; no creemos en prácticamente nada y sin embargo, sin embargo, sin embargo. Sin embargo continuamos actuando igual que siempre.
La cuestión de la docilidad por acumulación de agresiones, apunta Alejandro Pérez Paredes. Escribe: «Y sin embargo aquí estamos / más allá del éter y más allá del wifi / una y otra vez». Más allá de los elementos que definen las narrativas de nuestro tiempo, más allá de todas ellas aquí seguimos, subyugados a una fuerza extrañísima que somos incapaces de apenas comenzar a descifrar. No sabemos nada sobre los circuitos del status quo, y quizá aproximarnos al mundo de la literatura suponga una amenaza para nosotros, una amenaza de convertirnos transformarnos metamorfosearnos en exactamente aquellas personas que comenzamos repeliendo, ¿sabéis?, el archivo de WeTransfer aguanta sólo unos días subido a la libertad de la red, pasado ese tiempo: se lo encierra en una terminal privada o se extingue, se volatiliza para siempre.
//Los cuerpos eran ordenadores pegados a un humano//
Un día susurramos:
me arrancaría el lenguaje de cuajo.
Y aquella aliteración tan postpunk
de jotas y us nos convenció a todos
Vale esta es una historia de amor preciosa a continuación os la contaré: enviar solicitud de amistad solicitud de amistad aceptada abrir chat de Tuenti decir hola qué tal estoy muy nervioso no sé cómo empezar estas conversaciones al final jejé jajá la cosa va fluyendo pasan los días las conversaciones se transforman primero The Beatles después expresionismo abstracto después el divorcio de los padres de ella y todo lo demás las cosas de la intimidad al fin él siente que puede traspasar la barrera pero ¿no está ese amor enganchado en la distancia que los separa? ¿acaso hay posibilidad de romperla? —sí, la hay, se ven en persona, al cabo de un rato se besan. Ella dice: menos mal que existe Internet, sin él no te habría conocido. Meses después dirá: ojalá no existiese Internet, sin él no te habría conocido. Y las relaciones a priori tan distintas tan inconcebibles terminan siempre siendo la misma cosa: los mismos dolores las mismas añoranzas aunque, claro, con una entidad concreta a la que culpar.
***
El pensamiento alrededor de los afectos desde lo tecnológico que ejecuta Alejandro Pérez-Paredes apenas es una pincelada suavísima que nos conduce a otras cuestiones de alta relevancia en su poemario: la función de la ideología como lámina que hace que el mundo sea mundo, las dialécticas de poder que podrían subvertirse gracias a la masificación de la información pero que por algún extraño motivo no cesan en su fortificación, un largo etcétera de líneas textuales y contextuales que el poeta dispone en su avezado análisis de la crisis identitaria del individuo contemporáneo. Pero esa pincelada, apenas esa suavísima pincelada impresionista que Alejandro Pérez-Paredes esgrime en nombre del amor comprendido desde las narrativas millennial sirve para catapultar el libro hacia un lugar insospechado, un lugar que lo aleja de ser un poemario cuya pesquisa fundamental es el análisis fenomenológico de la precariedad juvenil, que lo transforma en un acercamiento íntimo, casi humanista, al pálpito temeroso de una generación incapaz de adivinar el lugar. Que no adivina el lugar donde vivir sea esa cosa sencilla que les prometieron que sería.
cada noche mirar el tarot
cada noche buscar
tu casa en google earth recorrer
tu barrio en street view
Pivotando alrededor de un ataque frontal al estructuralismo lacaniano, Alejandro Pérez-Paredes busca fijar en el suelo las líneas de avance sociopolítico fundamentales para nuestro tiempo, aproximándose al tiempo a una poética queer y a una poética feminista, pero integrándolas en cualquier caso dentro de su dispositivo estético de vocación digitalizada. Los números binarios bailan en la mente del poeta, llegando al punto de configurar incluso el corpus de un poema —que, traducido, desvela su contenido a nuestros ojos: lámina que recubre el mundo ideología—.
//Y qué al apagar el ordenador qué//
En qué se transforma nuestra vida en el momento en que se extinguen las luces blancas de los ordenadores, los teléfonos, los iPads, los televisores, las luces blancas que ya iluminan el mundo como constelaciones terrestres en pura ascensión hacia lo etéreo; qué pasa entonces con nosotros.
Quiero decir que todo
todo en la vida termina
y no hay que darle mayor importancia.
La estrategia político-discursiva de Alejandro Pérez-Paredes en este caso se adscribe a la indiferencia como gesto expresivo: ante el fatalismo y las voces que susurran desde la élite cosas sobre el mundo digital el mundo de las redes sociales acabará con la libertad de expresión o el mundo de Internet absorberá vuestros cerebros o las discusiones a distancia se volverán cada vez más violentas, en una escalada de agresividad que terminará en estallido universal y cosas por el estilo —yo no he empleado la palabra hipérbole ni el significado de la palabra hipérbole en el interior de este párrafo—. Su diagnóstico es diáfano, esperanzador pese a las tormentas descritas.
El giro final de Dios tenía la misma consistencia que el Pato Donald lo vuelve casi a un registro existencialista, encajado desde el optimismo: al final, Pérez-Paredes clama a la belleza en medio de la decadencia, como quien busca arrancarse los ropajes y bailar desnudo en un estanque reluciente. Esto es bello, esto es bello, ¡esto es bello! Y entonces por fin abandonamos ese estado primigenio de descreimiento, y somos libres para creer en Dios, o en el Pato Donald, o en el mismísimo amor como una posibilidad que aún late. Desde lo digital y contra lo digital, en tanto ese submundo no es más que un reflejo de lo que siempre hemos conocido, de esa danza vertical de la que sólo se huye amando —¡ah, el amor, qué cosa imprevisible! ¡Dos niños dibujando cruficijos en la arena! ¡Dos niños dibujando una casa, un humano, un árbol y un sol!
La fibra óptica la cosen duendes
con hilo de crin de unicornio
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Autor: Alejandro Pérez Paredes. Título: Dios tenía la misma consistencia que el Pato Donald. Editorial: Esto No Es Berlín. Venta: Amazon y Casa del Libro.
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