En el templo de Apolo en Delfos hay una inscripción que reza Conócete a ti mismo. Hace 2.500 años los griegos ya sabían que la salvación del hombre dependía del conocimiento de sí mismos. La humanidad se ha volcado en ese empeño, mirando al pasado, haciéndose preguntas, sin perder de vista el futuro. Sin embargo, el conocimiento de la naturaleza innata del hombre y el material genético que ha heredado de su pasado remoto, el cual revelaría las claves que explicarían su conducta, sigue siendo un misterio. Descifrar este pasado es tan fascinante como una de las mejores novelas policíacas.
No me avergonzaría de tener un mono como antepasado, pero sí me avergonzaría de estar emparentado con un hombre que utiliza grandes dones para ocultar la verdad.
—Huxley, en defensa de las teorías de Darwin
Esta historia comienza con la aparición de una nueva especie hace tal vez doscientos mil años, en África. Los seres que la componen son especialmente ingeniosos. Llegan hasta Europa y se encuentran con criaturas muy parecidas a ellas. Las exterminan del mismo modo que hacen con los gigantescos animales que hallan en su camino. Pueblan todos los rincones del planeta, multiplicando de forma exponencial su población y llegando a remotas islas donde habitan exóticas aves, hipopótamos enanos y tortugas del tamaño de elefantes. Arrasan bosques para alimentarse y transportan especies y organismos de un continente a otro, comprometiendo a la biosfera. Tras descubrir reservas subterráneas de energía, los humanos cambian la composición de la atmósfera, alterando con ello el clima y la química de los océanos. Las tasas de extinción se disparan. Nunca antes ninguna otra especie había alterado de este modo la vida sobre el planeta, aunque mucho antes de su llegada se habían producido otros cataclismos: las llamadas Cinco Grandes Extinciones que empezaron hace 600 millones de años. Nosotros estamos causando la Sexta.
Si la extinción es un tema morboso, la extinción en masa lo es mucho más, y también es fascinante.
A lo largo de trece capítulos la periodista del New Yorker Elizabeth Kolbert, quien fue reconocida con el Premio Pulitzer por este libro titulado La sexta extinción, sigue la pista a varias especies en cierto modo emblemáticas, algunas ya extintas como el mastodonte americano, alca gigante, o los amonites que desaparecieron junto con los dinosaurios a final del Cretácico. Mediante un apasionado relato analiza cómo fueron descubiertos y cuáles fueron sus posibles causas de extinción. En la segunda mitad del libro, Kolbert viaja acompañada de científicos a lugares clave para entender lo que está sucediendo en el Amazonas, en la cordillera de los Andes y en la Gran Barrera de Coral. La autora nos trasmite como pocos la emoción por lo que estamos descubriendo y aprendiendo en este momento de nuestra Historia, el horror del que somos testigos y protagonistas. No trata de despertar una moral en el espectador, o de alarmarlo. Lo especial de este libro es que esta audaz escritora te pone el cuadro delante y te dice: «Esto es lo que hay, conoce, al menos, el mundo en el que vives». Algún día alguien mirará atrás, si es que queda alguien, y estudiará esta época como una de las más nefastas de la Historia de la Vida, periodo geológico que algunos denominan Antropoceno. El momento en que pudimos cambiar las cosas y no hicimos nada, o no fue suficiente. Porque la responsabilidad no está en los demás. Reside en cada uno de nosotros.
No importa demasiado si a la gente le importa o no; lo que importa es que la gente cambie el mundo.
Se ha estimado que actualmente hay 5.500 especies de mamíferos en la tierra, y su tasa media de extinción ha sido de una especie cada 700 años. Se trata de una extinción de fondo, es decir, la producida de una forma gradual, para diferenciarla de la extinción en masa, que se produce de forma súbita y muy raramente. Por tanto, la probabilidad de que una persona sea testigo de una de dichas extinciones es nula, pero eso no es así en nuestro tiempo, pues lo cierto es que ya se han observado varias pérdidas de especies y otras penden de un hilo, como la rana dorada de Panamá o el alala de Hawái (una clase de cuervo), por citar tan solo dos que se estudian en este libro.
¿Pero cómo empezaron a desvelarse los secretos que escondía la Tierra y que explican nuestra existencia? Pues ese inicio tiene un nombre concreto: Georges Cuvier. Todo comenzó con el hallazgo en 1739 de varios huesos en el valle del Río Ohio, cerca de Cincinnati. Se creyó que pertenecían a especies distintas de carnívoros, y que éstos seguirían vivos por alguna parte. Los restos fueron enviados a Francia, como obsequio para el rey Luis XV. Cuvier llegó al Museo de Historia Natural de París en 1795 para estudiar dichos hallazgos y fue el primero en señalar que pertenecían a espècies perdues, y que debía de haber muchas más. Estableció la extinción como un hecho, y advirtió a toda la sociedad científica del momento —afortunadamente aquella Francia era un buen lugar para ser paleontólogo— de la existencia de todo un mundo perdido. Fue así como bautizó al extinto mastodonte americano, desaparecido hace unos 13.000 años, igual que el resto de la fauna conocida hoy como megafauna (tigres de dientes de sable, osos cavernarios, alces gigantes, etc.). A partir de entonces, a Cuvier le empezaron a enviar huesos hallados de varios lugares del mundo para que los estudiara. Muchas de sus teorías sobre la historia de la vida resultaron proféticas, aunque nunca creyó en la evolución: le parecía absurdo que los animales pudieran cambiar según las necesidades. Entre los que defendían esta tesis, la del denominado transformismo (precursor del concepto evolutivo de Darwin), estaba Baptiste Lamarck. Según él, existía una fuerza de la vida que empujaba a los organismos a hacerse cada vez más complejos. Cuvier creyó que las extinciones fueron causadas por cataclismos, revoluciones de la superficie de la Tierra que habían asolado periódicamente el mundo. En la actualidad la mayoría de los fundamentos de Cuvier se han rechazado, pero otros poseen una sorprendente precisión, pues sí es cierto que la Tierra se ha visto perturbada por terribles acontecimientos que han cambiado su curso. El último fue el ocasionado por el gran meteorito de diez kilómetros de diámetro que impactó a 70.000 km por hora en Yucatán hace 66 millones de años, liberando en su explosión una cantidad de energía descomunal, del orden de cien millones de megatoneladas de TNT (equivalente a más de un millón de bombas de hidrógeno) lo que ocasionó la extinción de los dinosaurios y marcó el final del Cretácico.
Darwin le debe mucho a un libro que leyó mientras viajaba en el Beagle rumbo a las Islas Galápagos. Ese libro fue Principios de geología, de Lyell. Dicha lectura y las observaciones hechas por Darwin en sus viajes le llevaron a concluir que el mundo orgánico estaba sometido a un cambio constante y los humanos se habían formado por un proceso de transformación que había tenido lugar a lo largo de incontables generaciones. Y ese proceso seguía en marcha.
La selección natural está buscando cada día y cada hora por todo el mundo las más ligeras variaciones, rechazando las que son malas, conservando y sumando todas las que son buenas; cada nueva especie, está producida y mantenida por tener alguna ventaja sobre aquellas con las que entra en competencia.
—Charles Darwin. El origen de las especies (1859)
De acuerdo con Darwin, la extinción es un efecto secundario de la evolución. Sin embargo, tenemos el caso del Alca Gigante, el Dodo, la Vaca Marina de Stéller, la Moa de Nueva Zelanda o el Tilacino de Tasmania, animales que no estaban desarrollando ninguna ventaja evolutiva mientras competían con rivales de otras especies; simplemente fueron exterminados de forma muy rápida por una única especie invasora: la nuestra.
El tiempo es el ingrediente esencial, pero en el mundo moderno no tenemos tiempo. Estamos rehaciendo la historia geológica no solo en sentido contrario, sino a una velocidad de vértigo.
Desde la revolución industrial los humanos han quemado combustibles fósiles, emitiendo 365.000 millones de toneladas de carbono a la atmósfera. La deforestación ha añadido 180.000 millones de toneladas más. Cada año emitimos unos 9.000 millones de toneladas, una cantidad que ha ido incrementado. Las cifras son ciertamente demoledoras, pues la actual concentración atmosférica de dióxido de carbono es más alta que en ningún otro momento de los últimos 800.000 años. En el 2050 las concentraciones de este gas disuelto en la atmósfera alcanzarán unas 500 partes por millón, el doble del nivel de la época preindustrial, que supondrá un aumento de la temperatura global de 2-4 grados centígrados. Los océanos, que cubren el 70% del planeta, también están sufriendo una alteración alarmante de su grado de acidez por la misma emisión de este gas. Se estima además que cada día se mueven y cambian de hábitat unas diez mil especies en el mundo, algo sin precedentes, cuyas consecuencias se comparan a los de una ruleta rusa.
Quien quiera pensar en por qué los humanos son tan peligrosos para otras especies, que visualice un furtivo en África con un AK-47, o un leñador en el Amazonas sosteniendo un hacha, o, mejor aún, que se visualice a sí mismo con un libro en las manos.
Los humanos de hoy en día recorremos la historia geológica al revés y a alta velocidad. Estamos reensamblando el mundo en un enorme supercontinente, lo que los biólogos llaman en ocasiones La Nueva Pangea. Pero, en realidad, el hecho es que el proceso se remonta desde el periodo en que los humanos modernos hicieron su primera migración fuera de África hasta unos 120.000 años (final del Paleolítico inferior). Debería ser posible identificar la base de nuestra locura comparando el ADN humano y el del neandertal, esa especie cuyos huesos han aparecido por toda Europa y Oriente Medio, viviendo hasta su extinción total hace unos 30.000 años. Svante Pääbo está considerado como el padre de la paleogenética y dirige el departamento de genética evolutiva del Instituto Max Planck, en Leipzig. Él fue el primero que extrajo ADN de huesos de mamuts y moas, y su actual proyecto es secuenciar el genoma completo de los neandertales, lo que permitiría confrontarlo con el genoma humano para ver qué compartimos y en qué nos diferenciamos. Los neandertales se parecían mucho a los humanos, pero no lo eran. En algún lugar de nuestro ADN debe haber alguna mutación clave (o posiblemente más de una) que nos diferencia de ellos, aquella mutación que nos convierte en el tipo de animal capaz de acabar con su pariente más cercano, y, curiosamente, más tarde desenterrar sus huesos y tratar de reconstruir su genoma.
¿Cuánta gente debió de partir hacia lo desconocido y desaparecer en el Pacífico antes de topar con la isla de Pascua? Es ridículo. Pero ¿por qué lo hacemos? ¿Es por la gloria? ¿Por la inmortalidad? ¿Por curiosidad? Y ahora nos vamos a Marte. Nunca paramos. Si algún día descubrimos que alguna extraña mutación hizo posible la locura humana, será increíble pensar que fue esa pequeña inversión en tal o cual cromosoma lo que hizo posible todo esto.
Las cinco grandes extinciones han ocurrido durante el último medio billón de años. Pero Richard Leakey advirtió que el Homo Sapiens podría no ser únicamente el agente causante de la Sexta Extinción, sino que corre el riesgo de convertirse en una de sus víctimas. Otra posibilidad más optimista, pero incierta, es si los humanos sabrán contrarrestar cualquier desastre desencadenado por su propia inventiva. Ahí queda la gran cuestión, el sugerente enigma. Tal vez Stephen Hawking estuviera en lo cierto cuando afirmó que la supervivencia del hombre solo estará garantizada fuera de la Tierra.
A continuamos reproducimos la entrevista con la autora de La sexta extinción,Elizabeth Kolbert:
—¿Qué le motivó a escribir este libro?
—Escribí un libro sobre el cambio climático en 2006, y mientras estaba trabajando en el mismo me di cuenta de que el cambio climático es sólo una de las maneras en que los humanos estamos alterando el planeta a una escala geológica. El pensar en el impacto humano sobre la tierra de forma más genérica me llevó al tema de la Sexta Extinción.
—¿Considera que esta Sexta Extinción es una extinción en masa, como fue el caso de las cinco grandes extinciones, o de fondo, más gradual?
—Bueno, la definición de extinción en masa se otorga porque sucede de forma muy rápida, en un sentido geológico. Los humanos no son muy buenos pensando en estos términos, pero geológicamente hablando este evento está sucediendo bastante deprisa, de modo que puede que lo que estemos viviendo sea una extinción en masa.
—¿Es demasiado tarde?
—No tengo una respuesta sencilla para esto. El tema de mi libro se centra en las maneras en que los humanos estamos cambiando el mundo, de una forma dramática. Hay alternativas para tratar de reducir nuestro impacto; ejemplo, podríamos dejar de quemar combustibles fósiles. Es tarde para prevenir muchos de los daños causados, pero todavía no es demasiado tarde para evitar muchos más que están por venir. Creo que hay muchas maneras en las que podríamos usar nuestras capacidades y tecnologías para reducir los daños que hemos ocasionado. Pero no estoy muy segura de poder afirmar que estas capacidades puedan “arreglar” el planeta. La mayoría de las especies de este planeta no quieren en realidad nuestra ayuda, prefieren que las dejemos en paz.
—Richard Leakey dijo que la raza humana no solo será la causante de la Sexta Extinción, también será su víctima. ¿Comparte esa opinión?
—Por supuesto, no tengo manera de poder saber esta cuestión. Pero lo que yo he planteado es lo siguiente: hay en el momento presente una multitud de seres humanos terribles, más que nunca antes en la historia. Aún nos queda un largo camino para extinguirnos, pero entretanto vamos a sufrir las consecuencias de eliminar a otras muchas numerosas criaturas.
—¿Qué especies se están beneficiando del impacto humano?
Las especies que van por buen camino son las que el humano ha domesticado (vacas, pollos, maíz, etc.) o las que han prosperado en nuestro medio (las ratas noruegas, por ejemplo). Las ratas noruegas están ahora mismo por todas partes.
—¿Qué suponen para usted las especies en las que te has centrado en tu libro? Pienso en el caso del cuervo hawaiano Kinohi, o el de la última pareja de alcas gigantes que resistían en su último refugio de Eldey, en Islandia.
—Cada una de las especies que he elegido es, creo, emblemática en cierto modo. Y algunas de ellas, como el cuervo Kinohi, tuvieron una inusual e interesante historia personal, por así decirlo. La cuestión es que podría haber elegido a otras diferentes, pero la conclusión, la base de esta historia, habría sido exactamente la misma.
—El dramático episodio la extinción del Alca Gigante impulsó al naturalista Alfred Newton a crear la “Ley para la conservación de las Aves Marinas”. De un desastre causado por nosotros, hacemos algo para contrarrestarlo.
—Resulta que somos unas criaturas muy reactivas. Seguramente esto es producto de nuestra propia historia evolutiva. El problema es que hemos sido muy buenos creando desastres globales, pero no tan buenos en prevenirlos.
—¿Qué especies han prosperado como consecuencia de la acidificación de los océanos?
—No puedo decirle con exactitud qué especies se han beneficiado de acidificación de los océanos. En teoría, algunas clases de algas se habrían beneficiado, pero no estoy segura de que nadie haya demostrado que actualmente continúen haciéndolo. Por otro lado, es bastante imposible contabilizar la acidificación global de los océanos.
—¿Ha encontrado dificultades en las investigaciones que ha realizado para libro?
—Las dificultades que he hallado son las usuales con las que un periodista se encuentra, pero no puedo decir que nadie haya intentado prevenirme o impedirme conseguir la información que estaba buscando. En realidad, es de bastante fácil acceso. Y eso es quizá la peor parte: ¡está todo ahí fuera, pero la gente no está poniendo atención!
—¿Cuál es la razón de la alta concentración de biodiversidad en los trópicos?
—Esta es una pregunta que nadie sabe cómo responder. Pero parece que una razón de peso es que los trópicos llevan allí desde hace mucho, mucho tiempo, mientras la temperatura de otras regiones y en los polos ha experimentado unos cambios drásticos, provocando las edades de hielo, en los trópicos ha habido mayor estabilidad.
—¿Qué determina que una especie, como las miles que se desplazan a diario por los continentes, pueda establecerse en un nuevo hábitat?
—Nadie lo sabe en realidad. Un factor importante sea probablemente la ausencia de depredadores…si una especie no tiene depredadores en su nuevo asentamiento, es mucho más probable que pueda prosperar.
—¿Cuál es su opinión respecto los zoos y los acuarios?
—Creo que los zoos y los acuarios están haciendo un trabajo muy importante en la conservación de especies actuales. Desgraciadamente, el mundo entero se está convierto en una especie de zoo.
—El escritor Krishnamurti dijo que “una creencia es puramente una cuestión individual”. Quizá haya que partir de un cambio de creencias a nivel personal, en vez de culpar siempre a otros (políticos, “lobbies”..) de la condena de este planeta.
—Supongo que es cierto. Obviamente hay muchos individuos y grupos cuyas acciones e ideologías tienen mucho más impacto que otras… Pero, al final, creo que se va a producir un cambio bastante radical de nuestras creencias que nos va a afectar de una forma generalizada a todos.
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Autor: Elizabeth Kolbert. Título: La sexta extinción. Editorial: Crítica. Venta: Amazon
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