Hay toda una rutina autopromocional que muchos autores actuales siguen rigurosamente con la aparición de su nuevo libro, y que de hecho mantienen después, mientras escriben el siguiente. Tras años de observación, puedo levantar aquí el modelo del escritor post-moderno, ese que, según palabras de Eloy Fernández Porta, es su propio jefe de prensa.
Vaya por delante que tengo sentimientos encontrados sobre estos asuntos. Víctor Lenore me contó un viaje que hizo a un festival literario y me habló de un amigo suyo escritor al que vio moverse con soltura entre las firmas más destacadas de la feria, cosechando lazos amicales y camaraderías. Y me decía Lenore que eso no le parecía mal, que no podía criticarlo, pero que él se veía incapaz de hacerlo.
Me hermanó mucho con Lenore esta confesión, pues creo que ha sido el primer escritor en toda mi carrera con el que he coincidido en pudor, recato o vergüenza. No sabría cómo calificarlo. Desde hace años, es prácticamente imposible encontrar un autor joven que no tenga muy claro que le toca venderse, salir de sí, hacer amigos, caer bien. Sin embargo, si Lenore o yo sentimos pudor en realizar estos movimientos, implícitamente estamos condenando a los que sí los ejecutan. Si afirmamos que una acción no nos parece criticable, pero añadimos que nosotros nunca la llevaríamos a cabo (por ejemplo, ponerle alerones muy llamativos a nuestro coche o llevar a nuestros hijos pequeños a un talent show), ¿no estamos en el fondo callando la repugnancia que esas acciones de los demás nos provocan?
En todo caso, Fulano tiene nuevo libro. Veamos qué puede hacer.
Lo primero que debería haber hecho ya Fulano es abrirse varias cuentas en las redes sociales, inmejorablemente una en Twitter, otra en Instagram y otra en Facebook. Con ellas, ya tendría que haber ganado (llámalo) amigos en todos los escalafones del mundo editorial, desde críticos a editores pasando por libreros y por directoras de festivales. Conseguir que todas esas personas te sigan en las redes es fundamental. Para ello, debes apelarles directamente, darles Me gusta con cadencia muy calculada —no sé, una vez a la semana—, postear artículos o entrevistas previo comentario elogioso. Todo ello acompañado de una intensa vida social, que incluya presentaciones, charlas, fiestas (si es necesario, colándose en ellas) y hasta encuentros casuales, para que vean que eres un buen chico.
Cuando por fin consigas que alguien publique tu libro —que milagrosamente habrás tenido tiempo de escribir entre Me gusta y Me gusta y entre cóctel y cóctel—, deberás anunciarlo de inmediato, e imaginativamente. Pondrás hasta una foto del contrato, primero; luego una foto de los ejemplares justificativos que te llegan a casa en una caja; luego una foto de tu libro ya en la mesa de novedades de una librería (procura que a su lado aparezcan sólo libros de autores muy importantes). Todo ello en las tres redes sociales que mantienes activas. Qué pena que no haya más.
Todo lo que se diga desde el primer día sobre tu libro lo debes hacer público. Tuitearás entrevistas y críticas, incluso si son negativas (que se hable de mí, etcétera); retuitearás hasta el tuit de un lector anónimo con 34 seguidores que diga cualquier cosa sobre tu libro o sobre ti. Cuando hagas presentación, la anunciarás dos veces cada día. Obviamente por mucho que la tuitees no va a ir nadie, pero tú no dejes de tuitear la hora y el día y el lugar de la presentación.
Porque, para que alguien vaya a la presentación, deberás escribir personalmente a los escritores, periodistas y gentes de las letras en general que vivan en la ciudad donde se llevará a cabo. ¿A quién se le hubiera ocurrido? Lo cierto es que nadie acudiría a una presentación si el autor no le obligara un poco, dándole coba y, sobre todo, dándole el coñazo.
Luego, en fin, publicarás que la presentación fue un éxito y habrá doce fotos que así lo atestigüen, aunque a veces no se vea en ellas otra cosa que a ti junto a tu presentador.
Si amas de verdad tu libro, si lo has escrito con auténtica pasión y pureza, darás un paso más. Irás a Amazon y lo comprarás tú mismo, incluso quince veces; y te harás cuarenta usuarios falsos para poner cuarenta comentarios falsos diciendo lo bueno que es. Luego irás a Goodreads y harás exactamente lo mismo. Esto, reitero, sólo si amas de verdad la literatura. No te preocupes de que cualquier internauta mínimamente avispado pueda pinchar en tus cuarenta usuarios falsos y entender enseguida que detrás de ellos estás tú mismo alabando en secreto tu propio libro. ¿Y qué? Pon una cara muy digna y di simplemente: ¿y qué? ¡Eres post-moderno!
Después de todo este trajín, de dedicar —como decía Eloy Moreno, autor de El bolígrafo de gel verde— tantas horas a promocionar tu libro como las que dedicaste a escribirlo (de hecho, muchísimas más), te sentarás a esperar la segunda edición, la tercera, las liquidaciones. Y un lunes de febrero verás: 659 ejemplares vendidos. Todo ha merecido la pena.
Porque algo que me fascina de los autores postmodernos (entendidos comercialmente) es que, en 9 de cada diez casos (incluso: en 24 de cada 25 casos) no consiguen absolutamente nada con estas prácticas. Pero, como ese 1 de 9 o de 25 parece que vendió y triunfó haciendo exactamente esto, se sigue considerando imprescindible abrir por todas partes embajadas de tu ego.
Muchas veces me descubro a mí mismo preguntándome por el secreto de la industria editorial, y dudando muy seriamente de que yo esté ni siquiera a mil millones de kilómetros de distancia del anillo más alejado de su centro. Este secreto lo conocen sobre todo los editores, porque son los únicos que tienen acceso a las tablas de la ley: las ventas. Saber lo que han vendido decenas o cientos de autores debe de dar una visión mucho más ajustada del mundillo editorial que saber únicamente lo que vendes tú y cuatro amigos. En cualquier caso, mi paso por Caballo de Troya como editor invitado, y el hecho de poder acceder a las ventas de 6 autores distintos y muy variados en contactos y actitud y carisma —a todos los cuales guardo un enorme cariño, dicho sea claramente—, me permitió ampliar mi propia perspectiva sobre estos asuntos, y ver por ejemplo que aquel autor que no hizo absolutamente nada por promocionar su libro, y que ni siquiera tenía redes sociales, y que ni siquiera vivía en España, consiguió sin embargo ser el segundo que más vendió. Curioso, ¿no creen?
Hay que ser un auténtico genio de la autopromoción (del mal) para que ésta tenga un efecto notable en la recepción de tu libro. Yo fui ese genio del mal, como acabaré contándoles jocosa y muy amargamente en próximas entregas. Esto me obligará a hablar de mí muy por lo menudo, algo por lo que les pido ya disculpas y piedad anticipadas. ¿Cómo lo hizo AO? Seguramente tuvo que aplicarse mucho en las fontanerías del campo literario para que le hicieran tanto caso.
O no.
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