Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que una ardilla hubiera podido cruzar España saltando de andamio en andamio. Fue la época en que la burbuja inmobiliaria engrandeció el producto interior bruto y los pisos subían de precio, según dijo un ministro, porque la gente estaba dispuesta a pagar cada vez más por ellos. Ahora sabemos que en esos años no era oro todo lo que relucía y tras el oropel de determinadas trayectorias presuntamente respetables se ocultaban los tejemanejes de una nueva picaresca que adaptaba a los moldes del neoliberalismo los viejos usos del siglo de oro, pero en aquellos años en los que el mundo de la alta política se abrazaba sin complejos al de los negocios más boyantes —hubo una boda de la hija de cierto presidente, en cierto monasterio madrileño, que marcó el punto álgido en la representación de aquel idilio— todo aparentaba ser tan resplandeciente que a veces llama la atención que nadie en las más altas instancias presentara en el Congreso una propuesta para sustituir el nombre de España por el de Jauja.
Es esa borrachera de poder y dinero, y su paulatina caída hasta el derrumbe final, lo que cuenta Juan Tallón (Ourense, 1975) en su última novela. Salvaje oeste arranca en uno de los lugares idóneos para dar por empezadas estas cosas, por su valor simbólico y hasta totémico: el palco del Santiago Bernabéu. Allí se nos presenta por primera vez a personajes que se irán desarrollando hasta adquirir en ocasiones una importancia crucial y se ofrece un hábil anticipo de lo que conformará la atmósfera general de la novela: el ansia por acaparar las mayores cotas de poder, las ambiciones que entremezclan la pura egolatría con la finalidad más crematística, la falta de escrúpulos que se derivan de lo uno y lo otro; y, frente a ello, la cotidianeidad de las personas de a pie, emboscadas a su pesar, o gracias a su desconocimiento o su inconsciencia, en una trampa de la que acabarán siendo víctimas irreversibles, chivos expiatorios que padecen en sus carnes los vaivenes de un sistema que les exige plegarse a sus condiciones, pero jamás se interesa por sus necesidades. La puesta en pie de todo un entramado de favores entrecruzados y voluntades compartidas, su consolidación plena y su ocaso y caída conforman el andamiaje estructural de una obra apabullante por su fondo y por su volumen. Bebe Salvaje oeste, a su manera, en esa narrativa norteamericana que persigue constantemente una Gran Novela que sepa desnudar las interioridades menos visibles de su país, y se inscribe en la tradición literaria de las grandes cosmogonías que esconden bajo sus tramas la búsqueda de una explicación somera del mundo.
Decir que Tallón escribe bien no es aportar demasiado, porque es cosa sabida de sobra por quienes conocen sus colaboraciones en El País, Jot Down o El Progreso y por aquellos que se han ido aproximando a los títulos (El váter de Onetti, Libros peligrosos, Mientras haya bares, el magnífico Fin de poema) que constituyen su bibliografía hasta la fecha. Se revela en esta novela, además, como un brillante muñidor de caracteres. Puede decirse que Salvaje oeste es, sin despreciar todo lo mencionado anteriormente, una brillante novela de personajes. Son ellos los que transportan a sus espaldas el peso de la acción, y a partir de sus vivencias y sus divagaciones se construyen los capítulos en que se distribuyen cada una de las tres partes. Ni siquiera los que responden a modelos que resultan fácilmente reconocibles si se lee la novela con un ojo puesto en las hemerotecas —el presidente Alvarellos, la alcaldesa de Madrid Hilda García-Frost, el ministro de Economía Héctor Niza o el periodista Juan Gervais— se ven lastrados por el peso de su referente, ya que el talento de Tallón esquiva la caricatura facilona y les confiere una personalidad propia y coherente con el conjunto del entramado narrativo. Hay también guiños autorreferenciales —el personaje de Horacio Varela, encarnación del españolito de a pie, era uno de los protagonistas de El váter de Onetti, y el propio autor aparece mencionado, aunque no con su nombre, en uno de los pasajes que protagoniza— y cameos de personalidades más o menos ilustres —Coque Malla, Maribel Verdú, Jorge Herralde, Javier Cámara—, un rasgo muy recurrente en la obra de Tallón y que aporta viveza al permitir pequeñas incursiones del mundo real en sus universos de ficción.
El meollo de la cuestión radica, de hecho, en cómo todos estos personajes —muy similares en algunos casos, absolutamente distantes en otros— ven relacionados sus avatares, en ocasiones de la manera más imprevista. Tallón trabaja los argumentos y las palabras con la precisión de un relojero para ir encajando paulatinamente piezas en el gran puzle con el que ha querido contar la historia reciente de esta España suya, que es también esta España nuestra. El poder que resplandece en unas alturas en las que cualquier compromiso ético resulta ser pura ficción se transmuta en fango cuando las musas descienden al teatro y la vida se desarrolla a ras de suelo, allí donde los dictámenes de las altas esferas engendran auténticos dramas para quienes tienen que sufrirlos sin un colchón sobre el que derrumbarse vivos o muertos. Del mismo modo que la teoría del caos formula que una mariposa batiendo sus alas en Pekín puede desencadenar un terremoto en California, Salvaje oeste desvela cómo un amor de juventud es muy capaz de dar al traste con las expectativas de miles de pequeños ahorradores. Las ficciones son mentiras, pero acostumbra a haber en ellas más verdad que en todo lo que se presenta a diario ante nuestros propios ojos. Por eso hay que leer esta novela: para saber de dónde venimos, para intuir dónde estamos, para preguntarnos si realmente estamos dispuestos a ir hacia el lugar al que nos llevan.
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Autor: Juan Tallón. Título: Salvaje oeste. Editorial: Espasa. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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