—¿Así que tú eres diseñador de juegos de rol? —Me preguntan a veces.
—Sí, entre otras cosas. —Contesto yo, con la inmodestia que me caracteriza.
—Entonces, lo que eres es un programador de juegos online ¿no?
Pues no, oigan. Y eso hay que especificarlo cada vez más veces, por desgracia. Hasta tal punto que un grupo de Facebook que aglutinaba creativos del sector, llamado con poca originalidad «Creadores de juegos de rol» tuvo que cambiarse el nombre a «Creadores de juegos de rol de papel y mesa», para evitar las cada vez más confusiones. Y no añadieron al título un «joder, a ver si os enteráis» porque el administrador del grupo es persona paciente y educada.
Los juegos de rol clásicos de mesa y los vídeo juegos de rol nacen prácticamente de la mano. William Crowther, uno de los jugadores de rol de la primera generación, la de los años 70, resultó ser un empleado en la empresa BBN. Para los que no lo sepan (yo, por lo menos, no lo sabía), son las siglas de Bolt, Beranek and Newman, una empresa de alta tecnología que provee servicios de investigación y desarrollo. Su trabajo en la creación de la red de paquetes conmutados permitió el nacimiento de Internet. También, por cierto, es un contratista del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, principalmente para DARPA. La cosa es que William Crowther utilizó los potentísimos ordenadores (para entonces) de la empresa para crear una aventura conversacional, la «Colossal Cave Adventure» (conocida como «Adventure», para abreviar). No era gran cosa (de hecho, hoy diríamos que era menos que nada) pero en 1975 era la repera en patinete (como dirían mis sobrinas): Una aventura conversacional en la que Crowther, espeleólogo aficionado, invitaba a explorar una enorme caverna. Y he dicho «conversacional». Sin gráficos. Ni uno sólo. Y sin embargo el jueguecillo de marras se hizo popular en la ARPANET… que es la antecedente de Internet, creada por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos para utilizarla como medio de comunicación entre las diferentes instituciones académicas y estatales, por si no lo sabían… Que yo tampoco lo sabía.
Luego vendrían las aventuras gráficas, LucasArts y su revolución en los juegos de aventura por ordenador (metiendo un guión coherente en lugar de una sucesión interminable de puzles) y ya en los 90 la aparición de video juegos en 3D y primera persona. Y, por el camino, a alguien se le ocurrió llamarlos «juegos de RPG», argumentando que el jugador podía crearse el personaje y ponerle características. Igualito que un juego de rol de esos a los que juegan los frikis, oigan… Olvidándose que la gracia del juego de rol es la de interactuar con los otros jugadores, ponerse de acuerdo, y sobre todo imaginar. Alguno me dirá que los MMORPG (massively multiplayer online role-playing game, videojuegos de rol multijugador masivos en línea) como el famoso World of Warcraft sí que permiten interacción entre jugadores… Y les contestaré que naranjas. Permiten coordinarse a la hora de masacrar a un enemigo común. Y punto. Lo de rolear (interpretar) el personaje, y sobre todo, IMAGINAR la situación se van a hacer puñetas. O a freír espárragos. U otro epíteto más grueso, si lo prefieren.
Por eso entenderán ustedes que me fastidia bastante cuando me confunden los juegos de rol de mesa con los juegos de rol por ordenador. Pero claro, luego pienso que quizá gracias al primero de todos ellos un científico loco no desarrolló el virus mortal de la zombificación, pues se entretuvo pasando las horas explorando una caverna virtual… Y se me pasa un poco el enfado.
Que es de bien nacido, esto de ser agradecido.
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