La entrevista, como el propio periodismo, no vive uno de sus mejores momentos. La conversación pausada, la escucha atenta, el intercambio de pareceres, no se ajustan a estos tiempos vertiginosos donde prima el vocerío, lo último, lo urgente. Borja Hermoso es un superviviente frente a la dictadura del periodismo del clickbait. Así lo demuestra con sus entrevistas en El País, de las que Siruela recoge ahora una selección en el volumen La conversación infinita: Encuentros con la escritura y el pensamiento.
Los 28 personajes aquí presentes tienen algo que decir. Sobre los males de la sociedad actual, sobre la espiritualidad, sobre la escritura como terapia, sobre los avances científicos y tecnológicos. En una conversación infinita, aquí se reúnen novelistas, poetas, dramaturgos, filósofos, diseñadores, supervivientes del Holocausato, del terrorismo islámico o de la Mafia. Entre todos van dando forma a lo que el autor llama una “selva de las ideas” sobre las grandes cuestiones que apremian al ser humano.
No se trata de entrevistas de urgencia al hilo de la actualidad, lo que no quiere decir que no sean actuales, pero no de esa actualidad rabiosa, inminente, que hoy nos desborda, sino de una actualidad latente que mantiene el interés a lo largo del tiempo. Igual da que algunos entrevistados estén ya muertos (Alberto Corazón, Javier Marías o Juan Marsé), porque sus palabras siguen teniendo la misma vigencia que cuando las pronunciaron.
Eso precisamente es lo que hace que las entrevistas tengan vida más allá de cuando se publicaron, que un libro de entrevistas tenga interés. Quedó patente hace tres años cuando la publicación por Acantilado de una antología de cien entrevistas (1953-2012) publicadas por la revista The Paris Review se convirtió en un acontecimiento editorial. Se las calificó de “textos ensayísticos con forma de diálogo”. Fue la confirmación no sólo de que la entrevista, además de un género periodístico, es un género literario, sino también de que las conversaciones en profundidad publicadas en diarios y revistas siguen manteniendo el interés del lector más allá del momento en que fueron publicadas.
Fenómenos parecidos ocurrieron con otros libros de conversaciones, hoy clásicos del periodismo. Ejemplos paradigmáticos como Entrevista con la Historia (desgraciadamente sólo disponible en el mercado de segunda mano), de Oriana Fallaci, y El arte de la entrevista: 40 años de preguntas y respuestas (Debate, 2019), de Rosa Montero. Cabe mencionar también el mucho más reciente El arte de la entrevista, de David Bowie a Adam Zagajewski (Turner, 2022), de Alfonso Armada.
En la mayoría de las conversaciones, Borja Hermoso utiliza el método de pregunta y respuesta, fórmula que, por cierto, tanto éxito le proporcionó a Paris Review. Sus preguntas son breves, casi telegráficas, lo que no le impide interrumpir al entrevistado cuando se va por las ramas, acotar sus respuestas o aclararlas cuando quedan confusas. El resultado es lo que en el argot periodístico se llaman entrevistas muy picadas.
Hay unos pocos casos en que el texto exige un formato diferente. Cuando la entrevista es a la vez una historia pide el recurso al entrecomillado. El tipo de relato que tanto le costó a Rosa Montero que le admitieran los editores de El País, encorsetados por muy rígidas normas de estilo. Hermoso lo utiliza, no por casualidad, con dos supervivientes del terror: Roberto Saviano —condenado a muerte por la Camorra— y Philippe Lançon —malherido en el ataque yijadista contra Charlie Hebdo—. En ambos casos la narración de los hechos era indisociable de las palabras de los entrevistados.
En el prólogo de La conversación infinita, el añorado Nuccio Ordine plantea uno de los grandes debates en torno al género: hasta qué punto debe estar presente el entrevistador. “Al recorrer estas páginas no sólo descubrimos el pensamiento de los entrevistados, sino que el juego de preguntas y respuestas nos ofrece también un «retrato» fragmentario del entrevistador mismo —escribe el autor de Los hombres no son islas—. En efecto, el lector atento puede encontrar en las conversaciones las pequeñas piezas que, encajadas unas con otras como en un puzle, hacen surgir el perfil de Borja Hermoso, su vivaz curiositas, su vasta cultura, su capacidad para conjugar actualidad y pensamiento, saber y vida civil”.
No está de acuerdo con esta afirmación Borja Hermoso. “El prólogo me pareció maravilloso y me emocionó, pero discrepé —según declaró aquí a Jesús Fernández Úbeda—: creo que lo fundamental es que no estés en la entrevista. Lo que pasa es que es imposible que tú no estés. Siempre hay una intención. Y cuando hay una intención, estás ahí. (…) Un entrevistador nunca debe hacer de entrevistado. Ponerte tú en primer lugar. Es imposible no estar, por la intencionalidad de las preguntas, por el tono que quieres dar a la entrevista: a veces buscas un tono y consigues otro. Pero ponerte tú como objeto de la noticia… mal. Y si en alguna ha pasado, mal. Horroroso. He conocido a entrevistadores de esos y me repatean. Mal, mal”.
Hermoso, discreto por naturaleza, pasa desapercibido para quien no lo conozca. Apenas sabemos que está ahí. Sus preguntas son escuetas, un diminuto anzuelo, a veces una sola palabra, suficiente para que el entrevistado pique y se suelte a hablar. A ese respecto Rosa Montero, refiriéndose a su propio trabajo, lo ha explicado de forma meridiana: “La entrevista me refleja a mí, en un segundo plano, como una sombra en un espejo empañado”.
De la entrevista se ha dicho que es “un cara a cara”, “un cuerpo a cuerpo” y hasta “un codo con codo”. Las conversaciones de Borja Hermoso tienen algo de ese “codo con codo” de las entrevistas del Paris Review, ese espíritu colaborativo de quien pregunta y quien responde, ese facilitar al entrevistado que se abra, nos revele quién es y cómo hace lo que hace. “En buena medida son autorretratos”, como las definía Philip Gourevitch, ex editor del magazine.
O por utilizar las palabras de Nuccio Ordine, “cada entrevista corresponde a un retrato que en el transcurso de la conversación va constituyéndose en un autorretrato, pintado con palabras del mismo entrevistado”. Algo de verdad hay en la broma de Eugenio d’Ors: “Una entrevista es como un jarro bajo una fuente que llena uno y cobra otro”. Aquí la fuente se va moviendo y Borja Hermoso va colocando el jarro allá por donde brota el agua cada vez, para que no se pierda ni una gota.
De forma muy significativa, en la portada del libro no aparece la palabra entrevista. Sin embargo, se recurre a otros dos términos para definir los textos recogidos: Conversación y encuentro. Esos dos términos dan una idea mucho más precisa del trabajo del periodista, trascienden la mera entrevista al hilo de la actualidad o la declaración improvisada. Y nos acercan al objetivo del autor: “La transmisión de conceptos e ideas y, sobre todo, algo que llamaría algo así como una dimensión expresionista: la de poder expresar a veces, no solo desde lo empírico y lo tangible, sino también desde la mancha informe y lo no evidente —incluso lo no dicho, a menudo tan relevante como lo dicho—, las mayores verdades… y también las mayores mentiras”.
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Autor: Borja Hermoso. Título: La conversación infinita. Editorial: Siruela. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Seguramente interesante. Habrá que leerlo.
Por mi parte veo la entrevista como un arte, arte por las dos partes y muy dificil en ella es conseguir la perfección.
Creo que se deben dar, fundamentalmente, tres requisitos imprescindibles para una buena entrevista: que el entrevistador sea inteligente, que el entrevistado también lo sea y que haya compenetración entre ambos. También es cierto que, para apreciar en su justo valor una entrevista, el espectador o el lector también tiene que ser inteligente. A veces, los silencios y las pausas dicen mucho…
Si no se cumple alguno de los dos primeros, la conversación será vacua y sin sentido ni relevancia. Muchas entrevistas actuales son así, no transmiten nada. Si no hay compenetración, no habrá hilación ni lógica y tampoco será relevante.
Hay entrevistadores profesionales que buscan el espectáculo, eligiendo entrevistados de «choque» que atraigan audiencia y que nunca terminan diciendo nada. Esos, son incapaces de entrevistar a filósofos, científicos o intelectuales de los de verdad. Espectáculo. Audiencia. Inteligencia, ninguna. Un entrevistado inteligente con un entrevistador mediocre enseguida, en este segundo, son descubiertas sus carencias.