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Cuando las mujeres excepcionales eran una excepción

Cuando las mujeres excepcionales eran una excepción

Una biografía distinta y audaz de una hija, sobrina, hermana, esposa y madre de emperadores en la Roma que estaba inventándolo casi todo

Perdón por el trabalenguas del titular, es necesario pedirlo desde el mismo inicio de esta reseña. Pero no me resisto a dejar constancia de tal reflexión, porque es esa y no otra la que suscita la lectura de Agripina, la primera emperatriz de Roma, escrita por la joven y erudita historiadora británica Emma Southon y publicada en español por Pasado & Presente.

Permítaseme desglosar la osadía: a lo largo de la Historia, cuando un hombre consigue proezas extraordinarias, se le llama «hombre extraordinario»; cuando quien las consigue es mujer, se la califica de «mujer excepcional». ¿La diferencia? Obvia: no es lo mismo salirse de la normalidad que de la norma. ¿La realidad? Que hoy ya sabemos todos que las mujeres grandes y valiosas no son excepcionales, porque no son una excepción. Más bien son, como los hombres grandes y valiosos, extraordinarias.

Diferencia sutil, pero merece una consideración pausada.

En la Roma contada por Tácito, Juvenal, Suetonio o Plinio, y en una época en la que “las mujeres no existen en los relatos políticos a no ser que nos permitan decir algo sobre los hombres a los que representan”, en aquella época y en aquella Roma las mujeres diferentes eran excepcionales. Y esto no siempre (más bien, casi nunca) era un elogio.

"La médula de su biografía es que la vida de la mujer que la protagoniza excedió a la de los hombres con los que estuvo relacionada"

La autora describe a Agripina a la perfección en el primer párrafo del libro: “Esta es la historia de una mujer extraordinaria. Extraordinaria porque vio los límites que el mundo le imponía a causa de su sexo y decidió, sin más, que esos límites no iban con ella. Vio con claridad aquellos ámbitos en que las mujeres no podían entrar, los tomó al asalto de todos modos y, como resultado, fue asesinada”. Y recupera en las últimas palabras del libro la descripción de su excepcionalidad: fue “la primera emperatriz de Roma”. Esa sí que era una excepción.

La forma en que Southon desgrana su historia es peculiar: amena, repleta de sornas doctas pero reformuladas en versión siglo XXI y haciendo referencias a mundos actuales que hagan comprensible para el lector de este milenio aquel otro en el que se estaba inventando casi todo.

“Germánico era como los Beatles”, dice de la popularidad y del carisma del padre de Agripina, y no me cuesta imaginar a la autora, después de una frase así, satisfecha como si acabase de pontificar sobre la mayor obviedad de la Historia universal.

Ni tampoco cuando aclara sobre Tarquinio el Soberbio (año 509 antes de Cristo): “Si vas a ser un rey malvado, qué mejor que tener un nombre malvado”.

O sobre Sejano, el prefecto del pretorio de Tiberio, “cuyo mayor placer en la vida era esparcir mierda allí por donde pasaba”. O del déspota y psicópata emperador hijo de Agripina cuando, tras una discusión de adolescente con su madre, “casi podemos (…) oír a Nerón gritar ‘¡te odio!’ y dando un portazo”; “es por estas razones por las que no se da a los adolescentes el poder de decidir sobre la vida y la muerte de todo un continente: son muy impulsivos”.

Gracias a estos y a decenas de comentarios similares, todo el mundo, del primero al último lector, la entiende (algo que no todos los historiadores consiguen, confesémoslo los legos).

Hasta el nombre del podcast que presenta, History Is Sexy, dice mucho (y bien) de su estilo, audaz pero de innegable autoridad. También en este libro hace honor al desenfado.

"Agripina no se resignó a la reducción de los historiadores, de modo que decidió escribirse a sí misma"

Con todo, la médula de su biografía es que la vida de la mujer que la protagoniza excedió a la de los hombres con los que estuvo relacionada, que no fueron pocos: bisnieta de Augusto y de Marco Antonio, nieta de Tiberio, hija del conquistador Germánico, hermana (posiblemente incestuosa) de Calígula, esposa y viuda (entre otros) de Claudio y madre del temible Nerón. No fueron ellos los que la hicieron mujer excepcional, sino cómo ella decidió separar su historia de la de los que la precedieron, acompañaron y sucedieron.

Quienes escribieron sobre Agripina trataron de ocultar sus luces (fue una brillante consejera y una estratega política de altura) y aumentar y deformar sus sombras, para esconderla después bajo las de otros. Y para ello, nada mejor que resaltar sus muchas vilezas, casi todas ciertas: intrigas, asesinatos, sexo manipulador, usurpación, ambición, saqueos, contubernios, muerte. Todas, reunidas en una mujer de la estirpe julia-claudia romana, se llamaban “típicas reacciones femeninas” (“porque no hay nada peor que calificar algo como femenino”, puntualiza Emma Southon).

En un hombre de la misma casta se llamaba simplemente «poder». Pero Agripina, que lo sabía, no se resignó a la reducción de los historiadores, de modo que decidió escribirse a sí misma. Lo relata la autora cuando desmenuza la última época de relativa bonanza en la relación con su hijo Nerón. Según su teoría:

“En el mundo actual, donde parece que todo el mundo tiene un pringado que le escribe su autobiografía a los 24 años, no parece gran cosa, pero en la Antigüedad era algo muy diferente. Una mujer romana que escribiera sus memorias era una mujer que afirmaba que su vida y sus acciones eran algo que valía la pena recordar, y eso era un grandísimo bofetón a las élites romanas”.

No en vano era excepcional.

Y, como la excepcionalidad de Agripina era solo suya, solo ella tenía el derecho de narrarla, así que lo hizo en un commentarium. “Los commentarii eran un género literario sobre guerra y política y sobre los hechos de hombres excepcionales”, explica la historiadora. “Y ahora resulta que Agripina escribe un commentarium; no se trataba de unas memorias del tipo ‘meditaciones sobre mi vida’, era un acto profundamente político. Al redactar y publicar sus memorias, Agripina estaba diciendo al mundo que era tan importante como cualquier hombre”.

Una vez escritas, no le sirvieron para sobrevivir al odio filial, aunque sí para explicar un final a la altura de su principio y de su vida entera.

"Sabiendo Agripina que los tres asesinos que habían irrumpido en sus aposentos iban a acabar con su vida por encargo de su propio hijo, la emperatriz mantuvo la sangre fría y la valentía en la mirada"

Al igual que decidió su existencia (y la de miles más), también Agripina fue autónoma en su muerte. Emma Southon relata una leyenda, probablemente real si se tiene en cuenta el temperamento supersticioso de los romanos, según la cual la emperatriz consultó con unos astrólogos cuando nació su único hijo, Nerón, y estos predijeron que llegaría a ser emperador, pero que asesinaría a su madre. Ella, coherente consigo misma, al parecer contestó: “Que la mate, con tal de que reine”.

Y así fue. El libro de Southon concluye con una excelente descripción de la muerte de la protagonista, ordenada por el tirano imberbe, sanguinario y matricida que fue Nerón.

Sabiendo Agripina que los tres asesinos que habían irrumpido en sus aposentos iban a acabar con su vida por encargo de su propio hijo, la emperatriz mantuvo la sangre fría y la valentía en la mirada: “Ella nunca se había comportado con cobardía y jamás suplicaría por su vida”, relata Southon. Tras varios golpes, “herida y agotada”, “se desgarró el vestido para mostrar su vientre”, el lugar donde su verdugo se había gestado durante nueve meses, y, “madre de Nerón hasta el final”, “señalando su regazo, dijo: ‘Hiéreme aquí’. Obarito obedeció y las otras espadas le siguieron”.

"Fue distinta y grande. No mejor ni peor que los hombres de su momento, sino solo mayor que muchos de ellos"

Julia Agripina, la única mujer laureada Augusta, la que acumuló y ejerció más poder de cuantas vivieron en el centro del universo entonces conocido, “murió por la espada de un centurión al amanecer del 20 de marzo del [año] 59. Tenía 43 años”.

Después pasó a la historia como sus cronistas quisieron que pasara (con Tácito a la cabeza, quien, según la autora, se arroga el inmerecido derecho de interpretar la mente y los pensamientos de una mujer de la que ni siquiera fue coetáneo): ennegrecida y empequeñecida.

Pero el libro de Emma Southon la devuelve a su lugar. Fue distinta y grande. No mejor ni peor que los hombres de su momento, sino solo mayor que muchos de ellos. Enorme e inabarcable.

Sin duda, una mujer excepcional cuando ser mujer extraordinaria era la excepción.

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Autora: Emma Southon. Título: Agripina, la primera emperatriz de Roma. Editorial: Pasado & Presente. Venta: Amazon y Fnac

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