La historia empieza de manera profética en el año 1995. Cinco chicos de unos trece años encuentran casualmente un cráneo mientras juegan en la orilla del río Panaro a su paso por Módena. La misma cara de pasmo, curiosidad e incomprensión de los niños que interrumpen su lucha de espadas bajo el puente de Brooklyn cuando se dan de bruces con los cadáveres acribillados a balazos de Johnny Roastbeef y su mujer en el mismo Cadillac rosa que les cuesta la vida en Uno de los nuestros con “Layla” de fondo (no la parte del riff de Duane Allman, sino la del piano de Jim Gordon); la misma observación incrédula y distante del niño que se encuentra con el cuerpo de Rug Daniels en el callejón trasero del club Shenandoah de Muerte entre las flores y que se acaba quedando con el peluquín como trofeo. Los niños, que actúan con diligencia, llevan el cráneo a la policía italiana, cuyos forenses determinan que perteneció a un adolescente o una mujer, a juzgar por el tamaño, y que la muerte se produjo en una fecha no anterior a quince años desde el hallazgo, dado el avanzado estado de descomposición. Se archiva.
Cuando se desplaza a la zona para hacer lo que hacen los periodistas, entrevistar a los protagonistas y a sus vecinos, visitar los escenarios de la trama, acceder a documentos oficiales, inmediatamente descubre que el caso de los Covezzi no es aislado. En otro pueblo a quince minutos en coche, Mirandola, familias conectadas con los Covezzi han corrido la misma suerte en idénticas circunstancias. En la Bassa Padana de Franco Battiato la gente anciana, que ya no baila viejos valses vieneses en verbenas de verano, se encierra en sus casas detrás de ventanas selladas y guarda silencio mientras un buen número de familias situadas un escalón por debajo del lumpen someten a sus hijos a las más aberrantes vejaciones y torturas a la vista de toda una comarca.
La conexión entre las familias son los testimonios de los vástagos, que se abren en confesión ante la destreza de Valeria Donati, una inexperta psicóloga infantil que consigue vencer las lógicas barreras de miedo y vergüenza de los niños dañados. Estas confesiones son diligentemente corroboradas por el diagnóstico inequívoco de Cristina Maggioni, la ginecóloga forense, cuyos informes confirman los abusos. Pero no todo acaba en las familias depravadas. Los métodos de Donati, su innata capacidad de obtener la verdad encerrada en la psique de los niños, llevan a la policía a dar con los cómplices de las familias satánicas en la trama. Profesoras de los niños o párrocos de la zona completan un elenco de degenerados que, concentrados en una zona muy concreta de Italia, habían perpetrado la más repugnante de las conspiraciones.
A medida que Pablo se adentra en este infierno repasa su comportamiento a la luz de lo que va descubriendo. Primero como padre de dos niñas: ¿He sido descuidado al salir de la ducha sin la toalla o con las puertas abiertas? ¿Me he excedido al bañarlas o al hacerles cosquillas en su cama antes de darles las buenas noches? La espontánea y despreocupada ingenuidad ante la perversión. Y después como periodista: ¿Debo dar por buena la versión de psicólogas y forenses? ¿Acaso no es mi trabajo desconfiar? ¿Cómo es posible que Módena haya sido la capital mundial de la pederastia y que ninguno de sus vecinos nunca haya denunciado o, tan siquiera, visto nada?
A finales de los 60 y principios de los 70 dos editores de Esquire, Harold Hayes y Clay Felker, que después fundaría New York Magazine, impulsaron un nuevo estilo de periodismo de largo recorrido que, basado en historias de no ficción, sin límite de caracteres y escrito con maestría literaria, llevara al lector al borde de su asiento. Historias de perdedores (Joan Didion), de gente común (Jimmy Breslin), de delincuentes organizados (Hunter Thompson), de pecadores (Mailer) o de izquierda caviar (Tom Wolfe) que llenaban números enteros de las principales revistas de Estados Unidos y que luego se completaban para publicar algunos de los mejores libros del siglo. Una verdadera edad de oro del periodismo. En los últimos años hemos visto cómo algunos periodistas se han jugado su carrera y su sustento para recuperar aquel espíritu e invertir varios años de su vida en investigar historias archivadas y olvidadas. Radden Keefe puso al descubierto la historia de los Troubles irlandeses a través de la viuda Jean McConville y las hermanas Price en No digas nada (Reservoir Books) y denunció a la todopoderosa familia Sackler, la comercialización de opiáceos y la industria farmacéutica americana en general en El imperio del dolor (Reservoir Books). David Grann destapó un verdadero genocidio en la reserva india de Estados Unidos en Los asesinos de la luna de las flores (Random House), que Scorsese ha llevado a la gran pantalla. Nicola Laioia descubrió la banalidad del mal oculta entre la gente corriente de la decadente Roma en La ciudad de los vivos (Random House). Ahora Pablo Trincia nos sumerge en lo que parece el infierno en la Tierra a través de los testimonios de unos niños dañados y la investigación que de ellos se deduce (familias, reputaciones y vidas destruidas mediante) en esta superlativa Veneno (Ariel). Una historia tozuda que provoca estupor, incredulidad, duda, indignación y, al final, llanto. Me gusta pensar que estos éxitos van ayudar a recuperar para mi generación el mejor estilo del Nuevo periodismo cuyo principal exponente (¿porque lo dice quién?: yo) es Gay Talese.
*** “When Doves Cry” (Cuando las palomas lloran) es una canción de Prince incluida en su primer álbum, Purple Rain
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Autor: Pablo Trincia. Título: Veneno. Editorial: Ariel. Venta: Todostuslibros
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