En el Foro de la Universidad Autónoma Metropolitana, organizado en la FIL de Guadalajara, se presentó el libro Mexica: 20 años, 20 historias, obra bilingüe (inglés y español) creada a través un sistema de cómputo que sus programadores no tienen empacho en llamar “inteligencia artificial”. Encabezaron la presentación los profesores e investigadores Vicente Castellanos Cerda y Rafael Pérez y Pérez, presidente de la Asociación para la Creatividad Computacional (Association for Computational Creativity) y creador de Mexica, el programa de cómputo que ha escrito el disparate, catalogado como el primer libro en español realizado por una computadora (aunque ya en 1967 una máquina creó un libro de poemas). Luego de leer dos cuentos y casi dejar dormido al respetable, expuso que lleva más de 20 años trabajando en la creación de este sistema empleado para generar lo que definió como “una creatividad computacional”. “¿Qué hace diferente a este libro?”, se preguntó. “Pues se trata del primer libro bilingüe, con historias en dos idiomas creadas por Mexica”, dijo. Ah, bostezó alguien entre el público. Luego reseñó que Mexica “genera narrativas, y lo mejor es que tiene la capacidad de evaluar sus propias historias”, aunque ese rigor no le haya provocado el más mínimo rubor ante la dudosa calidad de su prosa, y de hecho ha tenido la soberbia de presentarse en universidades, librerías y galerías de Estados Unidos y por supuesto en la Universidad Autónoma Metropolitana, en la Feria del Libro de León, Guanajuato, y ahora en la FIL de Guadalajara. Según el programador, la forma para aproximarnos a Mexica es saber que tiene un estilo propio, genera crónicas minimalistas y el lector debe intuir la información faltante, aunque reconoce que “tiene un formato rígido que puede producir sensación de monotonía, por lo que es importante tener concentración para tener una experiencia fuera de lo convencional, diferente”. El informático dice que el sistema computacional con ínfulas de literato funciona a través de un modelo cognitivo que simula que es un escritor, y redacta y logra trabajar una serie de algoritmos o filtros computacionales para crear las historias. “A muchos les provoca miedo la inteligencia artificial, sobre todo cuando las máquinas empiezan a abordar los campos de la condición humana”. Admito que las máquinas nos hacen y podrán hacernos cada vez más feliz la vida; no obstante, me pregunto, ¿para qué queremos leer libros escritos por robots, cuando hay tantísima buena literatura creada por seres humanos? Más robocooks y menos robowriters.
Ya otros presidentes mexicanos han recurrido a la gran poetisa de Nepantla para redimir sus culpas en materia cultural. Recuerdo al perruno defensor del peso José López Portillo, quien hizo de la culta monja su emblema en la materia y le dedicó gran atención. Otros han preferido enmarcarla en billetes de 1000 (1985) y 200 pesos (2000). Ahora ha sido Enrique Peña Nieto quien en su último suspiro presidencial ha expedido el Decreto por el que se declara “mujer ilustre” a sor Juana Inés de la Cruz, y se instruye llevar a cabo una serie de homenajes póstumos. En el Decreto se destacan las aportaciones de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana (1651-1695) en los campos de las ciencias, las artes y la cultura nacional y se pide a la Secretaría de Gobernación que lleve a cabo homenajes y obras necesarias para conmemorar a la autora de Primero sueño en la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón Civil de Dolores, y se difunda su vida y obra. Creo que a sor Juana, una autora archiconocida por todos los mexicanos, le hubiera parecido mejor que todos esos dineros que se van a emplear en su enésimo homenaje se destinaran a apoyar proyectos culturales en las regiones aledañas a su tierra natal, olvidadas de la mano de dios y de los presidentes de turno, y que son en la actualidad un paisaje yermo devorado por la pobreza. Ah, hombres necios.
ADIÓS, LENGUAJE POPULAR, ADIÓS ALBURES
Me lo decía un viejo amigo en una cantina mexicana: “Ya ves, carnalito, ahora resulta que ya no podemos ni alburear a la gente. Se acabó eso deNo sacudan tanto el chile, que se riega la semilla,Tú me la Pérez Prado con canciones de Agustín Lara,Atrás se pide pero por delante se despachaoA la larga te acostumbras. Decirlo te va a costar caro, mi buen, porque la gente está muy susceptible”. El tema de la plática era que a un escritor de reconocida altura literaria le reprocharon una expresión (“se la metimos doblada”) cuando empezaba a no sentir lo duro, sino lo tupido de las zancadillas, porque a un sector de la intelectualidad mexicana no le gusta que se vaya a hacer cargo de una institución cultural que durante sexenios ha sido prácticamente olvidada por el poder y se ha convertido en una especie de centro vacacional o premio de consolación a quienes dirigen sus despachos manejando libros y ediciones a costa del erario público. Mi viejo amigo recordaba la época en que el albur llegó a ser adorado en los ámbitos literarios, académicos, políticos y periodísticos, y que hubo un día en que incluso el albur y el lenguaje popular fue llevado a los diccionarios (el de la Academia Mexicana de la Lengua, por ejemplo,) por don Armando Jiménez. Ya Octavio Paz había escrito sobre ello, cuando enEl laberinto de la soledadapuntó que el juego de los albures —“esto es, el combate verbal hecho de alusiones obscenas y de doble sentido, que tanto se practica en la ciudad de México”— transparenta una ambigua concepción, donde “cada uno de los interlocutores, a través de trampas verbales y de ingeniosas combinaciones lingüísticas, procura anonadar a su adversario; el vencido es el que no puede contestar, el que se traga las palabras de su enemigo. Y esas palabras están teñidas de alusiones sexualmente agresivas: el perdidoso (sic) es poseído, violado, por el otro. Sobre él caen las burlas y escarnios de los espectadores”. Así que decir que a alguien “se la metieron doblada” en un país como México solo puede llamar a escándalo a los fundamentalistas de la corrección política o a todos aquellos que, como en los ya momificados tiempos de don Porfirio, se asustan con una exclamación popular que, con toda seguridad, hace mucho no escuchan porque no se codean con la ciudadanía dicharachera. Es cierto que el lenguaje popular y las groserías no deben emplearse ni en los discursos institucionales ni en las cartas y documentos que se escriben de forma protocolaria y oficial ni en las clases escolares, ni mucho menos ante las abuelitas, que te pueden dar un sopapo por lépero, pero como dice mi amigo, no manchen cuando comen mole, porque las declaraciones del susodicho escritor se vertieron de manera informal al hilo de un intercambio de comentarios tras la presentación de dos libros suyos en la FIL de Guadalajara ante un auditorio que comprendió perfectamente la frase e incluso la vitoreó y aplaudió, y claro, como el autor estaba harto de tanta puya y tejemaneje en su contra (sus detractores llegaron a poner sobre la mesa su nacimiento español como argumento leguleyo para que no se hiciera cargo de la institución, cuando se trata de un mero accidente, pues es más mexicano que el tequila), ya digo, el escritor se vino arriba y soltó la frase de marras. Tras el revuelo causado y los gestos de dolor de sus adversarios que de inmediato conjuraron al cielo y sus apóstoles por sentirse so-metidos, el escritor ha preferido disculparse en un gesto de deportividad para que no escueza tanto la derrota verbal y la falta de argumentos que no van más allá de lo lingüístico, circunstancial y políticamente correcto en una tierra donde precisamente la política lo ha arrasado todo durante décadas. Pero mi amigo dice que igual se hubieran alarmado si les dicen que “no es lo mismo chiles en el monte que montes en el chile”. Órale, güey.
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