¡Una máquina del tiempo, mi reino por una máquina del tiempo!, he gritado, he suspirado en miles de ocasiones. Si a este deseo se le une mi pasión por la Roma antigua y, a más señas, por la Roma republicana, solo era necesario el paso del tiempo y, es cierto, algo de constancia y locura para alumbrar mi segunda novela, El primer senador de Roma. Aun así, no sabría decir en qué momento nace esta historia. Me recuerdo en un viaje en autobús a Italia, con mi familia, yo con apenas once años, sermoneando ya acerca de los romanos gracias a que me había tragado dos hermosos volúmenes titulados Roma: El mundo romano, dirigidos por Golo Mann-Alfred Heuss. Ahí es nada. Habría que verme y oírme, o mejor no, pero conservo la emoción de haber visto con mis propios ojos el lago Trasimeno, de infausto recuerdo para las legiones romanas que intentaban frenar el avance de Aníbal.
Pero esto va de viajes. Tengo que decir que fue en otro viaje en coche, entre Pamplona y Mérida, donde, ya con treinta y cinco años, espontáneamente me dije: “Voy a escribir, voy a intentar contar todo lo que he leído y que los demás disfruten con aquello que guardo en mi cabeza. ¿Por qué no? Vamos allá”. Mi mujer me miró como si hubiese perdido el juicio, especialmente porque no eran pocas las horas que le dedicaba al ejercicio de la abogacía (y siguen siendo muchas), pero el veneno de escribir ya estaba en mi cuerpo. En realidad, el veneno de viajar al pasado y ver con mis propios ojos las calles, templos, basílicas, etc., de Roma. No solo eso: ver pasar ante mí a un Escipión, o a un Claudio, o incluso al mismísimo Catón, porque eso es escribir, para mí: viajar al pasado, y ya he dicho antes que esto va de viajes.
El primer senador de Roma es fruto de todo ello. Nace porque un día me dije que quería pasear por las calles de la Roma del año 152 antes de Cristo, un tiempo en el que Marco Porcio Catón, secundado por un joven Escipión Emiliano (nieto adoptivo de Escipión Africano), decide perseverar como el martillo pilón que fue a lo largo de toda su vida para afirmar cada vez que hablaba en el Senado, viniese a cuenta o no, que en su parecer Cartago no debería existir. Esto nos lo cuenta Plutarco, y con mayor o menor exactitud sobre cómo lo decía realmente, se ha convertido en la famosa alocución que subtitula la novela: Carthago delenda est, “Cartago debe ser destruida”.
Este condimento, junto con el descubrimiento de personajes históricos de primer nivel, como los ya citados o Cornelia Africana (la matrona ejemplar), sus hijos los famosos hermanos Graco, el cartaginés Asdrúbal el Beotarca o los númidas Masinisa y Gulusa, fueron motivos suficientes para que una historia increíble que estaba ahí algo escondida, un tanto acomplejada por la potencia de la segunda guerra púnica, me atrapara para embarcarme en su relato, el relato de cuando Roma, o mejor dicho el Senado, decide borrar del mapa a su antiguo y más temido enemigo, y de una forma un tanto artera, todo hay que decirlo. Porque El primer senador de Roma no solo es la historia en primera persona de los Catón, Emiliano, Cornelia, etc., sino la historia de la realpolitik del Senado de Roma y de las luchas e intereses entre facciones y familias senatoriales, todas ellas abocadas a una ambición galopante, a una huida hacia adelante para conseguir honores y dignidades sin parar, ya fuese el consulado, la censura, una embajada o una guerra, cualquier cosa que les hiciera más grandes, a ellos y a los suyos.
Viajar es apasionante, y yo lo he hecho con esta novela. Pero he necesitado una buena guía de viajes, una que me hablara de los personajes, de las calles y templos, de sus fiestas, de sus costumbres, de sus batallas y de sus ciudades. Esa guía es la documentación. Sin ella no habría creatividad ni nada que novelar.
Espero que disfruten de la novela y que viajen con ella a la Roma del año 152 antes de Cristo. Merece la pena.
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Autor: Juan Torres Zalba. Título: El primer senador de Roma. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todostuslibros.
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