¿Puede deformar la realidad el léxico? ¿Puede la sintaxis transformar una idea? ¿Tiene importancia la semántica en la percepción del mundo? Como quiera que esta tribuna semanal empieza con una anécdota cultural, demostraré que la respuesta a todas estas preguntas es “sí” de la mano del hombre que con mayor pericia supo desfigurar un relato con la palabra: don Ramón María del Valle-Inclán. Para ilustrarlo, valga un ejemplo práctico. Si yo a usted, lector perspicaz, le digo que en 1868 el clero y la aristocracia intentó poner fin a la revolución liberal de La Gloriosa, usted se hace una idea del periodo histórico al que me refiero. Pero si Valle-Inclán dice, con su talento extraordinario, que «en este año subversivo de 1868, los lucios personajes del credo moderado y la aristocracia camarillera intrigaban con el sesudo acuerdo de quebrantar la hidra del liberalismo que conduce fatalmente al caos de las Revoluciones», usted se hará una idea distinta gracias a la sucesión de adjetivos afilados y enrevesada sintaxis.
Por tanto, sí, el lenguaje cambia la realidad. El último ejemplo lo hemos vivido en la política patria. PSOE y Podemos andan a la gresca para afrontar la comunicación del pacto de reforma laboral que persiguen. La contienda se produce por el uso del verbo «derogar». Para unos, incluir este verbo es necesario. Para otros, es una tropelía jurídica. Es el mismo texto, el mismo acuerdo, pero el verbo «derogar» no produce el mismo efecto en el electorado de unos que en el de los otros. Al socaire de las palabras se ganan elecciones. Que se lo digan a Díaz Ayuso, quien encontró en el término «libertad» un filón electoral en tiempos de yugo, o a Iván Redondo con las piezas de ajedrez en el bolsillo diseñando el discurso sanchista en el pasado.
Tal es la importancia del relato que hoy la política no la llevan, como antaño, a golpe de storytelling sino de storydoing. Es decir, la historia se construye a través de la palabra, no de los hechos. Pienso en Camilo José Cela, quien por cierto dio una lección gramatical en el Senado el día que alguien le echó en cara que se había quedado dormido: no es lo mismo estar durmiendo que dormido, como no es lo mismo estar jodido que jodiendo. Toma morfemas derivativos. Pero decía que pienso en Cela cuando afirmó que existen tres historias: la suya, la mía y la real. En este mundo de imagen y carcasa, los mandamases han detectado este gusto de la ciudadanía por lo etéreo de la apariencia, y moldean el lenguaje como Valle-Inclán en su esperpento. Lo importante no es si la reforma de Rajoy se deroga o no, sino que el electorado sienta que se ha derogado, aunque no fuese así. Ídem con la libertad del ayusismo, que no era tanto falta de subordinación cuanto cambio de subordinación. Me pregunto si habrá ciudadanos que escarben en la realidad semántica de las palabras, o si seguiremos viviendo, como diría Valle, en este mundo de espejos cóncavos.
Si usted escarba y es ciudadano, algunos también escarbamos y diseccionamos el relato, ese invento de la posverdad para reconvertir las mentiras. Pero ya sabe usted, no es lo mismo estar escarbando que estar escarbados…