Apenas se habla de que el confinamiento ha traído con él, en algunos casos, la separación de la carne amada. La pandemia nos ha arrojado al interior de nuestras casas; ha cerrado las puertas detrás de la familia, o de la soledad, levantando un glacis temporal que ha obligado a muchos amantes a no poder tocarse, condenados en vida al Infierno de Dante.
Fingimos que eso ahora no es importante porque la muerte ronda las calles, como en un cuadro de Brueghel, y nos sentamos a intentar distraernos para no reconocer frente a nosotros mismos que amar es tan necesario como respirar; que sin avisar y apenas sin tiempo para la despedida, este virus también ha arrancado de la propia piel la piel del otro sin fecha de retorno. En estas semanas de confinamiento, muchos creadores, desde su encierro, construyen diarios del horror, de la epidemia; del fracaso, de la guerra. Crónicas de la extinción que se acercan mucho a la verdad y que, por tanto, son necesarias. Y precisamente de eso se trata, de la necesidad de contar.
Escribir y leer en estos días está siendo un refugio y un consuelo, pero sobre todo un acto de libertad. En Zenda siempre hemos defendido la libertad creadora por encima de cualquier cosa, y por eso queremos seguir fieles a ese principio. En mitad de esta peste que, como otras veces, de nuevo asola el mundo, les invitamos a caminar hasta las afueras de la ciudad para sentarnos sobre la hierba, abiertos los sentidos al placer que contienen nuestros cuerpos, que todavía nos pertenecen porque aún no es tiempo de entregarlos a la Parca. Y allí pensar, con los ojos cerrados bajo el sol en los libros leídos, y el deseo derramado y la amistad y en las pieles amadas y su recuerdo, cercano o distante. Y en el momento de abrir los ojos quizás seamos capaces de ver que Boccaccio nos observa con una pícara sonrisa y comprender así que, en estos días de muerte, también se puede hablar de la carne viva. Y entonces, tal vez, deseemos sentarnos a leer, solos o acompañados, estas Cuarenta sombras de cuarentena.
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Mañana viernes Primera Sombra, por I. Adler
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