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Cuatro canciones para despedir la edad de oro de las series

Cuatro canciones para despedir la edad de oro de las series

Los creadores de las grandes series de televisión lo tienen claro: el primer capítulo debe cumplir varios requisitos indispensables. Los más obvios: debe convencer a los ejecutivos de la cadena que está más que justificado soltar la pasta para una temporada completa y seducir a los espectadores para que esperen con ganas el segundo. También debe avanzar de alguna manera lo que va a ser toda la trama, crear un mundo propio y, sobre todo, insinuar un futuro a menudo ni siquiera imaginado aún por sus autores. Lo explica Brett Martin en su libro Hombres fuera de serie (Ariel) y lo cierto es que las obras más redondas escritas para la televisión no pasan por alto todos estos requerimientos desde el minuto uno. ¿Y el capítulo final? Quizá aquí predomine más eso de que cada maestrillo tiene su librillo, y el resultado no suele casi nunca ser del gusto de todos. Sí suele haber un denominador común para la despedida definitiva: se tiende a despachar con una canción de fondo de elección más o menos sorprendente.

Hablaremos aquí de cuatro series de la edad de oro, aclarando antes —con ayuda de la frase hecha— que sí, que no están todas las que son pero sí son todas las que están, y solo cabe batirse en duelo si alguien lo cuestiona. Como dijo Alan Sepinwall al final La revolución fue televisada (Simon and Schuster), esa revolución la protagonizaron, por este orden, Los Soprano, The Wire, Mad Men y Breaking Bad. Todas estadounidenses. Todas dramáticas. Todas protagonizadas por personajes incómodos, por verdaderos anti-héroes. Todas haciendo del espacio un elemento clave: New Jersey, Baltimore, Nueva York, Albuquerque. Todas avalando que esto iba más allá de la calidad, que iba más bien de obligarnos a ver la televisión de otra manera demandando un nivel de atención inédito hasta la fecha. Una exigencia que no era para todos los públicos, claro, pero ya lo dijo David —The Wire— Simon: ¡que le jodan al espectador medio!

Aunque son tan buenas que saber el final no las perjudica ni un poco, supongo que debería dejar avisado desde ya lo de abstenerse los que aún no las han visto porque el terreno está sembrado de los dichosos spoilers.

Don’t Stop Believing (2007)

Parece que David Chase siempre quiso ser el nuevo Scorsese o el nuevo Coppola y que se ha tirado media vida quejándose por no haber podido hacer grandes películas como sus modelos a seguir. Pues se puede el hombre morir tranquilo porque estos ídolos suyos firmarían sin dudarlo un trabajo como Los Soprano (HBO). Una serie impensable sin la interpretación de James Gandolfini como Tony Soprano. Claro que habíamos visto antes a actores de televisión de los que piensas que han nacido para ese papel, pero es que con este ser humano se pasa uno las seis temporadas pensando en eso. Chase nos dejaba encariñarnos con él unos cuantos capítulos para recordarnos de vez en cuando que es un asesino capaz de estrangular a un arrepentido mientras lleva a su hija a visitar universidades. Porque Tony es un tipo carismático, preocupado por sus hijos y vulnerable, y es todas esas cosas tanto como un mafioso peligroso sin escrúpulos.

"La elección responde a que es uno de los temas que a buen seguro le privaban al Tony veinteañero"

El último capítulo no está a la altura de los mejores de la serie. Tiene ese momento impagable en el que el personaje de Paulie, interpretado por Tony Sirico, le confiesa a su jefe Soprano que una vez, estando solo en el club de striptease que regentan, se le apareció la Virgen María. Tiene también un final abierto a la interpretación (¿le habrán matado o no le habrán matado?) y el fundido a negro más célebre de la historia de la televisión. Y tiene el «Don’t Stop Believing» de Journey, un tema de su álbum Escape, del 81. La elección responde a que es uno de los temas que a buen seguro le privaban al Tony veinteañero y es el que selecciona en la gramola mientras espera en un diner a su mujer y sus dos hijos. Cuanto más lo veo mejor me parece ese punto y final. Nunca ver a alguien aparcar un coche resultó más angustioso.

Way Down the Hole (2008)

En el libro monográfico que Errata Naturae le dedicó a The Wire (HBO) el escritor Rodrigo Fresán declaró que esta serie es los Beatles, que los Beatles no habrían podido existir sin Elvis Presley y que Los Soprano es Elvis. Una frase o razonamiento que resume bien la grandeza de ambas ficciones. Seguramente sea ésta la más pretenciosa de las cuatro series. Ahí es nada: firmar la gran novela americana… para la televisión. Es una de polis, sí, pero vamos a hablar también de política, de educación, de periodismo y sus muchas miserias. O como dijo el propio David Simon, “la serie trataría sobre el capitalismo salvaje que va arrasándolo todo, sobre cómo el poder y el dinero se confabulan en una ciudad americana postmoderna y, finalmente, sobre por qué los que vivimos en ciudades relativamente grandes no sabemos resolver nuestros propios problemas ni curar nuestras propias heridas”. En definitiva, lo más parecido a una serie con verdadera vocación de activismo social. Y saben de lo que hablan: cinco temporadas lideradas un ex periodista (Simon) y un ex policía (Ed Burns) haciendo además un hueco en la mesa de guionistas a talentos literarios de la estatura de George Pelecanos, Dennis Lehane y Richard Price.

"Son cuatro minutos y pico de cierre mientras suena la misma canción de los créditos iniciales"

Como en el caso anterior, tampoco el último capítulo puede competir con los mejores de la serie; hay demasiadas subtramas que dejar más o menos resueltas. Nos habría gustado que Omar Little tuviera esos segundos que tienen el resto de personajes, pero hubo que despedir al héroe bandido de esta tragedia griega un par de capítulos antes. Son cuatro minutos y pico de cierre mientras suena la misma canción de los créditos iniciales: el «Way Down the Hole» de Tom Waits sacada de su álbum del 87 Frank’s Wild Years. Cada temporada con una versión distinta; la de la despedida en la garganta góspel de los Blind Boys of Alabama.

I’d Like to Buy the World a Coke (2015)

El mundo de la publicidad como nunca antes nos lo habían contado. Mathew Weiner fue el alumno más listo de David Chase. Como Chase, Weiner se puede jubilar cualquier día con la tranquilidad de haber hecho cumbre en la ficción televisiva con un producto que se codea con las mejores películas de este siglo. De hecho, Mad Men (AMC), visualmente un festín para los nostálgicos de los primeros años sesenta yanquis (una sucesión elegante e infinita de trajes, oficinas, coches, cigarros, dry martinis y resacas) se vendió como la nueva serie “del productor ejecutivo de Los Soprano”. Cuenta la historia del creativo de misterioso pasado Don Draper y también la de Peggy Olson, que entró en la agencia como su secretaria y no dejó de crecer a base de tesón y talento. Para ello tuvo al mejor actor posible (Jon Hamm) y también a la mejor actriz (Elisabeth Moss). En el último diálogo (telefónico) entre ellos, Don le dice a Peggy que no es el hombre que ella cree y ella le pregunta qué ha hecho en la vida que sea tan malo para salir huyendo. “Romper todas mis promesas, escandalizar a mi hija, coger el nombre de otro hombre y no saber aprovecharlo…”.

"Un anuncio que merecía salir de la inspiración de Don Draper"

Como suele ser habitual, el capítulo final se esfuerza por informarnos en qué situación quedan los personajes principales, unos con peor fortuna que otros. Pero si algo se recuerda de su tramo final es precisamente la canción que despide la serie, que es a su vez banda sonora de uno de los anuncios más populares de la historia y más icónicos de negocio publicitario: el «I’d Like to Buy the World a Coke». Fue el jingle de la campaña Hilltop que la marca Coca-Cola puso en marcha en el verano de 1971 para asociar su producto con un mensaje de paz y armonía. Un anuncio que merecía salir de la inspiración de Don Draper. Ventajas de la ficción.

Baby Blue (2013)

Cuesta creer que Bryan Cranston pueda seguir encarnando otros personajes después de haber sido Walter White en Breaking Bad (AMC). Quien haya visto la serie y se cruce con él en otra historia siempre verá de algún modo a ese profesor de química en situación económica precaria y una esperanza de vida muy limitada por un cáncer de pulmón avanzado; imposible no ver al tipo que decide aliarse con un antiguo alumno para cocinar y vender metanfetamina («cristal azul» con una pureza superior al 99%) y así dejar un futuro mejor a los suyos. Tal es la fuerza de su creación. Vince Gilligan no solo es el showrunner más modesto de los cuatro aquí convocados, también es probablemente el único que ha logrado un trabajo posterior a una altura similar: Better Call Saul.

"Lo que el cáncer no logró a lo largo de cinco temporadas lo consigue una bala perdida"

David Milch, el responsable de la serie Deadwood, asegura que “hay series que acaban a la mitad y no lo saben”. No es el caso de Breaking Bad. Se pueden contar con los dedos de una mano las series que se despiden tan a lo grande como lo hace ésta, de forma tan elocuente y emocionante. En su último capítulo está además el corazón de esta historia. La mujer de Walter, entre lágrimas, se dispone a rogarle que no vuelva a excusarse, una vez más, en su familia para justificar sus crímenes y tal cuando él la corta en seco y le suelta eso de: “Lo hice por mí. Me gustaba y lo hacía bien y me sentía tan… vivo”. La transformación de un don nadie en Heisenberg, el de “no estoy en peligro. Yo soy el peligro. Si llaman a la puerta de un hombre y le disparan, ¿piensas que seré yo? ¡No! Yo soy el que llama”.

Puede que el final-final contra los neonazis peque un poco de peliculero, pero es tan felizmente catártico para todos… Lo que el cáncer no logró a lo largo de cinco temporadas lo consigue una bala perdida, momento en el que escuchamos los primeros versos de «Baby Blue», tema de la banda galesa Badfinger incluida en su álbum Straight Up (1971) y cantados y escritos por Pete Ham: “supongo que conseguí lo que me merecía”. Y un poco más adelante: “el amor especial que tengo por ti, mi Baby Blue”. La canción perfecta para una serie perfecta.

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