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Cuentos escogidos, de Virginia Woolf

Cuentos escogidos, de Virginia Woolf

Virginia Woolf solía emplear sus cuentos para experimentar con temas y modelos narrativos que incorporaba más tarde a la escritura de sus novelas. Cuentos escogidos (Firmamento editores) es una selección, elaborada y prologada por Menchu Gutiérrez, que reúne veintitrés piezas escogidas de entre el medio centenar que la autora concibiese entre 1906 y 1941 (de las cuales sólo dieciocho fueron publicadas en vida).

Una nueva traducción a cargo de Amelia Pérez de Villar, de la que Zenda adelanta uno de los relatos.

***

LA FASCINACIÓN DE LOS ESTANQUES

Puede que fuera muy hondo, porque desde luego no se veía el fondo. Le bordeaba una franja de juncos tan espesa que sus reflejos provocaban una oscuridad como la de las aguas más profundas. Pero justo en medio había algo blanco. La enorme granja, a una milla de allí, estaba en venta, y bien una persona celosa de su deber o quizá un muchacho bromista habían fijado uno de los carteles donde se anunciaba la venta de una granja con caballos, aperos de labranza y novillas jóvenes en el tocón de un árbol que había junto al estanque. En el centro del agua se reflejaba el letrero blanco y, cuando soplaba el viento, parecía moverse ondeando, como la ropa tendida a secar. Impresas en el agua se leían unas grandes letras rojas: «Romford Mill». En el verde que iba de orilla a orilla formando ondas se apreciaba un toque de rojo.

Pero si uno se sentaba entre los juncos a contemplar el estanque —los estanques ejercen una extraña fascinación en la gente, quién sabe por qué— las letras rojas y negras y el papel blanco parecían estar levemente apoyados en la superficie, mientras por debajo discurría algún tipo de vida subacuática, profunda, de forma parecida a la que tiene la mente de dar vueltas a las cosas. Mucha, mucha gente habría ido hasta allí sin compañía, de cuando en cuando, en distintas épocas, y habría dejado caer sus pensamientos en el agua, se habría hecho las mismas preguntas que me hacía yo esa tarde de verano. Quizás ahí estaba el origen de su fascinación: contenía en sus aguas todo tipo de caprichos, quejas, confidencias, y no impresas ni dichas, no, sino en estado líquido, flotando una encima de otra, casi incorpóreas. Si algún pez se aventurase a cruzarlas nadando la hoja de un junco lo cortaría por medio; o la luna, esa gran placa blanca, las aniquilaría. El hechizo del estanque era que en él se habían quedado los pensamientos de tanta gente como había ido hasta allí y después se había marchado: sin sus cuerpos, los pensamientos vagaban libremente de aquí para allá, en aquel estanque común, amistosos y comunicativos.

De todos esos pensamientos líquidos algunos parecían juntarse, formando personas reconocibles. Pero solo un momento. Se veía un rostro rubicundo con grandes patillas que se formaba en el agua, se inclinaba y bebía. Yo vine aquí en 1851, cuando pasó el ardor de la Gran Exposición. Vi a la reina inaugurarla. Y la voz sonaba risueña, líquida, fluida, como si él se hubiera quitado las botas con elástico a los lados y hubiera dejado el sombrero de copa al borde del estanque. Señor, ¡qué calor hacía! Y ahora no queda nada, todo está derruido, claro, parecen afirmar los pensamientos que se mecen entre los juncos. Pero yo era un enamorado, comienza a decir otro pensamiento, deslizándose sobre el anterior, silencioso y pacífico, como los peces, sin estorbarse unos a otros. De una muchacha. Solíamos bajar desde la granja (el cartel de su venta se reflejaba en la superficie del agua) aquel verano de 1662. Los soldados nunca nos veían desde la carretera. Hacía mucho calor. Y nos tumbábamos aquí. Oculta entre los juncos la muchacha se tendía con su enamorado y juntos se reían, se metían en el estanque. Pensamientos de amor eterno, besos fogosos y desesperación. Yo era muy feliz, dijo otro pensamiento que miró sin prestar mucha atención el desespero de la muchacha (que se había ahogado). Yo pescaba por aquí. Nunca pescamos la carpa gigante, pero una vez la vimos: el día que Nelson combatía en Trafalgar. La vimos bajo el sauce, ¡lo juro! ¡Menuda bestia era! Se decía que nunca la pescaron. ¡Ay, qué lástima!, suspiró una voz que se deslizó sobre la del joven. Era una voz tan triste debía de salir del fondo mismo del estanque. Pasando por debajo de las otras ascendió luego como una cuchara que remueve todo lo que hay en un cuenco. Esa era la voz que todos queríamos oír. Todas las voces se iban deslizando lentamente hacia la orilla del estanque para escuchar aquella voz que tan triste parecía. Tenía que conocer el motivo, sin duda. Y todos querían saberlo.

Me acerqué más al estanque y aparté los juncos para ver mejor el fondo a través de los reflejos y de las caras y las voces. Allí, bajo el hombre que había estado en la Gran Exposición y la muchacha que se había ahogado y el niño que había visto el pez y la voz que gritó ¡Ay, qué lástima!, siempre había algo más. Siempre había otra cara, otra voz. Llegaba un pensamiento y apartaba al de antes. Y es que aunque hay momentos en que parece que una cuchara nos va a sacar a todos, con nuestros pensamientos y anhelos y preguntas y confesiones y desilusiones, a la luz del día, no sé por qué siempre resbala esa cuchara, se desliza hasta el fondo y nosotros volvemos a pasar sobre la orilla del estanque y al agua otra vez. Y una vez más queda cubierto el centro por el reflejo del cartel que anuncia la venta de la granja de Romford Mill. Quizás por eso nos gusta tanto sentarnos junto a un estanque a contemplarlo.

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Autora: Virginia Woolf. Selección y prólogo: Menchu Gutiérrez. Traductora: Amelia Pérez de Villar. Título: Cuentos escogidos. Editorial: Firmamento. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Josey Wales
Josey Wales
2 años hace

Virginia Woooooolf, es lo maaaaas! Chicas, estáis ‘out’ si no leeis a Virginia (qué fuerte) Woooolf!