Más de 500 cuentos han participado en el concurso #relatosdeverano, patrocinado por Iberdrola y organizado por Zenda. Y nuestro jurado, formado por los escritores Juan Gómez-Jurado y Lara Siscar, la agente literaria Palmira Márquez, el crítico literario José Belmonte Serrano y Juan Mateu de Ros, por parte de Iberdrola, ha decidido que ha ganado el primer premio, dotado con 2.000 euros, @ayalgamar, con el relato titulado Extrañas desapariciones. Y que ha resultado finalista Susana Rizo con el relato titulado Todos los veranos estaban allí. Su premio es de 1.000 euros.
Según las bases, los relatos debían publicarse entre el jueves 18 de agosto a las 12:00 del mediodía y el miércoles 31 de agosto de 2016 a las 23:59. La extensión mínima de los textos era de 100 caracteres. La máxima era de 1.000 palabras.
A continuación reproducimos los relatos ganadores.
Ganador: Extrañas desapariciones, de @ayalgamarEn las vacaciones de verano, cuando íbamos al pueblo, los abuelos solían contratar a Delia para que ayudara en la cocina. Era una señora entrada en años, con una sonrisa luminosa, una desbordada fantasía y muy buena mano en los pucheros. Nos contaba siempre historias a la hora de la merienda que, sin duda, ayudaban a que diéramos buena cuenta del bocadillo que nos preparaba y que siempre nos parecía demasiado grande. Pero aquel agosto, nos pareció que llevaba unos días algo taciturna y le preguntamos la causa. Tras permanecer unos instantes en silencio, nos hizo sentarnos a su lado y nos contó…
Nos dijo que lo primero que echó en falta fue la olla de porcelana. Por más que la buscó no dio con ella. A la mañana siguiente descubrió una hilera de tazas que terminaba en la ventana desacostumbradamente abierta y eso la mantuvo todo el día alerta, vigilando los armarios y los estantes. Al otro día se percató de que habían desaparecido de la alacena tres platos de postre y un juego completo de té. Nos dijo que, sin duda, los utensilios de la cocina se estaban yendo, que parecía que habían decidido huir iniciado una fuga ordenada y que, de seguir así, se quedaría sin nada con lo que preparar y servir nuestras comidas y tendría que abandonar la casa.
Como siempre, yo la creí, sé que no mentía. Sin duda, en la cocina pasaban cosas extraordinarias desde que se le fue la olla.
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Finalista: Todos los veranos estaban allí, de Susana RizoEl frío es intenso y amenaza con traicionarme, miro hacia atrás, estoy alejándome mucho. Pero la sensación es demasiado placentera, ralentizo mi movimiento, respiro hondo. Y es entonces cuando miro hacia abajo y veo cómo se mecen las algas siguiendo un compás increíblemente bello e hipnótico. Quiero tocarlas. El frío penetra en mi piel. Consigo llegar al fondo y acariciarlas. Más allá, la arena blanquecina es suave y al tocarla levanta algo de cieno. Ya he estado aquí antes, muchas veces. No creí que después de tanto tiempo todo seguiría igual.
Había barcos hundidos, podía ver los mástiles y cascos que sobresalían del lecho marino, historias de naufragios traicionados por el embate fiero de oleajes y batallas. Entre esos gigantes esqueletos había tesoros… y también fantasmas. Jim Hawkins y Billy Bones seguro que pasaron por aquí. ¿Qué habrá en esa cueva? Si entro lo averiguaré. Al otro lado de la gruta planea el submarino que diseñó el profesor Tornasol, y Tintín me observa con sonrisa pícara desde la diminuta escotilla mientras va en busca el tesoro de Rackham el Rojo. Algo más allá, hay una ciudad de cristal. Entre sus destellos distingo a una hermosa sirenita, debe ser la de Andersen pues se dirige directa hacia la superficie, omitiendo las advertencias de sus hermanas. Me giro y confundo al Nautilus con una criatura abisal enorme, distingo las siluetas de Ned Land y el capitán Nemo a bordo, prosiguiendo su fascinante viaje. Avanzo, y a mi derecha percibo un leviatán de color marfil con el cuerpo acribillado de cicatrices; parece estar buscando algo, o a alguien. Moby-Dick me lanza una advertencia con la mirada, pero no es a mí a quien persigue. En ese momento un gran blanco cruza justo a mi lado, puedo notar su áspera piel, como una lija en mi costado. En este lugar puede haber cualquier cosa, sin embargo no siento ningún miedo. Deseo quedarme aquí para siempre. Tal vez llegaría a Madagascar, donde se abastecen los corsarios de Salgari y Doyle.
Contemplo sumergida esta cadencia de miles de páginas leídas y fotogramas que acuden a mi mente. Mientras permanezca aquí no puede pasarme nada malo porque el mar está de mi parte, o eso creo. Aunque aquí dentro puedo respirar, me decido a ascender. La brisa riza las olas, su azul se ha vuelto muy oscuro, casi gris, y no hay islas recónditas y enigmáticas. Ya casi no distingo la costa y algunos cargueros avanzan con sus quillas amenazantes muy cerca de mí. Ahora el mar me recuerda al que evocaba Iris Murdoch. He ido demasiado lejos.
Abro los ojos. No estoy dentro, sino fuera del agua, contemplando el trazo que muestran las olas al romper. Están crecidas y por eso he decidido permanecer aquí. No sé por qué esa ensoñación se ha visto súbitamente interrumpida. Tal vez sea mi piel curtida, y mi alma vieja lo que amenaza con arrebatarme la mirada. Pero hoy no. Intuyo que esas olas pueden ser traicioneras, y sin embargo…
Sin embargo, si avanzara rápido y las atravesara por dentro o por encima, como solía hacer antes, podría llegar y volver a contemplar, una vez más, mis pies moviéndose ingrávidos sobre ese fondo sin fin, el reino del silencio donde habitan todos los veranos.
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