Nuestra literatura comenzó con cántigas, cantares de gesta, jarchas, villancicos y romances: Con melodías. Si indigna el Nobel a Bob Dylan por una cuestión de género, y parece que a algunos les ha molestado, rehagamos los manuales de historia de la literatura si es que siguen existiendo. Reconocer a un escritor de canciones tiene sentido.
Considerar a Dylan un poeta es injusto para los poetas, encasillarlo como músico es una ofensa para los músicos. Canta mal, toca la guitarra como un principiante, pero cuando mezcla palabras y melodías cuenta historias con una fuerza impresionante. Hay algo de magia en eso. No es el único con ese superpoder, pero sí que es de los pocos que convierte rock and roll en literatura.
Conseguir que letra y melodía sumen hasta convertirse en una unidad indisoluble capaz de conmovernos no es sencillo. Hay canciones increíbles con letras horribles y versos maravillosos navegando entre acordes insoportables. La música de Dylan es una castaña simplona sin sus palabras, la prueba del algodón se realiza cada domingo en las parroquias. Los acordes que suenan bien bajo “the answer is blowing in the wind” se convierten en un espanto cursi acompañando a “trayendo a los pobres su paz”. Sus versos importan mucho.
Lo de Dylan, en mi opinión, tampoco es poesía, digan lo que digan en Estocolmo. El gran salto adelante en su carrera se produjo cuando a unas palabras ya sobresalientes, con unas melodías memorables, añadió, en 1965, la instrumentación que le hizo saltar del folk al rock en Highway 61 Revisited. La guitarra eléctrica, la batería, el bajo o el piano empezaron a sumar matices a las historias cantadas por el autor, sensaciones que son parte de la obra y que se perderán en las páginas con las letras que publicarán los periódicos de mañana. Los méritos de este escritor no se ciñen sólo a las palabras, pero está bien que estas le lleven hasta el Nobel.
Creo que las canciones a veces son literatura y a veces no, definir la línea no es fácil, queda abierto el debate, pero cuando lo son tienen derecho a un género propio. Yo quiero que le den el Cervantes a José Ignacio Lapido.
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