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‘Cumbres Borrascosas’: La leyenda de Heathcliff y Catherine

‘Cumbres Borrascosas’: La leyenda de Heathcliff y Catherine

Una autora, una novela, catorce adaptaciones a la pantalla (y más que se esperan). Aparte de la fascinación que siempre han ejercido las hermanas Brontë, Cumbres Borrascosas, la única novela que publicó Emily (en 1847, bajo el seudónimo de Ellis Bell, para ocultar que era una mujer) se ha convertido por sí misma en un mito que si alguna vez parece decaer, como el brezo durante una ventisca en los páramos de Yorkshire, siempre volverá a erguirse cuando pase la tormenta. Romanticismo norteño a la decimonónica, ficción gótica a la inglesa, Catherine y Heathcliff siempre vuelven, dejan su impresión en el lector o el espectador y vuelven a desaparecer entre la niebla hasta que se les vuelva a vislumbrar en páginas, pantallas… o sueños febriles. De entre todas las adaptaciones que se han hecho, hoy nos inclinamos por la de 1992, en el que fue el debut en el cine de Ralph Fiennes, cuatro años antes de volver a coincidir con Juliette Binoche en El paciente inglés.

[Aviso de destripes pasionales en todo el texto]

La figura de las hermanas Brontë es probablemente lo suficientemente conocida como para no tener que detenernos en ella aquí. Baste saber, sin embargo, que su fama sigue siendo hoy tan duradera que por fin este año ha culminado una campaña para que se añada a las placas conmemorativas con sus nombres en el Rincón de los Poetas de la abadía londinense de Westminster la diéresis sobre la ë que hasta ahora no se les había puesto. Hoy en día se considera a Wuthering Heights una de las novelas más importantes en lengua inglesa, pero la recepción original de la sociedad victoriana fue más polémica, sobre todo en torno a temas como sus descripciones de abusos físicos y morales en el seno familiar. Las Brontë crecieron en un ambiente provinciano, en el lejano norte de Inglaterra, donde la sociedad era menos civilizada, menos bien hablada y con menos miramientos. Su propio padre les contaba cosas raras que ocurrían en los pueblos cercanos, con el ánimo de educarlas, endurecerlas y también, por qué no, asustarlas para reírse un poco de ellas. Todo esto, más el cristianismo metodista serio y sin alegrías que las rodeaba influyó en el tipo de relatos que crearon las tres.

El motor central de la trama puede considerarse, como en el caso de El conde de Montecristo, la venganza, pero en lugar de una venganza digamos «aventurera», en este caso se trata de un tipo de venganza resentida, tormentosa, torturada y con el número de personajes reducidos principalmente a solo dos familias vecinas, los Linton y los Earnshaw, que viven en granjas en el ventoso páramo de Yorkshire. Un día hacia 1770, el señor Earnshaw se trae de un viaje a Liverpool a un niño huérfano (Heathcliff) para criarlo junto a sus dos hijos anteriores, Hindley y Catherine. Heathcliff se convierte en el favorito de su padre adoptivo, y se lleva bien con Catherine y mal con Hindley. Cuando los padres mueren, Hindley obliga a Heathcliff a vivir como un sirviente, maltratándolo física y emocionalmente. Heathcliff y Catherine siguen llevándose bien y disfrutando mutuamente su compañía, pero cuando durante una de sus correrías conocen a los Linton, las cosas cambian, se mete un tercero de por medio (Edgar, el dueño de la otra casa, Thrushcross Grange), y un día, hablando con la criada Nelly, Catherine le confiesa que que no puede casarse con Heathcliff debido a su bajo estatus social. Al oír esto, Heathcliff se fuga permanentemente de la casa… sin oír el resto de la conversación, en la que Catherine se muestra tan desgarradamente enamorada que llega a decir una de las frases más recordadas de la literatura inglesa: «Nelly, I am Heathcliff».

Con Heathcliff ausente, Catherine se casa con su vecino Edgar, y tres años después Heathcliff vuelve, ahora convertido en un caballero adinerado, tras posiblemente haber pasado por el ejército. Es entonces cuando comienza su venganza contra ambas familias, con el único objetivo de quedarse con sus casas. Pero nada de espadas, ni nada de pistolas: Heathcliff corteja a Isabella, la hermana de Edgar, está presente en Thrushcross constantemente y provoca a Edgar y Catherine, a él para que se le revuelva y a ella para despertarle sus sentimientos otra vez. Mientras, en Cumbres Borrascosas, Heathcliff explota la afición de Hindley por las apuestas hasta que tiene que hipotecar la casa, y obliga a su hijo, Hareton, a trabajar como sirviente analfabeto. Después, Heathcliff se fuga con Isabella y Catherine acaba muriendo en el parto, tras los disgustos y su pérdida de apetito, dando a luz a una hija con Edgar, Cathy. Heathcliff, no exactamente arrepentido, pero sí reaccionando a este no deseado acontecimiento, llega a desenterrar el cadáver de Catherine y pedir que su fantasma lo acose. Isabella, harta de la obsesión de Heathcliff con Catherine, le deja y da a luz al hijo de ambos, Linton (sí, en la segunda generación se va a ir viendo un cierto toque de involucionismo que se añade a lo siniestro de la historia). Hindley muere de alcoholismo, seguramente exacerbado por sus inseguridades respecto a Heathcliff, y Heathcliff se convierte en dueño de Cumbres Borrascosas. Doce años más tarde muere Isabella, Heathcliff se lleva al hijo de ambos, Linton, a vivir con él, y comienza a complotar para que Linton y Cathy se casen, y así, cuando muera Edgar, Heathcliff sea el heredero de Thrushcross también. Linton, que siempre ha sido un poco debilucho, muere poco después de la boda y Cathy queda atrapada en Cumbres Borrascosas. Cathy se casa dos años después con su primo Hareton (el hijo de Hindley, el hermano de su madre), a quien enseña a leer, y se agrava el declive de Heathcliff: evita a la joven pareja, porque ambos tienen los mismos ojos de Catherine (su tía y madre, respectivamente) y dice que ve continuamente visiones de la fallecida Catherine. Al igual que ella, deja de comer y al poco muere en la habitación de su amada. Hareton y Cathy son ahora propietarios de ambas casas. Lockwood, el forastero que abre y cierra la novela (fue inquilino de Thrushcross unos meses), y que ha provocado que Nelly le cuente todo esto, busca las tumbas de Catherine, Edgar y Heathcliff, convencido de que descansan en paz… aunque los lugareños dicen que a veces se ve a Heathcliff y Catherine vagando juntos por los páramos.

Una de las cosas que no hemos mencionado aún es que Heathcliff (no se sabe si es nombre o apellido, pero es lo único por lo que se le conoce) es llamado «gipsy» (gitano) seis veces durante la novela, lo cual ha dado lugar a lecturas sobre el racismo y la xenofobia, entendido etimológicamente como «miedo al de fuera». Si se examina el texto se verá que nunca es la autora ni la narradora quienes lo definen así, sino otros: la señora Earnshaw exclama que cómo es posible que su marido se haya traído a un gitano para casa. Hindley, su ahora hermanastro, lo usa en la misma frase en la que también lo llama pedigüeño y criatura de Satán. La señora Linton, madre de Edgar, dice que es imposible que Catherine ande por ahí con un gitano. Joseph, uno de los sirvientes, de poca educación y mucho acento, se refiere a Heathcliff malhumoradamente como «divil of a gipsy», y el propio Edgar, cuando aún no sabía mucho de él y se lo mentan, pregunta «¿qué? ¿el gitano, el mozo de labranza?». Y ya de adulto, el forastero Lockwood dirá que Heathcliff, a quien acaba de conocer por primera vez, «tiene el aspecto de un gitano de piel oscura y la vestimenta y modales de un caballero», aunque tampoc está seguro de si su aspecto es de gitano, de indio o de sudamericano. Habrá quien considere que esta es una manera impresionista de describir a un personaje, dejando que sean los personajes quienes hablen y sin dárselo todo masticadito al lector, pero yo he conocido a gente a quienes llamaban «gitano» o «moro» o «negro» sin serlo, a veces amistosamente, otras en momentos de cabreo y otras incluso como apodo. Y de hecho, hay una teoría según la cual una de las principales influencias para el personaje de Heathcliff es ni más ni menos que el mismísimo hermano de las Brontë, Branwell, para nada gitano o forastero, cuyo talante huraño, malhumorado y de fácil enojo causaba el mismo pavor entre las hermanas que Heathcliff en la novela. En el caso de Branwell (véase la miniserie To Walk Invisible como ilustración) esto venía exacerbado por el alcohol y las drogas, cosa que en Cumbres Borrascosas corresponde más a otros personajes, pero aun así se demuestra que todavía habría mucho que discutir en este sentido. Que a un chaval de Liverpool lo llamen gipsy (con i latina, como lo escribió Brontë) en la orilla contraria del país (Liverpool es el principal puerto que une Inglaterra con Irlanda, y siempre ha habido un importante trajín de «nómadas» irlandeses en esa ciudad) es como cuando a una andaluza le dicen que tiene pinta de mora.

En fin, viene todo esto a cuento porque a la hora de adaptar la novela a las pantallas, los actores elegidos han sido casi siempre blancos (Laurence Olivier entre ellos), como mucho con la cara sucia y alguna melena desgreñada, y la crítica se suele levantar contra esto. En otras ocasiones yo mismo me he pronunciado un tanto en contra de elecciones de reparto como la del ruso negro de Un caballero en Moscú, pero en este caso creo que la clave del personaje de Heathcliff no tiene por qué ser su etnia, sino el ser un marginado venido de fuera: la madre lo odia porque es una boca más que alimentar, el hermano porque se convierte en el favorito del padre, los vecinos por sus pintas principalmente, y todos por su difícil carácter, que es desde luego el motivo principal de su marginación social. Si fuera abnegado y buenecito seguramente nadie le tiraría el epíteto de gitano a la cara, pero cuando se quiere ofender a alguien es recurso fácil recurrir a lo que a uno le hace diferente, sea verdad o no. Sin embargo, esto nos lleva al debate sobre si Heathcliff ha adquirido tal carácter por el trato que se le ha dado anteriormente, tanto en su tiempo como huérfano en Merseyside como luego adoptado en Yorkshire. El motivo de su comportamiento de adulto, desde luego, no es su «gitanez», sino su afán de venganza, burbujeando mal contenido a fuego lento, sin prisa pero sin pausa, aunque sea él mismo quien se acabe quemando con la olla cuando Catherine muere.

Heathcliff es uno de los personajes que resulta más difícil de aquilatar en la literatura universal, y es difícil saber si te cae bien o mal. Son los lectores y lectoras, los espectadores y espectadoras, quienes, siguiendo a la escritora y a la labor de dirección e interpretación de la versión que vean, han de decidir si Heathcliff es un héroe romántico o un villano rencoroso. En la película que nos ocupa Ralph Fiennes está muy bien capacitado para provocar ambas cosas: sus penetrantes ojos claros (en la novela son negros) pueden fascinar y asustar cuando él quiera, tanto que de resultas de este papel Steven Spielberg lo eligió para su oscarizado papel del oficial nazi Amon Göth en La lista de Schindler. Tras la sesión de casting Spielberg dijo: «Vi en él un mal sexual. Lo importante es la sutileza: había momentos de ternura que pasaban por sus ojos, y de repente se quedaban fríos». Buena descripción también para su representación de Heathcliff aquí.

Si Heathcliff representa hasta cierto punto la pasión brava y la rebeldía contra quienes te hacen la vida difícil, Catherine representa la reacción de la sociedad civilizada ante los impulsos primarios, reacción que se complica cuando Heathcliff se contrapone a Edgar, pálido como Catherine y aficionado a actividades de puertas adentro, como la lectura o el baile, además de que acabará siendo magistrado, como su padre. Pero al llegar al momento en que Catherine está madurando su decisión, esta le es arrebatada por el infortunio de que Heathcliff solo oiga una parte de su conversación con Nelly, y tras la huida de él, las opciones de ella quedan reducidas a una sola. A partir de ahí es principalmente una heroína trágica que no puede detener la catástrofe que va a provocar ese espíritu primario desatado.

Hay muchas historias en la que la naturaleza del narrador es importante, y esta es una de ellas. Habiendo empezado todos nosotros desde pequeños a leer historias donde el narrador es omnisciente y te cuenta solo y todo lo que debes saber, desde Caperucita en adelante, llega un momento en el que todo escritor debe enfrentarse a la decisión sobre si seguir ese esquema o romperlo de alguna manera. En esta novela es el forastero Lockwood quien llega a Cumbres Borrascosas in medias res y a quien Nelly le cuenta primero lo que ha pasado hasta entonces y luego lo que ocurrirá después (una de las principales convenciones góticas para aumentar el tono de misterio), aunque llega a haber cinco o seis narradores distintos durante el libro. Leyendo, hay quien piensa que Nelly, sirvienta en ambas casas, para ambas familias y con ambas generaciones, es el centro moral de la historia y quien piensa que es una manipuladora indigna de confianza. En la película esto se cambia totalmente y es la cámara quien se encarga de contarnos lo que ocurre, con un paréntesis de cierto interés: quien presenta y despide la historia es nada menos que la propia autora, Emily Brontë, sorprendentemente interpretada por la cantante irlandesa Sinéad O’Connor (pronunciado «Shinéid»), cuya mirada de ojos grandes y biografía real, también torturada, le añade otro toque dramático a la película. Emily pasea, como a menudo hacía toda su familia, por el páramo local, y las ruinas de una antigua mansión, junto a sus lecturas anteriores y a sus propias experiencias vitales, le prenden una idea en la cabeza, que es la que a continuación va a relatarnos. Todo esto hace desaparecer los debates sobre la fiabilidad del relator y lo sustituye por un tono de «las ideas literarias pueden aparecer en cualquier parte a tu alrededor», que permite al espectador centrarse en la trama en sí.

A todo esto hay que decir que esta no es una de esas maratonianas adaptaciones literarias que se hacen últimamente, sea en serie o para el cine: las más de cuatrocientas páginas de la novela, inicialmente publicada en dos volúmenes (más un tercero con Agnes Grey, la novela de su hermana Anne), se condensan en solo una hora y tres cuartos, y obviamente se quedan muchas cosas por el camino, como los personajes de los otros criados, Joseph y Zillah, el doctor Kenneth o el señor Green, corrupto abogado con parte de culpa de que Heathcliff logre hacerse con Thrushcross, o también las razones por las que Lockwood ha querido alquilar una casa en tan remoto lugar: huir de la sociedad civilizada, cosa sobre la que luego cambia de opinión.

Esta versión en concreto nunca ha tenido muy buenas críticas, pero siempre se le ha reconocido que es de las más fieles a la novela y que es de las pocas que incluye a la segunda generación de personajes (las otras adaptaciones suelen acabarse con la muerte de Catherine, la depresión de Heathcliff y su fantasmal «reencuentro» por los páramos). Quien decida filmar la historia completa, sin embargo, tiene el dilema de cómo representar a personajes que van desde niños de unos diez años hasta adultos prematuramente envejecidos treinta años después. Aquí el director, Peter Kosminsky, recurre a usar la misma actriz para hacer de Catherine y de Cathy, a la madre con cabello castaño y a la hija con pelo rubio. Claramente, está hecho para provocar en Heathcliff el recuerdo continuo de Catherine, y llegar a rozar ese tono sobrenatural que sobrevuela por el relato entre el ruido que provoca el viento. Esa es, por cierto, otra de las decisiones que debe tomar el director: ¿el «fantasma» al que invoca y convoca Heathcliff existe? ¿Son sueños, son visiones, son fiebres, son locura? En la novela Lockwood «ve» a Catherine tras una larga caminata hasta la casa, tras conocer a sus huraños habitantes, tras el frío del camino y la fiebre contraída, y tras leer el diario de Catherine y escuchar parte del relato de Nelly. La película parece acercarse mucho más a que el fantasma de Catherine es en verdad una presencia sobrenatural. Depende, supongo, de lo que piense cada uno que ocurre más allá de la muerte.

Y obviamente no podemos irnos sin mencionar la canción de Kate Bush. De otro mundo, como la propia novela.

(La lista de todas las reseñas de este blog, por orden cronológico, puede encontrarse aquí)

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