«Tiemblo cuando leo alguna noticia en la prensa que me molesta. Ya no soy capaz de trabajar el resto del día. Basta una letra, una palabra, una línea de periódico. Esta sensibilidad hacia lo exterior es, sin embargo, toda mi fuerza». La cita corresponde a Diario de un extranjero en París, de Curzio Malaparte, escrito entre 1947 y 1949 y publicado en España por la editorial Tusquets en 2014. Esa «sensibilidad hacia lo exterior» es lo que caracteriza a uno de los personajes más singulares del siglo XX y al propio oficio de periodista.
Su vida como político, soldado o diplomático, es periodismo. Su obra, sus ensayos, su teatro, su poesía, sus películas —tocó todos los palos— es periodismo. Hasta sus diarios, como estos de París, son periodismo. Así lo justifica en su «esbozo» de prólogo: «Un ‘diario’ es un retrato, una crónica, un relato, un recuerdo, una historia».
La singularidad de Malaparte empieza por su propio nombre, o su seudónimo. Kurt Erich Suckert decidió a los 25 años que debía ser original hasta en la forma de llamarse. Así que italianizó el germano Kurt por Curzio y sustituyó el Suckert por Malaparte. Como buen propagandista, pretendía hacer un apelativo juego de palabras con el imperial apellido de Napoleón.
Siempre militante, asumió las causas más diversas. Masón, anarquista, fascista, socialista, maoísta… Y siempre fue víctima de su militancia pasada. Unos y otros lo juzgaron, lo encarcelaron, lo estigmatizaron. Su vida fue una continua lucha contra los estigmas de sus antiguos correligionarios. Sus agónicas semanas finales son una inmejorable muestra de su desesperada búsqueda de una causa que se ajustara a sus indomables principios.
Desde la China comunista —donde entrevistó al propio Mao— regresó precipitadamente al que iba a ser su lecho de muerte en Roma. Desde la cama del hospital, tuvo tiempo para convertirse al catolicismo —él, tan denostado por la Iglesia—, bautizarse y recibir la primera y la última comunión. Tuvo también tiempo de solicitar el carnet del Partido Comunista —que tanto le había perseguido—, que le fue concedido por el mismísimo Palmiro Togliatti. Y también, de donar al pueblo chino su mansión, Vila Malaparte —«¡Hazme una casa como yo!», le ordenó al arquitecto—, una prodigiosa construcción en un risco inaccesible sobre el Mediterráneo. Exhausto por el trajín de esos días finales, el cáncer de pulmón acabó con su vida el 19 de julio de 1957. Tenía 59 años exprimidos como limones.
En su Diario de un extranjero en París, Malaparte da cuenta de uno de los estigmas que le había acompañado toda su vida. «Me tienen por un colaboracionista —escribe—, un amigo de los alemanes, un fascista fanático, un nazi ¡Qué idea!… No soy ni un héroe ni un mártir, ni hago política. Todos mis avatares son avatares literarios. Me han metido en la cárcel por motivos literarios, no políticos. Se quiere hacer de mí un personaje político, y como esto no cuadra conmigo, la gente está hecha un lío».
En París, conoce a personalidades como Albert Camus, con quien mantiene una agria discusión a propósito de un exministro fascista. Camus le dice que a los hombres como aquél había que juzgarlos y luego fusilarlos… «Camus quería decir —explica el periodista— que también había que fusilarme a mí. Esta idea absurda en un hombre como él me hizo reír y me asombró ver con cuánta ligereza juzgan muchos a los demás sin conocerlos… Me callé por no dar importancia a las palabras de un hombre que hablaba con una hostilidad preconcebida y que quería parecer un Saint-Just».
Malaparte también conoce a Sartre. «Las ideas filosóficas de Sartre no me interesan… Me interesa su actitud que nace y depende lógicamente de esas ideas… No es homosexual pero finge ser homosexual, no es pobre pero finge ser pobre, no es bohème pero finge ser bohème, no siente ninguna angustia pero finge sentir angustia, tiene miedo del comunismo pero finge tener cierta simpatía por el comunismo, está contra el comunismo pero proclama que no quiere ser anticomunista de antemano, me parece demasiado».
En sus diarios, que son crónicas, ofrece sus opiniones sobre los debates del momento. Sobre Francia, que considera «la única patria de la inteligencia». Sobre el colaboracionismo con los nazis, que «nació de un sentimiento de sentirse vencedores con los alemanes. O sobre la resistencia: «Me pregunto por qué los resistentes, por qué yo mismo, no nos sentimos vencedores con los anglosajones y los rusos». O sobre los europeos tras la guerra: «Para nosotros, los europeos, hay algo inadmisible en la victoria de los rusos y los anglosajones».
Y también nos deja sorprendentes y deliciosos detalles sobre su propia personalidad, a menudo tan excéntrica. «He estado desde las diez de la noche a las dos de la madrugada —anota en su diario— sentado en la puerta, ladrando con los perros… Los conozco a todos, uno a uno, y ellos me conocen a mí, conocen mi voz y me contestan, me hablan, entienden perfectamente lo que les digo, porque conozco su lengua. Llamar a los canes por la noche y hablar con ellos es el único placer de mi vida».
El Malaparte periodista ha sido repetidamente puesto en cuestión. Justo Navarro, a propósito de una crítica de Baile en el Kremlim y otras historias (Tusquets, 2016), escribía que Malaparte «nunca perdía su mentalidad de reportero sensacionalista, escribiera lo que escribiera (…). Quizá sea verdad que fue el primer escritor en comprender que en la época de los media, el tantán en torno a un libro es más determinante que el propio libro». Recogía unas palabras de Dominique Fernandez, quien añadía algo más: «Malaparte inaugura con brío la estrategia del bluf, de la mentira, de la palinodia y del escándalo como método publicitario».
Por si no fuera suficiente, Navarro confiesa: «No sé si Malaparte es un embustero o un fabulador, un periodista mentiroso o un novelista con la imaginación desenfrenada». Y pone como ejemplo el hecho de que «nunca se encontró con Stalin ni con la mayor parte de los personajes que cita en Baile en el Kremlin».
Solo el propio Curzio Malaparte puede responder a estas imputaciones: «Quien me conoce, y toda mi vida lo demuestra —escribe en su diario de París—, sabe que mi demonio me inclina a reaccionar contra la retórica imperante, contra los héroes del momento, contra los poderosos». El problema es si hay alguien que conozca de verdad a un personaje tan inaprensible como Malaparte.
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Autor: Curzio Malaparte. Traductor: Juan Manuel Salmerón Arjona. Título: Diario de un extranjero en París. Editorial: Tusquets. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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