Las redes sociales no son tan malas. Eso se demuestra con la aparición en nuestras vidas de @manuel_de_BCN, o Daniel Guillén, que lleva unos años en Twitter (el nombre verdadero de X) animando al personal con sus hilos sobre la historia de la comedia. Compiladas con una delicadeza absoluta —extraña para esa red—, le han dado a Daniel la oportunidad de publicar un volumen, Hazme reír (Temas de hoy), prologado por Buenafuente, que es la perfecta introducción al complejo mundo de la comedia en el siglo XX y XXI.
—Sí, pero más que experto yo diría que soy un aficionado muy, muy apasionado. No me considero ni un comicólogo ni un experto analista de la comedia. De lo que hablo en los hilos, y de lo que hablaba al final en el libro, es de la comedia que a mí me ha marcado, de la que he aprendido y que me gusta mucho compartir. Encontraba que en Twitter había gente que sí colgaba un clip de una serie, de una sitcom, de un sketch, pero no le daba un contexto. Intenté buscar también en el boom de 2018, del 2019, del 2020, en el que había muchos hilanderos en Twitter que hacían hilos de historia, de mitología, de literatura. Y vi que la comedia era un campo del que no se ocupaban. Y me dije: «Como me gusta esto, intentaré aprender yo y darlo a conocer al resto». Y así fue un poco como empezaron los hilos y el germen al final del libro actual: enseñar a la gente cómicos que puede ser que conozcas pero que a lo mejor no conoces todo lo que deberías conocer. Me gustaría contagiar un poco ese gusto por los diversos tipos de comedia. Y también yo he aprendido muchísimo. No es que fuera un experto previamente. George Carlin, por ejemplo, es uno de los que aparece en el libro. Tenía referencias, como la película Dogma de Kevin Smith y algún monólogo que le había visto, pero no sabía lo gigante que es su figura cómica en Estados Unidos. Al ir indagando y buscando más información, me ha permitido darle un poco de valor a esa figura, que aquí, por ejemplo, es totalmente desconocida. Y Carlin es un dios.
—¿A qué se dedica en su vida civil?
—Soy periodista. Ahora estoy haciendo contenidos digitales para entidades municipales. Pero en el pasado empecé en la radio, en revistas técnicas de turismo. Luego pasé a una empresa como director de comunicación de una empresa grande de turismo. Y desde ese tiempo estuve más en el otro lado de la faceta del periodista, más en la de comunicación corporativa, que es un poco más sesuda, más seria, más gris. Y Twitter lo que me ha permitido, a través de ese perfil de @manuel_de_BCN, es explorar o dar a conocer una vena creativa que aspiraba a tener. Y me permitió empezar haciendo comentarios, haciendo chistes, no sé cuántos, y luego, con los hilos, desarrollar esa capacidad creativa que en mi vida profesional diaria no puedo explotar tanto.
—¿Y por qué Manuel de Barcelona?
—Pues porque en el 2012, cuando abrí la primera vez la cuenta de Twitter, había varias cuentas de diferentes personajes de series míticas de la BBC que, en Cataluña sobre todo, mamamos mucho porque formaron parte del prime time de TV3 de los años 80 para adelante.
—En el resto de España hay determinadas series, no solo de comedia, que como no teníamos autonómicas en los 80 y 90 (yo soy asturiano), no tenemos ninguna referencia, salvo de ya de mayores.
—Manuel, por ejemplo, es un personaje que nosotros lo conocimos como Manuel Mexicano, de la serie Fawlty Towers, desconocidísima en España. Muy poca gente conoce Fawlty Towers. Conoce a Monty Python, conoce a John Cleese, pero no conoce esa serie, y es la que los británicos consideran el mejor programa de televisión de la historia de su país. O sea, eso te da un poco el baremo del nivel de esa serie. Y es un paradigma que, por ejemplo, hizo que Rowan Atkinson, cuando se metió a hacer una serie después de hacer un programa de sketches, dijo: «Quiero hacer una serie, pero para alejarme al máximo de lo que hizo John Cleese en Fawlty Towers, me la voy a llevar al siglo XV y voy a empezar a hacer una saga histórica como Blackadder, La víbora negra». Y es una serie muy desconocida por eso, porque cuando se tradujo aquí o se adaptó aquí en España, TVE emitió sólo un episodio. Convirtió a Manuel en Paolo, el italiano, y la serie aguantó solo un episodio. Buscando información, encontré artículos en El País que hablaban de censura, que TVE no quería que los españoles viésemos cómo en una serie británica se ríen de un camarero español. Yo creo que era más la problemática que les daba el juego lingüístico de tener un personaje, un migrante, que es muy difícil de adaptar. Creo que no se vieron capaces de hacer esa adaptación, que luego sí se consiguió en TV3 y en la ETB, y no sé si también en Galicia. Los personajes ingleses hablaban en la lengua, en euskera o en catalán, y el migrante podía hablar en castellano. En el País Vasco, sí que Manuel era de Barcelona, y a nosotros nos lo convirtieron en mexicano.
—Qué difícil es el doblaje en general, pero en comedia ya es tremendo.
—Por ejemplo, en la comedia Top Secret (ZAZ, 1984) hay un montón de referencias, dobles sentidos, juegos de palabras, llamadas a personajes que tú no conoces… Y que luego aquí en el Top Secret doblado al español tienen que adaptar. Por ejemplo, hablan de Julito Iglesias, diferente al referente que hay en la peli original. Y sobre todo los juegos lingüísticos son lo más difícil. Yo creo que los dobladores muchas veces hacen trabajos excelentes para trasladar no solo que el chiste funcione, sino que lo puedas adaptar al mercado que va a emitir el programa, la serie o la película.
—Justamente estaba viendo la saga de Austin Powers. Creo que es un trabajo excelente, pero muy complicado, el doblaje de Florentino Fernández. Si la ves a partir de la versión en inglés es una reescritura de la película completamente.
—Es readaptarla y adaptarla a los esquemas cómicos que nosotros tenemos en mente. Pues «chiquitadas», meter frases de tal, o en el momento cuando Florentino, las frases de Crispin Klander… Todos esos personajes que metía él allí y que le dan una gracia distinta a la que tiene la versión original, pero esos cambios son efectivos porque hacen reír.
—Y fue un éxito de taquilla.
—Sin duda. Pero no deja de ser otra película, porque luego ves la original y dices: «Hostia, esto no es la que yo había visto en la versión doblada».
—Dentro de Hazme reír, que evidentemente es una referencia muy estupenda a Cantando bajo la lluvia, hay muchos tipos de comedias. Porque la comedia contiene en sí misma un montón de subgéneros y subtipos. Es fascinante. Pero, personalmente, como consumidor, ¿cuál es el subgénero que más disfruta?
—Me gustan mucho las sitcoms. Creo que las sitcoms son un género en todas sus variedades y en las evoluciones que está teniendo. Actualmente las sitcoms no tienen nada que ver con las de los ochenta, noventa o dos miles. Ahora Friends, por ejemplo, sigue funcionando, pero no se podría hacer una serie como Friends. También las plataformas de streaming son distintas y el canal es distinto. Pero la sitcom es un género en el que me encuentro muy cómodo y me suele funcionar. Y luego me gusta el humor lingüístico. O sea, George Carlin, como antes mencionamos, era un referente en el inglés. El tío tenía unos guiones curradísimos y además los interpretaba de puta madre, porque se ceñía a ese guión. Y en la parte española, por ejemplo, tenemos a Les Luthiers, que son otros genios de la comedia lingüística, a pesar de que ellos también metan mucha música y tal, pero la capacidad que tienen de crear chistes lingüísticos uno detrás del otro, juegos de palabras, etcétera, son unas cosas que disfruto mucho, la verdad.
—Lo difícil que es la traslación de géneros entre países… La sitcom, estaremos de acuerdo, es un género puramente americano, como el stand up. A pesar de que se llamen igual, y te rías igualmente, ¿es ajustado que se llame igual el stand up americano que el monólogo español o la sitcom americana con la sitcom de aquí?
—Me imagino que es para darle el contexto, para poner una etiqueta y decir «esto es una sitcom«. Pero es verdad que no tiene nada que ver Aquí no hay quien viva o La que se avecina con Frasier, con Seinfeld o con Padres forzosos. Pero creo que la adaptación exacta que a veces ocurre en España de los productos americanos, por hablar de Estados Unidos, no suele funcionar. No ha funcionado en los late night, por ejemplo, salvo excepciones puntuales con el Late motiv y La resistencia en Movistar. O ahora, por ejemplo, que Marc Giró tiene un late show y le está funcionando bien, «funcionando» entre comillas, no sé a nivel de audiencia. Pero Giró está intentando trasladar aquello que se hace allí y hacerlo aquí, hacerlo más o menos fiel.
—Sí, el caso de Marc Giró es canónico.
—Claro, es un late puro y duro. Pero luego te vas a formatos que podrían funcionar, por ejemplo con el duelo entre La revuelta y El hormiguero, que no son late, son programas de entretenimiento, ambos de estilos distintos, que se han adaptado aquí basándose en aquella manera de hacer que tienen en Estados Unidos. Pero aquí no ha habido nunca ni un Johnny Carson o un Jimmy Kimmel o un Jimmy Fallon o un Jay Leno, o los que hubiera. Cuesta mucho hacer esa adaptación de trasladar ese modelo aquí. Y en el tema de las sitcoms es paradigmático. O sea, convertimos una serie de 24 minutos en series de casi 40 y pico que, con anuncios por medio, casi te vas a una hora de duración. Y ya no es una sitcom aunque sí mantenga esa rutina de estar en un espacio cerrado, más o menos, con un grupo conocido de personajes a los que les pasan cosas. Pero se escapa ya del formato canónico.
—¿Cómo ve esa lucha, que creo que ha traspasado ya la comedia, entre La revuelta y El hormiguero?
—Me gustaría pensar que ellos quieren escapar de la lucha política, tanto uno como el otro. No creo que quieran convertirse en programas políticos para un lado u otro. Buscando la cosa positiva, yo creo que lo que ha conseguido Broncano es atraer a un público que no solía ver la televisión a esa hora, porque Motos no está perdiendo mucha audiencia. Broncano la está ganando, pero está ganando de momento porque ha traído mucha gente. A ver cuánto la van a mantener, si va a ser capaz de mantenerla. Pero ahora lo positivo es que ha traído a gente joven que solía tirar mucho del móvil o de la tablet para ver sus cosas, lo que hacían con La resistencia. Si no lo veían en directo, lo veían al día siguiente en los resúmenes para internet que hacían. Y ahora se enchufan a TVE para ver el programa en directo y por eso tiene esos crecimientos de la audiencia, pero no porque el otro esté perdiendo audiencia. Yo intentaría, y creo que al menos Broncano lo está intentando, separar las cosas con esa desfachatez que tiene él de contar las cosas quitándole hierro a todo. Mientras sigan basándose ambos en el humor y sigan aportando dosis de comedia, aunque no sean programas cómicos o humorísticos al cien por cien, yo creo que ganamos todos.
—Y en el late night tenemos que hablar de un personaje al que apreciamos los dos muchísimo, Andreu Buenafuente. ¿Qué significa Buenafuente para la televisión española y para el late night?
—El otro día me comentaba, en la presentación que hicimos en Barcelona, que el modelo que les dieron en Movistar con Late motiv y La resistencia, el late night y el late-late night que hacen los americanos, no se va a repetir. O sea, que eso fue un regalo que duró cinco años y la gente de Movistar apostó por poner dinero y les dio aquello, pero que no funciona. Y también suele decir él que no funciona porque no hay una complicidad del star system nacional a participar en él como hacen los americanos, por ejemplo, que son los dioses en ese género.
—Sí, de reírse de sí mismos, de colaborar.
—Por ejemplo, lo de Matt Damon y Jimmy Kimmel aquí sería imposible. Mantener durante 20 años una falsa polémica… Aquí los actores, los músicos, los escritores se prestan menos a eso. Y eso hace que también el formato, al final, acabe siendo una entrevista estándar de pregunta y respuesta, pregunta y respuesta y te vas. Allí no, allí juegan mucho más. Y en ese formato les funciona muy bien. Volviendo a lo que decíamos de Buenafuente, para mí, crecido en los años ochenta y noventa en Cataluña, Buenafuente es Dios. En la radio primero, en El Terrat y luego en televisión con el Sense titol o Una altra cosa. Para mí era el top de la comedia. Y luego, al hacer la traslación a nivel nacional, se ha convertido en un tótem. Cariñosamente, le llamo el Johnny Carson español. Por esa capacidad también que tuvo: la capacidad de captar, de identificar talento, atraerlo a un programa y hacerles crecer, porque cada uno también nace allí y luego tiene su programa propio. Por ejemplo, con Berto o Broncano. Esa capacidad es de visionario y es un poco lo que hacía Carson en su show, que le traían gente, cómicos, que veían sus ojeadores en los clubs de comedia de todo el país. Pero cuando llegaban ahí, el tío decía: «Este es bueno, y este se viene al sofá y va a charlar conmigo diez minutos». Y su carrera pasaba de ser un monologuista de club a ser una estrella nacional. Creo que Andreu hace un poco eso. A nivel personal, mi Twitter me ha permitido contactar con gente a la que admiro, a la que venero, diría, y tener un contacto no de igual, pero sí de tú a tú, de permitirme hablar con ellos, tener esa interacción. Y Andreu fue de los primeros que me dijo: «Hostia, lo de los hilos le tienes que dar una vida distinta, tiene que salir de aquí». Y estuvimos trabajando en algún proyecto, a ver si salía, al final no salió, y al final le dije: «Mira, voy a hacerlo en libro y me gustaría que me lo prologaras». Y me ha hecho un prólogo que cada vez que lo recuerdo me cae la lágrima. Para mí es una figura que venero: que lo prologue y además te diga lo que dice en el libro me llena muchísimo. Eso es magnífico.
—¿El humor caduca más rápido que otros géneros?
—A lo mejor porque apuesta por un cortoplacismo, apuesta por funcionar en un momento concreto y no pide recorrido. Y eso imagino que también hace que luego los cómicos sean menos valorados como artistas que los de otras disciplinas. Cuando preparaba los materiales para los hilos o para el libro me es muy fácil hablar de George Carlin sin saber nada de él, porque busco un documental y tengo infinidad. Los estadounidenses o los ingleses, igual: de cada serie o de cada personaje así te hacen un libro. En España no tenemos libros. Hay algún libro de Gila, hay alguna compilación, pero hay poca literatura. Cuando me enfrento a buscar información para hacer un capítulo simplemente sobre los Chanantes, Las noticias del guiñol, todo ese universo, hay muy poca literatura. Entonces me es muy difícil enfrentarme al tema, salvo que yo haga esa literatura y un trabajo de investigación. Hazme reír es un libro de divulgación, no pretendo más. Pretendo que cuando alguien haga un capítulo diga: «Hostia, no sabía que Richard Pryor era un tío tan bueno haciendo stand up. Yo había visto las películas con Gene Wilder y ya está, no sabía más». Y es un tío que tiene una trayectoria a nivel del empoderamiento de la raza negra a través de la comedia, brutal. O el mismo Carlin, como decíamos, o Steve Martin, que aquí lo conocemos con las comedias familiares de los noventa. Y en cambio, estuvo 15 años haciendo un stand up que no ha hecho nunca nadie igual.
—Y con un éxito acojonante.
—Brutal, llenando estadios con veinta y treinta mil personas. Y son figuras que, en cambio, aquí sólo conocemos los detallitos o las anécdotas que nos ha quedado de lo mainstream, de cuando ha hecho cine, esas películas de los ochenta de Ron Howard o de John Hughes.
—En el libro habla de clásicos, pero para hacer como si fuese una addenda de un poco el futuro de la comedia, ¿qué me podría recomendar?
—Ahora lo bueno que tenemos es que tenemos mucho acceso, gracias también a la plataforma de streaming y a la oferta que hay, a comedia que antes no descubríamos. Ahora, por ejemplo, puedes ver stand up en Netflix o en HBO de cualquier monologuista más o menos conocido de Estados Unidos o de Inglaterra o de Australia. Y hay mucho ahí por rascar. También a lo mejor hay mucho y no todo quedará. O sea, de esos a lo mejor van despuntando, pero como decías tú antes, caducarán y dentro de tres años de esos diez se quedarán dos o tres. Me cuesta identificar uno en concreto. Me gustan mucho las dramedias que están haciendo ahora, por ejemplo, que se apartan un poco de lo que son las sitcoms, pero que sí tocan la comedia de un tono distinto.
—Ha visto Mi reno de peluche en Netflix, claro.
—Ese, por ejemplo. O The Bear, que por ejemplo todo el mundo ahora ve mucha polémica por que si es comedia o no es comedia. Sí que hay notas de humor, pero para mí no es una comedia. Había gente que debatía si Succession es un drama o es una comedia. Porque también hay mucha nota de sátira y de ironía metida ahí para explicar la crudeza de una familia de víboras que se quieren matar entre ellos. Pero las dramedias esas, desde Fleabag, por ejemplo, sí que creo que son muy atractivas y son muy fáciles de ver. Y en España, pues que…
—En España hay pocos riesgos, salvo Poquita fe.
—Ahora, por ejemplo, En fin.
—En fin no la he visto, pero me la han recomendado mucho.
—Está muy bien. De hecho, yo he visto los seis capítulos el fin de semana pasado. Tampoco los quise ver todos seguidos, los fui viendo de dos en dos, y realmente creo que lo que ha hecho David Sainz es brutal. Y ese tipo de producto, que la gente luego dice «pero esto no es comedia». No es comedia porque no es la comedia del jajajajá, o sea, no están los estándares a los que asociamos la comedia. Pero un producto como En fin, Poquita fe o Tanatorio S. A. no se podría entender sin ese subgénero de la comedia. Esas series yo creo que están muy bien y me jode que no lleguen a tener el éxito que puedan tener otros productos, porque a lo mejor están metidas en plataformas que son menos conocidas y que no tienen el altavoz que pueden tener otros canales. Pero creo que en España hay mucho talento a nivel de guionista, a nivel de creadores, de showrunners, para desarrollar ese tipo de producto.
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