«Los héroes se miran en el charco mismo de la heroicidad», escribió Ray Loriga en un artículo publicado en El Estado Mental. Daniel Jiménez presenta estos días su segunda novela, Las dos muertes de Ray Loriga, una novela de héroes, de uno sólo quizá, el propio Loriga.
Las dos muertes de Ray Loriga (Galaxia Gutenberg) es una biografía no autorizada del ganador del Premio Alfaguara por Rendición. Es la historia ficcionada de dos muertes. Es asimismo un ensayo sobre el suicidio y sobre la literatura y sobre todos los charcos en los que se reflejan quienes escriben. Escribir es mirar al abismo, y en esta novela llena de literatos salvajes, el abismo resbala entre las líneas escritas, entre los escritores que apagaron su voz, entre quienes se perdieron tras la resaca del éxito.
“Ray Loriga fue encontrado muerto en un hotel en Buenos Aires en el transcurso de su gira promocional por la novela Rendición”: esta es la premisa ficcional sobre la que se construye la novela de Jiménez. Daniel Jiménez lo conoció, se vieron en algunas ocasiones y se escribieron e–mails. En alguno de ellos Loriga mencionaba el suicidio. Sobre esta idea Daniel llevará a cabo una investigación, un viaje emocional, desopilante y literario tras los pasos de Loriga.
A ratos humorístico, a ratos realista, a ratos erudito, el texto de Daniel Jiménez se convierte en un avivado monumento a la literatura. Las dos muertes de Ray Loriga permite sumergirse en el reflejo que los héroes literarios ven en el charco, el envés del heroísmo de las letras.
Daniel Jiménez debutó en la novela con un texto sugerente y provocador, Cocaína. Con él ganó el Premio Dos Passos a la primera novela en 2015. Desde entonces no ha parado de escribir. Forma parte del grupo fundacional de los escritores plagiaristas (junto a Félix Blanco, Daniel Remón y Mike Wang) y con ellos editó en Bandaaparte editores Los escritores plagiaristas.
Jiménez participó en Doce cuentos del sur de Asia, la antología publicada por la editorial El Hombre Bombilla, al tiempo que otros dos de sus relatos fueron llevados al universo del cortometraje en la obra audiovisual Ahora seremos felices (de Borja Soler, codirector de Stockholm) que recibió el premio Feroz Cinema Jove al Mejor Cortometraje.
Sus dos novelas publicadas son obras testimoniales. La primera, Cocaína, un duro ejercicio de autoficción. La segunda, que ahora se presenta, un experimento literario a medio camino entre la biografía, el ensayo y la novela negra.
Zenda se reúne con Daniel pocos días después del lanzamiento de esta obra. Hablamos de Ray, del sentido del plagiarismo, del éxito literario y de la ambición de calidad literaria que se desborda en Las dos muertes de Ray Loriga. Comenzamos.
—¿Quién es Daniel Jiménez autor y quién es Daniel Jiménez personaje?
—¿Directamente? [Risas]. La verdad es que no somos la misma persona, desde luego. Parece que sí, o en la novela se da la impresión (al estar escribiéndola el autor del libro con el personaje y narrador) de que somos la misma persona, pero al igual que el Ray Loriga que yo he retratado no es el verdadero Ray Loriga. No he entrado en su vida personal, no he estado en su cabeza. Sólo he estado en sus declaraciones y en sus libros. El verdadero Daniel Jiménez tampoco está presente. La novela es lo más honesta y lo más transparente posible, pero desde luego que no es 100% como soy yo.
—Ganó hace unos años el premio Dos Passos a la primera novela con Cocaína, un texto que nace a partir de la muerte de su hermana y que se sostiene sobre una fuerte adicción. ¿De dónde surge la novela Las dos muertes de Ray Loriga y qué motor o ambición subyace en ella?
—Bueno, surge básicamente del encuentro con Ray Loriga, que está narrado en el libro. Era uno de los escritores que más admiraba, y nunca había coincidido con él y fui directamente a la caseta a conocerle, ¡cual fan! Ese encuentro me pareció bastante especial, luego salimos a tomar una cerveza, Ray estuvo muy dicharachero e ingenioso, muy gracioso. En ese momento pensé: “Tengo que escribir sobre este señor, sobre este escritor que siempre me ha parecido muy lúcido como escritor y que ahora como persona me parece muy interesante”. Pero, claro, necesitaba cierta libertad. Y lo que se me ocurrió, en el momento, fue matarle, y le dije: “Ray, voy a escribir una novela sobre ti, pero te voy a matar”. Me contestó: “ Encantado, Daniel. Haz lo que tengas que hacer”. [Risas].
Ese fue el motor: escribir sobre otro escritor para, de alguna forma, rendirle un homenaje. La novela no es una laudatoria, desde luego, pero sí que habla de su obra de una forma positiva, lo que he sentido yo leyendo sus libros, lo que experimenté con esas lecturas. Mientras escribía, esa parte más ajena (lo que es la vida de Ray Loriga, sus declaraciones y su obra) se fue mezclando. Surgió otra vez el tema de por qué escribo yo ahora, por qué escribo de esta forma, qué me ha pasado en mi vida, qué pasó a raíz del suicidio que mencionas, de la desestructuración de mi familia, de la ruptura con mi pareja, de una adicción tan brutal como la que pasé… Aunque también hay partes de esa novela [Cocaína] que no son reales. Fueron dos impulsos paralelos: escribir sobre un escritor al que quieres imitar o emular, y al que quieres rendir un homenaje, pero matándolo; y escribir sobre mí, sobre la necesidad de autoconocimiento, una purga sí puede ser, una expiación y, al final, una confesión también.
—¿Por qué escogió a Ray Loriga como tema de esta ficción?
—Porque ha sido uno de los escritores que más me ha influido en mi carrera como escritor, en mi corta carrera como escritor y me parecía… De alguna forma creo que hay cierta parte de la crítica y de ciertos lectores que no le han tratado muy bien. No sé por qué. Ray ha tenido siempre una buena legión de seguidores, pero también ha tenido gran parte de haters. Me parece injusto, porque conociéndole y examinando a fondo su obra hay gente que se queda en el Ray de Héroes, en el Ray de Trífero, Han leído un libro y dicen: “No me gusta, me parece obsesivo, o pretencioso, o juvenil”. Y como tuvo un personaje, que aún tiene a veces, aunque se está desmarcando para llevar una vida más normal y corriente… Pero ese personaje generó una legión de gente que le denostaba, le despreciaba solo porque era un chico guapo, porque se vestía de forma rockera, porque decía lo que quería, porque hacía cine, porque se metía en guiones, porque era un joven atrevido y rebelde y lleva ese aura romántica de escritor atormentado y reconcentrado. Entonces, me parece que había que hacer justicia con Ray, y no sé hasta dónde habré llegado, qué habré conseguido. De hecho, tampoco es un libro para rendirle pleitesía, pero sí es un libro para darle las gracias por haberme ayudado a mí a ser mejor escritor.
—La novela cuenta con gran cantidad de documentación literaria (incluso mitómana), ¿cómo fue el proceso de escritura?
—Sí, la verdad es que soy un poco mitómano, tanto con Ray como con decenas de escritores y escritoras que están en el libro. Soy un poco obsesivo cuando me enamoro de algún escritor. Me pudo pasar al principio con Borges, me pasó con Georges Perec, con Bolaño, con Carrère o con Lucia Berlin (los dos libros de cuentos me parecen fascinantes). El proceso del libro, partiendo de esta mitomanía que tengo yo y que de alguna forma se ha trasladado al libro (algún periodista ya ha hablado de una hagiografía de Ray), el proceso fue que parcelé un poco cada parte del libro: el asesinato/suicidio de Ray; sus libros (los iba leyendo en orden cronológico y hacía un análisis); lo que yo sentía mientras escribía el libro y los recuerdos familiares. Lo planteé como cuatro capítulos separados que se fueron mezclando y acabaron las ideas de uno en otro. Es una novela que se ha ido construyendo sola prácticamente, yo sólo tenía que dejarme llevar.
—¿Es Las dos muertes de Ray Loriga un ajuste de cuentas con el mundo literario?
—No, creo que no. La parte más cínica de la novela es esa, que se refiere a ciertos corrillos, al mundillo de escritores y editores. Hay partes que merodean esos lugares. No creo que sea un ajuste de cuentas, en Cocaína fui bastante más cruel con ciertos escritores y con el momento en que un escritor quiere llegar a ese lugar, a formar parte de ello. En este caso simplemente es una descripción de cosas que yo he visto, cosas que he sentido y escuchado. No quería ofender a nadie, pero es probable que alguien se haya sentido ofendido.
—En la novela el personaje Ray Loriga experimenta varias muertes: una primera el silencio u olvido editorial, después una muerte que es un aparente suicidio en un hotel. ¿Por qué cree usted que muere en ese hotel de Buenos Aires?
—Realmente Ray tenía que morir en Madrid. Cuando empecé a escribir la novela tenía que haber muerto en Madrid. Luego la propia novela se fue construyendo sola por lo que me iba pasando a mí (me fui a Buenos Aires). Entonces, de alguna forma, Ray Loriga tenía que morir en Buenos Aires, porque yo había emprendido un viaje que acababa en Buenos Aires. Trasladé la realidad que estaba viviendo, la incorporé a la novela. Muere en La Boca porque me pareció un barrio muy pintoresco. La calle Caminito, donde me encuentro a la adivina ciega que me leyó la mano, es real. Toda esa parte es real y la introduje en la novela. Se fueron mezclando realidad y ficción de una forma natural. A lo largo de la novela no se sabe en qué hotel, si es un hotel, una pensión, un hospedaje, un piso de alquiler, un Airbnb… No sabemos dónde ha muerto Ray Loriga. Sólo sabemos que ha muerto ahí, que ha aparecido su cadáver, pero nadie sabe realmente por qué.
—Esta novela podría haber sido un ensayo. ¿Por qué ha llevado a cabo este juego de metaficción?
—Por esa idea de combinar varios géneros. Desde el principio tenía claro que quería hacer una novela; sin embargo también quería hacer un estudio sobre la obra de Ray Loriga a posteriori. Es decir, quería hablar de si Ray Loriga hubiera muerto realmente tras el Premio Alfaguara: ¿cómo habría superado esto la obra? ¿Habría sobrevivido la obra al autor? Por eso tenía que hablar de su obra. Por eso tenía que hablar de mi vida, porque yo he leído sus libros en unos momentos determinados. Esa mezcla de géneros me llevó a transitar por diferentes moldes literarios y pasar de uno a otro de la forma más fluida de la que fui capaz. No creo que esté capacitado para escribir (todavía) un ensayo literario de enjundia.
—¿Cuánto le debe esta novela a Los detectives salvajes?
—Bastante. La verdad que bastante. Si no hubiera sido por Bolaño (lo llego a decir en la novela), si no hubiera sido por Borges, por Cortázar incluso, no habría sido escritor. Pero no hay que echarle la culpa a ellos de que yo sea escritor [risas]. Si no los hubiera leído, no me habría decantado por escribir tan obsesivamente y por jugar tanto a escribir novelas de un escritor sobre otro escritor. Parece ya un género en sí mismo. Hay muchos escritores a los que les gusta este juego. Bolaño era uno de los mejores. Y claro, Los detectives salvajes es un referente indiscutible.
—¿Para escribir es necesario sufrir, como decía Dostoyevski?
—[Risas]. Desgraciadamente en mi caso lo ha sido hasta ahora. La escritura es un proceso muy arduo, muy solitario, muy obsesivo, teniendo en cuenta que se mezclan las vivencias que tienes, y yo hago una escritura muy purgatoria. De alguna forma acabo sufriendo mucho mientras escribo. Todo este año que le he dedicado a la novela no ha sido tan agradable como yo pensaba. Desde luego, ahora mismo estoy intentando cambiar el lugar desde el que escribo, y para las novelas, los libros que tengo planeados voy a intentar disfrutar un poquito más del proceso.
—¿Cómo le conquistó la literatura?
—El alumbramiento inicial fue Borges, el escritor que más me marcó, me impresionó, me hizo pensar que la narrativa y que la ficción eran mucho mejores que la realidad, más interesantes y con más posibilidades. A partir de ahí (soy, como he dicho, mitómano) descubrí a Borges, leí todo Borges, luego Cortázar… Pasé muchas fases: escritores españoles, Ray Loriga, Soldados de Salamina, de Cercas, me pareció también una novela que tiene conexiones con lo que he podido hacer yo… Muchos escritores que de alguna forma lo que consiguieron es que yo quisiera hacer lo mismo que ellos. Yo no sabía lo que quería hacer, no sabía qué quería escribir, ni qué tipo de escritor quería ser, ni siquiera si llegaría a ser escritor. pero cuando los leía, decía “yo quiero hacer esto”. Al final, por eso supongo me convertí en un escritor plagiarista. Tengo demasiadas deudas con ellos.
—¿Dónde encuentra Daniel Jiménez la creatividad?
—No lo tengo muy claro. En la vida cotidiana, por eso el libro está tan ceñido a lo que pasa, al proceso de escritura en sí, a cómo lavas los platos, a por qué tiendes la ropa, a dónde vas y de dónde vuelves. No creo en la inspiración, sino en el trabajo constante, diario, en la perseverancia y en el esfuerzo. El único destello imaginativo que he tenido ha sido imaginar que Ray Loriga estaba muerto. Lo demás ha sido todo una descripción realista de qué habría pasado después.
—Los escritores plagiaristas funcionan en la novela como un personaje coral. ¿Quiénes son y cuáles son las bases sobre las que se fundamenta su movimiento?
—Los escritores plagiaristas, el movimiento plagiarista, en este momento es un movimiento que es una broma pero que poco a poco se está convirtiendo en algo serio. Empezó todo como una broma, con un manifiesto plagiarista, un decálogo de para qué servía la literatura, para qué servían los escritores plagiaristas y cuáles eran nuestros referentes y nuestras motivaciones. También empezamos Félix Blanco y yo en este juego (Félix es doctorando en Literatura en Valladolid), luego se unieron Daniel Remón y Mike Wang (Daniel Remón es guionista, está escribiendo ahora también su primera novela y ha ganado el Premio Calderón de la Barca y el Premio Lope de Vega —es un escritor muy potente—, y Mike Wang, que sobre todo es poeta y también dramaturgo). Entre los cuatro hicimos el libro Los escritores plagiarias, en Bandaaparte, y estamos abiertos a cualquier escritor que se sienta plagiarista y que quiera incorporarse, siempre que quiera jugar a lo que nosotros hemos propuesto, que es básicamente ser agradecidos con los escritores y las escritoras que nos han influido, con los que nos han marcado, con los libros a los que tanto debemos, demostrarles un agradecimiento y, ya que estamos, jugar a reinterpretarlos, a revisitarlos. De alguna forma, como tú dices, este libro le debe mucho a Los detectives…, pero creo que le debe también a Carrère, incluso le puede deber (su lectura me impactó) al personaje de Javier Cercas (de Soldados de Salamina). Es decir, muchos tipos de libros. De todo ese marasmo, de toda esa nube, como decía Félix, esa nube tóxica de referentes que tenemos en la cabeza, lo que hacemos es combinarlos e intentar crear algo nuevo a partir de lo viejo y de lo ajeno.
—Hablemos del plagio: ¿plagiar es un arte?
—Es un problema hablar de plagiar, porque nosotros de momento no hemos cometido ningún delito [risas]. No le hemos robado nada a nadie. No le hemos quitado su esfuerzo y su trabajo y lo hemos hecho pasar por nuestro. Lo que hacemos es plagiarismo. Hay unos matices entre lo que es un plagio vulgar e ilícito y lo que es el plagiarismo. El plagiarismo yo creo que sí que es una de las esencias, de las fuerzas del arte, que es imitar. Es algo tan sencillo como cuando empiezas a pintar: empiezas a pintar, a recrear lo que ya está, a volver a pintar lo que estás viendo. Los cuadros que te gustan te enseñan modelos y los imitas, los reproduces. Escribir es un poco parecido. Si no existe un texto previo, no puede haber otro. No creo que nadie haya inventado nada del polvo. Un texto es una transformación de otro texto.
—¿Cree que la copia —o la imitación— puede mejorar al original?
—Sí. Es complicado, pero creo que hay bastantes escritores que han superado a sus modelos.
—¿Por qué no puede dejar de escribir?
—Eso me pregunto yo. Si no lo hiciera sería bastante infeliz. Si dejara de escribir mi vida se convertiría en algo bastante aburrido y sin sustancia, y tendría menos motivaciones para levantarme cada día. La escritura es (aunque suene muy romántico) básicamente el motor de mi vida. Tengo una pareja a la que quiero mucho, una familia con la que tengo que recuperar una relación más sana, y tengo muchos amigos y un trabajo que me da dinero para pagar las facturas. Pero todo eso, si no hubiera descubierto, no me hubiera obsesionado tanto con la escritura por conocerme y por contar historias (aunque tengan tanto que ver conmigo), mi vida sería un poco más triste.
—En la novela presenta al personaje de Ray como un héroe, pero, ¿quién es en realidad el héroe o heroína de la novela (si es que lo hay)?
—Es complicado, porque quiénes parece que son el héroe, el doble o el asesino en la novela debe descubrirlo el lector. Pero también es un poco paródico: no creo que Ray sea un héroe, ni que yo lo sea, ni que exista ese tipo de héroe al que estábamos acostumbrados. Creo que ha dejado de tener vigor. Es una palabra que uso con distancia, con un tono más irónico que contundente o rotundo.
—¿Quiénes cree que son hoy día los héroes de la literatura (si es que siguen existiendo)?
—[Risas]. En realidad, si nos ponemos románticos, escribir es algo heroico. Querer seguir siendo escritor o dedicarte a algo tan desagradecido como puede ser la literatura en muchos casos (que te puede aportar más inestabilidad sentimental, emocional y económica de la que necesitas) puede parecer que es algo heroico. Pero bueno, al final estoy viéndolo cada vez con más distancia, y escribir no deja de ser una profesión más, con todos sus riesgos y con todas sus ventajas. Hay gente que escribe novelas más sencillas, con menos intensidad y con menos dolor y vende muchos libros y gana mucho dinero y viaja y es feliz. No sé si eso es ser un héroe, pero por lo menos es haber logrado cierta estabilidad.
—¿Cree que la responsabilidad sobre nuestro pasado debería prescribir?
—Eso es lo que dice Ray en el último párrafo de Héroes. No lo creo, Ray tiene la capacidad de hacer frases muy ingeniosas. Todos sus libros están llenos de aforismos y epigramas, y muchas veces acierta. Pero en este caso no estoy de acuerdo con él.
—¿Cree en el canon literario?
—Creo en mi propio canon literario. La idea académica del canon se está derrumbando por sí sola precisamente por la resistencia de quienes están dentro de ese canon. No aceptan que igual ya no hay hueco para ellos y que tienen que entrar otros escritores, otras escritoras. Cada época elige a sus héroes. No es algo estanco o inmóvil, sino que el canon, como el lenguaje, es algo que lo decidimos nosotros.
—¿Qué es el éxito literario?
—Para mí es poder seguir escribiendo. No sé hasta qué punto se entiende como vender libros, que te hagan entrevistas y fotos y que te conozcan por la calle. Para mí eso es una forma de tener éxito, pero no es a lo que yo aspiro. Yo aspiro a que este libro me posibilite escribir otro. Si no es por su éxito o por sus ventas, que al menos sea porque yo he descubierto una forma nueva de contar otra historia. Básicamente es retroalimentarme: escribo para poder seguir escribiendo, y eso es un éxito: tener tiempo para hacerlo y seguir confiando en mi mismo.
—¿Quiénes son sus referentes literarios?
—Te los he ido nombrando, pero desde luego que hay un tótem: Borges, Bolaño, Cortázar (ahora menos), Carrère, Foster Wallace, Perec y Loriga (hasta que le maté).
—Y cuando ni siquiera pensaba en ser escritor, ¿qué libros leía?
—Creo que lo comento en el libro: cuando era pequeño mi obsesión era el deporte, y el fútbol sobre todo. Me pasaba la vida con una pelota, dando patadas al balón por la calle, muchas veces solo. Y no leía. Leía poco, hasta que en el instituto empecé a leer literatura. Hice la carrera de Historia, pero, en lugar de leer los libros que tenía que leer, leía literatura. Descubrir la literatura o la lectura con tanta intensidad como la descubrí yo enseguida me hizo querer ser escritor también. Leía y decía: “Vale, yo también quiero contar una cosa así, que genere una emoción, que genere esta euforia, que te conmueva, que te cambie”. Fue de la mano: yo quiero hacer cosas, y ya que las leo quiero escribirlas también.
—¿Es ya el escritor que quería ser?
—No. Soy el escritor que puedo ser. A ver hasta dónde soy capaz de llegar.
—¿Para qué sirve la literatura?
—Los plagiaristas decimos que la literatura no sirve para nada, pero desde luego es una boutade, como se dice. Hay muchos tipos de utilidades que le podemos dar a la literatura, desde la utilidad social, cultural, formativa, educativa… a la propia de cada uno. Para mí la literatura es —aunque suene rimbombante o pedante— el sustento de mi alma. La literatura es lo que me hace levantarme cada día. Saber que tengo muchos libros por leer y saber que quiero y que tengo todavía que escribir más libros, descubrir el mundo a través de ellos y descubrirme a mí mismo. Para eso sirve.
***
Concluye la conversación y cae la tarde. Deambulamos como marionetas buscando la mejor luz para las fotos que ilustrarán la entrevista. Las imágenes se convierten —en este blanco y negro de la luz del invierno madrileño— en el icono plagiarista de James Dean bajo el foco de Roy Schatt o Dennis Scott.
En un momento determinado Daniel se gira: “Raquel, antes me has preguntado por el éxito literario. Karina lo es”. Tras esta afirmación vuelve a posar, a convertirse en el icono gélido tras la humareda del cigarro. Abre los ojos frente al objetivo, desafiando a la fotógrafa y se ríe entre tanto, después de cada cigarro que agota en pocos minutos este escritor plagiarista y obcecado. El escritor mitómano que emuló, también ante la cámara, a sus mitos.
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