Segunda entrega, centrada en el azar, de una serie de tres entrevistas del escritor José Ovejero al fotógrafo Daniel Mordzinski.
Nos citamos en un bar de Zaragoza en el que Antón Castro, el escritor y director de la sección de cultura del Heraldo de Aragón, tiene una especie de segundo despacho. La mitad de las entrevistas que me ha hecho tuvieron lugar allí. Cuando terminamos, Daniel está en la barra, viene hacia nosotros. Le he mareado un poco para nuestra entrevista porque tuve que cambiar la hora en el último momento. Y sin embargo está allí, sonriente, acodado en la barra con el escritor, editor y traductor Paul Viejo. Paul bebe una cerveza, Daniel nada. Por primera vez me doy cuenta de que nunca he visto a Daniel beber alcohol.
Abraza a Antón, saludos, un par de bromas. Nos sentamos en un rincón apartado del bar.
—Aquí estamos, Daniel, por azar. Y recuerdo que en la fotografía de Borges de la que hablamos la vez pasada hay una mano que entra por azar por el lado derecho de la imagen. Y, viéndote trabajar, mi impresión es que usas los elementos que te vas encontrando, sin pensarlo mucho, casi por azar.
—¿Y si el azar es fruto de habértelo pensado demasiado? (Ríe).
—Explícame eso.
—Yo siempre le he dado muchísima importancia a eso que llamamos azar por falta de mejor nombre: casualidad, azar, esa idea surrealista tan bonita del azar objetivo, que Breton desarrolla en 1924, creo que en el Segundo Manifiesto, y una de las teorías es que hay ciudades que tienen un potencial más fuerte de azar que otras; es más fácil encontrarte en La Maga en París con una cita previa pero sin decir el lugar de la cita. Es muy literario, muy lúdico y que tiene mucho que ver con la fotografía que hago; yo integro todos estos sentimientos y sin desarrollar teorías me dejo llevar un poco de la mano. Y la pregunta algo provocadora que yo hacía es porque somos el resultado de nuestras propias decisiones, de los amigos que tenemos, de lo que comemos, de lo que leemos; si hoy nos encontramos en Zaragoza es fruto de lo que somos; si tú no tuvieras un libro nuevo para venir a presentar aquí y si yo no tuviera un proyecto de exposición nuestros caminos nunca se hubieran cruzado. Y yo creo y sostengo y defiendo esa idea de dejarlo volar, de dejarlo de llamar casualidad, o causalidad, a veces le cambio la u porque hay una causa, como en la fotografía misma: si llego a un lugar que no conozco, hago una panorámica, un scanner, dónde está la ventana, por dónde entra la luz, dónde hay mayor potencial visual; si nuestra cita es en los puentes del Sena, es más probable encontrarse con un vagabundo que nos quiere mostrar los cuadros de su casa que si nos vemos en la salita de prensa de una editorial. Y las geografías de mis fotografías, tú has sido protagonista y cómplice, acabamos de ver una en una carnicería en Santo Domingo, se prestan más a una mirada juguetona, traviesa, siempre respetuosa, que intenta sacar al escritor de su pose de escritor.
—¿Y en ese juego con el azar, cuánto hay de improvisación?
—Pura improvisación, pero esa improvisación puede ser resultado de nuestras propias lecturas y vivencias, de ir empujando con el dedito pulgar hacia un lado que ni siquiera soy yo consciente, porque yo te doy cita en un hotel pero tengo un coche preparado para ir al viejo Santo Domingo.
Es verdad, lo he visto tantas veces. Cuando llegas a desayunar en el hotel durante tal o cual festival literario, Daniel ya está allí sentado, con su gorra puesta y la bolsa con las cámaras y objetivos en el suelo. Si baja a desayunar más tarde que tú puedes estar seguro de que ya ha tenido alguna sesión de fotografías con un escritor. Y si te toma unas fotos un día, esa misma noche, quizá de madrugada, te entra un correo con algunas de las imágenes que sacó. No sé si hay alguien en los encuentros de escritores que trabaje más que él. Así que sí, improvisa en el momento, pero hay todo un trabajo previo y posterior. Y, ahora que lleva tiempo rodando un documental en Argentina, ¿podrá improvisar igual? ¿Cómo será para él tener que contar con la visión de los demás, dejar de ser un francotirador para trabajar en equipo?
—El medio audiovisual, el cine en particular, me obliga a trabajar mucho más. Si he logrado algo nuevo, fresco, es a la imagen de la fotografía. Yo necesitaba probar… no porque sintiera que algo se ha agotado o que estaba cansado, no es fácil mirar desde tan adentro y juzgar mi propio trabajo, pero yo creo que las fotografías de los últimos años no denotan cansancio o repetición, sigo con esa mirada tan propia que vengo forjando desde hace años, y sin embargo, necesitaba explorar, también por ciclo, porque la vida no se reduce a la fotografía y a lo que escribimos: nos pasan cosas en paralelo, y a mí me han pasado y necesitaba sacar un periscopio y probar otras cosas. Y al principio pedí un equipo muy pequeño y tener más intimidad y más control, pero me di cuenta de que no, que eso limitaba la cantidad de recursos cinematográficos que podía explotar, y dejé que el equipo creciera pero teniéndolo muy controladito, habiendo visitado las localizaciones, habiendo preparado una especie de guión y habiendo leído a los autores con los que iba a hablar. Así que si bien dejaba fluir también tenía control, porque quizá lo más difícil para un director es el momento de decir “corten”, porque puedes hacerlo de forma prematura y cortar las alas a una idea o a una secuencia que podía tener potencial.
—Y este documental te acerca aún más al mundo alrededor del que ha girado tu fotografía, los escritores, pero también te acerca más a la propia narración, eres tú el que tiene que contar historias, ahí el tiempo desempeña otro papel…
—Lo interesante es que hay un cruce de narraciones, porque está mi propia narración, la del autor, y un tercer elemento que me encontré y fue fundamental, cruzar narraciones entre autores, porque el tema central del documental son los encuentros, que están en la génesis de toda literatura, pero también es una manera de protegerme y no tener tanto protagonismo, porque, si no, tenía que salir en cada uno de los encuentros, y el recurso de que sean escritores hablando con escritores me permite mantenerme en esos márgenes que tanto me gustan en la fotografía, aunque estoy presente en todas las fotos que hago, en el humor, en esa manera…
—Sí, se te descubre en la composición por un lado teatral por otro lado intimista de tus fotografías, la relación entre lo teatral y lo cercano es para mí uno de tus logros.
—Gracias, y no es preciso que yo esté en el espejo.
Y con respecto a la foto de Borges, que tomé muy joven, con dieciocho años, en Buenos Aires, ahí más que nunca el azar tuvo un espacio protagónico, porque yo intervenía menos, estaba paralizado ante el gran escritor; mi sueño en esa época contenía a partes iguales literatura, fotografía y cine.
—Pero fíjate que en aquella ocasión esa mano que entra en la foto no es un azar que aprovechas sino un azar que cambia la fotografía sin tú darte cuenta; pero tienes otra fotografía en una escuela en las que se ven sombras de niños jugando en un patio, y a un niño apuntando con una pistola a un compañero arrodillado, y yo te pregunté hace años si lo habías dispuesto así, pero no, lo que haces es domesticar el azar…
—Sí, porque me quedé cuarenta y cinco minutos esperando eso. Sucedió en Patagonia, estaba con Luis Sepúlveda, buscando historias e imágenes, y ese recreo, como se diga en España, seguía y seguía, media hora después seguía el recreo, y después de mucho rato salió ese arma de juguete en las sombras e hice clic.
Uno tiene que saber ver, que es también saber escuchar, no solamente los sonidos y el lenguaje, sino estar atento a tu interlocutor, a la gente.
—Porque no pondrías a cualquiera a cortar pollos en una carnicería.
—Claro, yo ya te conocía, no era nuestro primer encuentro, y cada uno es distinto. Por ejemplo, pienso en Antonio Orejudo; su literatura tiene mucho humor, pero él es más bien discreto, tímido; una de las cosas que he aprendido tras todos estos años es que una cosa es el escritor y otra lo que escribe.
—Ahora vas a montar una exposición en el Museo Pablo Serrano, no es la primera vez que expones, recuerdo una en la que acabamos colgando cuadros juntos…
—(Ríe) Otra cosa que es clara es que un buen fotógrafo no es un buen montador, pero hay escritores que lo son, soy un desastre para las líneas rectas, para clavar…
—Tú haces tus fotografías, las revelas, las ves, pero de pronto están todas en un espacio, y me decías que tienes la impresión de no repetirte, pero también que rodabas el documental para hacer otra cosa, refrescarte, luego volver… Cuando ves tu obra en una exposición, ¿piensas hacia dónde te gustaría crecer, hay algo que crees que te falta?
—Lo que me gustan son las primeras veces, hacer cosas nuevas, explorar. Por ejemplo, esta mañana en la reunión que tuve se me ocurrió integrar una instalación más, también hacer una audioteca con voces de autores de Aragón, donde dialoguen los retratos de los autores pero también con sus voces, porque en el museo hay posibilidades, entonces por qué no, doce cascos en los que se escuchen las voces, como una dimensión complementaria, y se me ocurrió también que voy a invitar a entrar a la exposición, que es una antológica, proyectando una fotografía de Borges, cuarenta años después de mi primera foto, y me parece bonito, además como va a estar en el suelo, hay algo canallita en pisar a Borges, porque El Aleph es otro comienzo, es una primer letra, una primer vez, pero al mismo tiempo freudianamente necesitamos matar al padre, y pisar a Borges es, elegantemente, buscar nuevas voces…
—Además es una idea muy bonita porque la tradición nos sostiene pero hay que pisotearla para seguir avanzando.
—Claro, sin ello nos habríamos quedado en el clasicismo.
—Como me gustaría terminar en Madrid, voy a sacar un último tema por hoy.
—Sí, estaría lindo, porque al fin y al cabo ahora es nuestra casa.
—La última pregunta se refiere a eso que has mencionado varias veces, el juego, la diversión, que tus fotografías se acercan a la comedia… ¿Nunca has pensado en ir más hacia la tragedia, hacia esa búsqueda de algo en los autores que está más oculto, su parte menos fácil de mostrar?
—Yo creo que eso sale solo, sin golpear a la puerta, sin pedir permiso, sin hacer trampas, sale en los autores que retrato y en mis propios fantasmas. Pero no he hecho una reflexión al respecto, y la frontera es muy tenue, con lo más peligroso, con lo oscuro que todos tenemos, y también se puede llegar al ridículo a través de esa dramaturgia, no sólo a través del humor.
Y no me lo he planteado, pero si vemos mis fotografías con escritores que conocemos y que sabemos por lo que están pasando…
—La verdad es que lo había pensado porque hay fotos tuyas, por ejemplo esa de García Márquez, tan pensativo, sentado en el borde de una cama, con aspecto solitario…
—Para el autor de Cien años de soledad… en esa foto hay más de cien años de soledad. Pero no me di cuenta, es algo que está.
—Y no es lo que se recuerda, porque a menudo si dices Mordzinski, la gente dice qué divertido es, qué juguetón, y yo creo que hay otra corriente en tu fotografía.
—Sí, y me alegra que lo señales, pienso que somos el resultado de un montón de factores que van tejiendo lentamente lo que luego se llama un estilo. Pero es más fácil arrancar una sonrisa o un gesto de complicidad con el humor, quizá porque es más nuevo, está menos hecho, o exige menos atención. Lo interesante es que también esa otra parte está relacionada con la improvisación y con la intuición, que no hemos hablado de ella y yo soy tremendamente intuitivo, casi brujito. Es evidente en la foto que evocas de García Márquez, el 28 de enero de 2010 en su casa de Cartagena de Indias; era un secreto a medias que él ya estaba enfermo, con muchos momentos de ausencias, y hacía tiempo que no recibía a nadie, ni para entrevistas ni para fotografías. Concurso de circunstancias, trabajo de mi parte para que me reciba, obtener la complicidad total de Mercedes, porque una cosa es que te reciba y otra que confíe en ti, que te deje a solas con él una hora, y creo que esas imágenes son fruto también de sus silencios, de que yo era consciente de que seguramente eran las últimas, una despedida; y como te decía, intento escuchar al otro, y si escucho silencios retrato también silencios; yo no era consciente en el momento del clic, pero cuando veo esas últimas fotos, está claro que está todo eso, y más, te diría que… no es mejor ni peor, pero yo vengo de una formación más bien académica: estudié cine, estudie fotografía, literatura, tengo estudios universitarios, y tengo incorporado un montón de cosas que, aunque las quiera disimular bajo el humor o banalizándolas para que no se note, están presentes, y están integradas, no tengo que buscarlas. Y las leyes de la composición están, hay una ley básica que la fotografía heredó de la pintura, que es la dirección de la mirada. Un personaje que mira a la derecha de la foto debe estar a la izquierda y uno que mira a la izquierda a la derecha, y si te fijas en esta foto de García Márquez, aunque conozco esta ley, no la respeto, y al no respetarla, al ponerlo a Gabo con muy poco espacio en el lugar donde mira, también estoy retratando el final de una vida; luego puedes desarrollar grandes teorías…
—Pero no es algo pensado de antemano, sino que parte de una comprensión de la situación y que traduces al lenguaje que dominas.
—Es que si me pusiese a pensar yo creo que me bloquearía en muchos factores tan importantes como éste. Sobre todo estar atento, darte cuenta de cómo está, de su estado de ánimo, de no ser invasivo, porque ser muy rápido no es porque me aburrí, es una manera de decir, te voy a invitar a un juego en el que hay un pacto de caballeros entre nosotros, es un juego divertido y rápido, y lo rápido es fundamental. Yo he visto y acompañado sin decir que soy fotógrafo a amigos escritores a sesiones fotográficas eternas. Ojo, es como la escritura, no quiere decir que seas mejor o peor, unos necesitan seis años para escribir una página y otros lo hacen en diez minutos, y en fotografía es igual. Yo sostengo que hoy más que nunca con la banalización del acto fotográfico, con las posibilidades que nos brinda la tecnología, lo que no has logrado en quince minutos no lo vas a lograr en seis horas. Salvo si te tienes que esconder en un rincón de la escuela a esperar que un chico saque un arma de juguete. Yo prefiero compartir un café, una charla con un amigo, y que eso sea un elemento fundamental de mi trabajo. No hay motivo aparente ni lucro, la gran mayoría de mis fotos podrías preguntar ¿para qué las hago?, tu me has visto en festivales, porque es parte de mi trabajo, documentar, testimoniar, ir a cócteles para sacar fotos cada vez, pero no es para vender más, es parte de todo.
Miro el reloj. Tengo que salir corriendo a la estación de tren. Apago la grabadora. Daniel se recuesta hacia atrás, cosa que sólo hace cuando no está hablando, el resto del tiempo parece alerta, lo notas pensar, sabes que no sólo está hablando, está armando una historia, como arma sus fotografías. Es un buen contador de historias, lo que me obliga a eliminar de esta entrevista las que me parecen más anecdóticas para no alargarla en exceso. En realidad debería escribirlas él mismo. Y pienso en todo lo que sabe de mí a través de nuestros contactos en festivales, presentaciones de libros, etc., a pesar también de que apenas nos hemos visto en privado. No conozco su casa actual (él sí la mía) ni conocí la anterior. Pero Daniel podría contar historias mías y de cientos de escritores. Sin embargo, es un hombre discreto. No le oyes hablar mal de ningún escritor (como mucho se le nota un gesto de contrariedad o impaciencia al relatar un encuentro), no recuerdo ninguna indiscreción o falta de tacto por su parte. Quizá por eso confías en él cuando te fotografía, porque sabes que va a respetar tus límites, que sólo su cámara puede mostrar algo imprevisto.
—Estuvo mejor que en Cartagena, ¿no?— dice sonriendo.
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