Foto: Jorge Luis Borges. Buenos Aires, 1978
Daniel Mordzinski creció a la sombra benéfica de la gran biblioteca familiar, en el barrio porteño del Once.
En su memoria ha quedado grabado el amor de su padre a los libros. “Recuerdo una primera edición de El Hacedor, de Borges, publicada en 1960 por Emecé” (…) “Tal vez para protegerla estaba guardada bien alto”, dice. Como su admirado Borges, “el libro que más consultaba eran en realidad 32 libros: los 32 volúmenes de la Enciclopedia Británica traducidos al español”.
Más tarde, su tío Mario le descubrió a Vargas Llosa y le regaló su primer ejemplar de Rayuela, de Cortázar, y fue en una de las mudanzas familiares “cuando comencé a armar, en mi propio cuarto, mi biblioteca personal”.
A los trece años Daniel soñaba con ser fotógrafo, cineasta y escritor a la vez. Entonces comprendió “que una fotografía, como un libro, puede hacernos viajar miles de kilómetros sin movernos del lugar y que el valor iconográfico de una imagen no está relacionado necesariamente con su calidad, sino con el afecto o empatía que tenemos con la persona fotografiada o con lo que está representado en la imagen”.
Por eso Daniel, cuando entra en la casa de la persona a la que va a fotografiar, lo primero que busca, en lo primero que se fija es en su biblioteca. Él no coloca frente a sí a la persona y luego dispara como si lo estuviera ejecutando, Daniel no es un fotógrafo solo de continente sino que busca también el aura, lo que el otro tiene o puede tener cuando lo mira tras el objetivo de la cámara. Yo he visto trabajar a Daniel, y lo que hace es sonreír y conversar. Encuentra rápidamente el lugar en el que debe transcurrir la sesión y “el otro” enseguida se siente atraído por lo que Daniel le está diciendo. “Es bonito esto”, “mirá estos libros”, “situáte aquí, junto a estos cuadros”, “qué buena luz tiene esta estancia”, y sonríe siempre, como si el momento fuera único (no solo lo es sino que él lo hace único) y los movimientos del otro se van acomodando al click y a la voz cálida y cómplice del fotógrafo que de pronto encuentra lo que buscaba: “gracias”, dice siempre. Y mira el visor, sonriente.
Siendo muy joven, en el París en el que luego viviría gran parte de su vida, le propusieron realizar su primera exposición. Daniel había llegado a la ciudad empujado sobre todo por la influencia de Julio Cortázar. Y como las cosas importantes hay que hacerlas, Daniel buscó en la guía telefónica al escritor argentino y lo encontró; marcó su número, “Respiré profundo y le dejé un mensaje que decía: «Hola, me llamo Daniel, no soy nadie y nunca hice nada, pero mañana inauguro mi primera exposición y sería el pibe más feliz del mundo si me acompañaras». Le dejé la dirección y Julio Cortázar vino… Ese es uno de los días que cambiaron mi vida”.
“Mordzinski practica una travesura visual que llama “fotinski”, escribe Juan Villoro, a lo que Daniel añade: “El humor y la ironía son temas centrales en mi trabajo. Soy consciente de que la frontera entre el humor y el ridículo es muy fina y muchas veces invisible, y por eso intento no pasarla nunca. Para mí, la única frontera clara es el respeto. Jamás traicionaría a un escritor”. Todos los retratados se dejan llevar por el ritmo respetuoso que Daniel va marcando y el resultado saldrá de un pacto felizmente tácito. Ya no importa que el entorno sea una playa o el baño de una habitación de hotel; que el escritor esté tumbado en la cama o que abra con descaro una gabardina cuyo forro está poblado de fotos.
Una noche de 1978 dice Daniel que vio aparecer en una de las cubetas en las que estaba revelando, su primer retrato de escritor. “La primera letra de mi mapamundi literario fue también mi propio Aleph. El director de cine argentino Ricardo Wullicher me invitó a participar en el rodaje de un documental y para sorprenderme no me reveló el tema de la película. La cita era en la Biblioteca Nacional y al entrar a la gran sala reconocí de inmediato a Jorge Luis Borges hablando con el director. Fue en Buenos Aires y yo tenía 18 años -los mismos que Borges dirigiera la Biblioteca Nacional-.
Daniel es un amigo con el que disfruto desde hace más de veinte años gracias a su generosidad, a su honradez y a su grandeza humana solo comparable a la calidad de sus composiciones. Aunque suele pasar buena parte del año mostrando sus fotos por el mundo también en España hemos podido disfrutar algunas de esas exposiciones, al menos en Gijón y en Madrid, pero yo estoy seguro de que la gran muestra de Daniel Mordzinski llegará un día al Reina Sofía, en donde la mirada de este artista alcanzará la dimensión pública que merece.
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