Darío Adanti (Buenos Aires, 1971), el sutil francotirador satírico de Mongolia —siguiendo con el símil, en cuestión de chistes, Edu Galán es más de granadas de mano—, acaba de publicar un libro delicioso, La ballena tatuada: Una historia de la primera vuelta al mundo (Astiberri, 2021), en el que, vertebrados por la legendaria ballena Don Miguel —“cachalote chileno con todo el lomo marcado por místicos jeroglíficos”, según Melville— convergen, entre otros, Elcano y el autor de Moby Dick, la corsaria Malika Fadel ben Salvador y el niño sodomizado Antonio Baresa, los aónikenk y los españoles. La obra rebosa inteligencia, humanidad, ternura y sentido del humor. Es de agradecer la ausencia de maniqueísmos —huye de las leyendas negra y rosa— y, sobre todo, se aconseja su relectura: la cantidad de perlas que atesora es tal que, en el primer vistazo, muchas pasan desapercibidas.
Con la excusa del lanzamiento de La ballena tatuada, Zenda conversa con el dibujante y humorista porteño en el estanque del Retiro —intentamos entrevistarle en el Museo Naval, pero la fecha que ofrecieron la descartamos por tardía—. Quisimos hacerlo sobre una barca, pero la señora de la taquilla nos dijo que teníamos que llamar al Ayuntamiento, o algo por el estilo.
—Señor Adanti, no sabía de su faceta poética o, cuando menos, cancioneril. ¿De do viene?
—El pop y el rock es parte de la cultura más íntima de mi generación. La poesía que más a menudo leo está en las letras de las canciones de Bob Dylan, Calamaro, Neil Young, Nick Cave, Atahualpa Yupanqui, porque me gusta mucho el folclore, también el flamenco… Leí a César Vallejo, que me encanta, pero llegó un momento en el que, por lo que fuera, dejé de leer poesía. Sin embargo, cada día leo poesía, porque cada día que me pongo canciones de grupos o songwriters (risas) que me gustan, busco sus letras y las canto. Por cierto, no sé tocar ningún instrumento. Siempre me dio mucha envidia eso…
—“Salam, Malika, salam. / Tras tu bandera me iría… / porque quiero ser frase en tu historia / y párrafo en tu biografía”. Hay más poesía en esos versos que en toda la bibliografía de la Generación del Instagram.
—Me encanta que me lo digas (risas). La verdad es que me peleo mucho con las palabras. Muchísimo. No sé exactamente por qué, pero creo que tiene que ver algo con que soy disléxico disgráfico, que es la dislexia escrita. De niño, en la primaria, me mandaron al logopeda para aprender a escribir, porque escribía a la inversa: escribo más fácil de derecha a izquierda que de izquierda a derecha. Y confundo “abrir” con “haber”: te puedo escribir “abrir” con “h” y “haber” sin “h”. Tengo muchos errores de ortografía. Entonces, supongo que la obsesión de la palabra y de cómo suena la palabra es una mezcla entre, por un lado, la obsesión, a nivel canción, de que la palabra suene bien, de que diga lo que tú quieres con la musicalidad que buscas, con, por otro, una obsesión personal de buscar todo el rato en el diccionario palabras y cosas para ver cómo son. Me divierte la búsqueda de la palabra. He tardado meses en cerrar la historieta de Malika. Con las mismas palabras, cambiaba todo el rato la frase final. Era: “Quiero ser frase en tu biografía”. No. “Quiero ser una frase más en tu biografía”. Tampoco. Y así estuve peleándome.
—Afirma que La ballena tatuada es “un viaje de circunnavegación a mí mismo”. Cuénteme sobre ello.
—La obsesión de la ballena tatuada, la real y la ficticia… (Piensa) Es decir, la real pasa por si existió o no Don Miguel, esa ballena de la que habla Melville y que tenía tantas cicatrices que parecía estar escrita. En ningún momento Melville dice que fuera tatuada: la “ballena tatuada” se lo puse yo. Esa obsesión, te decía, marca una especie de hilo conductor de mis lecturas, pero sin que yo lo buscase. Me di cuenta de que todo lo que leía o me interesaba, o gran parte de lo que leía o me interesaba, tenía algo que ver con lo que fue la expansión del comercio a través de las rutas marítimas del sur. Lo quisiera o no, cada cosa que leía tenía algún tipo de relación con eso. Te doy otro ejemplo, que quizá saldrá en otros cómics: una vez que tú cruzas el estrecho de Magallanes y vas tirando para el Pacífico, como hizo Magallanes con Elcano, pasas por las islas de Juan Fernández. Juan Fernández fue un marinero español. En esas islas, luego se va a quedar de náufrago otro marino, llamado Selkirk, que es en el que se va a basar Daniel Defoe para escribir Robinson Crusoe. En esas mismas islas ocurre la historia de Benito Cereno, otro libro de Melville, que también se basa en una historia real: unos esclavos africanos, en un barco español, terminan tomando el barco y obligando al capitán español, Benito Cereno, a hacer lo que ellos quieren. Pasó de verdad y sucedió también en las islas de Juan Fernández. Entonces, todo lo que leía estaba vinculado a los pasos interoceánicos, y me di cuenta de que no era una casualidad: toda la novela de aventuras tiene que ver con el comercio. Colmillo blanco, de London, tiene que ver con que la gente se iba a buscar oro al norte porque era parte del comercio. La vuelta al mundo de Magallanes y Elcano tenía que ver con la búsqueda de materias primas que eran fundamentales para el comercio. La caza de la ballena tenía que ver con el aceite de ballena, que era fundamental para el comercio. El faro del fin del mundo, de Verne, va de un faro de verdad que está en la isla de los Estados, que está en el archipiélago fueguino. Durante 400 ó 500 años, comerciantes de todas las naciones tenían que pasar por ese punto geográfico. Toda la literatura de aventuras tiene que ver, de alguna manera, con ese punto geográfico y con la expansión del comercio a través de ese punto geográfico. Entonces, yo, sin saberlo, desde muy pequeño, que me gustaba la literatura de aventuras y los clásicos de aventuras, estaba leyendo también una especie de crónica sobre el comercio durante esos 400 años, y por eso digo que es una vuelta de circunnavegación a mí mismo: porque empecé a leer Moby Dick unos años antes de venir a España, lo terminé en España, y 25 años después, saco una novela gráfica en la que sigo dando vueltas por esos personajes, sobre esas literaturas.
—Moby Dick es una novela que le fascina.
—Sí. Moby Dick son como varios libros en uno, tienes un montón de relatos diferentes. Es supermoderno. Es casi como de Thomas Pynchon: un personaje conoce a otro, y entonces empieza la historia de otro personaje, y otro personaje empieza a cantar una canción, y otro capítulo es la canción… Con esa forma que tiene Melville de narrar un viaje de tres años en un ballenero, en el fondo, muestra cómo son las relaciones humanas en esos viajes tan largos. Melville cuenta también que la verdadera historia de la Humanidad, del progreso, no es la que cuentan los hombres de tierra, sino la que cuentan los marineros en sus cuentos y en sus canciones, pero que nadie luego pone en papel los cuentos y las canciones de los marineros, al menos, los de los siglos anteriores al XIX. Claro, de alguna manera, tres años en un barco va creando narrativas múltiples y, al final, no queda otra que hacer un relato fragmentario y coral. Porque un viaje, en el fondo, es un relato fragmentario y coral. Moby Dick, de alguna manera, es una road movie antes de que existan las road movies.
—¿Con Moby Dick pasa lo que con el Quijote? ¿Hay que tener ya alguna cana, alguna arruga para entenderlo mejor?
—El Quijote es otra road movie. Puede ser que tengas razón en lo que dices… La primera vez que leí Moby Dick lo empecé en el 95 y lo terminé en enero del 96. Lo leí muy poco a poco. Ahora, lo puedo agarrar y leer en un par de meses; en esa época, tardé como medio año. Realmente, había leído Moby Dick mucho antes, de niño. En dos versiones: en una versión resumida de una colección de libros infantiles que en Argentina se llamaba “Robin Hood”, que eran de tapas amarillas, y en otra que era una versión en cómic que creo que había editado Bruguera. Pero, claro, estaban reducidas, sólo estaba la parte de aventura, sin la parte filosófica, oscura y tal. Entonces, si agarrás Moby Dick demasiado pronto, puede ser que nunca más la vuelvas a agarrar (risas).
—También destaca el Primer viaje en torno del globo, de Pigafetta.
—Es otro libro que leí muy joven. Era una edición infantil, tenía ilustraciones. No las ilustraciones originales de Pigafetta, sino otros dibujitos. Luego, cuando leí la edición para adultos, me di cuenta de que, realmente, es una novela de aventuras. Y lo más alucinante es que fue real. Cuando Pigafetta te cuenta que se comían el cuero que envolvía los palos de las naves… Claro, en un viaje tan largo, el palo mayor se envolvía en cuero para que no fuera carcomido por el viento y la sal. Entonces, se tiran, creo, cuatro meses en medio del Pacífico. No logran pescar, porque no es tan fácil: hay zonas del Pacífico en las que o te pasa un cardumen por abajo, o estas días y días sin pescar nada. Los tipos estaban sin pescar, sin agua, se bebían sus propios meados, cortaban pedazos del cuero y lo hervían y se lo comían. Si encontraban ratas, se las comían. Es una cosa absolutamente impresionante. Y han pasado 500 años y no tenemos aún una serie ni una supernovela sobre esto. Porque tenemos el Magallanes de Zweig, pero, como su nombre indica, va sobre Magallanes, no sobre la vuelta al mundo. Siempre se ha confundido la vuelta al mundo con Magallanes. Magallanes es un personaje fascinante, pero el tipo muere en Mactán.
—Y por su cabeza no pensaba dar la vuelta al mundo.
—Claro. Él quería llegar a las Molucas, conseguir el clavo, y “después, ya veremos cómo volvemos, pero si lo más fácil es volver por el mismo lado, volvemos por el mismo lado”. Hay documentos que ha sacado la página de la Ruta Elcano en los que los tripulantes de la nao Victoria cuentan que el que se peleó y dijo “no, no, seguimos por Occidente” fue Elcano. Pero claro, el libro de Zweig, como es sobre Magallanes y éste muere en Filipinas, te resume en dos páginas un viaje por medio mundo. Y Pigafetta hace lo mismo: cuenta todo Magallanes, y el viaje por la otra mitad del mundo lo resume en un par de capítulos. Hay una teoría que dice que eso se debe a que Pigafetta era amigo de Magallanes y le defendía, y como Elcano fue uno de los españoles traidores a Magallanes… Hay otra teoría que dice que se perdió el texto original. Había una versión italiana que luego fue traducida al francés en torno al 1800 y, justo por entonces, con las invasiones napoleónicas y la Guerra de la Independencia, no se sabe si en Francia podían haber quitado capítulos donde se hablaba más de Elcano por el hecho de no dar ningún tipo de honor al español. Se habla mucho de la leyenda negra, y no hay que confundirse: la leyenda negra ha sido de todos los imperios con los demás imperios. Es decir, Francis Drake es un puto genio, no sólo fue un navegante, un marino y un corsario: dio la vuelta al mundo. En Inglaterra es un ídolo, tiene estatuas; mientras, para España es lo peor, es un demonio. Con lo cual, es normal que para el imperio británico o el francés, Elcano fuese menospreciado. Era la guerra cultural de entonces, una guerra entre imperios.
—La proeza de esos tipos no fue chica. En una de las historietas, pone la siguiente frase en boca de Elcano: “Éramos fantasmas, cierto, pero habíamos dado la vuelta al mundo”.
—Mira que soy ateo, pero es imposible entender cosas del siglo XVI, no emocionarte con cosas del siglo XVI sin entender la fe religiosa de entonces. Del mismo modo que es imposible entender la creación de EEUU si no entiendes lo que son los protestantes, lo que fue la revolución calvinista, etcétera. Cuando regresan a España y son remolcados de Sanlúcar a Sevilla, y en Sevilla deciden ir descalzos, con cirios, a agradecer a la Virgen de los Marineros el haberles elegido a los 18 que llegan para sobrevivir… ¡De 247 que salieron, sólo regresaron 18! Hay estatuas de Colón en todos los lados, en toda Latinoamérica hay avenidas a Colón, en EEUU, y el viaje de Colón, realmente, fue como de Gran Vía a Sol (risas). Fueron tres meses. En cambio, estos tipos dieron la puta vuelta al mundo. En tres años. Completa. Elcano casi descubre Nueva Zelanda y Australia: por un poquito de niebla no las vio, pero pasó muy cerca. Cuando ves la reproducción de la nao Victoria que hay en el Guadalquivir, en Sevilla, te das cuenta de que eran cáscaras. Iban hacinados. Y abajo llevaban gallinas, vacas, y las vacas cagaban, y las galletas se les llenaban de gusanos, y tenían que convivir presidiarios, soldados, gente que se escapaba de la cárcel y marinos de oficio, con señores nobles. Era una olla a presión. Los metías en el océano y les decías: “Tú llévate unos anzuelos y unos arcabuces, un poco de queso, vino y vinagre, y tira” (risas). A los dos meses, la vaca enfermaba en mitad del mar, y no se la podían comer. Era todo así. Y los tipos tiraban p’alante y sobrevivían.
—Antes de comenzar la entrevista, me habló sobre manchas cerebrales y pérdida de glucosa. ¿Me lo podría contar de nuevo?
—Esto es muy friqui y no aparece en el libro, pero lo tengo de background interior: hay estudios antropológicos sobre la relación de las pinturas rupestres con la pérdida de consciencia. Es decir, hay teorías antropológicas que dicen que, posiblemente, el ser humano empieza a dibujar en las paredes de las cuevas en estados alterados de consciencia. Y lo hace el chamán de la tribu a partir de ingesta de raíces, de hongos, de setas, o, simplemente, de estados alterados que tienen que ver con estar dentro de una cueva acojonado, sin haber dormido, comido o lo que fuera. Y se sabe que en los grados de consciencia o inconsciencia, hay grados de autismo. Hay diferentes niveles en el espectro autista en los que tú estás más consciente o menos consciente. Y en los estados de menos consciencia, el cerebro produce ciertas manchas visuales que sólo las ves cerebralmente hacia adentro, y que tienen que ver con la falta de glucosa. Esas manchas son siempre las mismas, en todos los seres humanos y en todos los lados: pautas de cuadrícula, pautas de túnel con foco en el centro… Luego, cada cultura le da una interpretación diferente. En general, cuando se pasa de lo abstracto a lo concreto en el pensamiento simbólico, esas manchas se empiezan a interpretar intentando ver los elementos de la naturaleza que a ellos les parecían mágicos, pero no los entendían, como podía ser el bisonte o el animal más potente de su entorno. Los marineros vascos, los andaluces o los portugueses venían de pueblos pesqueros, marineros, que, antes del cristianismo, que les viene por el Imperio Romano, eran cazadores-recolectores y tenían una cultura chamánica animista, es decir, venían de hacer las pinturas rupestres y de interpretar la realidad y los sueños simbólicamente con la naturaleza y los animales que les rodeaban. En el caso de los pueblos pesqueros, los animales a los que recurrían eran los pulpos gigantes, las ballenas, etcétera, pero, en el caso de los pueblos de la Tierra de Fuego, también: eran pueblos marítimos que tenían un contacto directo con la ballena, y los cetáceos de por allí, la ballena franca y el cachalote, eran los animales más fuertes de su ecosistema. Y me gustaba pensar que la mayoría de los que pasaron por ahí terminaron, sin tomar psicoactivos, obviamente (risas), viendo esas imágenes. Hay que tener en cuenta que el escorbuto, que sale por una falta de vitamina C por no comer alimentos frescos, y que diezmó a la tripulación de Magallanes, produce alucinaciones y entra dentro del espectro autista más bajo, digamos. Luego, Elcano muere intoxicado por barracuda. Las intoxicaciones también producen lo mismo, pérdidas de consciencia, falta de glucosa, y este tipo de pesadillas. A la vez, muchos de los pueblos que vivían ahí, directamente, consumían raíces o tenían cultos chamánicos en los que danzaban sin parar hasta entrar en estos estados. Con lo cual, me parecía muy probable que la ballena, que nunca existió, pudiera haber vivido de verdad en la mente y en las pesadillas de todos esos seres humanos que se juntaron en ese punto, en el último confín del planeta, por primera vez en la Historia de la Humanidad.
—Señala que “la mayor gesta del hombre fue en nombre de España, cierto, pero fue el proyecto de un extranjero”, o sea, Magallanes. Lo mismo ocurrió con Colón: la expedición que descubre el Nuevo Mundo es financiada por los Reyes Católicos, pero quien la lidera es un genovés.
—Eso es algo curioso. Antes hablábamos de la guerra cultural. La guerra cultural ha creado en España, que tiene una relación extraña con su pasado, cierto complejo que, de verdad, tiene que ver con una sola persona: Francisco Franco, con la utilización que hizo de la historia española Franco para su único objetivo, que era él mismo, mantenerse en el poder. Quiso reivindicar toda una estética de Carlos V, del imperio español, y 40 años de eso ha creado una fobia a los sectores de izquierdas cuando, en realidad, España, como concepto, no existía. España era una suma de pueblos. Con lo cual, España ya era moderna de por sí: España era una suma de reinos. Entonces, ¿por qué no usar a italianos y a portugueses para construir tu reino? La península Ibérica dio mucho para eso, y no sólo en la época del siglo XVI: ahora sabemos que estaba petada en la época de los neandertales. Y luego, cuando vinieron los Homo sapiens, también. Es un lugar muy grato para vivir y tiene una geografía que la comunica con el resto del Mediterráneo. La gran puerta de la globalización la abren Magallanes y Elcano, pero la globalización ya había empezado en el Mediterráneo en la época de la Ruta de la Seda, incluso antes. Y España, para eso, fue un entorno absolutamente adecuado: tenías contacto con los celtas del norte, con los magrebíes y con el mundo africano, contacto por mar con Grecia e Italia… Desde tiempos muy remotos, esto fue una Babelia. Con Franco, sobre todo, se intentó vender que España era una cosa absolutamente monolítica cuando, en realidad, España siempre ha sido Babelia. Una suma. Es raro que haya un español que no tenga un poco de moro, sefardí, romano, íbero, celta… Por tanto, no es raro que la gesta empezara por el deseo de un extranjero: los reinos españoles estaban abiertos a construir su gran imperio y a competir contra Portugal abriendo los brazos a cualquiera que trajera un buen proyecto.
—Celebro que su libro está libre de presentismos. Se agradece la ausencia de leyenda negra y de leyenda rosa.
—Eso no lo tuve que medir en realidad. Cuando leo de Historia, intento no caer en maniqueísmos. Es fácil decir: “Odio el Imperio Romano”. El Imperio Romano mató que flipas pero, como decían los Monty Python, “¿qué ha hecho por nosotros el Imperio Romano?”. En las culturas hispanoamericanas se vive incluso con más trauma el tema este. Existen los países modernos, contemporáneos, democráticos y latinoamericanos porque son hijos de la conquista española. Para nosotros, es bastante traumático el reconocer que, de no ser por eso, no existirían estos países. Es decir, son hijos de la conquista. Y claro, la conquista es violenta. ¿Cómo no va a ser violenta? Como fue violenta la conquista romana. Y también eran violentos los griegos. Y lo que me parecía más maniqueo, lo que siempre me jodió mucho… (Piensa) Se ha caído en el error de que, en un primer momento, en los países latinoamericanos, hasta mediados del siglo XX, las poblaciones indígenas eran los negritos a los que había que dejar fuera, porque eso impedía que, por ejemplo, Argentina o los demás países fueran potencia mundial. Eran un estorbo porque eran los pobres que te venían a robar. Yo he vivido eso, en mi infancia, en plena dictadura, y no era algo impuesto por la dictadura, sino que en los pueblos de Argentina se hablaba bastante despectivamente. Ahora, se ha pasado a lo contrario: de pronto, las poblaciones indígenas, en abstracto, son casi santos con una cultura milenaria maravillosa que nos va a salvar la vida desde el new age. Pero en abstracto: luego, la señora de la limpieza que tienen es indígena boliviana incaica, pero para ellos no es indígena: es la señora de la limpieza. Te dicen: “Aquí en la conquista se mató a todos los indios”. No, no: la tienes tú limpiando tu casa en estos momentos, y no le pagas la Seguridad Social. Entonces, hay una contradicción ahí, y yo creo que darle la condición a otro ser humano de casi diablo o salvaje es deshumanizarlo tanto como darle la condición de ángel santo que es incapaz de la maldad.
—No hay corderos del género Homo.
—Creo que la verdadera condición humana es poder hacer el mal y el bien. Y luego es quitarles una cosa maravillosa que tenían: eran grandes guerreros. No perdieron porque no fueran grandes guerreros. Perdieron porque hubo un enfrentamiento cultural inevitable por una diferenciación tecnológica. Y esta tiene que ver con la geografía en la que vives. Esto lo cuenta muy bien Jared Diamond. Para que la civilización avance, el hombre se tuvo que asentar y crear la agricultura. Eso nos permitió tener más tiempo libre y, a la vez, inventar la escritura, que se inventó para controlar quién se quedaba con más grano (risas). En realidad, fue algo comercial. Para hacer eso, necesitas que esas tecnologías se vayan transmitiendo de pueblo en pueblo, ya sea en guerras o follando. Entonces, en el continente euroasiático, como es, digamos, horizontal, eso hace que una semilla que tú levantas en el Tigris, en el Oriente Próximo, la plantes en España y tenga el mismo ciclo de cultivo. Por lo tanto, funciona. Además, tienes el Mediterráneo, que es una gran vía de comunicación porque es un mar controlable. En cambio, en el continente americano, si tú descubrías el maíz en México y lo querías llevar a la Patagonia, ahí no te crecía, además de que tenía montañas y selvas en el medio y era imposible trasladarlo. Era más fácil que los pueblos se mantuvieran aislados, no se pasaran las tecnologías mutuamente y, por lo tanto, no tuvieran una evolución tan veloz como pasó en el Mediterráneo. Con lo cual, es algo absolutamente casual que tiene que ver con dónde has nacido, básicamente. Pero el negar a las culturas que vivían en América antes de la conquista todos los valores que tenían y, simplemente, quedarte con que fueron masacrados… Hombre, es injusto para las propias culturas. Porque siguen existiendo, su cultura sigue viva y se ha sincretizado con la cultura europea. De hecho, en Argentina tomamos mate, que es guaraní. Tenemos un cacao mental con la conquista y los pueblos de la América precolombina que estaría bueno que lo dejáramos de lado y que nos pudiéramos fascinar sin politizarlo en términos actuales. Porque no tienen sentido.
—Para terminar, ¿volveremos a encontrarnos con Don Miguel en su obra?
—Claro que sí. No tardé 25 años sólo en hacer estas 200 páginas: a medida que iba leyendo sobre los 400 años que duró la gran navegación por el Estrecho de Magallanes y por el Cabo de Hornos, supe que se convirtieron en las rutas más peligrosas del planeta. Es impresionante la cantidad de muertos que hay entre marineros, capitanes, soldados, esclavos, aborígenes, colonos… Nos olvidamos, por cierto, de que dentro de la conquista estaba la figura del colono. En EEUU tienen cierto prestigio, pero nosotros hemos olvidado el hecho de cuántas familias europeas, en este caso, españolas, se metieron en barcos, sin ser marineros ni nada, con sus hijos, sólo para ver si podían hacer una vida mejor en otro continente. Y ahí se encontraron con malaria, enfermedades terribles, flechazos, secuestros, muertos debajo del mar… Entonces, esas vías marítimas están regadas de muertos de todo el planeta, y tenía historietas que iban no sólo del siglo XVI, sino también del XVII, del XVIII y del XIX. Sí, habrá más libros y cada libro será autoconclusivo.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: