Darío Adanti y yo fuimos pareja diez años. Artística, televisiva, teatral, yoquésé. Seguro lo volveremos a ser: ahora simplemente continuamos con dos décadas de amistad. Pero —el dibujante— Adanti siempre me sorprende. Después del excepcional cómic La ballena tatuada (Astiberri), donde se dedicaba al viaje de Magallanes y Elcano entre ballenas, canciones arcaicas, literatura y mares, ahora publica El meteorito somos nosotros (Astiberri). En sus páginas explica el cambio climático y demuestra, de nuevo, que es uno de los artistas más importantes de nuestro país. Frente a contemporáneos acomodados, jóvenes mainstream o viejos ajados, Adanti habita siempre entre retos. Siempre peleándose con formatos. Siempre vivo.
—De dónde sale El meteorito somos nosotros y, sobre todo, de dónde sale el título, que me parece afortunadísimo.
—En realidad siempre he leído ciencia y siempre me interesó la ciencia. Salió leyendo libros de ciencia y de antropología, como por ejemplo los de Jared Diamond: soy súper fan. En su libro Colapso habla de que el gran reto de nuestra especie es adaptarnos y mitigar el cambio climático. Porque solucionarlo y llevarlo a cero no va a poder ser: va a ser cómo lo gestionamos y cómo lo solucionamos. Es el gran reto de nuestra especie, al menos de los últimos diez mil años, porque es un reto global, no es un reto de un solo pueblo, de una sola etnia. Y él en Colapso habla de otras sociedades que cayeron en el pasado por cambios climáticos puntuales. Porque se cargaron todo el ecosistema, o porque les tocó, como por ejemplo a la Isla de Pascua o los mayas, que ahora se sabe que la decadencia del imperio fue porque agotaron la tierra. Se quedaron sin lugares cultivables para dar de comer a tanta gente. Y ahí es donde vino el colapso. Él habla mucho de eso. Pero sus libros no son específicamente sobre el cambio climático. Entonces empecé a leer libros de otros, como Tim Flannery, que es un gran científico australiano de este tema. En 2015 hablaba del peligro del cambio climático. Era un tema que yo tenía en la cabeza y que ya quería escribir algo. En los bares con los amigos siempre les explicaba cosas científicas, como de andar por casa y que eso podía ser un buen tono para explicar algo. Dicho esto, me llamó Ignacio Tolnado de la FNAC, como también sabía este tema porque yo había estado hablando con él de ciencia, de Diamond y Flannery y de otros científicos, me dijo «oye, queremos hacer un cómic pequeño de 30 páginas para regalar a los que compren cómics. Y sé que a ti te interesa, ¿te apetece hacerlo?». Justo estaba dándole vueltas a este tema, y apuntándome estructuras y todo, de cómo explicaría yo el cambio climático. Entonces les hice como un resumen de 30 páginas de lo que quería que fuera el libro real. Y resulta que al final fue muy bien. Me dijeron de FNAC que todo el mundo lo pedía. Me di cuenta de una cosa: la gente tiene mucho interés en esto, aunque creo que a la gente le cuesta leer un tocho escrito de 400 páginas de ciencia. En cambio, un cómic que te lo lees en un día o en dos y te quedan claros conceptos científicos… Y entonces hablé con mi editora de Astiberri, Lucía, y decidimos hacer el libro que yo tenía en mente. Tengo bastante más de 160 páginas, pero decidimos hacer sólo uno. Si vemos que va bien haremos un segundo, porque luego hay otras miradas sobre el cambio climático que me encantaría abordar. Pero primero tienes que saber científicamente qué significa. Otras miradas como, por ejemplo, soluciones que plantean diferentes economistas, diferentes tendencias, nuevas tecnologías. Tecnologías que se están desarrollando y por qué fallan por ahora. El título en realidad se le ocurrió a mi pareja, Mo, no a mí. Mi pareja cada vez que pasa algo dice «madre mía, que caiga el meteorito ya mismo». Y cuando yo estaba haciendo el del FNAC, antes de la película No mires arriba, hablando con ella salió el tema de que al final el meteorito somos nosotros.
—Porque el cambio climático existe, sin duda.
—El cambio climático está absolutamente comprobado científicamente. Y el 99,9% de los científicos del mundo dicen que el cambio climático es terrible, que es mucho más grave de lo que nos avisa incluso el IPCC, el grupo de expertos. Está absolutamente comprobado y no es la primera vez que una especie provoca un cambio climático. Al principio de los tiempos, cuando se produjo la primera vida en el planeta Tierra en el Proterozoico, después de crear las moléculas, se crearon las cianobacterias. Se crearon por azar, por choque de mezclas, y mezclas, y mezclas azarosas que al final dieron eso como resultado. Cuando al final surgen las primeras bacterias, las cianobacterias evolucionaron por selección natural y se produjo por primera vez la fotosíntesis. Lo que hacen es pillar CO2 del aire y por un proceso químico después expulsan el oxígeno. Ese es el residuo de su proceso químico que les permite conseguir energía para vivir y para reproducirse, repararse, etcétera… Y empezaron a tirar oxígeno y oxígeno, y así oxigenaron la atmósfera. Posiblemente murieron un montón de microorganismos que vivían en aquella Tierra primitiva, porque para ellos el oxígeno resultó un veneno. Pero esa oxigenación de la atmósfera se convirtió en el paso fundamental para la vida más compleja como la que conocemos hoy, plantas y animales. Porque evolucionamos para usar el oxígeno como elemento esencial en los procesos de respiración y de combustión. Así que no somos lo únicos que hemos cambiado la atmósfera del planeta, sólo que ahora, ese cambio que producimos nosotros, es nocivo para nosotros mismos. Por no hablar de la velocidad de vértigo en que estamos cambiando la composición de los gases atmosféricos. La industrialización ha creado el calentamiento global que nos está llevando a un cambio climático. Nuestro sistema planetario y nuestro sistema atmosférico está todo unido, es un solo sistema. Realmente es un sistema al que, en términos de andar por casa, los científicos llaman caótico. Analizan los sistemas dinámicos no lineales, que son los sistemas que son dinámicos porque cambian con el tiempo, pero que tienen tantos factores internos que es muy difícil predecir exactamente qué va a pasar con ellos a largo plazo. No es que sean realmente caóticos, es un caos determinista, pero están compuestos de tantos factores que siempre nos falta información para conocer todos los detalles y predecir su evolución a largo plazo.
—O sea, si conociéramos todas las variables, seríamos capaces de predecir perfectamente.
—Exacto. Lo que pasa es que hemos evolucionado tanto tecnológicamente que los modelos informáticos actuales y la cantidad de datos que tenemos ahora de todo el planeta hacen que esos sistemas informáticos, que son absolutamente brutales, te den cuatro o cinco escenarios posibles de cómo será el resultado de las emanaciones de gases de efecto invernadero de las actividades humanas en el clima. Si tú le agregas tanto un porcentaje más por millón de CO2, tanto porcentaje de tal aerosol, o tal o cual gas… Como tenemos los datos, porque la industria los pasa y hoy en día no es difícil cuantificarlos, porque hay medidores en los satélites, boyas, etcétera, se van cargando esos datos en los ordenadores y pueden predecir con un rango de incertidumbre mínimo los escenarios posibles a corto y mediano plazo. Y los escenarios que pronostican con las actuales emisiones de CO2 son terribles. Los están dando desde los años 80, y cada vez se han ido perfeccionando más los modelos climáticos e informáticos, y últimamente los peores escenarios son los que se están cumpliendo. Porque por un lado la tecnología es mejor y más precisa y, por el otro, cada vez somos más, consumimos más, producimos más, y contaminamos más. Dicho esto, cuando hablamos de apocalipsis no es el apocalipsis del fin del planeta como tal. Sería el fin de las civilizaciones como las conocemos. Y en el caso de los que vivimos en sociedades modernas, el fin de una comodidad que hemos vivido en los últimos 30 años. La comodidad de tener agua y comida al alcance en cantidades ingentes y cuando sea. Eso, en los escenarios actuales de emisiones de gases de efecto invernadero, si no se hace algo será muy, pero que muy, complicado.
—¿Qué significaría el fin de esa comodidad, en qué se concretaría?
—Se concretaría en que, por ejemplo, puede haber grandes periodos del año, cada vez más, donde la temperatura sea altísima. Ya 50 grados es una temperatura perjudicial para nuestra vida: en esos meses tendrías que vivir encerrado, quedar con la gente todos encerrados, tener que ir en coche y ponerte una protección solar brutal y vivir con aire acondicionado, que emitiría más CO2, que es una de las cosas que más contamina, con lo cual estaríamos incrementando más el CO2 atmosférico, haría más calor y entraríamos en una retroalimentación en que se aceleraría todo más. Otra de las cosas terribles, más preocupantes todavía, es la sequía: nos deja sin agua para beber nosotros y el ganado, y para regar los cultivos. Y sin cultivos puede haber escasez de recursos: no comeremos todos, ni será accesible el agua y la comida todo el tiempo. Y como siempre, obviamente, cuanto más pobres, peor. Si eres pobre o vives en un país pobre, no tendrás ni donde encerrarte, no tendrás aire acondicionado, no tendrás ni qué comer, porque se encarecerá la comida al haber escasez, con lo cual la comida será un lujo. Luego la falta de agua que ya estamos sufriendo en España, porque España es un punto caliente en el cambio climático con serios problemas de desertificación y de agua.
—Nota usted que esto es una preocupación general de la gente o es un poco impostura.
—Hay mucho greenwashing.
—Lo hablaba con el cineasta Óscar Aibar, cada vez hay más ficciones de que el planeta se acaba. Y sólo se van los millonarios.
—Es el miedo que tenemos todos.
—No se acaba el planeta, sino que es inhabitable.
—Lo estamos volviendo inhabitable. Lo que pasa es que se aceleró muchísimo a partir de los años 80 con la caída del muro de Berlín, el neoliberalismo y luego Internet y la globalización. Lo que dicen los científicos es que tenemos que volver atrás, pero no al pasado sino a consumir como los años 60, que te comprabas una nevera y te duraba mogollón, que te comprabas un jersey bueno y no te compras un jersey por semana. Porque lo que está contaminando es que tú te estés comprando un jersey que se ha fabricado en la India, que ha viajado en barco hasta Londres, que en Londres le han puesto la etiqueta, que luego ha venido en avión, que luego ha estado en una cámara y que luego me la han traído en camión hasta mi casa. Cuando tú te comprabas en el barrio el jersey que se producía en tu país, salía más caro, pero por eso mismo te duraba más y valorabas más tus necesidades a la hora de comprar algo. Como a nuestros abuelos, a nuestros padres lo que compraban les tenía que durar hasta que se rompiera y la comida no se tiraba.
—Y se recosía.
—Y si la tele se te rompía, le metías su hostión, o ponías una patata en las antenas… Contaminábamos menos, muchísimo menos.
—Este mercado se diseñó con obsolescencia. Es decir, totalmente diseñado para consumir al máximo pero que precisamente en este deseo del mercado está su condena.
—Exactamente. Es que es así. Tenemos que volver a consumir como se consumía hace 40 años atrás, no ya para frenar el calentamiento global sino, simplemente, para no empeorarlo. Esto es muy difícil en esta sociedad. Esto no es personal: son las costumbres de consumo las que nos han llevado a que se nos dispare el cambio climático en los últimos 40 años. Por más que empezó en la Revolución Industrial, cuando realmente se ha disparado a niveles increíbles ha sido a partir de los años 80. Esto es muy triste decirlo pero que nazcan 7.000 millones de personas en un país pobre, no industrializado, que no consume, casi no contamina. Lo que contamina es aquel 0,01% que nace en las ciudades, en la cultura muy urbana, de clases medias y altas y de países que tienen la capacidad económica de consumir. De hecho, la India y China contaminan muchísimo más que España, Francia o Alemania. Y decís, ¿pero por qué? Porque producen los productos que consumimos nosotros. No es que solo contamina el Primer Mundo. Hay grandes países pobres o en vías de desarrollo, como la India o China, que son de los que más contaminan. Rusia, Estados Unidos, China e India son los cuatro países que más contaminan. Pero contaminan porque tienen mucha población o porque se ha derivado la producción a ellos por el abaratamiento de los costes, y se ha derivado la cantidad de producción que consumimos nosotros.
—¿Diría que individualmente contamina más un joven que escribe en su móvil #StopCambioClimático que un joven que no sabe nada de Somalia?
—Sin duda. Es así. Los pobres no contaminan porque no tienen dinero para consumir. Obviamente lo que hay que hacer es presionar a nuestros gobiernos. Hay un problema: no se puede ser idealista en el sentido de que no se puede reemplazar con energías renovables la cantidad brutal de energía que necesitamos para nuestras sociedades modernas. Porque las energías renovables no dan para producir esa cantidad de energía. No dan, no dan. Aparte que tienen otros problemas: necesitas plantarlas. Entonces para poder darle energía a una megafábrica que produce cosas al ritmo actual, ¿qué necesito? ¿Plantar en Doñana mil millones de placas solares? Eso es también romper ecosistemas. Y los ecosistemas regulan el clima, porque el pescaíto se come a este otro, que comió a aquel otro… Y todo eso mantiene el CO2 en la tierra. Esto de no deforestar y todo esto no es «¡qué bonito el árbol!», que también: es porque realmente son los que mantienen el CO2 anclado a la tierra. Incluso para que las renovables alcancen a proporcionar energía en cuotas más altas, necesitamos reducir el consumo y la producción. Y otra cosa que es muy terrible es que de las cosas que más contaminan son dos: la producción de alimentos y el transporte. El avión contamina una barbaridad, y nunca antes hubo tantos aviones volando sobre la Tierra.
—Hace 20 o 30 años en España no se pedía nada por correo. Bajabas a por ello.
—Llegué a la conclusión de que todo lo que te haga ahorrar tiempo y ahorrar esfuerzo, contamina más. Es decir, si yo me pido la pizza por una aplicación, utilizar el móvil contamina muy poco. Del móvil lo que contamina es fabricarlo. En cambio, poner la calefacción a 19 en vez de a 22 grados, te ahorra un montón de contaminación porque lo que contamina es la cantidad de carbón que tiene que quemar la planta eléctrica para que tu calefacción pueda llegar a luchar contra el frío exterior y darte 22 grados. Si tú lo pones a 18 en vez de 19 grados va a consumir menos carbón, por lo tanto, va a contaminar menos. Si yo en vez de pedirme la pizza por el móvil y que me la tengan que traer, me bajo como antes a la pizzería del barrio, y espero hasta que esté la pizza, eso contamina mucho menos. Pero la historia es que no podemos no contaminar, con lo cual lo que hay que hacer es dejarnos de fanatismo y decidir qué es lo prioritario y qué no. Y lo que sea prioritario e inevitable, tendremos que aguantar que contamine, reduciendo la contaminación en todo aquello que no lo sea.
—¿Por qué existen negacionistas del cambio climático?
—A partir de los años 80, en pleno auge del neoliberalismo, la explosión de producción y consumo se disparó y no convenía venir con malas noticias. Y luego, la industria del petróleo y sus think tank, montaron y pagaron campañas de desinformación porque eran los que más tenían que perder con los informes científicos del calentamiento global. Posteriormente, gente como Dick Cheney y toda la armada reaccionaria neoliberal de Bush pagó informes contrarios y siguió ocultando los informes que tenían y que los alertaban de la que se nos venía encima, porque los partidos están financiados también por las grandes petroleras y toda la industria y economía actual de los países depende de la producción que depende, a su vez, de los combustibles fósiles. También pagaron informes y campañas para desacreditar a los científicos que lo estaban advirtiendo. Una gran parte de la conspiranoia sobre el calentamiento global está basada en fake news que no son ingenuas y que benefician a las eléctricas, petroleras, etc. Pero por otro lado, a la vez Bush hijo le pidió al Ministerio de Defensa, junto con la NASA, que le hicieran un informe de qué estaba pasando y qué podía pasar. Contestaron que teníamos un problema porque cada vez consumimos mucha más energía. La energía cada vez tira más partículas de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Una pequeña variación en los gases de efecto invernadero en la atmósfera ya te cambia la cantidad de calor que retiene la tierra o que expulsa al espacio y esto ya ha recalentado la tierra. En aquella época era de 0,7 grados, ahora estamos por 1,1 y vamos a superar el límite en 1,5. Las consecuencias van a ser falta de alimento, falta de agua, grandes olas migratorias por hambre como ya se están viendo, desaparición de grandes zonas costeras e islas, pérdida de biodiversidad y un sinfín de malas noticias. De hecho, uno de los primeros lugares donde se sintió el cambio climático fue en el Sahel. Yo, en los 90 y 2000, cuando veía que en el Sahel estaban muertos de hambre decía «qué mala suerte tener sequía. Pobrecitos. No han sabido administrarse, han agotado la tierra o se han asentado en un lugar no apto para la vida». Y luego ahora sé, porque está comprobado científicamente, que el Sahel, que no tiene industria ni casi consumo, se secó porque era un punto muy vulnerable del calentamiento global, porque su ratio de diferencia entre ser un vergel cultivable como lo había sido desde hace siglos, a volverse seco era muy bajo, y una mínima subida de la temperatura global los destruyó. Fue uno de los primeros lugares donde se notó el cambio climático de manera tan gráfica. Pero ojo, porque España y la zona mediterránea es otra zona vulnerable, porque tenemos mucha sequía, porque no tenemos bosques, y el monte seco favorece grandes incendios. ¡Si nos llegó la arena del Sahara el año pasado hasta Bilbao!… Porque cuanto más incendio, menos bosque, cuanto menos bosques, menos CO2 retenido, más llano: llega el viento caluroso más lejos elevando aún más las temperaturas y acentuando la falta de agua. Estamos al borde de un montón de retroalimentaciones climáticas y terrestres que son muy complicadas y peligrosas. Lo que dicen los científicos: no hay que ser fanáticos. No podemos reemplazar a día de hoy toda la energía que tenemos por paneles solares o por eólicas. Las eólicas son muy complicadas porque un parque eólico depende su tamaño, ubicación y materiales que utiliza, también puede joder ecosistemas. Tenemos que bajar nuestro nivel de consumo: consumimos cuatro veces más energía que hace 50 años. Cada uno de nosotros. Y el 20% de la humanidad consume más del 50% de la energía disponible que producimos. Quiere decir que no somos todos: somos los que tenemos un nivel de vida deseable y aceptable y no queremos renunciar a ese nivel de vida. Pero no es renunciar a ese nivel de vida, sino empezar a tener ciertas costumbres que sí que te pueden bajar el 50% de la huella de carbono que tenemos cada uno. Si tú, por ejemplo, limitas el consumo de ternera, no de otras carnes: me como el chuletón sólo cuando me voy a Bilbao y a Ávila. Me quito la ternera chota, esa que es una zapatilla a la plancha. Me hago cerdo. Y como más verduras y no la proteína como plato principal. Tampoco la necesitamos tanto porque ahora somos, además, mucho más sedentarios que hace cincuenta años… Pero está claro que esto sirve poco si no hay un cambio global, político y de producción. Pero lo cierto es que deberíamos hacerlo si no queremos que todo empeore aún más.
—O pollo.
—La vaca es una de las cosas que más contamina. Mil millones de cabezas de ganado: los pedos no son los que contaminan, al contrario que cree la gente. Es el metano que sacan cuando regurgitan la comida para hacer el paso por sus estómagos. Y es verdad que ahora se está investigando unas especies de máscaras que puedan tener las vacas y recopilar ese metano para después usarlo como gas natural. Aunque también contaminaría su combustión. Todo el rato vamos a tener que vivir así, haciendo cálculos para saber si la solución es realmente eficiente o si, por el contrario, no. Se está haciendo biotecnología para crear chuletones de ternera a partir de clonar células de vacas: con lo cual tú puedes tener doscientos chuletones con una sola vaca viva que te sigue dando chuletones. ¿Cuál es el problema? Que mientras que la fábrica o laboratorio que fabrica esos chuletones use electricidad proveniente de combustibles fósiles, la fábrica va a contaminar igual, aunque no tengas los mil millones de vacas tirando metano. Entonces hay que calcular qué contaminaría menos. Sea una cosa u otra, no nos queda otra que consumir menos ternera. En este tema nada es fácil. Y sí que hay greenwashing. De pronto digo «vale, no, no voy a comer una hamburguesa normal, me voy a comer una hamburguesa veggie que sabe a carne». Lo primero: tendré que ver cuánto ha contaminado todo el proceso industrial que ha llevado a que una lenteja se parezca a una carne, porque no por no ser vaca no contamina. Otra cosa es si es casera, claro. Con lo cual no es tan fácil el asunto y no todas las que nos venden como soluciones son, realmente, soluciones.
—Hemos hablado poco de negacionistas y me gustaría hablar también de clicktivistas. De si se hace algo contra el cambio climático tirando tomates a un cuadro.
—Siempre que hay un problema demasiado grande y que es demasiado complejo, surge el negacionismo. Pasó con la pandemia. Siempre que algo te supera solemos creer que somos tan la hostia que esto si pasa es porque está pensado y que son cuatro hijos de puta que lo hacen para ganar algo. El cambio climático lo hemos causado todos los que tenemos un buen nivel de vida, los países de la OCDE, justamente porque esas tecnologías nos han dado un buen nivel de vida, con lo cual el gran reto es cómo mantenemos el buen nivel de vida sin hipotecar el futuro próximo. Porque no es de acá a cien o doscientos años. Es ahora y son los próximos diez, 20, 30, 40, 50 años. Lo estamos viviendo ahora mismo. Por otro lado, los grupos de ultraderecha en Estados Unidos, QAnon, el trumpismo, etc… Han pagado informes contrarios, páginas web, blogueros, youtubers conspiranoicos… Y siempre puede haber algún científico flipado que se va con ellos y dice «yo soy biólogo y te digo que esto no existe». ¿Cuál es la realidad? O está zumbado, o el clima no es su campo y es un ignorante, o es adicto a la droga y como necesita farlopa, hace lo que sea para poder pagarla. Son una minoría muy pequeña dentro del ámbito científico, insignificante. Pero la conspiranoia y la negación son un peligro. En realidad, la verdadera conspiración aquí es negar que aquello que mueve el mundo se lo está, además, cargándoselo.
—Podemos confirmar que hay científicos adictos a las drogas.
—Claro. Son humanos. Me acuerdo de los médicos en la pandemia que salía un tarado cada tanto que decía «esto no existe y respiras vapor se te pasa». Si ya hay médicos titulados, que trabajan en hospitales serios, pero que te mandan a acupuntura y movidas de esas… ¡Es que hay tarados en todos lados! Lo que más me flipa del negacionismo es que todo el rollo conspiranoico en Estados Unidos es claramente de ultraderecha y en cambio aquí, y en otros países, ha colado en algunos sectores de la izquierda. Seguro que hay de derecha también, pero yo me encuentro mucha gente progre, llamémosle así, que es negacionista. Que no cree en la ciencia, que creen que los están engañando, que esto es Georges Soros con cuatro que nos quieren engañar. Y yo digo: ¿para qué coño nos van a querer engañar? ¿Para producir y consumir menos? Eso, que todo indica que es lo que deberíamos hacer, no le conviene a nadie, aunque en el fondo, nos conviene a todos. Cuando les decís que el IPCC es el grupo de expertos de las Naciones Unidas pues salen con «los helicópteros negros de las Naciones Unidas». A ver, ¿para qué le conviene al poder internacional global mantenernos encerrados y comprando menos? ¡Si pierden guita, les conviene que esto no esté pasando, negarlo, y que tú sigas tu vida a lo loco y que compres todo lo que tú quieras! Todas las petroleras, las compañías eléctricas, están invirtiendo guita en investigación de renovables porque saben que el negocio se les acaba. Y no ya por el calentamiento global, sino porque los recursos del planeta son limitados. Y son los primeros en querer seguir teniendo el negocio y haciendo dinero y de ahí el greenwashing.
—Retomo con estos activistas del cambio climático que hacen esto de tirar pintura sobre cuadros. Yo los llamo clicktivistas para diferenciarlos de los activistas.
—Hay activistas muy serios, por ejemplo, los Yes man, que me parece maravilloso lo que hacen. Tengo una doble vertiente con los activistas que se pegan a los cuadros: por un lado, la primera vez que lo veo no me gusta porque creo que aquí hay que salir a convencer a la gente y si creas rechazo la acción no parece que esté saliendo bien. Porque si vos le vas a decir a la gente que va a tener que hacer un montón de sacrificios de cosas a las que se ha acostumbrado, si no de manera voluntaria por restricciones que tendremos que poner al consumo y la producción, mejor seducir que crear rechazo… Nuestros abuelos no tendrían que hacer ningún sacrificio, pero nosotros somos mucho más adictos al petróleo, al gas y al carbón que las generaciones anteriores. En general, y más las generaciones más jóvenes que están integrados en la manía consumista desenfrenada, le vas a tener que pedir a un montón de gente que haga sacrificios voluntariamente. Muchos plantean que, si no, podemos caer en un ecofascismo. Que los Estados tengan que obligarnos a no reproducirnos y cosas terribles como esas que es mejor ni pensar… Pero puede pasar y por ahí si la gente no lo hace voluntariamente tienen que aplicar medidas que, hasta ahora, eran de países autoritarios. Puede ser que tengas vales para comprar carne de cualquier animal una vez cada tres meses y tengas que comerte una cola de horas para conseguirlo. En los escenarios que se nos presentan con la subida de las temperaturas y el desajuste del clima, algo así, que resultaba impensable hace unas décadas, en plena felicidad optimista con la globalización y el neoliberalismo, ahora es algo más que probable. Prefiero que seamos nosotros los que tengamos esa responsabilidad individual y exigir a los gobiernos que actúen en nuestro nombre de forma nacional e internacional. Encima es un in crescendo: no te vuelves un asceta, de pronto, que deja de comer sino que vas siendo consciente del problema y vas cambiando tus hábitos de consumo. Es como desengancharte a la droga. Por ejemplo, un detalle que a ti te va a gustar. Siendo todo de cercanía: unas fabes contaminan mucho menos que un cachopo. Pues a por esas fabes, porque lo otro tiene ternera, queso, productos que contaminan más que las fabes y el cerdo, aunque contaminen, también…
—Y acertaría al evitar ese desastre gastronómico.
—Por otro lado, estos de la pintura me dan cierta ternura porque lo que he visto son adolescentes. Nosotros idealizábamos en la adolescencia a movimientos contestatarios de izquierda, que si a mí me hubieran agarrado con esta edad me hubieran parecido papanatas. Pero cuando teníamos dieciséis años era «aahh, el mayo francés…». ¡El mayo francés por ahí destrozó una ambulancia o quemó un museo! Entiendo que es desesperante: son una generación, sobre todo la de las urbes, no me gusta llamarle Primer Mundo, porque en una urbe como Buenos Aires también sucede, que los han criado con que el mundo es feliz, próspero, y alejado de la muerte. No has vivido ninguna guerra, no has vivido ninguna pandemia: has vivido cierto bienestar económico como tus abuelos no tuvieron, te hemos comprado la Play, te hemos comprado la tablet, las zapatillas importadas… Y de pronto ¡pumba! Crisis económica, pandemia, guerra mundial, más crisis y, para colmo, el calentamiento global que avanza sin freno. Y encima te enteras que nos estamos cargando el planeta y que la vida va a ser muy incómoda de aquí a lo que te queda de vida, y que no parece que los gobiernos se den por enterados. La vida será mucho más incómoda y frágil comparada con la tuya de hace unos años, no con la de nuestros abuelos. Que vas a tener un montón de enfermedades de la piel, que quizá habrá que usar trajes especiales, que no te vas a ir de vacaciones en verano, que igual hay que cambiar todo el horario de trabajo y en ciertas épocas del año hay que trabajar de noche… Que tienen que dejar de consumir, que hay cortes de luz y de agua, que tienen que dejar de hacer esto y aquello, que se multiplican las pandemias, como advirtieron los del IPCC… Y claro, estos jóvenes activistas ven que cuando paraban camiones de petróleo, o rodeaban centrales eléctricas, no pasaba nada, no salían en prensa ni nadie hablaba del tema. Pero van al Louvre y salen en todas partes, y el tema del calentamiento global sale mucho más en prensa que con las acciones anteriores. Los entiendo, pero creo que no es el camino porque creo que con esto hay que seducir y sumar a la gente, y para eso hay que empatizar. Primero, no podemos polarizar el tema porque necesitamos que todo el mundo sea consciente, tanto derecha como izquierdas. Como en una guerra. Pero lenta a tiempo humano, aunque velocísima a tiempo planetario. Entonces creo que por un lado tengo cierta empatía con ellos con respecto de lo que les ha tocado vivir y cómo tienen que asumir esto ahora. Por eso, por más que pueda parecer una tontería lo de la ecoangustia, entiendo que suceda. Porque yo venía de dictadura, entonces para mí todo fue mejorar luego. Aquí en España venían de una pobreza terrible y entonces todo fue progresar. Pero si tú te criaste en el 2000 y de pronto ves que ese nivel de vida se te va mermando, es mucho más difícil de admitir, y más con un escenario cercano realmente aterrador. Ojalá hagan su propio camino de reflexión hacia otras formas de concienciación y lucha que no generen antipatía en la gente. Porque necesitamos convencer de que esto es posible, de que no es volver a la Edad Media o a la prehistoria. Que, en el fondo, nuestros abuelos eran felices: hacían una matanza de un cerdo y les duraba, se comían todo, no tiraban nada. ¿Qué huella de carbono dejaban? Poca, al menos comparada con la nuestra.
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