Cuando se cumplen cinco años de su debut en la ficción («Juana la maliciosa», Ediciones del Serbal), Bowman vuelve a las librerías de la mano de Editorial Dieci6.
Si en su día siguieron el blog del autor (ahora pueden disfrutarle en Zenda con sus Circunvoluciones) reconocerán el territorio (París), el personaje (el propio Bowman, un personaje ambiguo y pirandelliano) y la historia (la búsqueda de uno mismo, la perenne reflexión sobre la existencia) en Libre, una novela que interpela continuamente al lector.
«Libre» es la vida sin ambages atrapada en el relato. «Libre» narra el despertar de un joven a la vida adulta. «Libre» es la apertura de España al progreso de la Europa occidental. «Libre» es una novela de descubrimiento, es la historia de la emigración y aventura de un joven Bowman en el París de la contracultura de los años 70.
Con la revolución del 68 aún ardiente en la memoria, el autor —para quien la escritura es una forma de resistencia— dibuja un París efervescente y multicultural, un París que es obrero e intelectual al tiempo, una ciudad que podría ser, incluso, un estado de ánimo.
El autor se encuentra con Zenda en el Bistrò del Instituto Francés de Madrid. Conversamos con Bowman sobre la Ciudad de la Luz, la creación de los personajes, su evolución como escritor y el estado del periodismo en nuestro país. Acompáñennos en este viaje a las entrañas de «Libre».
Comenzamos.
—¿Por qué «Libre»?
—Porque es como libro pero con e. (Risas)
—¿Cree usted que se puede ser realmente libre o que nuestra libertad solo es una ilusión?
—Je ne sais pas. (Risas) Esto parece un interrogatorio de la policía. Realmente no sé.
—¿Quién es Bowman?
—Bowman es un profesor escocés. Se cuenta en la solapilla del libro. Y, como se cuenta en el libro, es binacional: es escocés, es español y es británico y es europeo. Y él realmente sentirse —como se dice ahora— ¡no se siente nada! Se siente él, se siente español, se siente británico, se siente extraño, se siente feliz.
—¿De dónde sale el personaje?
—¿Cómo que de dónde sale? Sale de ahí. ¡Es un personaje!
—¿Cómo surgió la historia de «Libre»?
—¿Cómo surgió? Le pasó al profesor Bowman cuando era joven. No salió de ningún sitio, es una cosa que le pasó a él.
—Cuéntenos el proceso de construcción de esta novela
—La construí a patadas, a martillazos… como pude. ¡Yo qué sé! Como se construyen todos los relatos: a hostia limpia. (Risas).
—¿Es usted un escritor brújula o un escritor mapa?
—(Risas) Me pregunto si soy escritor. Yo soy uno que pasaba por allí, que escribe libros, o que ha escrito dos, o que ha escrito unas cosas y unos locos por ahí han dicho: “¡coño! Esto vale la pena publicarlo.” No sé muy bien por qué, pero vaya.
¿Qué es un escritor brújula y un escritor mapa?
—Un escritor brújula se sienta a escribir sin saber muy bien por dónde va a transcurrir la novela, un escritor mapa lo tiene todo mucho más planificado (estructura, acciones de los personajes, escenas…)
—Yo, como he sido “boy scout” y he ido con brújula y con mapa a todas partes, soy un poco brújula y soy un poco mapa. (Risas) No sé cómo decirte.
Me gusta hacerme una escaleta. A lo mejor me pongo a escribir un poco a lo loco a partir de una intuición y una documentación, pero me impongo la obligación de pararme, en un momento concreto, y hacer una escaleta, hacerme una guía. Luego al final las cosas van por dónde van, pero bueno.
—¿Cómo es el París que visita Bowman en su juventud y cómo es el París de hoy día?
—Buff. ¿Cómo era Europa a final de los años 60 y principio de los 70 y cómo es Europa hoy? De cualquier manera tengo la impresión (y hace años que no voy por París) de que París siempre será París. París es una ciudad cosmopolita, es una ciudad que está echando del centro a la gente. Esa famosa “gentrificación” (¡espantosa palabra!)…París se está convirtiendo en un zoológico, en una residencia de ricos, en un parque temático se ha convertido ya. Como el centro de todas las ciudades, como lo es Londres. En Londres he estado recientemente, en los últimos dos años, y me he quedado horrorizado. ¡Yo creía que el centro de Madrid estaba lleno de turistas! Pero aquello es… ¡Jesús! El otro día estuve en el Museo del Prado y también me quedé espantado, absolutamente espantado. Yo he visitado el Museo del Prado yo solo. Te estoy hablando de hace 40 años cuando al Museo íbamos tres gilipollas. Es que ibas al Museo del Prado porque realmente te interesaba, porque querías ver, querías aprender y querías entender…que es el gran tema de «Libre», por cierto: aprender, entender, salir de ti mismo, conquistar horizontes. Pero hoy día toda esa especie de conocimiento que entonces implicaba un riesgo, hace 40 años implicaba ponerte en cuestión, cuestionarte a ti mismo… hoy día nadie se cuestiona a sí mismo. Está todo el mundo completamente seguro de sí. Todo lo contrario. Hoy día vuelven los sentimientos: “Yo me siento catalán”, “Yo me siento español”, “Yo soy…”. Parece mentira que en los últimos 30 años hayamos vivido y crecido dentro de la Comunidad Económica Europea, es decir, en un mundo sin frontera. Tengo la impresión. No sé si estoy diciendo muchas tonterías.
—La obra está salpicada de numerosas alusiones a intelectuales de la época. ¿Qué papel tuvieron en la formación del protagonista?
—En la formación sentimental total. Eran entonces referencias que querías entender y comprender. Son referencias, son jalones que en su momento, cuando tienes 20 años tienes idealizados, cuando tienes 60 lo relativizas, te da un poco de risa.
—Pero en su momento todas esas referencias son interesantes porque no dejan de ser metas, Ítacas como se dice ahora. Son sitios a los que ir, son sitios personales, metas personales.
—¿Cree que ha llegado ya a Ítaca?
—A lo que he llegado es a la vejez absoluta, al desastre, al hundimiento del Imperio romano. (Risas). Es una manera de decirlo, lo de Ítaca, Raquel, y no me trates de usted, ¡hostia!
—¿Dónde encuentra la épica el sr. Bowman?
—Pero, ¿esto se lo preguntas a todo el mundo? ¡Jesús! ¡Cojones! Es que me haces unas preguntas…
¿Dónde encuentro la épica? En ningún sitio. ¿Qué es la épica? Yo qué sé. La épica es el Cantar del Cid.
—La novela «Libre» es la excusa para contar…
—En la promoción de Libre se han centrado mucho en el mito de París. Poner París es ya un acontecimiento. Hay tal cantidad de libros… ahora mismo, cuando venía aquí, en la librería de ahí fuera había uno que recurría en la portada, otra vez, al mito de París. Era el aliciente que te ofrecían para comprar el libro. En realidad, ¿qué pasa? Al final de los años 60 y los primeros 70 (eso es algo que hoy cuesta mucho entender), España era algo así como Albania. España era… Ahora nos acaban de poner en la Unión Europea, uno de los altos cargos es un español, de Lérida, el Borrell. Eso, en aquel entonces, no es que fuera inimaginable o impensable, es que era como pensar que pudieran aterrizar los marcianos en la Puerta del Sol. ¡Está fuera de cualquier alcance! No te lo podías ni imaginar. Esto estaba cerrado a cal y canto, había una censura feroz, y estaba el país realmente encerrado mirándose el ombligo. Tenías 15, 16, 17 años y una cierta inquietud y ¡claro!, se te venía encima. Había revistas, leías revistas, tenías compañeros que tenían hermanos mayores que salían y te contaban cosas. Y tú decías: “Yo quiero salir y verlo. Quiero salir y ver el mundo. ¡Un mundo en el que la gente vota!”. Eso era tan exótico como tener un elefante en el jardín. No sé cómo decirte. Por ahí fuera puedes leer lo que quieras, no pasa nada. Te vas a una librería y tienes «Mi lucha» de Hitler, «El capital» de Marx… ¡todo está allí! Coges y eliges lo que quieres. Eso era impensable. Esto era un país en el que necesitabas, para hacer cualquier cosa, el permiso del cura. Yo he ido al cuartel de la Guardia Civil a pedir permiso, a pedir un certificado de buena conducta al sargento de la Guardia Civil. ¿Qué quiere decir un “certificado de buena conducta”? Que entras y sales a tus horas de casa, que no te emborrachas, que no montas lío, que no eres problemático, que eres un chico de orden, que eres una persona como Dios manda, que no das problemas… Problemas, ¿de qué tipo? Que no te emborrachas… No sé, que no insultas al cura. Entonces no te podías mover, estabas deseando salir y oler, ver fuera, ver qué es lo que pasa, que realmente no pasa nada. ¿Qué es lo que pasa? Que la gente protestaba contra la Guerra de Vietnam, y aquí no se sabía, aquí era una cosa muy lejana. No había internet. Es un mundo inconcebible. Es que hoy día pensar en aquello… ¡no existía internet! Llegabas al vestíbulo de La Sorbona y estaba el mundo entero allí. Podías elegir entre una conferencia de Sartre y una proyección de no sé qué película, absolutamente prohibida, hasta un concierto de melotrón de John Cage. Se mezclaba todo: genialidades y cosas de verdadero interés con cosas verdaderamente inocuas y nulas que pasaban por genialidades, que es lo que tiene la libertad. ¿Qué es lo que tiene la libertad? La responsabilidad. La libertad es muy jodida. La libertad es muy jodida porque tienes que elegir. En un mundo en el que no tienes que elegir, no eres responsable. Esto es lo que hay, pues esto es lo que hay. Ni te lo planteas.
Eso es lo que he querido contar en «Libre».
—¿En qué ha cambiado como escritor desde su primera novela, publicada en 2014, y esta nueva obra?
—En nada, yo qué sé. ¡Qué preguntas haces!
—¿Por qué o para qué escribe usted?
—(Pausa) Te va a parecer, te va a parecer… pero es verdad. (David Bowman baja la voz) Escribo para no pegarme un tiro. Te lo juro. Escribir tiene una enorme ventaja, tiene una enorme virtud: te sumerges en los problemas que supone armar una trama de ficción y te olvidas de todo. Te olvidas de Hacienda, te olvidas de Podemos, te olvidas de los catalanes, te olvidas de tu madre que te llama todos los días para pedirte chuminadas, te olvidas del banco.
—En su anterior novela jugó con el concepto de si los hechos son como fueron o como los recordamos.
—Aquí igual, absolutamente igual. Creo en la subjetividad absolutamente. Vivimos en un mundo absolutamente subjetivo. Esto una vez que estuve dando clases se lo conté a los alumnos y por poco me tiran por la ventana. No creas en la objetividad nunca, cree en la subjetividad. El mundo es absolutamente subjetivo. Cuando alguien pretenda venderte una verdad objetiva, desconfía. ¡Lagarto, lagarto! Que te vendan un punto de vista. De ahí nace Bowman: yo necesitaba un punto de vista que no fuera el mío. De ahí nace Bowman, claro. ¿Quién cuenta? Algo de eso he escrito en algún artículo en Zenda, por eso detesto al de Bovary, ¿cómo se llama ese individuo? Flaubert. Que es como el “canon de la novela occidental”, Flaubert, el francés, el narrador ése que no se sabe dónde está. Yo necesito un narrador, necesito que alguien me cuente algo. Yo me pongo a leer Bovary, y la leí recientemente (que la había leído en su momento y me había aburrido un huevo, debía de ser una traducción infame, nunca la he leído en francés) y todo el rato me preguntaba: “Esto, ¿quién me lo cuenta?, ¿por qué? y ¿para qué?”. Quiero que me cuenten… (Pausa) Una cosa que estoy leyendo ahora mismo maravillosa «El maestro Juan Martínez que estaba allí», de Chaves Nogales, que es el punto de vista, que creo que es todo mentira, que se lo ha inventado el Chaves: Juan Martínez no existió. Pero él se inventa un personaje metido en el circo aquel de la Revolución rusa, que ni el Doctor Zhivago, ni el Pla, del que recientemente han publicado sus memorias, ni John Reed. Un bailarín de flamenco con su mujer, que hacen pareja, están en los cabarets y de repente estalla la Revolución rusa, ¡alucina en colorines! Documentada de cojones: te cuenta toda la Revolución rusa casi día a día. Y casualmente el maestro Juan Martínez está en San Petersburgo, está en Moscú -en los famosos diez días que conmovieron al mundo- , está en Kiev, Ucrania, cuando ocurren una serie de episodios… Está casualmente el hombre en todos los lados y claro, dices: “esto no pasó así, no puede ser”. Es como Tintín en el país del oro negro, literalmente. Es decir, cojo un personaje y lo meto…pero tiene la habilidad, el cabrón, de que parezca verdad, que parezca realmente un reportaje. Y ésa es la novela.
¡Joder!, Moby Dick. Lo he contado en algún lado, a ti no sé si te lo he contado. ¿Cómo empieza Moby Dick? Es el colmo de la honradez. Empieza: “Llamadme Ismael”. Tenía que firmar la novela: “Moby Dick, por Ismael Smith”, o el apellido que tenga, que no tiene apellido. Ismael. La isla del tesoro. La isla del tesoro, no por Stevenson, ¡Por Jim Hawkins! Que es el que te cuenta La isla del tesoro y te dice por qué te la cuenta: porque el caballero Trelawney me pidió que rememorara los episodios de la isla del tesoro. ¡Coño! Eso tiene sentido. Eso es algo. Y tú dirás: “yo que estoy aquí sentado, ¿qué tengo que ver con esos caballeros y con La isla del tesoro? Nada, pero como somos unos cotillas y unos curiosos, pues vamos a mirar… ¿Sabes lo que leo yo mucho? El Hola. Te lo digo, el Hola tiene unos redactores cojonudos, de verdad. He leído en el Hola reportajes (ahora no me acuerdo del personaje que era): una boda de la alta sociedad española, en algún lugar de Toledo, en un cigarral, con fotos y tal, de la chica, del chico, de familias de los que mandan y, ¡magníficamente contado! ¡Maravillosamente contado! Como Las mil y una noches, como un cuento maravilloso. Precioso y bonito. Era un punto de vista. Todo eso se podría contar desde 700 u 800 puntos de vista diferentes. Pero es un punto de vista, el punto de vista de la revista Hola.
—¿Y además de la revista Hola?
—El As. El As es uno de los mejores periódicos que hay ahora mismo en España, de los mejor escritos. Te recomiendo los editoriales de Alfredo Relaño, hazme el favor. Mañana cómprate el As, o en el bar, y en la segunda página, aquí arriba está el artículo de Relaño de todos los días. ¡Fantástico! Y es una cosa escrita… Además tengo la impresión de que los del As tienen el completo o el prurito de que son un periódico… ¡tienen un cuidado exquisito! Los textos, la edición de textos está cuidada como no está cuidada ni en El País, ni en el ABC, ni en su santa madre.
—¿Qué libros nos recomienda que haya leído últimamente?
—¡Joder! El maestro Juan Martínez que estaba allí y éste que me he traído ahora, me ha parecido maravilloso. Es un libro editado en Argentina en el año 2013. Son entrevistas con Ballard. Lo he empezado a leer esta tarde. Empieza Ballard diciendo, en el año 83 en una entrevista que le hicieron (Bowman lee un fragmento): “Tendría un serio problema si saliese a hacer footing. Si lo hiciera alguna vez creo que me caería muerto. Esto tiene que ver con el nuevo puritanismo. Es el tipo más peligroso de conducta que uno puede adoptar. Demasiada gente lleva una vida demasiado saludable. Éste es el problema de Occidente”. (Risas) ¿Lo cuento otra vez? ¡Maravilloso! ¡Recomendable!
—¿Cómo se titula?
—Para una autopsia de la vida cotidiana. Conversaciones. Está editado en Argentina en el año 13. Éste te gustará. En una editorial que se llama… ¡Esto ponlo!: “Caja negra Numancia”. (Risas) Coño, ¡ponlo! ¿Estás grabando? Esta chica es soriana.
—¿Está preparando otro libro? ¿Nos puede dar un avance de una próxima novela?
—Hay cosas que no las puedo decir. Yo no soy Bukowski. Hay cosas que no puedo decir, soy un chico educado. (Risas) ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Sí, estoy leyendo y tomando notas. Tengo muchas cosas en la cabeza. Algo saldrá, no sé todavía el qué, pero algo saldrá.
Concluye la charla y nos despedimos de la terraza del Instituto francés. Dejamos atrás un tablón de anuncios (de esos que abarcan la vida entera) que bien podría ilustrar varias de las páginas de Libre.
Recogen las mesas, riegan las plantas y apagan las luces mientras Madrid se descubre como el escenario perfecto para las fotografías que ilustran la entrevista. Entre los árboles de la Plaza de la Villa de París David Bowman, escritor, se deja retratar y coquetea con el objetivo. Posa el autor ante la cámara de Victoria Iglesias con su mochila (llena de historias, aunque no las pueda aún contar) y saca, en un instante, de ella una navaja que le acompaña en su aventura vital.
Mira a la cámara, como en un duelo constante con ella. Traspasa con su mirada hasta el lector y se carcajea, de repente: « ¡Ya te dije que era boy scout!». No lo dice, pero podemos leerlo en Libre, Bowman cuenta con el envidiable privilegio de tener París como sempiterno pasadizo a la memoria.
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