Se cumplen 30 años del estreno de Alien 3 (en concreto se estrenó el 22 de mayo del 1992), la película de la saga que debía continuar los derroteros de la pequeña tripulación compuesta por Ripley, un magullado Hicks, y la pequeña descreída Newt. Esta suerte de familia construida a partir del caos debía seguir su periplo en la tercera entrega. Había bastante expectación. Para llevarla a cabo, la 20th Century Fox decide contratar a un joven director, de enorme éxito y prestigio en el campo de la publicidad y, sobre todo, en el de los videoclips (Aerosmith, Iggy Pop, Paula Abdul, Gypsy Kings, Madonna, George Michael, Sting…). David Fincher irrumpe en Hollywood como director (previamente había trabajado en la industria en la empresa Industrial Light & Magic, encargándose de los efectos especiales de películas como El retorno del Jedi o Indiana Jones y el templo maldito, entre otras) para hacerse cargo de una de las franquicias más importantes del cine contemporáneo. Joven e inexperto, tuvo que gestionar un presupuesto elevado (50-60 millones de dólares) así como las constantes presiones del estudio y de unos seguidores que reclamaban que la película, como poco, estuviese a la altura de la que había filmado Cameron en 1986, como continuación de la de Ridley Scott.
Tras la debacle, Fincher pensó seriamente dejar el mundo de la dirección. Vida corta, de sólo de una película, se cuestionó profundamente su talento. Sobre todo, lo que le resultó más frustrante de aquella experiencia fueron las injerencias que recibió en todo momento de la producción (sobre todo, en la edición y montaje). No quería volver a pasar por ello (célebre es su afirmación de que prefería tener cáncer de colón antes que volver a ponerse a dirigir algo, lo que fuese, dentro de la industria). No obstante, y para la suerte de todos los que amamos el cine, Fincher no se quedó atrapado en las arenas movedizas de la frustración, cogió un proyecto por el que sondearon directores como David Cronenberg, y, con fuerza pero también talento y capacidad de seducción, se lo llevó a su terreno. Con Se7en no sólo alcanza la celebridad, sino que consigue dar una vuelta de tuerca al thriller, noir, suspense… erigiéndose en una ruptura para con los géneros mencionados, y conseguir ser alabada y elevada a la categoría de clásico instantáneo.
Hasta aquí lo biográfico. Adentrémonos en algún punto importante de su cine y que, no obstante, se relaciona con lo anteriormente expuesto. En primer lugar, es esencial comentar su meticulosidad como director. Su puesta en escena, la interpretación de sus actores, posición de la cámara, ambientación… todo está estrictamente medido y articulado (hasta la desesperación). El objetivo, tal y como repite en varias ocasiones, no es ver lo que quieres ver sino eliminar lo que no quieres ver. Crucial esta afirmación. Operación a través de la negatividad, de la extirpación de lo que se considera adyacente o superfluo, la construcción de la escena requiere de aquel ejercicio de Miguel Ángel de esculpir capa a capa la realidad hasta poder dar con la forma perfecta, que ya estaba en el interior, en potencia, de la disposición. Lo esencial es eliminar, no injertar; la construcción se hace a través de la deconstrucción, y de ahí la multitud de repeticiones y la minuciosidad de su puesta en escena. Ahora bien, obviamente, sin libertad de movimientos es muy difícil poder actuar como un verdadero artesano de la imagen. Es necesario contar con el control creativo (o casi todo) para poder plasmar y ejecutar ese ejercicio de escultura cinematográfica. Como decía Tarkovski, esculpir el tiempo es esencial para que esa imagen en movimiento que es el cine pueda trascender la cotidianidad para adentrarse por el terreno de lo artístico. Y Fincher, a raíz de la experiencia Alien, luchará hasta las últimas consecuencias para tener el máximo control creativo y, en consecuencia, poder plasmar las imágenes según su concepción artesanal. Pulcritud y orden para retratar el caos y lo sórdido (por momentos) de parte de su imaginario visual.
Y es que, en el fondo, Fincher es un clásico. Incluso en sus primeras películas, las más transgresoras formal y narrativamente, son films que tienen un aura clásica que, inicialmente, permanecía escondida en la supuesta transgresión visual que constituían Se7en, The Game , Fight Club o Panic Room. Su ritmo, exceptuando momentos de Fight Club, no es muy endiablado, incluso en ocasiones pausado, contemplativo, abstracto (y eso se radicalizará más adelante con Zodiac o Mank, por ejemplo). Lo que verdaderamente es transgresor de Fincher es la paradoja constante entre la búsqueda de estabilidad, propia de una imagen cuidada hasta el infinito, y un ritmo lo suficientemente trepidante, pero sin excesos, cómo atraer y capturar a generaciones y generaciones de espectadores a su cine.
Clásico también en el sentido de búsqueda en todo momento de la expresividad corporal de sus personajes. La gestualidad es más relevante que la locuacidad. Retorno a los orígenes del cine, en el que el lenguaje no verbal constituía la clave narrativa, Fincher persigue el relato del lenguaje del cuerpo: fijémonos, por ejemplo, en el personaje de Tracy (Gwyneth Paltrow) en Se7en: Fincher quiere mostrar el vértigo, la pesadumbre, el hastío, pero también el miedo a la novedad, la angustia ante el porvenir, de Tracy. Para hacerlo, su mirada frágil, quebrada por momentos, triste, es crucial. Tracy comunica más con su semblante ausente, etéreo, con sus gestos equívocos por momentos, inseguros… Es su cuerpo el que revela todas las emociones, así como todas las tretas narrativas (de lo que vendrá más adelante, incluso…), que emplea Fincher para describir la decadencia y podredumbre de aquella ciudad sin nombre por la que transita la trama de Se7en. En su rostro está la ausencia de esperanza, la tristeza infinita, la melancolía sin salida posible, que atraviesa la película y se erige en el verdadero leitmotiv de la misma. Lo mismo podríamos decir de tantos y tantos personajes que llenan la pantalla en cada una de sus películas. Son cuerpos hablantes, significativos y significantes, conductores de los vericuetos de la historia y de las claves narrativas.
Ahora bien, una de las constantes de su cine es la lucha contra el poder. Es magistral cómo retrata el cinismo para con los estamentos que poseen los privilegios de una sociedad marcada por la desigualdad y el clasismo. Fight Club es tal vez la muestra más representativa (la novela de Palahniuk, a su vez, se convierte en un artefacto muy goloso para plasmar ese universo crítico de Fincher), pero también puede apreciarse en The Game, The Social Network, Gone Girl o Mank. Personajes atrapados por las redes de un capitalismo desbocado, encofrados en los dictados de un poder más o menos anónimo que marca en todo momento sus destinos y su conciencia. Ante esto, sólo cabe la crítica, sublevación, una revolución silenciosa (o no) que tiene como objetivo mostrar las fallas de un sistema que se sostiene por la capacidad de sometimiento de sus integrantes. No obstante, ¿es esta vertiente crítica una respuesta a su sometimiento inicial, cuando se vio sujeto a todas las imposiciones para hacer su Alien?, ¿es esta crítica endiablada al poder, su necesidad de catarsis de aquella experiencia traumática que casi lo deja fuera de juego del circuito de la industria?
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