Casi va a libro por año, pero promete cambiar, ya que, además de sus novelas, David Foenkinos escribe teatro, hace cine y música, sin olvidarnos de su familia —tiene dos hijos— y de los viajes. Junto a su hermano Stéphane ha dirigido las películas La delicadeza (2009), Algo celosa (2017) y Las fantasías (2021), su último trabajo que, a pesar de estar interpretado por Monica Bellucci, ha sido un pequeño fracaso, tal como reconoce. También está preparando en París un espectáculo sobre Charlotte Salomon, protagonizado por Audrey Tautou. Ahora acaba de publicar en España La vida feliz (Alfaguara) y, como es su costumbre, ha pasado por Madrid —ya entiende el español— para hablar de su última novela y esa vida feliz a la que, a veces, sólo se puede llegar tras enfrentarnos con la muerte. Ya nos los vaticinó, a su modo, José Hierro en su primer poemario: «Llegué por el dolor a la alegría»
Hemos de decir, antes de empezar la conversación, que ya es la cuarta vez que este periodista y el escritor francés se encuentran en Madrid, porque siempre es un placer hablar con él. Así que no es de extrañar que le brillaran los ojos al vernos y nos diéramos un abrazo. David Foenkinos se hace querer, y compartimos devociones comunes y lo sabemos: los Beatles. También Milan Kundera y Borges, pero de esos autores nunca hemos hablado.
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—La frase de promoción de su novela parece que lo explica todo: «Ninguna otra época ha estado tan marcada por el deseo de cambiar de vida. En algún momento de nuestra existencia todos queremos ser otra persona».
—Es cierto que en el tiempo del covid hubo muchas personas que se preguntaron «¿qué es lo que estoy viviendo?». Tenían miedo de lo que iba a pasar después y se empeñaron en vivir con urgencia. De ahí el no estar a gusto con lo que se tenía y ese gran deseo de cambiar.
—También Instagram y TikTok han influido y precipitado ese deseo.
—Totalmente de acuerdo. Nunca antes, en ninguna otra época, habíamos tenido tanto acceso a la vida de los otros, ni nos habíamos comparado tantísimo, ni nos habíamos hecho esas preguntas de ¿soy feliz?, ¿estoy creciendo?, ¿vivo la vida que me gusta?
—Normal. Ves en Instagram imágenes de vidas extraordinarias, donde todos están acompañados, divirtiéndose y en bonitos lugares, y te preguntas: «¿Y por qué yo no?».
—De hecho, las personas felices son las que aprecian su propia vida y no tienen por qué estar enseñándola constantemente, pero lo más curioso es que todo ese brillo y alegría que inunda las redes suele ser falso. En el fondo son unos depresivos.
—Sí, ya sabemos que las apariencias engañan.
—Haría falta subir imágenes de nuestros momentos menos afortunados. Me gustaría ver a alguien hecho polvo en el Metro de París, y decir «esta es la vida feliz que yo tengo».
—¿Con su libro en la mano? (Risas) Ya sabe que todos sus libros me gustan y los espero con interés.
—Gracias.
—Unas novelas me gustan más y otras menos, pero todas —en su diferencia— tienen ese sello Foenkinos: se leen casi sin darte cuenta, te deslizas por sus páginas como si te empujaran, son ingeniosas, tiernas, con pocas pero muy sorprendentes y acertadas imágenes y, además, siempre —entre sonrisas— te hacen reflexionar. Al leer esta novela me dio por pensar en la felicidad, esa palabra tan variable, subjetiva y complicada de definir.
—La felicidad no es algo absoluto que se mantiene de un modo permanente, ya que se puede buscar en todo momento y en cualquier lugar.
—Borges decía que no existía la felicidad, sino momentos felices.
—¡Oh, Borges! Me interesa mucho Borges.
—¿Se puede vivir la felicidad en presente?… Solemos experimentarla al mirar hacia el pasado, recordando pasajes que nos parecen —ahora— dichosos, o hacia el futuro, esperando algo que va a llegar.
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(Y aquí hacemos un paréntesis para recoger una frase de la novela; el momento en que Éric está encerrado en el féretro de su falso funeral: «El presente lo embargó por completo, ahuyentando el pasado y el futuro para dar paso a una hegemonía total del ahora»)
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—Se puede. A pesar de ser un poco nostálgico, yo intento concentrarme en el presente; me levanto y pienso qué voy a hacer, qué voy a hacer con mi vida que me pueda gustar. Es importante centrarse y contentarse en las pequeñas cosas que vivimos día a día. (Silencio) Y además… (silencio) ¡Ehhh!… (Silencio)… ¿Ehhh..? (Sonrisa) ¡No sé qué es lo que iba a decir!
—Da igual. En su novela cita una frase de Séneca: «El hombre feliz ama lo que tiene»
—¡Eso es lo que iba a decir!
—San Francisco de Asís —he estado buscando citas sobre el tema— afirmaba que para ser feliz hay que desear poco y desear poco eso que se desea.
—(Risas) Sí, san Francisco de Asís me leía mucho y se inspiraba en mis libros para decir lo que decía.
—¿Sabe que cuando vi el título de su novela me temí lo peor?
—¿Por qué?
—No hay nada más aburrido que un relato sobre la felicidad, o eso es lo que nos parece, al menos. Recuerde la frase de Tolstói: «Todas las familias felices se parecen unas a otras…».
—¡Ah, sí, Ana Karenina!… En una novela sueles esperar dramas, dificultades, adversidades, y la felicidad está ahí como una ambición. Son todas esas cosas que uno hace para alcanzar tal meta. Una fantasía que tengo es escribir una novela feliz desde el principio hasta el final, donde no haya personajes con problemas…
—Todo un desafío. Espero leerla.
—No sé si la escribiré alguna vez. Simplemente me lo he planteado, pero sería difícil. No sabría cómo describir la felicidad, mantener la atención…
—Si alguien puede hacerlo es usted. No me imagino a Kundera, Kafka, Roth o Borges —por citar autores que admira— escribiendo una novela de gente feliz.
—Muy difícil.
—Cuando empecé a leer su libro me dije: «Menos mal que trata sobre personas muy perdidas y desgraciadas, a pesar de su buena posición social, que buscan la felicidad». La novela me ha gustado, como le dije al principio, y he disfrutado con su lectura, pero no la pondría en el pódium de sus tres mejores títulos.
—¿Cuáles son?
—Se lo diré al final, si le parece.
—Yo escribo mucho, y todos mis libros son diferentes. Es normal que gusten más unos que otros, ya que depende de la sensibilidad y del momento, pero de lo que me siento orgulloso es de que tengo muchos lectores fieles, a pesar de que mis libros varían mucho de uno a otro y tratan universos muy distintos. Nada tienen que ver El señor Pick con Charlotte. (Silencio) La verdad es que yo soy mi crítico principal, y sé que tengo libros mejores y peores.
—Espero que se reediten sus primeros títulos (y aquí nos referimos a El potencial erótico de mi mujer, ¿Quién se acuerda de David Foenkinos?, En caso de felicidad, que la pequeña editorial Kailas publicó y hoy son imposibles de encontrar).
—No creo. No me gustan demasiado.
—¿Sabe que cuando estaba hacia la mitad de La vida feliz me dije, entre sorprendido y admirado: «¡Esta es una novela sobre el covid!»?
—No, no lo es, pero es una situación simbólica muy parecida, por lo que sucedió durante el periodo de pandemia, que hizo que mucha gente se planteara unas cuestiones muy vinculadas con el tema de este libro. Empezaron a hacerse preguntas sobre su vida diaria, la fragilidad de la existencia, el crecimiento personal, y sobre todas esas cuestiones que provovó el covid. Y fue durante ese tiempo en su casa cuando les surgió el deseo de cambiar.
—Es que vi un parelismo entre las tiendas de Happy Life, es decir, ese entierro en vida, esa muerte en la que resucitas, y el encierro que provocó la pandemia y cambió nuestra concepción de la vida: al menos, al principio. Y me dije: «Esta es la novela más inteligente que se ha escrito sobre el covid, porque casi no lo parece, y no provoca angustia, sino ganas de vivir».
—Tiene razón en ese paralelismo, porque fue un momento en el que nos enfrentamos a una situación de muerte colectiva: estábamos mirando la muerte cara a cara, veíamos imágenes continuas de cadáveres, de féretros… Era la primera vez que mirábamos así, y eso nos hizo plantearnos muchas cosas sobre nuestras vidas.
—En cambio, no veo ninguna relación de su novela con Lost in Translation, tal como anuncia la faja del libro.
—Yo tampoco. Las promociones de mis novelas no las escribo yo. Si hay alguna película con la que podría relacionarse La vida feliz es con Cuando Harry encontró a Sally.
—¡Hmmm! No había caído. Tengo que volver a verla.
—Es una obra de arte. Una historia de amor a lo largo de treinta años, algo así como lo que sucede en mi novela.
—Estaba convencido que esas tiendas de Happy Life eran una fantasía, un invento del escritor. Consulté internet, por si acaso, y resulta que existen desde el 2012. ¿Cuándo las conoció?
—Había viajado a Corea del Sur, pero entonces no había oído hablar de este ritual. Sin embargo, años después, vi un documental, y me sorprendió y me interesó mucho porque, en cierto modo, está muy relacionado con mi vida. Yo también tuve una experiencia cercana a la muerte a los 16 años, y en cierto modo me sentí conectado y que ahí había un cierto paralelismo.
—Sí, aquella operación de corazón.
—Era como una revelación, y me apasionó el descubrimiento de asistir a tu propio entierro —un entierro ficticio— para regresar a la vida como un hombre nuevo.
—Algo de eso hay en algunos de sus libros.
—En realidad, en todos. Todas mis novelas tratan, de alguna manera, del renacer, de las nuevas oportunidades, de las segundas vidas, y todo ello está muy relacionado con mi grave enfermedad. Por ejemplo, en La delicadeza la joven protagonista se queda viuda de repente, pero luego se enamorará de un sueco depresivo. En Número 2 el protagonista tiene que aprender a reconstruir su vida tras un enorme fracaso. Charlotte trata sobre una mujer cuyo centro de vida es la muerte. Esta visión del renacer, ya ve, está dispersa en todas mis obras.
—Incluso en la del Señor Pick (La biblioteca de los libros rechazados).
—Sí, en ese libro el escritor anónimo se hace famoso después de muerto. Eso también es una segunda vida.
—Y también lo he visto, ahora que lo dice, en Hacia la belleza, que ya sabe que es mi libro favorito.
—Gracias. Hacia la belleza es el libro que en estos momentos despierta más interés en Francia y sobre el que más se habla. Se vendió bien en su tiempo, hace ya muchos años, pero ha vuelto a ser un éxito porque las nuevas generaciones lo leen y lo recomiendan en las redes. Como sabe, trata de una experiencia muy dolorosa, y los lectores sienten esa especie de angustia que te desestabliza muchísimo, y se sienten muy implicados.
—Creo que es el momento de que le comente el pódium literario de sus obras, que, como sabemos, lo encabeza esta novela, seguida de La delicadeza, y en tercer lugar aún dudo entre historias tan diferentes como La biblioteca de los libros rechazados, Número 2 y Charlotte, que ya sé que ha sido su libro más premiado y el más vendido en Francia después de La delicadeza, pero esa forma de escribir esta obra, así como si fuese un poema, me agobia un poco.
—En realidad no está escrito en verso, aunque se haya comentado y lo parezca en una primera visión: son frases que se rompen siguiendo el ritmo de la respiración…
—Precisamente, una frase de Charlotte Salomon encabeza La vida feliz. «Para amar más aún la vida debíamos incluso morir una vez».
—Sí, se podría interpretar como la semilla de la historia y lo que da sentido a todo lo que se cuenta.
—Aunque esa idea, en el fondo, es de sentido común. Todos sabemos, y supongo que lo dirá algún refrán, que no se valora algo hasta que se pierde: un trabajo, la amistad, una casa, la familia y sobre todo la salud. Si nos quedamos sin las dos piernas es cuando realmente nos daremos cuenta de su importancia, pero si las tenemos y funcionan ni siquiera nos fijamos en ellas (al menos, en las nuestras).
—Completamente de acuerdo.
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(Hemos de comentar, y esto es una reflexión al margen, que La vida feliz es un libro que, como la mayoría de las de Foenkinos, gana en la reelectura. Ahora mismo nos acordamos de Laurent, un personaje que apenas interviene: es el marido de Amélie, un profesor que había escrito La desesperación de las ostras, un título que podría pertenecer perfectamente a la primera etapa de Foenkinos. Tras el divorcio, este personaje decide sacar una segunda novela, Estoy bien, que «sonaba casi a eslogan de plenitud posruptura», en una clara alusión a la novela Estoy mucho mejor, que Foenkinos publicó en el 2013; y así hemos encontrado otros guiños y pequeñas referencias con las que seguramente el autor haya disfrutado incluyéndolas y sus lectores más fieles apreciamos, pero no vamos a pormenorizar).
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—He visto que en esta novela ha vuelto a recuperar el asunto de los asteriscos para hacer comentarios informativos al margen de la historia o reflexiones muy lúcidas. Hay un momento en que el protagonista recibe un mensaje de su hijo: «Cuando miró el teléfono comprobó que su hijo le había respondido. Bueno, responder era mucho decir. Hugo le había enviado un emoticono, el del pulgar amarillo levantado. Recibía cada vez más a menudo esa clase de mensajes que evitaban palabras y frases». Aquí se añade un asterisco y, a pie de página, leemos: «Tantos años de evolución para acabar volviendo a los jeroglíficos».
—(Risas) Así es.
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La entrevista tiene un tiempo limitado —demasiado limitado—. Nos advierten que ya hemos alcanzado los treinta minutos, y se nos acabó el turno. Así que miramos las muchas preguntas que se nos han quedado huérfanas, y mientras le pasamos el libro para que nos lo dedique, le asaltamos con una última, y quizás inesperada, cuestión. De todos modos, para los que quieran conocer mejor a este escritor, le remitimos a una larga entrevista —»la más larga que he concedido», nos dijo— que se publicó en Zenda.
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—¿Ha leído la novela Macron?
—¿Hmmm?
—Sale mucho en el libro.
—Ah, Macron tenía otras cosas más urgentes que hacer, pero Brigitte sí que lo ha leído.
—¿Brigitte?
—Su esposa. Es una mujer muy agradable, que admira lo que escribo.
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Y ya puestos en pie, nos acordamos que, en los Happy Day, al que lo van a enterrar se le invita a que redacte su propio epitafio. Es lo que le pedimos a David Foenkinos antes de despedirnos, ya en el umbral de la puerta.
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—¿Qué frase escibiría en su epitafio?
—(Asaltado) Creo que pondría mi signo del zodiaco: Escorpio con ascendencia Escorpio, siempre buscando entre la luz y la sombra… O… —lo piensa mejor— «Fuck Literature», lo vi el otro día en una librería.
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Son epitafios urgentes, quizás improvisados, con esa mezcla de ligereza y profundidad propia de su literatura. Nosotros nos permitimos —son ya cuatro encuentros cordiales— improvisar uno más: «Desde aquí nos observa David Foenkinos. Le sobraban ideas. Estuvo al borde de la muerte, y precisamente por ello vivió muchas vidas, siempre con humor, optimismo y delicadeza. La polvareda de destino, con el que jugó a la oca, finalmente sopló a su favor. Escribió, viajó por el mundo, tuvo amigos, resucitó a Charlotte Salomon y conoció a Amélie Nothomb. Ahora le ha llegado la hora definitiva, pero ¿quién sabe?…».
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