En 1990 hubo en España un episodio secesionista. No ocurrió en Cataluña ni el País Vasco. Los independentistas eran de un barrio de Madrid. Dos centenares de vecinos, que iban a ser expropiados dentro del plan del alcalde de la capital —Agustín Rodríguez Sahagún— para acabar con el «deterioro urbano», se rebelaron y crearon su propio reino. Los habitantes de Cerro Belmonte —después de un referéndum en el que hubo 212 votos a favor de la separación de España y solo 2 en contra— se inventaron un himno —compuesto por el grupo punk Kaduka 92—, diseñaron una bandera y acuñaron su propia moneda, el belmonteño. El 26 de julio la protesta adquirió tintes kafkianos cuando decidieron pedir asilo al régimen cubano de Fidel Castro. Este hilarante pasaje de nuestra historia reciente le ha servido a Rayden David Martínez Álvarez —que sigue mudando de piel a golpe de tecla— de escenario para su nueva novela, Votos en contra (SUMA). El libro está protagonizado por Lea —una mujer que intenta superar una ruptura—, que recibe una orden de desalojo y como alternativa adquiere a dos ancianos de Belmonte, Inocencio y Estrella, una casa en nuda propiedad —de la que es propietaria, pero que no puede utilizar hasta que sus moradores fallezcan—. Esta obra sabe a neorrealismo italiano, con toques de la prosa de Antonio Agredano y un aderezo de ficción y realidad que dan como resultado un bello y tierno trampantojo. Y todo esto sin salir de la trinchera, porque aunque vaya a dejar de rapear no puede evitar que en sus libros haya un beat rabioso y una rima reivindicativa.Rayden David Martínez Álvarez de bailar con la inocencia de la primera vez al final de la vida, acerca de su retirada de la música, sobre Quijotes que luchan contra molinos levantados en terrenos recalificados y somos tan originales como preguntarle qué le parece la canción de «Zorra».
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—En su libro la trama arranca con una historia de lucha, reivindicativa, que no mucha gente conoce, la de Cerro Belmonte.
—Es que suelo pasar cerca de allí. Esta es una historia que sucedió en 1990 cuando, durante una semana, Cerro Belmonte se independizó de Madrid, de España. Yo tenía solo cinco años. Fue algo que ocurrió antes del 92, que es la gran referencia para mucha gente. Esto pasó solo dos años antes de esa fecha que todos recordamos, pero esta es una historia que no se conoce tanto. Menos mal que la novela salió un mes antes de lo que está pasando en Lavapiés, si no mucha gente pensaría que había escrito el libro copiando todo lo que está pasando allí.
—Inocencio, décadas después de la fallida secesión, está convencido de que siguen viviendo en el reino de Belmonte, y cuando descubre que su mujer piensa que están en España cree que está loca. Para seguirle la corriente, él escucha a Carlos Herrera en la COPE y se pone una pulserita de España. Es como la película de Good Bye, Lenin! pero en versión cañí.
—Inocencio tiene un punto quijotesco. El Quijote fue una inspiración muy fuerte para mi libro, y también la película de Good Bye, Lenin!. Incluso en ciertos pasajes se puede ver la novela como una película de Wes Anderson. Inocencio se convierte en un doble agente que pone un espejo al español de pro, al que saca a pasear la bandera, al que se cree con derecho a apropiarse de ella. Con esta novela me lo he pasado muy bien escribiéndola. Aunque toca temas que son de llorar, he estado en una carcajada continua; he viajado en una montaña rusa emocional.
—Hay un tema que está rondando todo el rato por la obra: la infertilidad. Tanto la imposibilidad de ser padres como la negación a tener a hijos. En ambos casos suele haber una estigmatización social.
—Estamos en 2024, pero la mujer, aunque se desarrolle a nivel personal, a nivel vocacional, a nivel aspiracional, parece que si no tiene hijos está incompleta. Incluso es criticada y acusada de egoísmo por priorizarse ella, al no tener hijos. Estamos también en la primera época de la historia en la cual hay rupturas sin que haya habido engaños en la pareja, sino porque los proyectos de vida son diferentes: uno quiere tener hijos y el otro no. Por eso me pareció interesante que la protagonista, Lea, una mujer que no quiere tener hijos, fuese comercial de una clínica de fertilidad. Me pareció un punto de partida interesante para el viaje que hace la heroína de la novela.
—En una sociedad que rinde culto a la eterna juventud es difícil encontrar obras como la suya, que tienen de protagonistas a una pareja de personas mayores, Inocencio y Estrella. Además de reivindicativa contra la especulación lo es también contra el edadismo.
—Sí. En los círculos cerrados se dice que hace falta que se muera una generación para ocupar su lugar en el trabajo, para ocupar su vivienda, para ocupar su lugar en la sociedad, su lugar en la cultura. Parece que somos coches de kilómetro cero que al sumar años tenemos menos valor. Aunque no tengamos golpes ni arañazos, solo por el aumento del kilometraje. Son tiempos muy raros. Quería poner sobre el tapete el valor de la senectud, no solo como abuelo, como abuela, sino como persona individual, como agente de cambio, como como persona útil para la sociedad. Los grandes acontecimientos que suceden en la novela vienen de la pulsión de vida de la senectud.
—Hay una escena muy hermosa en el libro: Inocencio y su mujer, Estrella, bailan al ritmo de las canciones de José Guardiola y de Antonio Machín. Amor hasta al final, hasta que llega la muerte.
—Es que la novela es una carta de amor a mi abuelo, que murió cuando yo tenía doce años. Yo siempre recuerdo a mi abuelo en una terraza de Canillejas escuchando a Antonio Machín y cosas así. Él, con su bronquitis crónica, sacaba a bailar a mi abuela, que parece que le picaba la etiqueta de pareja de baile. (Risas) Quería reflejar cómo sería ese momento de lucidez sin pasarme de frenada, sin hacerlo solemne, sin hacerlo íntimo. Buscaba mostrar esa torpeza, esos nervios de las primeras citas, pero llevado al fin de los días. Y cuando escribí esa escena solté una lagrimilla en el teclado del portátil. Tengo una pequeña cicatriz por no haberme despedido de mi abuelo cuando estaba en el tanatorio. Yo era muy pequeño y no me atrevía a entrar a enfrentarme a ese cuerpo sin vida.
—Estrella e Inocencio. Los nombres no fueron elegidos al azar.
—La bandera de Cerro Belmonte tenía una estrella en el medio, que decían habían robado de la de la Comunidad. Cuando se independizaron le exigieron —hicieron una instancia oficial— a la Comunidad de Madrid que quitase una estrella de la bandera. Además, el nombre de Estrella tiene ese significado de serlo todo para Inocencio. Su gran amor. Los nombres de los protagonistas son un pleonasmo.
—Aunque ahora se centre en la literatura, la música sigue presente. Todos los capítulos comienzan con una cita de un cantante o grupo: Arde Bogotá, Queralt Lahoz, Supersubmarina, Harry Styles…
—No me puedo evadir de la música. Ya lo hice en la primera novela y continuaré igual en las siguientes. Me parece que esta es más plástica. Intento hacer obras que sean de fácil lectura y con un componente visual. Además, me gusta que tengan su propia banda sonora, porque estableces un juego con el lector. Descontextualizas frases de una canción para dar pistas. Por esa razón cuido también mucho los títulos de los capítulos. Es universo sonoro es una capa más de la lectura.
—Me declaro incondicional de Oliverín, uno de los personajes de la novela, que con seis años es un gran fan de Julio Iglesias.
—Sí, sí. (Risas)
—¿Cómo está siendo el tránsito de Rayden a David Martínez Álvarez?
—Pues me siento como un monete entre dos ramas, porque estoy firmando libros el día antes en las ciudades donde toco con la gira. También estoy con el programa de radio, que tengo que grabar en la habitación del hotel. Me voy de casa con una maleta gigante. Ahora mismo no sé quién soy.
—¿Cómo se despide de la música alguien con solo 38 años después de dos décadas en los escenarios?
—No me voy a despedir del todo. Voy a seguir componiendo y produciendo para otros artistas. Como Rayden ya había contado todo lo que tenía que contar. Ya no estaría creando música, sino repitiendo una fórmula. Además, surge un gran acontecimiento en mi vida: escribir novelas, una vocación orgánica que nunca había tenido en la música. También quiero estar más presente en la vida de mi hijo, para darle herramientas que le puedan ser de utilidad, antes de que llegue la adolescencia y nos llevemos a collejas.
—¿Qué sensaciones está experimentando en esta última gira?
—La gira de despedida está siendo devastadora, en el buen sentido. En Granada vino una chica que no había escuchado mucho mi música, pero que fue al concierto para cumplir una promesa a una amiga que había muerto por cáncer. También acudió una pareja que había llegado desde México solo para vernos en directo. Nos pidieron una canción en el ensayo y se la cantamos. Hubo unos novios que se pidieron matrimonio en el concierto. Hay enfermedad, vida, muerte, unión… y todo el mundo diciéndome que no me vaya. Llego al hotel en carne viva, devastado. Como estoy muy presente en este proceso no se me está haciendo ni largo ni corto, está siendo como tiene que ser. Me siento muy privilegiado por despedirme tocando con mis amigos en el escenario. Hay mucha magia, mucha energía y un componente de pérdida.
—No vas a hacer como Antoñete, el torero, ¿no? Eso de despedirte y luego volver, despedirte otra vez y volver de nuevo.
—No, no, yo creo que no. (Risas) Lo bonito es saber irse. Si digo que me voy no tendría sentido volver dentro de siete, ocho, nueve años.
—Como las despedidas eternas de algunos grupos de rock.
—Ahora sinfónica, ahora con más despedida, ahora que sí que lo dejo…
—¿Qué ha pasado con el concierto de despedida de Alcalá?
—No hubo ningún problema. Lo que pasó es que hubo un cambio en el ayuntamiento. Ahora hay una coalición que a mi entender va en contra de los derechos e intereses de mi público. Creo que el mío ha sido el primer caso de un artista que ha vetado el ayuntamiento y no al revés. Como es mi adiós, quiero hacerlo como yo quiero.
—Llegados a este punto, tengo que preguntarle por «Zorra».
—Pues me parece que esta canción es un discurso antiedadista muy guay de una mujer de 57 años. Es curioso que el edadismo a la hora de señalar con su dedo acusador apunta a lo más sensible y se ceba más con las mujeres. Parece que tengan que pedir permiso para cantar a partir de una cierta edad. Que un grupo con una cantante de 57 años represente a España en Eurovisión, además con la que se ha liado, porque la gente no tiene comprensión lectora, me encanta. Me pareció algo a tener en cuenta que una de las personas que más se ha quejado por la elección de esta canción, dentro de la política, haya sido Carlos Flores Juberías, diputado de Vox, que ha sido condenado por ser un agresor psicológico habitual de su exmujer, y que seguro que lo de «zorra» ha estado en su boca. Ese es un motivo para que esta canción sea más necesaria que nunca.
—Terminamos. ¿Próximo proyecto de escritura?
—Estoy ya con la siguiente novela. Pero me gustaría liar también a la editorial para hacer unos cuentos con mi hijo: unos relatos verticales de la familia horizontal.
—El título es muy bueno.
—Ya hemos escrito varios relatos. No sé cómo será. Me encantaría hacerlo, porque es algo que empezó como un juego para que mi hijo se interesase por la caligrafía. Para la siguiente novela tengo muy clara la idea. Aunque las dos anteriores cada una ha sido diferente. Quiero seguir con esa temática de historias amables sobre problemáticas sociales: la ley rider, la sociedad polarizada, el edadismo, la infertilidad, el concepto de patria, la especulación inmobiliaria…
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