Ganadora del premio a la Mejor Película Vasca, Ane fue la sorpresa del último Festival de San Sebastián y, desde luego, una tarjeta de presentación brillante para su director, David Pérez Sañudo. El director y guionista sigue los pasos de dos mujeres, Lide (espectacular Patricia López Arnáiz) y su hija Ane, cada una embarcada en su propia y particular misión. La primera es una madre a la búsqueda desesperada de su hija adolescente, y la segunda, esa misma joven rebelde que busca su identidad en la Vitoria del año 2009.
La película se mete en temas peliagudos que todos conocemos de una u otra forma, pero sortea muchos lugares comunes, obsequiando al espectador con una mezcla de drama realista y búsqueda incesante que va de lo particular a lo general y viceversa. Antes de que Ane se pierda o no en la terrible situación que la pandemia y las discutidas (y discutibles) medidas anti-Covid han impuesto en los cines, convirtiéndose en la mejor película española que el coronavirus se esfuerza en esconder, Pérez Sañudo nos describe algo difícil de cuantificar, el que ahora mismo es su objeto más preciado…
—Ane mezcla dos géneros, el thriller y el drama familiar: una búsqueda mítica o arquetípica, pero también hay una carga sorprendente de personajes autóctonos…
—Es una película que está en líneas divisorias, es una película fronteriza porque aún siendo lo que nos interesa el drama intimista, el contexto tiene poderío y la estructura es de thriller en muchos momentos. Ane tiene 17 años, edad bastante fronteriza, la película constantemente nos muestra líneas divisoras en forma de líneas de tren que marcan fronteras entre barrios… Funciona como pliego y tiene que haber un punto de doblez. Es acertado lo que dices: está concebido así para bien y para mal y a sabiendas de quien quisiera un posicionamiento más claro por el drama o por el thriller.
—Se desarrolla en Euskadi, año 2009. Intentas no ser intrusivo, pero a la vez hay un tema que está ahí, y trazas una línea muy clara con la utilidad de la violencia.
—En lo contextual nos gusta decir que la película puede ocurrir en cualquier lado, pero ocurre en la Euskadi de 2009. Pero nos gusta universalizarlo, y si uno rechaza la lectura desde la posición del conflicto vasco yo creo que va a tener algo mas acertado. Para nosotros el personaje de Ane es un personaje a la fuga, a la deriva, al que todos buscan, no trata de ser representación de nada. Pero sí nos interesa que su gran acto final de desobediencia civil esté vinculado con su madre. Y si el espectador lo entiende por ahí va a llegar a mejor término. También sintoniza con problemas medioambientales que creo que van a dispararse a lo largo de esta década de 2020. Sin enrollarme mucho, el tren de alta velocidad nos permitía identificar algo curioso, que una obra de ingeniería civil para comunicar dos puntos también, curiosamente, separa dos márgenes, y es algo que como imagen cinematográfica también nos parecía muy jugosa. El tren en movimiento representa el transcurso, lo efímero, lo que pasa, la vida. Y está desde el inicio del cine, que grabó un tren llegando a la estación con los Lumière. Nos parecía un juego bastante bonito.
—Hablando de líneas, ¿no crees que todos en la película han cruzado una, y no solo Ane? Dibujas una sociedad un tanto opresiva, cerrada en sí misma. La protagonista es una madre coraje a la búsqueda, pero no se manifiesta como una heroína convencional.
—Yo creo que son personajes en el límite, por las circunstancias sociales. Lo que hace Ane tiene más que ver con una llamada de atención que con un deseo de justicia social tremendo. El personaje de Lide, su madre, también es un personaje al límite. Y me interesa mucho rechazar la imagen que se tiene del universo vasco desde fuera, el verde, la frondosidad del clima cantábrico. Lo rural y bucólico tiene presencia, pero en el fondo es una de las zonas más densamente pobladas. Pensamos que las ciudades son de clase media alta, con un poder adquisitivo elevado, y es verdad, pero también hay barrios como los de la película, que está rodada a unos cinco o diez minutos de la plaza de Victoria y tiene un aspecto muy suburbial. Es ese entorno el que hace tan hostil el comportamiento de los personajes.
—El barrio es ficticio pero muy verosímil. Ese plano que repites de las protagonistas pasando por los soportales y delante del bar…
—Sí, creo que el barrio tiene mucho protagonismo, y de alguna manera es el espacio en el que vive una comunidad. Cuando el barrio se ve amenazado la comunidad se ve amenazada. Y eso es lo que muestra ese conflicto social.
—Ane parte de un cortometraje que has tenido que ampliar. ¿Qué desafíos has encontrado en el proceso?
—Con el corto empezamos a desarrollar la historia. En 2018 nos llegó la oportunidad de rodarlo para tener material que enseñar y acercarnos al drama tras toquetear otros géneros, y eso nos ayudó porque así teníamos algo que enseñar. Pero las historias tienen poco que ver narrativa, estética y formalmente.
—Todo en Ane versa sobre un enorme problema de comunicación que tú mismo extrapolas a algo más grande. ¿Tenías miedo de que se recibiera como una película política y no un drama cotidiano?
—Totalmente, es uno de mis principales temores. Que bajo el paraguas de película sobre el conflicto vasco y película política todo desapareciese y se leyera en términos beligerantes. Estoy gratamente sorprendido por cómo la critica se la ha tomado y la madurez de la prensa en general, que muchas veces somos críticos con ella, pero han sabido entender que lo prioritario era lo íntimo y que el conflicto social, que evidentemente es vinculable a una realidad exclusivamente vasca y es delicada, y hay asperezas que limar aún, pero que siempre ha sido un segundo nivel. Como para mí el objetivo es que sirviese de contexto y elemento metafórico, lo agradezco mucho. Temíamos que la gente diera mas importancia de la que tiene al contexto político.
—¿Te ves haciendo thriller, o te quedas con el drama?
—Bueno, me interesan sobre todo los temas. Es curioso, porque a veces desde fuera y con la lectura crítica de la película también nos hacen ver elementos de uno mismo que algunas veces no reflexionamos pero que se dan de manera natural. Te diría que las películas que tenemos desarrolladas están en líneas divisorias entre géneros, una de temática Erasmus en la linea de Ane, intimista y de línea personal muy marcada pero con un toque de intensidad propio del thriller, y por otro una del caso de Contador de dopaje, pero que es una comedia y a la vez es película judicial, por raro que parezca. En la línea me hallo.
—Has estrenado en un momento complicado, en pleno coronavirus. ¿Cómo están las cosas en las salas? ¿Ves que pueda tener una segunda vida en plataformas de streaming?
—Todo en términos globales está siendo un desastre si lo valoras según las expectativas del año pasado. Hemos estrenado justo cuando la famosa segunda ola se agravaba y el día a día está complicado. Dentro de la gente que va al cine es cierto que nos eligen bastante, y dentro del tipo de película que es, están yendo. Me da un poco de rabia porque el día del estreno salimos con mucha fuerza y respaldo critico, y con la campaña de los Goya nos da la sensación de que podía haber llegado a más gente, pero la película todavía no se conoce lo suficiente.
—¿Quizá podemos buscar menos impacto pero más duración?
—Sí es cierto que es una película de largo recorrido, de no quemar todos los cartuchos el primer finde, pero ahora nos han cerrado los cines de Barcelona. Íbamos a por la tercera semana con un dato bueno pero quedarse sin Barcelona es importante…
—Vivimos un momento cultural de cine femenino o feminista, y tus dos protagonistas son mujeres… pero son personajes ásperos y antipáticos, y no haces nada por que simpaticemos de manera convencional con ellas. Acabas haciéndolo, pero creo que hay una voluntad de que no pierdan autenticidad.
—Marina Parés, la guionista con la que escribí, y yo tratamos de tener personajes al límite de lo que es el decoro y lo que es protocolario. Nuestro objetivo es hacer que un personaje arrogante y poco simpático produzca empatía, y creo que lo hemos logrado. Es adictivo, y lo quieres ver en pantalla. Al final el cine es una pulsión de ver o no querer ver, y todo se reduce a eso. Hemos trabajado con la intención de querer seguir viendo la pantalla. Si cargas una película a lomos enteros de la actriz, el personaje debe ser atractivo. Ha sido un trabajo delicado porque Ane es femenina pero en algunos momentos muy testosterónica, y lo que tú dices: una película intimista pero con atributos del thriller. Y ahí está la película, para bien o para mal, en esa línea divisoria.
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