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David Toscana: “La novela ha de ser delirante, transgresora, plagada de desorden moral”

David Toscana: “La novela ha de ser delirante, transgresora, plagada de desorden moral”

Aplicando una imaginación desbordante que hace saltar por los aires el drama de una atmósfera como la que se respiraba en la Varsovia de la primera mitad del siglo XX, el escritor mexicano David Toscana hizo en su novela La ciudad que el diablo se llevó un formidable homenaje a esa ciudad polaca que pareció esfumarse en la tragedia; a sus mujeres y hombres que, prisioneros de los nazis y del régimen soviético, no pudieron volver y murieron; y a todos esos seres que, tocados por una especie de locura, de libertad desatada, fueron víctimas de las atrocidades de la guerra y la posguerra, haciendo sonar el llanto y el viento, la risa y el tiempo y el amor.

Publicada originalmente en México en 2012, esta novela llega ahora a España, donde reside Toscana desde hace dos años, de la mano de Editorial Candaya, sello con el que este autor, nacido en Monterrey en 1961, ha comenzado lo que él mismo define como “un romance” en el que habrá más títulos, como sus novelas Los puentes de Königsberg (2009) o Santa María del Circo (1998), obras que, al igual que La ciudad que el diablo se llevó, reflejan un mestizaje sui generis que encarna el propio Toscana, un escritor de la periferia mexicana instalado en la periferia europea, aunque él mismo matice esta consideración, pues como explica en entrevista, se trata solo de periferias geográficas y no literarias, ya que Polonia, país en el que residía cuando escribió esta novela, tiene una de las mejores literaturas del siglo veinte, con grandes poetas y novelistas, “y en ese aspecto es más centro que periferia”. Y en México también ocurre que, en asuntos literarios, el centro se ha ido desplazando hacia el norte, aunque en términos estrictamente literarios “el mestizaje” de su novela se haya dado porque encontró “perfecta afinidad entre Varsovia y los temas que le interesan, como la muerte, la destrucción o la necesidad de crearse un mundo mejor a través de la imaginación.
En ese sentido, La ciudad que el diablo se llevó forma parte de una trayectoria literaria en la que hay un largo recorrido que comienza en 1995 con Estación Tula —una novela en la que el autor quiso aportar su punto de vista a la discusión sobre dejar lo rural como tema literario e instalarse en lo urbano, lo cosmopolita, para lo que se propuso “escribir una novela puente entre la literatura tradicional latinoamericana y la contemporánea”, en la que convivieran el ambiente típico rural con sus arquetipos y el de la ciudad, y donde se notara el pasado y el presente mediante la combinación de una narración tradicional y posmoderna— y llega al presente con Olegaroy (2017) —novela que le valió al autor en México el prestigioso premio Xavier Villaurrutia de escritores para escritores, y en la que, según él mismo señala, “se cuenta la historia de un hombre obsesionado con las desgracias, con la incontable variedad de accidentes que pueden acabar con la vida” y que, agrega, el lector presuroso encuentra «graciosa», pero al que gusta de reflexionar le parece “filosófica».
La ciudad que el diablo se llevó es un canto de amor a Varsovia. ¿Cuál es el origen y la intención de este homenaje literario?

"Los polacos en vez de premio recibieron castigo: cincuenta años de comunismo soviético"

—Sabemos que Varsovia fue una de las ciudades más destruidas durante la guerra, y que luego de tanto luchar y de estar en el lado ganador, los polacos en vez de premio recibieron castigo: cincuenta años de comunismo soviético. Los personajes notan que, aunque la ciudad se siga llamando Varsovia, ya no puede ser la misma. Entre ruinas y con un futuro poco promisorio, ellos celebran la vida y encajan su existencia en una irrealidad más heroica y confortante que las ruinas que los rodean. Y a fin de cuentas, eso es la novela: un brindis por la vida.

—La lectura de esta novela evoca a Beckett, a Ionesco, a Musil. En ese sentido, ¿en qué tradición se entronca?
—Llevo siempre un aliento quijotesco, que aquí va aderezado con novelistas de la Mitteleuropa, un cóctel de Joseph Roth, Isaac Bashevis Singer, Jaroslav Hašek y un toque de Bruno Schulz. Hay un momento en la novela en que escribo: «El cura y el barbero esperaron frente al edificio». Fue mi momento cervantino más feliz. «El cura y el barbero».
—Dice el escritor Pau Luque que la felicidad intensifica la imaginación y obliga a crear otros mundos. ¿Está de acuerdo?
—Es una idea novedosa para mí y tendría que meditarla largamente antes de poder estar de acuerdo o rechazarla, pues lo mismo puedo decir sobre la tristeza, que obliga a imaginar y crear otros mundos. Ocurre que la tristeza, cuando es mucha, paraliza; en cambio la felicidad suele ser dinámica. Mis personajes parecen felices, imaginativos y creando otros mundos, pero transitan por una frágil frontera entre la alegría y la tragedia.
La ciudad que el diablo se llevó es una narración plagada de desorden moral, de delirio, de transgresión. ¿Es esa la moral implícita de los personajes?
"Prefiero ver la obra como una sinfonía en la que puede haber instrumentos protagónicos, y sin embargo domina la sensación del todo"
—Más que los personajes, es la novela la que ha de ser delirante, transgresora, plagada de desorden moral. Claro que podemos aislar a los personajes y darles esas características, pero prefiero ver la obra como una sinfonía en la que puede haber instrumentos protagónicos, y sin embargo domina la sensación del todo.
—Usted escribe: “¿Malos pensamientos? ¿Adulterio? ¿Envidias? ¿Deseos de venganza? ¿Avaricia? Nada. Entonces no sirves para novelista. Vete, y no escribas más”. ¿Es el lado oscuro de la humanidad la mejor reserva para un novelista?
—La novela no existe sin el lado oscuro, pero tampoco hace falta llevar esto al extremo. Chéjov es para mí el mejor escritor de todos los tiempos, y a él nunca le hizo falta mucha oscuridad; tiene cuentos maravillosos donde ni siquiera hay conflicto.
—Profundizando un poco más en el tema de la novela como obra de arte, en su novela también escribe: “Aunque los filósofos sepan que las novelas están ahí, que se pueden tocar y leer, concluirán que la razón es inútil para probar su existencia”. ¿Cuál es, desde ese punto de vista, la naturaleza de la novela?
—Me maravillan las posibilidades infinitas del lenguaje y me maravilla el proceso de escritura de una novela, que podría tomar infinitos rumbos, y sin embargo encuentra una forma finita dentro de ese cosmos. ¿Cómo logra semejante prodigio un novelista? No tengo ni la menor idea.
—La historia, esa ola que todo lo arrasa a su paso, como dice en un pasaje de la novela, no tiene principio ni fin, sino acaso momentos en los que se desvía, acelera, precipita o enloquece. ¿Es la novela el medio idóneo para mostrar esa naturaleza de la historia a partir de las vidas anónimas o ínfimas de sus personajes? 

"Napoleón es muy importante en la Historia, en cambio en Guerra y paz es eclipsado por una muchacha bonita y simplona llamada Natasha"

—Esos personajes suelen ser anónimos o ínfimos dentro de la Historia, pero no dentro de la novela, que los convierte en su esencia. Napoleón es muy importante en la Historia, en cambio en Guerra y paz es eclipsado por una muchacha bonita y simplona llamada Natasha.

La ciudad que el diablo se llevó puede verse como la historia de unos hombres pisoteados que padecen la certeza de una guerra perdida, “almas que se dedicaban a recorrer su antigua ciudad en el tranvía de los muertos”. ¿Cómo son sus personajes principales (Ludwik, Kazimierz, Feliks, Eugeniusz), cómo están concebidos?
—Esto tiene que ver con la pregunta anterior. Quien lea la historia de Polonia sabrá lo que le ocurrió al país durante y después de la guerra. Pero mis personajes no son país, son individuos que se resisten a compartir la suerte de la nación. Esto vale no sólo para los personajes, sino también para los lectores. El lector de novelas suele ser un individuo con ideas propias, alejado de la manada. Por eso los gobiernos totalitarios siempre condenaron las novelas. Por eso la novela es alimento necesario para esa pequeña parte de la humanidad que tiene alma.
—Esta novela se publicó originalmente en 2012. En el conjunto de su narrativa, ¿en qué período creativo se sitúa?
—No me veo en etapas o procesos conscientes. A cada idea novelesca le busco una forma, pero no podría decir cosas como Picasso cuando cambia de estilo o como otro pintor que diga que está en una etapa en la que usa más los colores oscuros o qué sé yo. Es un tema en el que nunca he querido reflexionar, y en todo caso se lo dejo a los críticos.
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