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De árboles y demonios

De árboles y demonios

¿Y si lo que toda la vida hemos llamado ángeles fuesen simplemente árboles? Ésta es la sugerente hipótesis que, de fondo, plantea este libro, denso y, a veces, intrincado como uno de esos bosques que tanto ama John Fowles: vergeles deliciosamente desordenados, con más oculto que mostrado, en los que es mucho lo que intuimos, aunque no tengamos ni la más remota idea de qué, bajo esas banales, por cotidianas, corteza y follaje. Porque hay algo en la prosa de Richard Powers, como un resplandor en la metáfora, que nos deja con la sensación de que hay más, mucho más, tras la vida aparentemente anodina de esos árboles y de esos personajes, que de forma tan magistral levanta para ofrecer una obra no ya coral sino arborescente.

"Un día, como consecuencia de su investigación, a la que ha dedicado toda una vida, concluye que los árboles se comunican entre sí"

Él ha contado en alguna entrevista que, para componerlo, leyó 120 libros, aunque parecen muchos más. De hecho, no resulta difícil intuir que tras cada uno de esos 120 libros hay otros 120. Porque nos deja su prosa al cerrar el libro como una especie de confusión alucinada, como solo pueden hacer los textos que proceden de una poda intensa. Prácticamente las peripecias de los personajes puede que sea lo de menos, aunque la pléyade está bien escogida, y, después, muy bien armada, evocada anillo por anillo sin dejarse ni uno solo. Porque hay de todo: un exmilitar, un nerd, un oriental asimilado. Así hasta nueve arquetipos del fracaso. Conmueve, en cualquier caso, sobre todo el personaje de Patricia Westford, una científica expulsada de su comunidad por lo aventurado de su hipótesis. Un día, como consecuencia de su investigación, a la que ha dedicado toda una vida, concluye que los árboles se comunican entre sí, que, de alguna manera, hablan para avisarse, para alertarse acerca de posibles amenazas o sobre la forma en que pueden llegar o no nuevos recursos. Es por ello objeto de burlas, hasta que abandona. Se retira primero dentro de sí misma, y después, al interior del bosque, pero no para investigar, en este caso, sino, simplemente, para curar. Para curase ella y para curar al bosque, sin voluntad ya de comprenderlo.

"Mensaje, pues, rabiosamente ecologista el que emana de su interior pero de un ecologismo platónico"

Se convierte Patricia Westford en guardabosques, sin saber, eso sí, que aquello que ella ha plantado ha ido germinando y extendiéndose bajo tierra, como hacen las raíces de esos árboles que tanto ha amado para, y resulta que no solo ella lo sabe, darse la mano. Porque durante todo aquel exilio suyo su verdad ha ido medrando y prendiendo en algunos jóvenes científicos que un día dan con ella y la devuelven a la vieja senda. Como ella, todos los otros personajes, han sido, de alguna manera, fracasados y, de alguna manera también, han acabando encontrando el camino. Ese de alguna manera no toma sin embargo aquí el nombre del azar, ni siquiera de esos ángeles que antes mencionábamos, sino de una serie de árboles que en estas páginas operan como deux ex machina. Son quienes intervienen para condicionar vidas, normalmente para salvarlas, para ungir con sus ramas nuevos dioses, que deben salir a luchar por el mundo, por ellos. Porque lo que deben hacer esos personajes es, y digámoslo ya, salvar unos árboles. He ahí el macguffin. Pero lo que relata este libro es mucho más. Mensaje, pues, rabiosamente ecologista el que emana de su interior pero de un ecologismo platónico, que nos recuerda que es mucho más lo que desconocemos que lo que sabemos y que, por lo tanto, tal vez no esté de más ser prudentes.

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Autor: Richard Powers. Título: El clamor de los bosques. Editorial: AdN (Alianza de novelas). Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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