Siempre he escrito, desde niño. Los relatos se van sucediendo en una caja, en cuadernos, en grabaciones. Son un transcurrir de mi vida, de mis pasiones, inquietudes, miedos y alegrías. De esa acumulación de historias nació Un día de estos (Kálathos ediciones, 2022).
Antes de eso ya tenía mis apuntes, una bitácora en trozos dentro del cuaderno, algunos redactados en el ordenador dándoles coherencia: del proceso migratorio de Venezuela a España, de la muerte de mis padres, de la vida.
Cuando me propuse darle forma de libro, los relatos tenían un orden diferente, mucho más cronológicos, en ese orden de aparición que tienen los apuntes: esto primero y lo otro después. Pero luego de una siesta creativa —indispensable para escribir eso de dormir— entendí que el orden debía empezar por la enfermedad, por el reto de volver a escribir, y así fui dándole la coherencia narrativa a los textos: la enfermedad, los adioses diversos a la casa, a los padres. Los agradecimientos a la vida, a la familia, a la esposa, inclusive apuntes narrativos sobre la vida de los otros que cierran el libro.
Luego de ese sueño que me invitó a ajustar el orden, la escritora venezolana Lena Yau me llamó para decirme lo mismo, que debía empezar por la enfermedad. Inicio con ruegos porque los pacientes que están ingresados en la sala previa a la hospitalización oran por salud, mas no lo hacen a los médicos, sino a las madres, a Dios… Eso me llamó mucho la atención y le dicté a Siri:
—Siri, hacer una nota que diga “centralita de Dios se apiade”.
Y de allí el relato.
Luego está Antonio, un vecino de cuarto. Perdido el hombre en las catacumbas de sus recuerdos. Y yo, dándome ánimos como fuese.
Más adelante el vuelo hasta Madrid con la despedida triste de todos a lo vivido. Y así la vida que pasa un día de estos u otro cualquiera.
Yo escribo todo el tiempo, inclusive dormido. Van apareciendo ideas o vivo en los textos y los plasmo en trazos casi ilegibles de mi pluma (porque tengo una caligrafía que vive entre prisas, y los bolígrafos me parece que son de rastro duro), o de las pocas palabras que Siri anota. Luego, en la pantalla del ordenador las palabras se hacen libres y finalmente vuelan cuando los imprimo, leo, corrijo, ajusto en Word y guardo el borrador en la caja y el texto en su carpeta digital.
No trabajo de noche, ni de madrugada, ni a la hora de comer, trabajo todo el tiempo en textos o en ideas de relatos. Algunos son muy estrafalarios —tal vez haga un libro de esos cuentos— pero, y esto es como un acto litúrgico, son los domingos cuando trabajo la narrativa, le doy forma, la hago finalmente mía, dejo que respiren las frases liberadas de las páginas de mi cuaderno.
Puede parecer un poco esnob lo que voy a decir, pero sin un Moleskine y sin mi pluma Montblanc no es lo mismo. Necesito ese papel que es como una piel y la lozanía de las plumillas de la marca alemana, aunque antes usaba una Parker. Solo he tenido dos plumas: una que me regaló mi madre a los 9 años y la otra, la que uso, que la gané en 2005 en el concurso de cartas de amor de Montblanc, en Caracas, y que llevo terciada entre los botones de mi camisa. Esa carta también la incluí en el libro.
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Autor: Max Römer Pieretti. Título: Un día de estos. Editorial: Kalathos.
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