«Siempre me he sentido un escritor sobrevalorado, ya desde los 13 años en los que me pusieron un sobresaliente por una redacción en el colegio, y tengo muchas dudas sobre el valor de lo que hago». Juan Mayorga, premio Princesa de Asturias de las Letras 2022, director del Teatro de la Abadía y único dramaturgo miembro de la Real Academia Española, hizo esta confesión en la Alhóndiga de Bilbao, tras recoger el BBK del Festival Internacional de las Letras. Y continuó: «Tengo la impresión de que un premio te lo dan no por lo que has hecho, sino por lo que esperas que hagas, así que aún estoy intentando merecer este y otros premios».
Hay que mirar, pues, atentamente la realidad, aunque Juan Mayorga, en su encuentro con el público, miraba siempre hacia un más allá o un más acá. Y hablaba como quien no quiere la cosa: «El teatro que amo y que me sigue importando quiere convocar estas cuatro fuerzas: acción, emoción, poesía y pensamiento». Y las desmenuzó: el deseo es lo que mueve a actuar a los personajes; la emoción es lo que nos vincula con la obra y con los espectadores; la poesía, entendida como rodeo y distanciamiento; y el pensamiento. Un pensamiento donde lo valioso no son las ideas del autor, sino las ideas que genera en el espectador. Y es que una obra tiene que dar que pensar, pero no que el autor te entregue el pensamiento a domicilio. El Uber está para otras necesidades.
La labor de un un académico de la lengua —y Mayorga tomó posesión de su sillón, letra M, en el 2019— es la de acotar y explicar las palabras. Sin embargo, la indefinición, aquello que se resiste a la catalogación y no puede comprender, es lo que mueve al Mayorga dramaturgo, y así ha sido ya desde su primera obra, Siete hombres buenos, hasta la última, La colección, que se representa en la Abadía de Madrid, con José Sacristán y Ana Marzona. La idea de esta obra surgió tras leer una entrevista en la que una pareja de ancianos declaraba: «Es lógico que teniendo la edad que tenemos y no teniendo hijos, la gente se plantee el destino de nuestra colección». Al leer esta frase, el dramaturgo se dijo: «¡Aquí hay una obra!».
Juan Mayorga ha adaptado obras clásicas, como La dama boba y Fuenteovejuna, de Lope, La vida es sueño, de Calderón —uno de los grandes títulos del teatro universal, según señaló—, El coloquio de los perros, de Cervantes, o El rey Lear, de Shakespeare. «El adaptador es un traductor y sirve como puente entre dos épocas. El adaptador debe ofrecer un diálogo entre ese texto y el espectador contemporáneo, pero no trabajando sólo en lo que nos reconocemos —la actualidad—, sino, sobre todo, trabajando lo que nos extraña, aquello que no podemos comprender y, desde el punto de vista de hoy, nos da que pensar».
Y nos dio que pensar una frase que se puede aplicar a cualquier creación literaria: «La reescritura es previa a la escritura». Ahí lo dejamos. Y seguimos asomándonos al Festival Internacional de las Letras (Gutun Zuria, como figura oficialmente), ya que siempre que viajamos a Bilbao pasamos por el Guggenheim, para contemplar el paisaje exterior, y por el Centro Cultural Alhóndiga, para enredarnos, en esos espacios a media luz, en sus exposiciones y actos culturales.
Tuvimos suerte. Esta vez acogía el Festival de las Letras, por el que pasaron casi un centenar de autores, creadores y profesionales del libro en esa mezcla de jornadas de trabajo y encuentros con el público, unos encuentros en los que había que abonar una entrada —como en el exitoso Hay Festival—, y los salones se llenaron, lo que indica que hay un interés popular por la cultura.
El acto más numeroso fue, tal como se esperaba, la conversación de Rosa Montero con Gemma Ruiz, una charla que se apoyó en tres pilares: el feminismo, la locura y la presunta normalidad, ya que Rosa Montero fue muy valiente en abordar estos temas, en un tiempo silenciados, en obras como La loca de la casa o El peligro de estar cuerda, y la literatura. Este es el asunto que nos interesa, y nos interesa en su doble vertiente de periodismo y novela, cauces que confluyen en la escritora, pero que son muy distintos, digamos que contrarios, según dejó bien claro: el periodismo habla de lo que sabes (supongamos) y la claridad es su valor, mientras que la novela potencia la ambigüedad, y habla de lo que no sabes que sabes. La novela no está hecha para cambiar el mundo inmediato, sino para que nos conozcamos algo más y soportemos mejor la existencia, mientras que el periodismo… Bueno, el periodismo fue muy importante durante la Transición y contribuyó a cambiar (para bien) el país. Resumámoslo con una imagen ajena: «El periodismo es un árbol que habla de los árboles de alrededor; la novela es un águila y habla del bosque, donde tú eres, incluso, un árbol», Rosa Montero dixit. Nadie diría que esta escritora tuvo pánico a hablar en público hasta los 33 años, según confesó; mas bien parece que no hay forma de callarla, y su público se lo agradece, un público entregado y el más numeroso en este Festival de las Letras de Bilbao.
También se llenó casi el salón de actos en el encuentro entre dos escritoras latinas residentes en Madrid: la argentina Lucía Lijtmaer, cuyo último título, Cauterio, es todo un éxito de ventas, y la mexicana Brenda Navarro, que con sólo dos novelas publicadas puede vivir tanto de las regalías como —añadimos nosotros— de los alrededores de la literatura. Y es que, en estos momentos, ser mujer favorece esos alrededores. Navarro ha publicado también libros de cuentos y ensayos, y participa en proyectos sociológicos y de integración. Hemos de reconocer que la escritora y socióloga muestra una cálida espontaneidad que despierta simpatía. Sus novelas, traducidas a diez idiomas, no son nada complacientes: Casas vacías trata sobre la maternidad impuesta por la sociedad, y Ceniza en la boca es la historia decepcionante de una mexicana que se viene a vivir a España, y se inicia con el suicidio de un hermano. Esta novela fue una de las cinco finalistas del importante premio Bienal Vargas Llosa.
Nos llamó la atención la imagen de los espectadores ante el puesto de venta de libros, dubitativos entre qué título elegir de Brenda Navarro para que se lo dedicara, y con sonrisa estrecha se preguntaban entre sí: ¿cuál compramos, el de la maternidad o el del suicidio? Sin duda, dos historias dramáticas de un autora a la que le gustaría escribir novelas del tipo Nick Hornby, el de Alta Fidelidad y otras historias sobre música o fútbol. Esperemos que el humor —esa visión divertida de las situaciones— nos llegue, si las circunstancias lo permiten, en su próxima novela.
No hay espacio para el humor en el mundo de Anna Starobinets, pero sí para la huida: reside en Georgia y es autora de novelas de ciencia-ficción, entre la distopía y la metafísica. El título, sin embargo, que le ha proporcionado un éxito internacional (en España lo ha publicado la editorial Impedimenta) no es una ficción, sino un hachazo, su vida misma en uno de los momentos más desgarradores: Tienes que mirar narra, de una manera casi quirúrgica, la historia de su segundo embarazo y la invasión de su cuerpo, obligada por el sistema, ya que su hijo nacía deforme y ellos debían fríamente «resolver el problema». En Rusia, comentó, sigue existiendo la ginecología y la psiquiatría punitiva, algo muy soviético, claro. Starobinets confesó que todos le aconsejaban que no escribiera esa novela —en Rusia no se puede ser débil ni mostrar dolor— de un tema incómodo «y feo», pero para ella se hizo necesario ante tanta impotencia.
Fue un intento de derrotar al sistema médico; en realidad, dar una patada con palabras. A pesar de todo, la novela fue un éxito en Rusia (por las críticas tan feroces que recibió) y fuera. Todo esto sucedió antes de la guerra. Ahora ya ni siquiera puede vivir allí: la situación ha cambiado tanto que la Rusia de los años noventa, en la que había editoriales pequeñas y se podían reunir y escribir con cierta libertad, se contempla actualmente como un paraíso. Uno de esos paraísos que siempre se pierden.
Este Festival Internacional de las Letras que para nosotros había pasado desapercibido lleva ya dieciséis ediciones (una más que el edificio y la institución que lo acoge: la Alhóndiga Bilbao). Este año se ha ampliado con nuevos proyectos, como una masterclass para jóvenes escolares (todo en euskera) y un nuevo espacio para profesionales donde desarrollar debates de actualidad. Dos se eligieron en esta ocasión: la traducción (y las nuevas tecnologías), y la inteligencia artificial (IA), un melón recién abierto, y cómo influirá en la creación literaria y en el mundo del libro.
El escritor y crítico Jorge Carrión, que fue el moderador del segundo taller, es un autor de tres novelas hechas con la ayuda de la inteligencia artificial: Membrana, Todos los museos son novelas de ciencia ficción y Los campos electromagnéticos, que pueden considerarse una distopía, una utopía y una posible síntesis con resultados vagamente alucinatorios. Pero es sólo un comienzo, ya que estos libros estuvieros co-escritos con los Chat GPT-2 y GPT-3. El avance de la tecnología es imparable, y ya estamos en el 4 («que redacta mejor que Paulo Coelho y Jorge Bucay», según la broma de Carrión) y en breve dispondremos del GPT-5, que escribirá mejor que la mayoría de los autores de presuntos best sellers que hoy se publican. Tras el surrealismo ha llegado el realismo a la inteligencia artificial, pero parece ser que el sarcasmo y el humor aún se le resiste a la máquina inteligente.
Para Jorge Carrión —esta es una pregunta que le hicimos— sí que es posible que la IA escriba textos —nuevos textos— a la manera de Cervantes, Shakespeare o Antonio Gala, pongamos, pero la labor de corrección, la reescritura sería tan laboriosa que es preferible imitarlas personalmente. Es una opinión y es un debate abierto, que aún no sabemos a dónde nos llevará. Lo cierto es que la IA puede ser una gran ayuda para los autores prolíficos (dejará sin trabajo a sus negros), para los editores e incluso para los libreros. De hecho, en esa misma jornada, un librero confesó que emplea con éxito la IA para la gestión de su librería. Finalmente se concluyó que, en estos tiempos de confusión, la labor de las librerías, las bibliotecas y las editoriales será más importante que nunca, como garantía de verificación y conocimiento de lo que se ofrece en el mercado. No nos olvidemos que ya existen novelas publicadas escritas íntegramente con la inteligencia artificial.
Durante cinco días las conversaciones dominaron la Alhóndiga de Bilbao en un programa paralelo con dos caras: las charlas sobre las historias personales y los procesos creativos, que es de lo que hemos hablado en esta crónica, y los encuentros en torno a la creación literaria vasca. Estos encuentros los abrió Mariasun Landa, que también recibió el premio BBK por ser una gran renovadora de la literatura infantil y juvenil en euskera. Lo peculiar de este Festival de las Letras es que no se cierra al clausurarse las jornadas, sino que se extiende durante todo el año con encuentros literarios y proyectos artísticos.
Y es que una de las características de la Alhódiga, ese gran centro cultural de Bilbao, dependiente del Ayuntamiento, es que además de ser el continente de encuentros, charlas y exposiciones, es también un generador de contenidos, un impulsor de ideas, iniciativas y proyectos artísticos remunerados, como señaló Isaac Rosa, metido en uno de ellos: la fábula Simuladores de vuelo para el proyecto «Teatros del futuro». El autor de El vano ayer reconoció, admirado, que en el Azcuna (la Alhóndiga) no importa tanto el resultado final como la evolución del proceso creativo. Este centro cultural y artístico, en el que trabajan 286 personas, está dirigido por Fernando Pérez.
Si el lema de esta edición del Festival de las Letras fue «la conversación desbordada» no nos ha de sorprender la participación, en un cara a cara, de los artistas plásticos Jon Mikel Euba y Txomin Badiola, quienes incorporan lo literario a su proceso creativo y han publicado dos libros muy personales. Ambos se conocieron hace treinta años y desde entonces han mantenido, casi a diario, una conversación continua que, por primera vez, hacían en público (no nos ha de extrañar que se agotaran las localidades para el encuentro). Esta vez no era una improvisación sino que cada uno de ellos leyó el libro del otro, y en vivo iban a contando su opinión y lo que les sugería. El escultor Badiola ha publicado Malformalismo, texto en el que se mezcla la ficción, el ensayo y la biografía, y Euba Vulnerario. Los dos artistas son grandes admiradores y fueron amigos del escultor Jorge Oteiza (Badiola se «encargó» de catalogar su obra), el escultor vasco que fue también un prolífico, desconocido y buen poeta: «Yo siento la tristeza de un paisaje…».
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