La escuela de las órbitas, el nuevo poemario de Yaiza Martínez, se organiza en cuatro secciones, a las que suma otros tantos anexos. La primera, «El bosque que está en el cuerpo», explora la correspondencia poética de cada parte del cuerpo con otro organismo, otra realidad. Al cráneo le corresponde la copa arbórea, a las mejillas un claro del bosque, al ojo la comadreja, al útero una araña, al tórax el aire, a las caderas la destilación divina, a la maternidad el agua que atraviesa toda la obra… de modo que se dispara el sentido a través de la imaginación. Así: «Hágase mi pez dorado cantando con el río. / Hágase con el pez mi río cantando».
La tercera sección, «La matriz de lo quebrado», busca el vínculo entre la adaptación de lo vivo mediante la regeneración con el mundo de los signos y la potencialidad de los campos semánticos del lenguaje. Si «a la materia le gusta recrearse: los hígados de cualquier especie son similares, los sexos de las plantas y de los animales se asemejan, y el citoplasma celular se organiza como el interior de las estrellas de neutrones»; entonces, todo está en todo: «Sustrae, por tanto, / la evolución de la línea, y di / la verdad: / he cantado con el búho; / con el monte / había respirado, / siempre / vendré a nacer». Y: «Llevo en la cintura los anillos de todos los árboles». Nos invita a recuperar una mirada previa a la parcelación científica, como los primeros filósofos que hablaron de la Totalidad. Somos de la misma materia que la brizna de pasto y que los asteroides.
Los cuatro poemas de la última parte, «La escuela de las órbitas», siguen las fases de la luna, en correspondencia con el ciclo menstrual. El cuerpo de la mujer también responde al ritmo de las mareas, donde radica un saber y un poder. Dice de la Luna llena-sangrado: «Mete el astro en la guarida y vierte el ajo de la fe en la olla de tu madre. // A cada loca guardiana del reino de tu cielo dile sí. // Dile sí al sonido del arrastre, / Al susurro de la luz con que el agua dominas».
En uno de los anexos, Yaiza Martínez declara su modo «creativo científico» de abordar la escritura del libro; sigue la tercera vía de la teoría fascial del conocimiento (un tejido conectivo se extiende y envuelve los organismos), mediante una observación que arroja tanto luz como sombra en esa indagación permanente, tan llena de revelación como de preguntas: «No ganes la exactitud».
Este poemario luminoso e inagotable recoge la fe de William Blake en la unidad viva de todo y la imaginación o el genio poético como vía de acceso, incluyendo instintos, sensaciones, sentimientos, pero también la razón: «A los ojos del hombre de imaginación, la naturaleza es la imaginación misma. Así como un hombre es, así verá… Para mí este mundo es toda una visión continua de la fantasía o de la imaginación» (Jerusalem, 4). Igual, para la autora: «La inspiración y la visión eran entonces, son ahora, y espero lo serán siempre, mi elemento, mi eterna residencia».
Para la poeta, la naturaleza no es mera superficie, posee interioridad. Las imágenes, las correspondencias, los sueños, las visiones nos acercan más profundamente a la verdad oculta y al sentido del universo y de la vida; aunque no quepa una síntesis unitaria ni se pretenda un sistema, la sensibilidad y el intelecto que provienen del mismo tronco permiten unir lo visible con lo invisible, lo sensible con la materia, lo constante con lo que fluye y se pierde, el cuerpo con su sombra. Su palabra poética bucea en la potencia transformadora de la intuición, humana y humanizadora; y en el cuerpo vinculado a los árboles, la luna, el cosmos.
Necesitamos ser rescatados del caótico flujo imparable que nos arrastra sin poder hacer pie ni vislumbrar un sentido, por una mirada asombrada y reveladora que abra un marco nuevo de percepción, como hacía el mito, como hacen los verdaderos poetas. Afirma Chantal Maillard: «La tarea de aquel logos, de aquella escritura, es lograr reconstruir, en los signos, el puente que unía el universo natural —las marismas, las dunas, los pinares, las mareas, las estaciones— con el universo interior que también es marisma, es duna, es pinar y cíclicamente muda sus paisajes al ritmo de las mareas y las estaciones».
En esa demanda se inscribe este libro de Yaiza Martínez que comparte la conciencia doliente de lo perdido y cuya búsqueda poética quiere restituir esa hilazón con todo lo vivo, y con la palabra simbólica que lo despierta: la imaginación como la más alta expresión de la conciencia.
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Autora: Yaiza Martínez. Título: La escuela de las órbitas. Editorial: Olé libros – Colección Libros de la Hospitalidad. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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“La imaginación, la más alta expresión de la conciencia”. Pues sí, por eso yo sé que soy Napoleón Bonaparte.