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De la Poética de Aristóteles al Guion de McKee  

De la Poética de Aristóteles al Guion de McKee   

Imagínense un auditorio de los de empaque, imagínense a toda una sinfónica preparándose para un concierto de Rachmaninov, imagínense al emperifollado público esperando ansioso en sus butacas… Y entonces entra el director, se cuadra ante el atril, hace un par de reverencias y, en tanto se dispone a darle aire a la batuta, dos repolludas damas comentan algo bajo la tenue luz de su palco:

—No lo conozco, ¿es de la escuela vienesa o le va más el dejo italiano? —pregunta una de ellas, retocándose los anteojos.

La interpelada se quita una pelusilla de su falda de crepé y responde ilusionada.

—Ninguna de las dos. No ha estudiado en ningún conservatorio.

Resulta inverosímil, ¿verdad?

Imagínense ahora que su cuñado, en la parrillada del domingo, mientras se ventila un carajillo para sofocar el ardor de los chorizos que han pasado por la barbacoa, le anuncia muy solemne:

—Me he cansado de trabajar en el banco —le dice—. Voy a diseñar la ampliación del aeropuerto, eso sí que me apetece. O quizás un nuevo rascacielos para el centro de la ciudad.

—Ah —duda usted educadamente—, ya… Bueno. No sabía que habías estudiado arquitectura —balbucea usted un tanto inseguro.

—Ni falta que hace —responde él con vehemencia—. Llevo toda la vida de un edificio al siguiente. Imagínate, la casa de mis padres, la de mi tío Torcuato, ya sabes, el que se duerme antes de las campanadas en fin de año… El pisito que compramos Mariflor y yo después de casarnos, el apartamento de Torrevieja… Vamos, toda la vida…

Aún más inverosímil, ¿verdad?

Nos resulta inconcebible. Una patochada. Y, sin embargo, eso, exactamente eso, es lo que sucede en la literatura.

Muchos lectores, incluso un buen puñado de gente que ni siquiera podría calificarse de lectora, se aventuran un día a escribir novelas, sin más, porque creen que tienen algo que decir y lo hacen sin más, sin formarse, sin estudiar.

"Es así como se nos ha criado, como se nos ha educado. Si reflexionan sobre ello, no abundan los grados universitarios en narrativa"

Y lo que nos parecería una soberana tontería si se tratase de música o arquitectura se nos antoja, sin embargo, completamente verosímil si el asunto es el de contar historias.

Al menos en nuestra cultura.

Y es lógico que así sea. Es así como se nos ha criado, como se nos ha educado. Si reflexionan sobre ello, no abundan los grados universitarios en narrativa. Hay algunos cursos, unas pocas academias accesibles a través de la red y poco más. Ni siquiera en los grados dedicados al cine hay mucha tela que cortar en lo que se refiere a la escritura de guiones. En nuestro entorno, si uno quiere formarse como escritor, como cazador de historias, cuenta con pocos recursos. Lo que es más: los cursillos de escritura narrativa no están especialmente bien vistos en el sector editorial español. Se comprende que uno estudie arquitectura si desea diseñar edificios, que se forme en una academia de bellas artes si desea dedicarse a la escultura o a la pintura, y que curse un montón de años en un conservatorio si pretende ser músico. Incluso cuando se trata de esas vocaciones tempraneras, de esas que se llevan dentro desde muy niño, en la mayoría de casos son vocaciones que se consolidan, precisamente, cursando estudios superiores, es decir, con formación. Sin embargo, al menos en nuestro país, no es ese el caso de la literatura. Según parece, no hace falta estudiar para saber cómo narrar, es sólo cuestión de talento.

No es así en el mundo anglosajón, donde cualquier facultad de medio pelo tiene cursos y programas que pretenden enseñar el arte de contar historias, tanto para novelistas como para guionistas, y también un sinfín de títulos accesibles en las librerías, ensayos que dan estructura y fondo a un conocimiento que se ha ido desarrollando desde hace generaciones.

Y yo me pregunto el porqué.

El dar un vuelco a una vida, o el sentir una vocación, es algo perfectamente lícito, encomiable incluso, simplemente bello si se prefiere, pero no puedo dejar de preguntarme por qué, en España y algunos otros países de nuestro entorno, cuando esa iniciativa se enfoca en la literatura, no comienza con la formación.

Y no lo entiendo.

"Mi inquietud y mi deseo de mejorar me obligaron a buscar recursos, a buscar maestros"

Tan poco lo entiendo que, ahora, aquí mismo, en estas líneas, no cabe otra que confesar. Cuando yo escribí mi primera novela, lo hice, como tantos otros, llevado por mi espíritu de lector, única y exclusivamente. Lo reconozco, yo caí en el error que ahora, con los años, he comprendido. Escribí antes de formarme, antes de estudiar. Me convertí de pronto, me transformé, era un espectador y, a la buena de Dios, me transformé en actor; era inquilino y, de pronto, pasé a ser arquitecto. Una imbecilidad, lo sé. Y no saben cuánto me arrepiento.

Fue un error.

Un error que cometí por engreído, sabelotodo y cabeza de chorlito.

Y un error que deseo fervientemente compartir con todos ustedes. Quizá alguien escarmiente en cabeza ajena… En la mía.

A mí la fortuna me sonrió, y mi primera novela tuvo un cierto éxito que me abrió camino, pero fue únicamente suerte.

Yo debería haber hecho lo que hice más adelante: preguntarme cómo se cuentan historias. Mi inquietud y mi deseo de mejorar me obligaron a buscar recursos, a buscar maestros y, afortunadamente, encontré referencias que me ayudaran a conocer mejor mi trabajo.

Sin embargo, fue un arduo camino.

Por desgracia, tenemos pocos recursos en nuestro país para paliar los efectos de estos alocados atrevimientos de juventud, como el mío. Aun así, algunos tenemos y me gustaría compartirlos.

Para mí, que vivo alejado de las grandes ciudades, no cabía la tertulia y, pese a las redes sociales, tampoco la posibilidad del intercambio didáctico con los colegas. Al fin y al cabo, cuando uno empieza no suele tener compañeros en los que apoyarse para resolver sus dudas. Tampoco conferencias o charlas: en el entorno rural donde vivo uno puede encontrar más fácilmente a un veterinario hablando del moquillo que a un escritor compartiendo los secretos de su oficio. Sin embargo, como muchas otras veces en la vida, encontré la solución en unos amigos fantásticos: los libros.

Hay multitud de textos que tratan sobre el arte de contar historias, y sería imposible mencionarlos todos en estas líneas. Pero, basándome en mis propias meteduras de pata, me voy a atrever a proporcionar unos cuantos títulos aderezados de unos pocos consejos que, quizás, ayuden a los interesados a separar el polvo de la paja.

En primer lugar, no se centren únicamente en libros en castellano. Si tienen soltura con el inglés, atrévanse con libros estadounidenses sobre narrativa. Hay muchísimos y los hay muy buenos. Un ejemplo señero es el incombustible Writing Fiction, de Janet Burroway, que se utiliza como libro de referencia en muchísimas facultades norteamericanas y que lleva desde principios de los ochenta siendo un libro de obligada lectura para cualquier novelista estadounidense en ciernes.

"Los guionistas españoles han tenido menos pruritos a la hora de aprender lecciones que los novelistas españoles"

Pero ese es sólo un ejemplo, hay muchos más. Lo malo es que, para los que no leen inglés, no encontrarán abundancia de material, a no ser que se dirijan hacia el mundo del cine y de los guiones, donde sí se toparán con muchas traducciones, quizá porque los guionistas españoles han tenido menos pruritos a la hora de aprender lecciones que los novelistas españoles, quizá…

Y de la mano del mundo del cine, me gustaría añadir otras dos recomendaciones de probada eficacia. La obra de Robert McKee, Story, traducida en castellano como El guion, tremendamente completo y capaz de hacer reflexionar al más tozudo. Y otra más, El viaje del escritor, de Christopher Vogler, que se centra de forma muy concreta en un único paradigma narrativo pero que, igualmente, resulta muy útil. A esta pequeña lista se puede añadir también el excelente trabajo de un autor español, dedicado también al cine, pero útil sin duda para un novelista. Me refiero al texto Estrategias del guion cinematográfico, de Antonio Sánchez-Escalonilla, un libro fantástico con las ideas muy claras.

Pero, sin duda, uno de los textos más útiles con los que jamás me he topado es la Poética de Aristóteles. Es sencillamente genial. En ciertas ocasiones es difícil seguir el hilo, primero porque, según parece, no se trata de un libro como tal, sino de una simple colección de apuntes del filósofo, probablemente para sus charlas en el Liceo, quién sabe. Y segundo porque, en ocasiones, hace referencias a obras perdidas o poco conocidas, resultando que los ejemplos se vuelven poco útiles. Sin embargo, pese a ello, se define demoledoramente claro, con frases tan sencillas y certeras como «el final de una historia ha de ser tan inevitable como inesperado» (parafraseando).

"Se hace necesario exprimir el fantástico texto del sabio de Estagira y comprender cuánto de lo que explica tiene cabida en una novela moderna"

En segundo lugar, hay que comprender que cuanto se lee debe adaptarse a nuestra realidad y tiempo. Y se preguntarán a qué me refiero con semejante afirmación. Pues a que, sin dejar de ser genial, la Poética de Aristóteles se enfoca hacia historias que, a los ojos de nuestro tiempo, pueden resultar un tanto simples: no analiza la utilidad de las subtramas, o las contradicciones en las voluntades de los personajes, algo a lo que nos hemos ido acostumbrando a medida que películas y novelas ganaban en complejidad. Por tanto, se hace necesario exprimir el fantástico texto del sabio de Estagira y comprender cuánto de lo que explica tiene cabida en una novela moderna. En este mismo hilo de razonamiento, los manuales de narrativa anglosajones dan por sentadas algunas verdades que no siempre serán aplicables a un público español. Por ejemplo, nuestra cultura acepta muy mal los héroes, le cuesta creerse al héroe clásico. Somos el país de Anacleto, no de James Bond. El país de Mortadelo y Filemón, no de Misión imposible, el de Superlópez, no el de Superman. Y este no es un fenómeno aislado. Yo, que he tenido la oportunidad de viajar por todo el mundo, puedo decir que, en mi opinión, los australianos, por ejemplo, tienden también a un escepticismo recalcitrante en cuanto a los héroes, o que los polacos parecen muy influenciados por el derrotismo, o que los alemanes son bastante dados a los remordimientos culpables.

En suma, pese a la corriente que parece dominar nuestro país y aledaños, creo que la formación del escritor es capital, creo que, a día de hoy, por desgracia, el mejor camino para esa formación son los libros al respecto y creo, por último, que lo que se aprende en esos textos debe ser puesto en un contexto histórico, sociológico y cultural para que las historias que se creen gracias a lo aprendido tengan sentido.

Y por último, ya sólo me queda desearle, querido lector, que si está pensando en escribir una historia, no cometa los mismos errores que yo cometí.

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