En 2016 se creó en la Universidad de Murcia la Cátedra Arturo Pérez-Reverte, dedicada a actividades sobre literatura española e hispanoamericana, y especialmente sobre las obras del escritor que le da nombre, nacido y criado en la provincia. Su director, José Belmonte Serrano, colaborador también de Zenda, lleva décadas produciendo y coordinando trabajos de análisis de la obra de Pérez-Reverte. Con la creación de la cátedra se ha pasado de la recopilación de conferencias y ponencias de congresos, de diversos autores, en volúmenes como La sonrisa del cazador, Sobre héroes y libros o Alatriste: La sombra del héroe a la publicación de monografías completas de más de doscientas o trescientas páginas hechas por un único autor en torno a un tema revertesco concreto. El libro 01 de esta colección, Las reglas del juego de Arturo Pérez-Reverte, de Alexis Grohmann, reseñado anteriormente en Zenda, apareció en 2019, y el 02, que nos ocupa hoy, se acaba de publicar.
Una de las características principales de la cátedra es su alcance geográfico: en ella participan colaboradores que residen y trabajan por todo el mundo: Francia, Italia, Suiza, el Reino Unido (Grohmann, por ejemplo, es catedrático en la Universidad de Edimburgo), Estados Unidos, Australia y, lógicamente, América Latina. Representante de esta última es Gloria Celina Franchisena de Lezama, de la Universidad Católica de Córdoba (Argentina), así que probablemente es lógico que haya escogido para su estudio una obra donde la Iglesia en general y una iglesia en particular tienen gran protagonismo: La piel del tambor, publicada en 1995.
El título de su trabajo en concreto remite a una de las observaciones más extendidas hechas por los expertos en la obra de Pérez-Reverte, y esta es que la mirada del novelista cartagenero sobre el mundo que le rodea refleja una realidad donde, al lado de lugares, personas y cualidades que admira, encuentra también muchos otros comportamientos que deplora, junto a valores y concepciones de la vida que ya no son lo que eran, si es que alguna vez fueron lo que debieran. Con ese comienzo, con esa mirada en principio desesperanzada, heredada de sus experiencias vitales como reportero, principalmente (pero no solo) de guerra, Pérez-Reverte entonces procede a escribir novelas, historias donde sus personajes, soldados en territorio enemigo, peones que defienden su casilla y avanzan como pueden a la siguiente en medio de los peligros de la vida, se conducen con arreglo a sus muy personales reglas, en busca de demostrar con su propia existencia que aún queda esperanza para los valores que merecen la pena: lealtad, amistad, dignidad y valentía. Así es como se interpreta, pues, el título de este ensayo, en el que los personajes revertianos encuentra una «realidad emplazada», es decir, ya colocada ahí, ya existente, y la transforman por sus propios actos en una «realidad esperanzada», modificada, al menos en el tablero concreto y en la partida concreta que les ha tocado jugar, por la fuerza de sus convicciones. En este sentido, como dice la autora, «el héroe reverteano (…), en permanente combate en prosecución de valores (de allí el eje de nuestra investigación) es, sin embargo, pacífico personaje que querría pasar sin ser visto; pero algo sucede de pronto y, en defensa de aquello que nadie sostiene y ni siquiera reconoce, es capaz de arriesgar la propia vida».
Analizar las reglas internas de cada personaje de Pérez-Reverte es una de las actividades más interesantes que se puede hacer al disfrutar de sus novelas. ¿A quiénes se niega a matar Diego Alatriste? ¿A quién acepta dar clase el maestro de esgrima Jaime Astarloa? ¿A quiénes condena y perdona Teresa Mendoza, una vez transformada en la temible Reina del Sur? ¿Hasta dónde llega el cazador de libros Lucas Corso para conseguir su nueva presa? ¿Cómo sobreviven (o cómo mueren en el empeño) los participantes en la Batalla del Ebro? Y la novela estudiada en este caso es, de entre toda la producción de Pérez-Reverte, una de las que contiene una jungla más espesa de reglas entrecruzadas y un mayor contenido de ética personal, deberes religiosos y tentaciones mundanas. Esa es la provincia del territorio Reverte por la que se mueve la profesora Franchisena en este libro. «La realidad emplazada desea cambiar, se hace esperanzada porque tiene esperanza, que es “esperar, con poco fundamento, que se conseguirá lo deseado o pretendido” (DRAE: 894). «Emplazada» es acotada, sin libertad. «Esperanzada», en cambio, tiene sentido de apertura, de posibilidad de realización, de reconocimiento y uso de la libertad. Este es el centro de nuestra investigación: el señalamiento de la escritura como una forma de redimir una axiología extinguida (…). Pérez-Reverte ingresó al mundo de la narrativa literaria para crear una realidad esperanzada frente a la realidad emplazada de nuestro tiempo».
Para quien no haya leído La piel del tambor, procederemos sin destripes, pero esencialmente es la historia de una iglesia (ficticia) en la Sevilla inmediatamente post-92, sobre la que banqueros y empresarios han puesto sus ojos por su codiciado emplazamiento en pleno barrio de Santa Cruz. La pugna por mantenerla abierta o no depende de un tecnicismo legal sobre la celebración de una misa en concreto, pero el tema se va complicando con un hacker informático, un par de muertes y la condición nobiliaria de los protectores de la parroquia. En el centro de todo esto, un cura guapo y treintañero, Lorenzo Quart, es enviado por el Vaticano a investigar. Esta es la «realidad emplazada» que el protagonista y el lector se encuentran, a la que se dedicará la primera parte del ensayo. La segunda, «el taller de restauración», es la zona de transición, la parte de la trama donde las piezas van adoptando cada una su posición, ganando o perdiendo terreno, demostrando quiénes son y por qué actúan como lo hacen, y la tercera llega a esa «realidad esperanzada», que en ningún momento hay que confundir con un final feliz: la iglesia se mantendrá abierta, o no, y las piezas participantes en la partida sufrirán las consecuencias del resultado final, consecuencias que a su vez tendrán más o menos justicia, según cada uno lo considere. De hecho, la propia autora resume así sus objetivos en el libro: mostrar «que la sociedad ha perdido ciertos valores de importancia y la ficción reverteana pretende restaurarlos, que la narrativa de este autor es combativa y constructiva, dejando al lector las propuestas a llevar a cabo para el cambio necesario, y que la axiología planteada en La piel del tambor está en la línea de las aspiraciones de Arturo Pérez-Reverte».
El libro recurre a varias armas para desarrollar su estudio: por un lado están las referencias académicas, con lenguaje filológico especializado y conceptos como «axiologías» y «hermenéutica», o citando a teóricos como Bajtín o Ricoeur; por otro se hace uso de estudiosos anteriores de la obra revertiana, como Santos Sanz Villanueva o Miguel Ángel Muñoz Ogáyar; y por otra parte es el propio Pérez-Reverte quien es citado a partir de otras novelas suyas, de sus declaraciones en entrevistas o de sus artículos de prensa para XL Semanal. Artículos suyos como «Matata mingui», «Resentido, naturalmente» o «Estampitas en Chiclana» ilustran la consideración que el autor tiene por la Iglesia católica (una cosa son los curas de infantería, sobre todo en lugares peligrosos, y otra la curia de despacho y lujos) o muestran las inspiraciones en la vida real para algunos de los personajes de la novela. También se añade el propio conocimiento de la autora sobre la fe católica y de cómo esta se interpreta a través de la novela, en la medida en que es conveniente para este trabajo.
En el libro se concede gran importancia al pasado como reportero de Pérez-Reverte, y por ahí se empieza el estudio de la «realidad emplazada», que él ha continuado como columnista después de su abandono del reportaje activo. De esos años, y de esa experiencia, queda la convicción de que el mundo es un lugar peligroso, de que el estado natural del hombre es el de ser un hijo de puta capaz de lo peor, de que esto se manifiesta sobre todo cuando no hay esta capa de abundancia occidental en cuya burbuja vivimos (y aun así, hay gran número de ejemplos de esa hijoputez en lugares acomodados), y de que a pesar de todo hay justos en Sodoma (y Gomorra) por los cuales merece la pena no desear una extinción masiva del ser humano. Con esa visión escribe artículos y novelas. Además, la memoria es un tema recurrente en su obra: “Sin historia somos juguetes en manos de bastardos que cifran su fortuna en llevarnos al huerto. Rotos el pasado y la memoria, asfixiado el orgullo común, ¿qué diablos queda? Sólo el escozor de las ofensas, que también las hubo. Sólo la desconfianza y el miedo, resentimiento, y esa bilis amarga que nutre el alma negra de las contiendas civiles”, según se cita a Pérez-Reverte en conversación con Belmonte.
En la segunda parte, la de transición a la otra realidad, Franchisena escribe de Pérez-Reverte como periodista y literato de los que «cargados con un pesimismo esperanzado, detectan “los males” para tratar de despertar a las conciencias dormidas de sus contemporáneos (actitud que los asemeja a ese otro gran “despertador” que fue don Miguel de Unamuno). Quieren llamar la atención y rescatar así valores perdidos. Arturo Pérez-Reverte, como el maestro romántico, se sirve del pasado para comprender el presente, con lenguaje coloquial, neologismos y también barbarismos, cuando es necesario». Y es que puede que Pérez-Reverte rechace, como siempre ha hecho, cualquier interpretación de sus obras como guía moral para otros, pero sí que refleja en ellas, sin proclamas pero con convicción, los valores que le gusta ver en sus personajes. También se lo enmarca dentro de la novela española de su tiempo, con la gran importancia dada a la documentación rigurosa, y se incluye la casi obligatoria referencia a cómo de postmoderna es la obra de alguien que, paradójicamente, cita entre sus principales maestros e influencias a lo mejor de la literatura ANTERIOR al postmodernismo (los clásicos griegos y latinos, el Siglo de Oro, los relatos de aventuras, la novela del XIX): entre los elementos postmodernos discernibles están su uso de lo lúdico, la pérdida de referentes inmutables, el escepticismo sobre lo que es verdad trascendente o no, e incluso las nuevas tecnologías, que aparecen en La piel del tambor (una obra que une una trágica historia de amores, perlas y locura en el siglo XIX con un hacker casi del siglo XXI) cuando las novelas aún no se habían llenado de ellas. La revalorización de la novela popular, con elementos como el misterio y el suspense, su mezcla con la considerada novela «culta» y la abundancia de intertextualidad son otros elementos citados en esta parte. En resumen, así es como se cristaliza la manera de escribir de Pérez-Reverte:
«Pérez-Reverte aclara: “Al amanecer, el mundo me parece siniestro, peligroso, hostil”. La realidad no le satisface; lo declara, manifiesta y reitera. Por eso sueña y, lejos de contentarse con ello, “hace” para convertir en realidad lo soñado. La acción escogida tiene una doble faz: primero fue la lectura, luego nos invita a ser sus lectores, [después] le ha sumado la escritura. (…) Ese goce solitario da un paso más, y es que en la ficción, en el mundo creado por Pérez-Reverte, están presentes valores perdidos, entrañables personajes que, ajenos al hoy, mantienen códigos aun a costa de la propia vida. Con lenguaje sugerente, entre misterios, intrigas y trampas, presenta temáticas cargadas de sentido. Vida y literatura unidas, un presente hostil, una realidad atroz pueden redimirse en una ficción donde aún cabe la esperanza. La obra, entonces, es refugio, posibilidad de paz, mundo acogedor que nos salva. (…) «Escribo porque haciéndolo vivo vidas que no viví, arreglo el mundo, ajusto cuentas con él, lo creo a mi imagen y semejanza, mato a quien no puedo matar, amo a quien no puedo amar… Me divierto, disfruto, lo paso bien».
Y es ya en la tercera parte cuando todo el desarrollo anterior se aplica a un libro en concreto, La piel del tambor, publicado cuando el autor tenía 43 años de edad, desde los elementos prefigurados antes de su escritura en artículos de prensa anteriores (como el hacker bebedor de Coca-Cola cuyo seudónimo es Reina del Sur) hasta otros que ayudan a entender de dónde viene un determinado personaje o idea: el tío Lorenzo, la hija Carlota, el amigo boxeador, un niño esperando al padre que no acaba de volver de una tormenta en el mar… Eso cuando no se le dice directamente al lector u oyente: «Sobre la Iglesia ya escribí una novela de seiscientas páginas: vayan y léanla». Se habla de cada uno de los personajes pormenorizadamente: Lorenzo Quart, el hombre de Roma que se hace el templario como forma de encarar la vida y que usa su alzacuellos como una cota de malla ante las distracciones. Macarena Bruner, principal distracción, la gran belleza sevillana destilación de generaciones. Su abuela Cruz, la dama de rancio abolengo. El padre Príamo Ferro, duro aragonés habitual en las novelas revertianas, de aspecto descuidado pero firmes convicciones y centro moral de la historia… a pesar de que vende ilegalmente tesoros de la iglesia para mantenerla abierta. El resto de la fauna eclesiástica: arzobispos, cardenales, monseñores y monjas de paisano (Pérez-Reverte dice que una monja le contó una vez que ellas dividían en el convento a los curas entre «padres Quart y padres Ferro»). El trío de «malvados», o de perdedores, o de pícaros: don Ibrahim, el Potro del Mantelete y la Niña Puñales, uno que nunca fue abogado, otro que ya no es boxeador y otra que no pudo llegar a estrella de la copla. Banqueros y esbirros de nombre Machuca, Gavira o Peregil. Los epígrafes de cada capítulo, la música que suena en la novela, el significado del cuadro (real) con esqueletos, el propio templo (imaginado) de Nuestra Señora de las Lágrimas y hasta el tambor del título son desmenuzados cuidadosamente hasta sus menores símbolos, por no hablar de la propia capital andaluza, de la que Pérez-Reverte acuñó una frase tan lograda que si nunca se ha usado como lema de campaña turística, mucho están tardando: «Nadie podría imaginarse una ciudad como Sevilla».
En resumen, es este un libro con enjundia para filólogos y académicos, pero también, y quizá mucho más, para los lectores habituales de Pérez-Reverte o para los fascinados por esta novela en concreto, que los hay, un estudio de cómo este relato específico es una acabada muestra de los rasgos que caracterizan la escritura de su autor y de cómo trata a sus personajes. Los deja caer en una realidad hostil en la que solo encontrarán su hueco, y a sí mismos, a base de usar, a veces como arma y a veces como estorbo, sus cualidades: valor, dignidad, amistad y lealtad.
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