Foto de portada: Miguel Ángel González, Carlos Augusto Casas, Carolina Sarmiento y Alba Carballal
Tras 16 años trayendo a Madrid a lo más destacado del noir patrio y foráneo, han sido muchos los espacios que han acogido los encuentros y las mesas redondas de Getafe Negro. Aún recuerdo esas presentaciones de los nuevos narradores incorporados al género a lo largo de la temporada —“última cosecha”, o algo así, creo que se llamaban—, que abrían el festival en la sede del Instituto Cervantes. Librerías, salones de actos, cenáculos culturales… En efecto, no sólo en Getafe, también en Madrid, han sido muchos los lugares que han acogido a autores y lectores, y la disposición ha sido igual de buena en todos ellos. Sin embargo, si hay uno más representativo del festival que el resto, creo que ese es el Espacio Mercado, en la plaza de la Constitución de Getafe.
El momento de la novela negra propiamente dicha, sobre qué son y qué no son estas ficciones, tuvo su lugar en la segunda mesa redonda del lunes. Bajo el lema de Todos somos hard-boiled, a las siete de la tarde se dieron cita en el espacio Mercado Julián Ibáñez, Paco Gómez Escribano y Natalia M. Alcalde. Los acompañó Russell Dehn, uno de los responsables del canal de pago AMC Crime, colaborador de esta decimosexta edición de Getafe Negro. Miguel Ángel González actuó de moderador.
El hard-boiled nació en los años 20, como un retrato del gansterismo que provocó la Ley Seca estadounidense. Lo más probable es que sus primeros relatos fuesen los que publicaba Dashiell Hammett —el primero de los clásicos— en revistas pulp como Black Mask. Tenido como el relato criminal más violento, si en la actualidad, generalmente, es conocido como novela negra, o serie negra, ello es debido a que la colección en que Gallimard publicaba a los clásicos estadounidenses —Raymond Chandler, Horace McCoy, Ross Macdonald…— tenía ese color. Fue así como el noir fue a designar a todo el género, con independencia de su formato. Ya a comienzos de los años 80, cuando a raíz del éxito de las primeras novelas de Manuel Vázquez Montalbán de la serie Carvalho —La soledad del manager (1977), Los mares del sur (1979)—, la serie negra —como aún se llamaba—, muy denostada por el academicismo, asistió a una auténtica reivindicación por parte de los lectores.
En aquellos días de hace más de cuatro décadas Julián Ibáñez era uno de los más destacados cultivadores españoles del género, y hoy es una de sus primeras y principales referencias, admirado por sus colegas y por los lectores. Bellón, su gran personaje, fue objeto de unas obras completas hace ahora seis años —Todo Bellón (Cuadernos del Laberinto, 2017)—, no obstante lo cual Bellón ha conocido una nueva aventura: La noche se llenó de sirenas (2020). En la tarde del lunes, Ibáñez se mostró como un defensor de los cánones: “El hard-boiled, o la novela negra, es totalmente diferente a esa novela enigma, de Agatha Christie, que conoce todo el mundo. La novela enigma es muy difícil de escribir porque es una novela de argumento, y el argumento tiene que ser brillante. Sin embargo, la última novela de James Ellroy, Pánico (2022), no tiene ni pizca de argumento. Pero es puro hard-boiled. A mí no me interesa tanto el argumento como los personajes y los diálogos, que son la esencia del hard-boiled. Por eso me encuentro muy cómodo en este género”.
Delirio (Cuadernos del Laberinto), la primera novela de Natalia M. Alcalde, ha sido saludada como una de las sorpresas más gratas que ha dado el género en los últimos meses. Sin embargo, su autora hace una pequeña matización: “Es una historia que tenía en mi cabeza desde hacía tiempo. La escribí sin pensar si cumplía los requisitos para ser o no ser hard-boiled. Al presentarla en las editoriales, me di cuenta de que sí lo era. Lo tiene todo: el ritmo frenético, volcado en la acción, sin planificación previa. El argumento se me fue presentando según iba escribiendo”.
Muy ligado a Getafe Negro desde los comienzos de su actividad literaria, Paco Gómez Escribano, que este año ha presentado Narcopiso (Alrevés), también se mostró como un defensor no solo de los cánones, también de los parámetros del género. Uno de ellos es su extensión: “Una novela negra no puede tener 500 páginas. Puede tener muchas, pero con 500 páginas es imposible mantener el ritmo. Si lo hace es a base de trampas, con lo que deja de ser una novela negra. Ahora, si aparece en Roma un manuscrito que va a salvar a la humanidad, se ahorca un banquero en Inglaterra, unes todas esas movidas y resulta que al final gana el Madrid la Champions, tendrás otra cosa. Esta bien que la gente lo compre y lo lea, pero no es una novela negra. La novela negra no puede tener más de 300 o 340 páginas”.
Ibáñez y Gómez Escribano coincidieron en señalar que el hard-boiled, la novela negra, el noir… como el lector prefiera, es la épica de nuestro tiempo. El autor de Narcopiso sostiene que en los años 20 del pasado siglo, cuando fue alumbrada para dar noticia de los crímenes del gansterismo, “adaptó a la ciudad los esquemas del mundo rural del western”. Ibáñez, que ahora ambienta sus historias en un Móstoles de calles imaginarias, aseguró que “mientras exista la épica existirá el hard-boiled”.
Puso fin a la velada en el Espacio Mercado una tercera mesa de lema sugerente, Hermosos y malditos. Miguel Ángel González, quien volvió a ejercer de moderador, no ocultó la manifiesta referencia a la segunda novela de Francis Scott Fitzgerald, de cuya publicación, el año pasado, se cumplieron cien años. Era una novela que abordaba muchas cosas. Pero, sobre todo, ese esplendor previo a una crisis moral y humana. Días de mucho, vísperas de nada, ese refrán que repite Lichis, el cantante de La Cabra Mecánica, podría ser el tema de esta mesa.
Sentados a ella, debatieron Carlos Augusto Casas, Carolina Sarmiento y Alba Carballal, todos ellos autores de novelas que llevan a sus personajes de cierta magnificencia al malditismo. Para la escritora y periodista gijonesa Carolina Sarmiento, la belleza de Vrësno (Pez de Plata), radica en “su estilo, en la búsqueda de la musicalidad de la prosa, el malditismo en la historia. La protagonista es víctima de la obsesión de su madre por alcanzar una cima donde poder vivir. Esa leyenda que persigue la convierte en una persona maldita que, a través de sus canciones, expande una leyenda negra”.
A tenor del título de su novela, Bailaréis sobre mi tumba (Seix Barral), la arquitecta gallega Alba Carballal parece cerca de Siniestro Total y los años 80. Sin embargo, la ruta del bakalao de los 90 ha jugado un papel mucho más importante en sus páginas. “Antes de escribir la primera línea tenía toda la estructura del relato en la cabeza. Cada una de sus tres partes alude a uno de los tres grandes desastres ecológicos que, desde el hundimiento del Prestige, han asolado la costa gallega”.
Quizás fuera Casas el más próximo al lema de la mesa. La ley del padre (Ediciones B), su última ficción, es un acercamiento a la élite económica del madrileño barrio de Salamanca. Su historia es la de la decadencia de una familia en la que todos son malos. “Víctimas de una maldición, que parece transmitirse de padres a hijos. Los objetos les dan un estatus. En Hermosos y Malditos, un bar que existió de verdad, aunque ya está cerrado, ellos mismos se reconocen mediante esos objetos”.
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