El mito de la caverna, presentado por Platón en su obra La República, narra la historia de prisioneros que viven encadenados en una caverna, viendo solo sombras proyectadas en una pared por objetos que pasan detrás de ellos iluminados por una fogata. Uno de los prisioneros se libera y asciende hasta contemplar el mundo exterior, lleno de luz, donde habita la Verdad. Pero al regresar para liberar a los otros, es ridiculizado por sus antiguas percepciones y tratado con hostilidad.
La travesía de Dante por el infierno es una iluminación, pero también asciende hasta contemplar el mundo exterior, lleno de luz, donde habita la Verdad confrontación. Su misión se asemeja a la del prisionero platónico: traer luz a un mundo sumido en las sombras. ¿Se percató Dante, como el prisionero de la caverna, de que la vida real, con su aparente amabilidad, era simplemente otra versión del infierno?
Poco importa que iniciara su travesía con un espíritu redentor. Su función es similar a la del prisionero de la caverna que, por obligación, emprende su viaje hacia el conocimiento y regresa, imbuido de conocimiento, al lugar donde aún reinan las sombras. ¿Supo Dante que la vida, con su aparente amabilidad, era una prolongación del infierno? ¿Asumió su poema como el gran testimonio que erradicaría la ceguera del mundo? ¿Cuántas veces tuvo que repetir su viaje, acompañado de Virgilio o en solitario, para que los vivos pudiéramos percibir el grosor de las tinieblas?
El periodista David Beriain también vivió su propio mito de la caverna. Él explicaba que su mayor frustración, al regresar de un país en guerra, era contemplar la vida normal. «¿Acaso no me habéis leído?», reprochaba a quienes disfrutábamos de las múltiples sombras del amanecer, sin reconocer ni reemplazar la brutal geografía de la muerte. Beriain murió en Burkina Faso junto al también periodista Roberto Fraile. Ambos habían recorrido en exceso las periferias de la caverna, iluminando la oscuridad con testimonios de víctimas y verdugos. Su empeño, parecido al descrito por Albert Camus en El mito de Sísifo, fue inquebrantable.
Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959), al igual que Dante y el prisionero platónico, busca arrastrar a la humanidad fuera de la caverna, mostrándonos las realidades que a menudo preferiríamos no ver, o al menos acercar algo de esa verdad y luz al interior. Él conoce bien los círculos del infierno y también el empeño de quienes, siendo prisioneros, se conforman con el trazo desvaído de una sombra. Al igual que Dante emprendió un largo viaje a través del infierno, purgatorio y paraíso, confrontando la ambigua relación entre el pecado y la beatitud, Gervasio Sánchez ha proyectado luz en rincones oscurecidos, mostrando la inminencia de la muerte incluso en contextos proclamados como pacíficos. Sus fotografías son un testimonio de la verdad.
Su proyecto Vidas minadas nació en 1995 con el propósito de documentar la vida de las víctimas de minas antipersona alrededor del mundo. Más allá de las consecuencias físicas, las minas dejaban un reguero de destrucción emocional y de abandono económico debido a la mutilación y el estigma. Como bien atestiguó la célebre corresponsal Martha Gellhorn, la guerra también ocurre dentro de los individuos.
En Vidas minadas, 25 años (Blume, 2023), Gervasio Sánchez lanza «un grito contra una terrible injusticia y un drama diario». Y para ello recupera, entre otras, la historia de Medy Ewaz Ali. Tras perder la pierna derecha a finales de 1990 en el valle de Turban, Afganistán, y tras padecer las incontables secuelas de la mutilación, vive hoy en Madrid, amparado por el Programa de Acogida de Protección Internacional. El pequeño Medy, que hace veinticinco años observaba en un pabellón hospitalario el crecimiento desmesurado de su tibia y que luego lloró la muerte de su madre en un vasto cementerio de arena, es hoy un joven que observa el tránsito de los trenes de cercanías, con dolor y esperanza, liberado al fin de la guerra.
En el pasaje dedicado al mito de la caverna, Platón nos advierte sobre los peligros de regresar a la oscuridad tras haber visto la luz. Gervasio, al igual que Dante y Beriain, es testigo de esta lucha constante entre la iluminación y la ignorancia, entre la verdad y las sombras.
Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad —y no fuera muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse—, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían, si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir? [1]
Gervasio Sánchez es un infatigable viajero de ida y vuelta. Sus crónicas suponen un doble regreso al infierno: a la guerra y al páramo que perpetúa sus sonidos, y a la caverna que observa con placidez la mampara que alzan los titiriteros. Pero él volverá a la superficie, y nosotros tendremos una nueva oportunidad de romper nuestras dúctiles ligaduras.
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[1] La República libro VII, 517ª.
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Autor: Gervasio Sánchez. Título: Vidas minadas, 25 años. Editorial: Blume. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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