«Solo busco en los libros el gusto que me proporcione un honrado entretenimiento; o, si estudio, solo busco la ciencia que trate del conocimiento de mí mismo y que me instruya en un bien morir y un bien vivir”, escribe Montaigne. Con nueva traducción de María Teresa Gallego, el pensador francés camina de la mano de Max en esta bella edición de Nórdica Libros para amantes de la buena vida que producen la reflexión, el arte y los libros.
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No me cabe duda de que doy con frecuencia en hablar de asuntos que tratan mejor los entendidos y con mayor tino. Aquí, sin más, ejercito mis facultades naturales, que no adquiridas, y quien me deje por ignorante en nada me estará ofendiendo, pues mal puedo responder ante el prójimo de lo que digo si no respondo de ello ante mí ni me ufano. Quien busque ciencia, que vaya a sacarla de donde mora; de nada hago yo menos profesión. Son estas de aquí obras de mi pensamiento con las que no intento dar a conocer las cosas, sino a mí mismo. Las cosas las sabré quizá un día, o las supe, si la fortuna me condujo a los lugares donde las explicaban; pero las he olvidado ya; y aunque sea hombre de algunas lecturas, no soy hombre de memoria; no puedo, pues, comprometerme a nada que no sea informar de con qué rasero se miden ahora mismo los conocimientos que yo tenga. No se fije nadie en los temas de los que trato, sino en la forma en que los trato; véase, en lo que tomo prestado, si he sabido escoger con qué realzar o completar con tino lo añadido, que siempre procede de mí, pues hago que digan los demás, no antes que yo, sino a continuación, lo que no puedo yo decir tan bien, porque no me llega para ello el lenguaje, o porque no me llega el conocimiento. No cuento los préstamos que tomo, los sopeso. Y si hubiera querido alardear de su cantidad, habría puesto el doble. Son todos, o poco falta, de nombres tan famosos y antiguos que paréceme que se nombran solos y no me necesitan. En los razonamientos, comparaciones y argumentos, si alguno a sabiendas trasplanto a mi terruño y mezclo con los míos, oculto al autor a sabiendas, para refrenar la temeridad de esas sentencias precipitadas que se dictan acerca de toda clase de escritos, y sobre todo en obras recientes de hombres que todavía viven y en la lengua del vulgo que anima a todo el mundo a hablar de esos escritos y parece imponer un concepto y una intención no menos vulgares; quiero que usen mis narices para darle en las suyas a Plutarco y que caigan en el ridículo de insultar a Séneca al insultarme a mí. Me es menester ocultar mi debilidad tras tan magnas autoridades. Me gustaría que alguien supiera quitarme las plumas con su claridad de criterio y solo con percatarse de la fuerza y la belleza de lo dicho; pues yo, que por falta de memoria siempre paso apuros para separarlo por su origen, sé muy bien, pues calibro mis alcances, que no es mi suelo ni poco ni mucho capaz de dar ciertas flores de gran esplendor que veo crecer en él y que, de todas las frutas de mi propia cosecha, ninguna puede compararse a esas. Y me veo, pues, en la obligación de aceptar las consecuencias si me trabo y si hay vanidad y vicios en mis palabras y no me percato de ello o no soy capaz de notarlo si me lo indican, pues con frecuencia se nos escapan faltas que no vemos, mas es propio de un juicio defectuoso no ser capaz de caer en la cuenta si otro nos las señala. La ciencia y la verdad pueden residir en nosotros sin criterio; y también puede haber criterio sin ellas: reconocer la ignorancia es uno de los más hermosos y rotundos testimonios de criterio que se me ocurren. No cuento con más sargento de línea que el azar para situar mis piezas: a medida que acuden mis cavilaciones, las voy apilando, ora se agolpan y ora van despacio y en fila. Quiero que se note mi paso natural y ordinario por muy irregular que sea; voy como se me antoja, no trato aquí, por lo demás, cuestiones que no debieran ignorarse y que no puedan tratarse de forma casual e incluso un tanto a la ligera. Desearía entender mejor las cosas; pero no quiero comprar esa inteligencia al precio que cuesta. Es mi intención pasar remansadamente, y no trabajosamente, lo que me quede de vida: no hay nada por lo que quiera quebrarme la cabeza, ni siquiera el conocimiento, por muy valioso que sea.
Solo busco en los libros el gusto que me proporcione un honrado entretenimiento; o, si estudio, solo busco la ciencia que trate del conocimiento de mí mismo y que me instruya en un bien morir y un bien vivir.
Has meus ad metas sudet oportet equus.
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Autor: Michel de Montaigne. Ilustrador: Max. Traductora: María Teresa Gallego. Título: De los libros. Editorial: Nórdica Libros. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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