Es una pena que la obra de Fernando Vallejo, escritor, biólogo y cineasta mejicano de origen colombiano, que ya ha cumplido los ochenta años, no sea mucho más conocida en España, a pesar de haber conseguido el Rómulo Gallegos de novela en su día, y del meridiano esfuerzo de una editorial de renombre, como Alfaguara, que ha sacado a la luz, hasta la fecha, su obra biográfica, ensayística y narrativa más relevante.
Tampoco falta, en este libro que pone ahora en nuestras manos, ese lenguaje áspero, descarnado, sin barreras, como si el autor hubiera perdido por completo la vergüenza, como si se hubiera convertido en una auténtica mosca cojonera encargada de remover las conciencias y de hurgar en nuestras miserias. Su prosa es de una fuerza descomunal, con ese ruido y esa furia que caracterizan a cierta literatura superior. Sin embargo, su discurso, que tiene algo de apocalíptico y desintegrado, no deja en ningún instante de ser fluido, a pesar de su evidente densidad.
El propio Vallejo, consciente del jardín en el que se ha metido, admite perder en ocasiones el hilo de su discurso, sin estar seguro del todo si lo suyo son unas memorias, una novela “o lo que sea”. De hecho, de vez en cuando, hace un alto en el camino para enmendarle la plana a los clásicos del siglo XIX francés, como Balzac, al que considera un “sabelotodo”. Por el contrario, los libros de Vallejo, como él mismo admite y plasma en estas páginas, no sin cierto humor negro, “son chorros continuos, como cuando meamos”.
Y sus temas son recurrentes, los acostumbrados, los de siempre: la violencia, las drogas, la defensa de los animales, la crítica contra el poder y las dictaduras…, poniendo patas arriba todo aquello que dábamos como válido e intocable. En ello radica la fuerza de esta prosa que mueve a la reflexión, al no dejar títere con cabeza.
Tampoco resulta despreciable la teoría literaria que el autor despliega aquí, dejando patente sus gustos, al menos teóricos, a la hora de elaborar una novela, empezando por la cocina misma en donde se produce. Dice, por ejemplo, detestar a los novelistas dialogantes. La emprende a gorrazo limpio contra esos “plumíferos” que se han apoderado de la novela del “yo”. Y concluye, muy en la línea de Ortega: “La novela ha muerto. Ya no da más de sí este género despreciable”.
Pero, quizá, lo que más llame la atención del lector sean sus despiadadas críticas contra esto y aquello, que diría Unamuno, contra todo lo que se mueve, por decirlo de alguna manera. Para empezar, contra su país de origen y contra los escritores colombianos, que, según apunta, son los responsables de una “prosa cocinera, como de Santa Teresa”. A un país como Colombia, de tanta tradición cultural, pero tan conflictivo siempre en el plano social y humano, no debe de hacerle mucha gracia que Vallejo, con todo desparpajo, se reafirme en la idea de que se trata de “una paridora desaforada de estafadores, mendigos y ladrones”. Un país, además, con una prensa “alharacosa, puta y vil” que durante medio siglo fue el “más asesino de la tierra”. Y para terminar de completar este tenebroso cuadro, surgido de un auténtico albañal, explica del modo siguiente su origen: “Surgimos de la boñiga de las vacas, como los hongos venenosos”.
Y como máximos responsables de todo ello están los Porkys. Ay, los Porkys. Colombia ocupa un lugar destacado, con esa larga lista de Porkys donde surgen los nombres de Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe y compañía.
Las universidades, a las que llama “centros de la ignorancia”, los profetas del progreso, como Bill Gates, “un superhampón de calibre internacional” que “con sus Windows cambiantes y su jerga enmarañada le está sorbiendo el cerebro y la vida a media humanidad”, el papa Francisco o el propio Vaticano (“una empresa criminal que no sé por qué Israel no ha destruido con una bomba atómica para cobrarles la persecución de miles de años a sus ciudadanos, los circuncisos”) son, asimismo, blanco de su mirada inquisitiva e inquisidora.
Ni que decir tiene que Fernando Vallejo no tiene demasiada fe en el ser humano, al que llama “bestia excretora de dos patas y dos rodillas que le sirven para arrodillarse ante los tiranos”. En el lado opuesto, en un mundo aparte, están sus “hermanos los animales”, que soportan todo el dolor del mundo, y a los que llama “nuestro prójimo”, sometidos siempre a esas carnicerías y mataderos que “son monstruosidades desalmadas y perversas”.
La novela, aunque de morro retorcido, con muy poca cancha para la poesía y el lirismo, se mueve, sin embargo, de principio a fin, bajo los acordes de una canción de la que Vallejo extrae uno de sus más destacados versos, que pone, con toda la intención del mundo, al frente de su obra: “De noche no sale el sol”. La interpretaba el Cuco Sánchez, el cantautor y actor mejicano fallecido hace algo más de veinte años, y en la que se decía: “Perdonar ya, para qué, / si volvemos a lo mismo. / Es por demás nuestro amor, / de noche no se pone el sol, / y pa’ mí tú ni has nacido”.
La enrabietada letra de esta potentísima novela de Fernando Vallejo no nos permite escuchar la música en toda intensidad. Pero, me temo, es esa, precisamente, la intención del autor.
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Autor: Fernando Vallejo. Título: La conjura contra Porky. Editorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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