Cuando penetramos en los fantásticos mundos que la literatura nos ofrece, muchos detalles quedan a nuestro cargo. Son las reglas del juego: entramos en un lugar donde la imaginación propia toma el relevo y completa el entorno, que solo entonces, bajo una tácita complicidad, se materializa en nuestra mente.
Si hablamos de novela gráfica, la inmersión en el universo del autor es más directa y desde la primera página quedamos envueltos por su sensibilidad estética. En el caso de las creaciones del dibujante belga François Schuiten y el guionista francés Benoît Peeters, la atención por el detalle es llevada al extremo, sobre todo en lo que a arquitectura se refiere. Cada edificio es dibujado con extraordinaria precisión gracias a diseños únicos, pero a la vez influenciados por la exuberancia del Art Nouveau o la depurada geometría del Art Déco.
Las ciudades oscuras (Les cités obscures) es el nombre de su célebre serie de cómics. Si bien las historias son independientes y en España se pueden encontrar gracias a la editorial Norma, una estupenda reedición de la francesa Casterman las recopila en cuatro tomos que ofrecen, además, datos adicionales de su fantástico continente, como detalles sobre su cartografía, vegetación, fauna, población o historia. Pinceladas que agrandan la leyenda de un lejano universo homólogo al nuestro, que solo unos pocos afortunados, además de los mencionados autores, han podido visitar y retratar. Entre esos escritores, filósofos, matemáticos, grabadores, pintores o arquitectos se encuentran Julio Verne, Kafka, Italo Calvino, Borges, Piranesi y Victor Horta. Cada “ciudad oscura” tiene un particular carácter que se refleja en la forma en que es representada: los colores, las texturas, la manera de articular el relato… La arquitectura y el urbanismo dejan de ser un mero fondo para constituir un personaje más de la historia, que influye en su desarrollo tanto como los demás. Así, en La fiebre de Urbicanda vemos cómo un elemento arquitectónico rebelde (un simple cubo de un material desconocido que aumenta de tamaño y se multiplica de forma descontrolada) puede cuestionar a una sociedad entera hasta cambiarla por completo.
Hace unos años tuve la suerte de conocer a Schuiten y Peeters en persona. Yo presidía entonces una asociación de arquitectos en Dijon, que ideaba proyectos utópicos para dicha ciudad. Nos liberábamos de las restricciones que nuestro oficio impone a diario (clientes cortos de miras, limitaciones técnicas y presupuestarias) para dar rienda suelta a la imaginación y ofrecer una reflexión fruto de una visión crítica, exenta de intereses políticos o económicos. Queríamos disfrutar de la libertad con que Schuiten y Peeters crean sus ciudades. Por eso pensamos en ellos cuando decidimos organizar una conferencia con el dinero obtenido gracias a una subvención.
Los autores nos presentaron su visión de París en el año 2156, que fue objeto de una exposición en la Cité de l’Architecture et du Patrimoine de París y de un estupendo cómic publicado en dos tomos, Revoir Paris. La conferencia fue una performance en la que proyectaban los mejores dibujos mientras narraban la historia. Además de sus voces, nos envolvía la música electrónica que un amigo del dúo interpretaba al fondo de la sala, completamente a oscuras. La perfecta sincronización entre imágenes, voces y música nos ofreció una inmersión total en el fantástico universo de Schuiten y Peeters. Más tarde, cuando les felicitamos por aquella perfecta coordinación, nos confesaron que todo había sido improvisado. Se dejaron llevar por la fuerza de las imágenes y se permitieron licencias sobre la historia original, enriquecida por nuevos giros. Parecían haberse limitado a recordar detalles de un mundo que conocían a la perfección. Y nosotros, al final de la conferencia, como si hubiéramos pasado la última página de un libro, experimentamos la triste sensación de quien no quiere abandonar el lugar donde fue feliz, ni abrir los ojos para descubrir que todo había sido un sueño.
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