En Captain Fantastic, la segunda pelicula de Matt Ross, una familia trata de reproducir el ideal rousseauniano del buen salvaje viviendo al margen de la sociedad hipercapitalista de Estados Unidos. En su denuncia del sistema social y en su reivindicación de la racionalidad científica, dedican la celebración más importante del año —una suerte de Navidad secularizada— a Noam Chomsky (Filadelfia, 1928). Muy pocos serían los candidatos a rivalizar por este honor. Quizá Einstein, el considerado genio científico por excelencia del siglo XX. Ambos sienten predilección por los philosophes, reconociéndolos como interlocutores privilegiados para alcanzar sus revolucionarias conclusiones sobre lingüística y física, respectivamente. Por otro lado, sus textos, escritos con sencillez y rotundidad, capaces de transmitir ideas absolutamente trascendentales al gran público, son testigo de la eterna conexión entre ciencias y humanidades. Pero para Ben (prototipo del purismo izquierdista escenificado en la película por Viggo Mortensen), la complicada relación de Einstein con el sionismo —junto con su rechazo para declararse ateo— pudiera, quizá, ser suficiente para ver decantadas sus preferencias a favor del icono americano. Noam Chomsky encarna lo mejor de la “ilustración radical”, siendo el intelectual vivo más importante y, seguramente, uno de los más importantes del último siglo. Graduado en lingüística, filosofía y matemáticas en la universidad de Pensilvania y catedrático emérito de lingüística y filosofía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, ha revolucionado disciplinas enteras, mientras que su rol de activista le ha posicionado como uno de los autores más prolíficos, reconocidos y leídos de nuestro tiempo. En este sentido, dos de sus últimas obras ¿Qué clase de criaturas somos? y Réquiem por el sueño americano son una combinación perfecta para asomarse a su pensamiento. Ambos títulos comparten la raíz genuinamente filosófica que recorre su obra: el misterio de que criaturas tan limitadas como los seres humanos sean capaces de alcanzar conclusiones científicas sobre la naturaleza pero que, al mismo tiempo, estén masivamente manipulados en entornos democráticos donde el acceso a la información es masivo. Cada libro permite al lector aventurarse en un lado de esta inquietante ecuación: ¿cómo podemos saber tanto y tan poco al mismo tiempo? El popularizado como Problema de Platón viene a expresar el hiato entre la pobreza de los datos a los que nos da acceso nuestra precaria dotación cognoscitiva y el conocimiento específico, articulado y compartido que es la ciencia. El lenguaje es la incógnita que se despeja en apenas 150 páginas de forma magistral. En ellas se entrecruzan fragmentos sobre la definición, origen, alcance y —muy especialmente— límites del lenguaje y su relación con nuestros cuerpos biológicos, sujetos a la evolución de la especie; la sorprendente adquisición a muy corta edad de las distintas lenguas por parte de los hablantes, y sus implicaciones para la rigurosidad de un conocimiento codiciado (desde la Antigüedad griega) por su aroma a eternidad.
Si la teoría de las formas (o ideas) de Platón intentaba explicar la conexión entre el mundo sensible y el inteligible (y la posibilidad de conocer), hoy es la forma del lenguaje (su caracter computacional) lo que nos lo permite. Comprenderemos los aspectos básicos de la imponente Gramática Generativa Transformacional a través de un diálogo francamente sencillo, expreso y sincero con la tradición filosófica y referencias a estudios interdisciplinares de vanguardia. Tras el derribo de las teorías que todavía contaminan la visión generalmente aceptada sobre la naturaleza del lenguaje, comienza una cascada de conclusiones trascendentales. “Al igual que la ligera paloma, que siente la resistencia del aire que surca al volar libremente, podría imaginarse que volaría mucho mejor aún en un espacio vacío”.
Y es que la lección kantiana se aplica nuevamente, renovada. Sin límite (sin aire) no hay vuelo. Y al igual que el aire es invisible, lo es también para nosotros, los hablantes, la Gramática Universal. Esta estructura limita lo que cualquier lenguaje humano (los de las máquinas es otro cantar) puede ser y a qué conclusiones nos puede llevar. El lenguaje tiene un estructura limitada por nuestra biología (la de los extraterrestres sería otro cantar) que circunscribe nuestro conocimiento como Homo Sapiens que somos. Nuestra naturaleza nos impone posibles e imposibles, problemas resolubles y misterios irresolubles. Y esto lleva a reconocer que los misterios son necesarios para que exista la ciencia. Tras esta lección magistral de filosofía, nos ofrece incontables ejemplos en los que la ciencia se ha construido reduciendo su rango explicativo, esto es, introduciendo el misterio en su mismo núcleo. Primero lo hizo Newton con la acción a distancia y el camino ha continuado hasta las interpretaciones de la física cuántica, en la que nos reconocemos totalmente perplejos ante los mecanismos profundos que rigen el universo. Recordemos, antes de continuar, la paradoja que nos ha llevado hasta aquí: conocer tanto y tan poco al mismo tiempo. Acabado el primer libro, tendremos la impresión de que la victoria del conocimiento es el fracaso del conocimiento y de que, tal vez, no podamos aspirar a una verdadera comprensión de nada (sea eso lo que sea). Pero es que el conocimiento de un Dios incorpóreo no tendría ninguna estructura, ninguna especificidad y ningún alcance y a eso (sea lo que fuere) tampoco lo llamaríamos «conocer». Quizá por eso Chomsky es ateo. Esta desafiante satisfacción por la fragilidad de lo humano, explorada en este breve ensayo con digresiones tan mundanas como profundas, es la mejor presentación para el segundo problema, el Problema de Orwell, al que implícitamente está dedicado el segundo libro del que nos ocupamos: ¿Cómo es posible que en las sociedades democráticas con acceso masivo a la información, estemos —o tengamos la sospecha de estar— constantemente manipulados?
Las primeras palabras del Chomsky activista se dedican a la Gran Depresión de los años 30 en la que nos vemos reflejados. Según cuenta él mismo, es bastante viejo como para recordarla, y la recuerda peor que la actual. Sin embargo, reconoce una diferencia: la convicción de que vendrían tiempos mejores. Hoy en día —parece dirigirse a los jóvenes— pensamos que todo ha terminado: es el fin del sueño americano. Al menos lo parecía, pues la propaganda política se encarga de revitalizarlo: “Vótame y lo traeremos de vuelta”. Vivimos en los tiempos de Trump, de la descomposición de las instituciones de gobernanza mundial, y de una desigualdad con lejanos precedentes. Si el proyecto democrático siempre ha estado vinculado con la persecución de la igualdad, la captura de la democracia por parte del 1% más rico implica un serio peligro para el bienestar común.
Este cambio de perspectiva, que deja atrás la figura del científico preocupado por el ser del lenguaje para adentrarse de lleno en las arenas movedizas de la política, se acompaña de un cambio (que no ha pasado inadvertido) en la actitud del hablante. Dejamos atrás la voz interrogativa que titula el primer libro para avanzar enunciativamente por los diez principios de la concentración de la riqueza y el poder del segundo libro. Y es que Chomsky guarda certezas de sus propios recuerdos (que, en el límite, abarcarían los últimos 91 años, más de los que contaba Eric Hobsbawm al escribir su Historia del siglo XX) y también, por supuesto, de la historia documentada de su país.
En este sentido, llama la atención un nuevo contraste: si en el libro anterior se entretejían distintas voces, en este se separan concienzudamente las dos fuentes de información. Cada capítulo se divide en una parte expositiva en la que trata la manipulación electoral, control de las entidades reguladoras, o la producción de consensos manufacturados, seguida de un anexo de esclarecedora lectura. Mostrar fragmentos de documentos públicos redactados por las comisiones del Congreso, del Senado o del Tribunal Supremo (junto con otros documentos de organizaciones privadas, cartas, notas de prensa, estudios de opinión y testimonios de personas influyentes) revela lo ciegos que podemos estar ante la cotidianidad con que los distintos poderes secuestran lo común.
El diagnóstico es un lacónico “nada funciona” ante el que Chomsky, conocido militante anarquista, se muestra tremendamente pragmático. Tal vez pudiésemos soñar —como la paloma kantiana— con una sociedad compleja y sin estado, pero frente a los “poderes salvajes” que amenazan con romper nuestras Constituciones, sólo queda agrandar la jaula institucional en la que estamos confinados. En lugar de huir a lo más profundo del bosque a tratar de vivir la utopía cinematográfica, nos anima a profundizar en el siempre imperfecto proceso de democratizar el estado ante el riesgo serio de que regresen nuevas y desconocidas formas de autoritarismo. Mientras tanto, no nos privemos de celebrar el reciente cumpleaños del maestro. Que cumpla muchos más.
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Autor: Noam Chomsky. Título: ¿Qué clase de criaturas somos? Editorial: Ariel. Venta: Amazon
Autor: Noam Chomsky. Título: Réquiem por el sueño americano. Editorial: Sexto Piso. Venta: Amazon
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