Leo uno de los libros más destacados del año pasado, al menos en Cataluña, aunque en el resto del país también parece haber calado. Se trata de Permafrost, de Eva Baltasar. Se aventura uno en descripciones novedosas de situaciones o cosas que siempre están ahí y que muy pocos saben darle tal presencia en palabras como Baltasar. Probablemente hay mejores definiciones, mejores formas de narrar sobre lo que pasa a nuestro alrededor, pero la personalidad del lenguaje de Eva Baltasar se ha convertido en todo un hallazgo. Su voz se hace inconfundible al tiempo que van pasando las páginas, las palabras, y al final del libro ya se tiene la seguridad de que uno leerá las otras dos partes de la trilogía anunciada, según apunta la solapa del libro, al menos en castellano, que lo edita Penguin Random House. El libro no es la bomba, pero sí una “bombita” que ya quisiera tener uno a mano cada año literario. Dado que Eva Baltasar es poeta, poesía que desconozco, no dudo de que su calidad literaria crecerá aún más en futuras novelas.
—¿Ya me estás obligando otra vez a leer, personaje? Pero si no doy abasto. No sólo gracias a tus consejos, sino que, como sabes, trato de leer todas las horas que puedo.
—Hay que leer, creador. Yo he leído este libro al azar. Me lo ha dejado la madre de mi hijo…
—¡Es verdad! ¿Qué tal tu hijo? Debe de estar hecho ya un hombrecito.
—No tanto, no tanto. Se acerca a los dos años. Tú dices que leo mucho, creador, y sólo lo hago cuando el pequeño me deja tiempo, entre pañales, como he dicho otras veces. Lo normal en estos casos.
—Me alegra, personaje. Sigue. Eva Baltasar me interesa.
—Sigo.
No hay mucho más que decir, en realidad. Sí aclarar que se ha dicho de su lenguaje, lo he leído en varias tribunas, que es “valiente y arriesgado”. No entiendo muy bien. ¿Lo valiente no es arriesgado? ¿Lo arriesgado no es valiente? Yo hubiera dicho: “Un lenguaje muy arriesgado en nuestros tiempos en los que lo políticamente correcto se ha adueñado de la libertad de expresión de las personas y no se puede decir prácticamente nada que se aleje de lo convencional”.
—Hombre, personaje, la gente dice muchas, muchas tonterías.
—Sí, pero no vamos a hablar de política. ¿Sigo?
—Sigue.
El azar o la suerte de tener amigos que te regalan libros ha hecho que caiga en mis manos el último de Sara Mesa, una escritora, al parecer, también con una voz propia y potente como las bombas de Eva Baltasar, pero mucho más conocida como novelista. Cara de pan (ed. Anagrama) es el libro que he leído. Aire fresco por todas partes. Así me ha parecido el lenguaje de Sara Mesa.
—¿Has leído a dos mujeres? ¡Qué oportunista!
—No es oportunismo, es casualidad. Y eso es lo malo, que leer a escritoras sea casualidad.
—Tienes razón, personaje.
—Procuro ser sensato, a pesar del incordio permanente de mi creador…
—Personajeeee…
—Perdón. Sigo.
—Mejor, sigue.
Sara Mesa cuenta una historia que te lleva inexorablemente a un final previsto de violencia y tragedia para girar hacia otro camino mucho más válido, de buena elección tras lo andado. Acaba mejor de lo que la lectura pretende suponer, pero tranquilos, lectores (ya tengo al menos dos), no les contaré el final. Compren el libro y lean. O compren tres ejemplares, regalen dos y lean el tercero, que los escritores no viven del aire. Leeré más libros de Sara Mesa, otra escritora joven-madura con talento. Si yo empezara a escribir, las envidiaría.
—Tú no has escrito en tu vida, personaje. Sólo hablas y hablas y hablas.
—Hablo poco, porque no haces más que interrumpir, excelentísimo creador.
—Pelotilla.
—Es para que no me cortes el aliento, que tú sí que puedes.
—Tranquilo, me gusta escucharte. A veces estás certero.
—Gracias, qué generoso. Sigo.
Me he llevado un chasco enorme con el esperadísimo libro de Lucia Berlin, sus cuentos de Una noche en el paraíso, tras la gran acogida en España de Manual para mujeres de la limpieza, magnífico primer libro de cuentos traducido a nuestro idioma, que arrasó en su llegada a las librerías y que descubría a otra escritora “maldita”, esa palabra que tanto gusta a los lectores de culto, así denominados por ellos mismos. Pues bien, creo que debo leerlo de nuevo. Tras leer Una noche en el paraíso me han entrado las dudas sobre Manual…
—Tú deliras, personaje. Todo el mundo habló y escribió maravillas de ese libro hace un par de años.
—Quizá, creador. ¿Pero no será que todos nos dejamos llevar por una vida dura e injusta como pocas en una mujer luchadora, como hay millones (¿o no es más luchadora la mujer que el hombre?), que además de sacar cuatro hijos adelante y soportar a tres maridos fue capaz de escribir, al parecer, cuentos de gran altura?
—Léela de nuevo, personaje.
—Ya, qué fácil es decirlo. Con todo lo que hay por leer es tan difícil releer… Y más si es para aclarar una duda.
—Sí, parece una gran tontería. Quédate con eso: te gustó mucho su primer libro y el segundo no.
—Sí, quizá sea lo mejor. Por una vez, creador, tienes razón.
—Gracias, personaje.
—Intentaré continuar.
—¡Sí! ¡Qué le vamos a hacer!
Leo otro libro premiado y me quedo como si nada, a pesar de las bondades del mismo. Buen trabajo, mucho trabajo, escritura que muestra el esfuerzo, o eso al menos transmite, y quizá algo más. Atrayente historia de una mujer engañada por su marido, que con ello demuestra la mediocridad del hombre en una época, la actual, que sigue asociando la decadencia del varón frente a la mujer que está a su altura o le supera. La protagonista decide volver a sus años de infancia en Uruguay, de donde tuvo que marchar a España con su hermano por mandato paterno tras la inesperada muerte de la madre. A partir de ahí, la recreación a través de terceros de la figura encantadora del padre en tiempos de fiesta y divertimento de clase. Todo suena bien, y por qué no leerlo. Después uno quiere más, le hubiera gustado algo más. La novela se queda en un artefacto bien construido que parece perseguir más que no se vean errores a que luzcan los aciertos…
—¿Quieres dejar de hacer que eres crítico, personaje?
—Perdón, esa sería muy última intención. ¿Usurpar lugares de otros? ¡Jamás!
—Pues anímame a leer sin contarme la historia, para eso ya están las odiosas solapas de los libros que, a veces, demasiadas, como los tráilers de las películas, les despojan de toda sorpresa. Y qué mejor que la sorpresa en una novela. Y además, no has dicho aún de qué libro hablas.
—Claro, porque me cortas, creador.
—Te corto, te corto. ¡No te cortes! Sigue.
El libro es Nada que no sepas, de María Tena, Premio Tusquets Editores de Novela.
—¿Pero lo leo o no?
—Creador, por favor…
—Perdón… Sigue.
No me ha convencido. Me sabe a poco. No me agrada que se note tanto la “voluntad de estilo”. Los textos deben ser fluidos, casi, casi descarriados mientras descubren el porvenir o acallan lo devenido.
—Bueno eso es una opinión tuya, personaje…
—Claro, ¡todo lo que yo digo es opinión mía!, creador. Salvo que abra comillas y después cierre comillas, que tan de moda se han puesto últimamente…
—Bien. ¿Algo más?
—Sí, pensaba hablar de otra novelista, pero tengo que comprar el libro. En realidad, estoy esperando a que tú lo compres.
—Vale. Luego me lo dices y lo compro.
—Así que esperaré al próximo artículo.
—De acuerdo. Hoy ya has hablado demasiado.
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