Dice Javier Hernández-Velázquez, y solo Pat Riley sabe si usted le cree. El asunto es que es irrelevante si usted cree o no, porque aquí hay varias verdades y una de ellas es que De un país en llamas es una novela sacada de la historia de Canarias, sobre todo de Tenerife, donde se teje y desteje esta novela. Hay elementos que definen la novela policiaca contemporánea que se detectan en estas páginas. Mencionaré algunos. Voluntad de estilo, actitud en que Javier no teme sacrificar efectos, lenguaje, tiempo y utilizar registros narrativos de cualquier corriente literaria. Digamos que sólo es fiel al espacio narrativo, el puerto que lo vio nacer en 1968 y donde ha hecho su vida: Santa Cruz de Tenerife. Encontramos también abundante música. Los Beatles, Rolling Stones, The Who, Elvis Presley, Miles Davis, Simon & Garfunkel, Joaquín Sabina, Gilbert O’Sullivan y The Bangles, que son tías de unas morritas sensacionales: 4 Non Blondes. Un elemento más es que mantiene una leve perturbación que corre despacio a lo largo de los capítulos y que contribuye a una revelación importante al final de la novela. Como debe ser.
En De un país en llamas se perciben dos ejes fundamentales que lo invito a descubrir, ejes unidos por la corrupción política y la investigación de Mat Fernández, que avanza lentamente en un presente acosado por la historia y los misterios propios de personajes embutidos en un vestuario de erizo, que el detective tendrá que evadir constantemente. El novelista sugiere que todo tiene un origen e inicia con Mario Chinea, padre de Martín y Hugo, que empieza en Cuba, continúa en Los Ángeles, hace una parada en Seattle y se traslada a Tenerife, donde su vida tendrá un sentido diferente al de California. En la etapa gringa, Chinea tiene oportunidad de conocerse así mismo y se gusta. Trata con Nora Townsed y le encanta. La calle es una escuela donde la colegiatura se cobra con sangre. Es miembro activo de una pandilla en el mismo lugar donde surgió la Mara Salvatrucha. Su misión en Canarias es muy importante, “la geopolítica del archipiélago”, y el autor la lleva poco a poco y donde deja claro, “hoy no se hace nada por convicción”, que los políticos siempre tiene en la cabeza un país o una región que es muy diferente a la que conocen las personas que pasan su vida en ese lugar. En algunas atmósferas nostálgicas, se nota un lamento por el pasado idílico de los barrios, donde era posible tener lo necesario sin salir de casa y ser muy elegantes en el paseo vespertino.
La novela policiaca es un registro de un espacio, una época, la cultura, la comida y bebida, el amor y sobre todo, de cómo se aplican las leyes y el respeto que generan. Mat Fernández, melómano y casi cinéfilo, un tocabolas, “perdedor a tiempo completo”, recibe la visita de Diana López, “un viejo amor no se olvida ni se deja”, que va a activar no sólo su testosterona, sino su interés por la vida de ciertos personajes que habitan la isla. Después de una noche sin sueño, “algunas mujeres son capaces de modificar el aire de una habitación”, lo contrata para averiguar qué hay detrás del rostro ejemplar del líder histórico Mario Chinea, asunto que lo llevará al corazón mismo de los hechos que están a punto de ocurrir. Donde hay políticos hay intereses turbios, y es la ruta que sigue Fernández. Cada escama que el detective desprende de la vida aparente de Chinea, deja una huella roja de la que no es ajeno Hugo Chinea y su cancerbero, Chakrii Cherinsurk, un maestro en el arte de matar de un infarto. Si el detective es un ser humano, debe ser fiel a sí mismo, y es lo que le ocurre a Mat, que se ve envuelto no sólo en la develación de cada escama del misterio de ese gran pez, sino en el desdoblamiento de sí mismo, estado que lo lleva a un callejón con una salida, lleno de rayos rojos que deberá esquivar para salir con vida.
Fernández es un detective triste, tiene un fuerte compromiso con su lugar de origen que siempre siente que lo rebasa. La ciudad siempre cobra derecho de piso. Es la tecnología y su secretario cibernético Ethan, quiénes le echan un cable para hacer funcionar su brújula aunque sea por una tarde. Sabe muy bien que, “una conciencia limpia es señal de mala memoria” y que lo que enfrenta es un acto de amor que no le han solicitado. Por supuesto, un punto sin retorno donde las líneas narrativas se unen en una chispa deslumbrante.
Javier Hernández-Velázquez desarrolla una novela en capítulos breves, dinámica, intensa, entrañable, sumamente emotiva, donde la realidad y la ficción se saludan con afecto. Nos recuerda principios fundamentales para intentar explicarnos qué pasa en el mundo real. Por ejemplo: “Todo político aspira a convertirse en Mickey Mouse,” o ese tan lapidario que afirma, “la gente estúpida está llena de certezas,” o una que también dejamos para Pat Riley, “el mar y la vida no saben de sentimientos.” Gulp. Como seguramente sospecha, si le gusta acompañar al detective y adivinar la lógica de sus movimientos, tiene ante usted una novela que no le dará tregua. Cada atmósfera está escrita para formar parte de un todo que lo dejará preguntándose, ¿cómo puede Mat Fernández ser tan efectivo? La primera respuesta es que ha sido creado con un perfil clásico que se ajusta a los tiempos actuales. La segunda, la tendrá usted justo al llegar a la última página. No olvide que leer es comprender.
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Autor: Javier Hernández-Velázquez. Título: De un país en llamas. Editorial: Mar Editor. Venta: Todostuslibros y Amazon
La realidad y la ficción se engalanan en Culiacán.