Dexter Morgan, el psicópata con apellido de marca de coche vintage, es un personaje tan jugoso que tras casi dos décadas sigue siendo exprimido, porque todavía puede dar buen zumo, como la naranja sanguina, acertada elección simbólica, que aparece en la intro de cada capítulo de la serie que protagoniza. Nació en la mente de Jeff Lindsay (Miami, 1952) en la novela El oscuro pasajero (2004), arranque de una saga de ocho títulos, el mismo número de temporadas que tiene la serie de Showtime, emitida entre 2006 y 2013, aunque solo los primeros episodios se basan en el relato literario. Es posible que Lindsay se inspirara vagamente en un psicópata real, el brasileño Pedro Rodrigues Filho, conocido como Pedrinho Matador, que se vanagloriaba de haber eliminado a un centenar de personas, pero solo criminales de la peor especie. Claro que Dexter es una versión mucho más compleja y refinada. Y supera a Matador. Sus fans se tomaron la molestia de contar sus ejecuciones clandestinas y contabilizaron 117, aunque según otros cómputos ascienden a 134.
Pero no hay quien mate a Dexter. Este verano se empezó a rodar la precuela, Dexter: Original Sin, en la que Christian Slater será Harry, el irlandés Patrick Gibson el joven Dexter, y Molly Brown su hermana Debra. También Michael C. Hall participa aportando su voz a los monólogos interiores del joven Dexter. Clyde Phillips es el artífice de este proyecto, situado también en Miami, quince años antes de los hechos conocidos, que pretende contar la domesticación del monstruo, de cómo Harry, padre de la criatura, logra canalizar su pulsión violenta y destructiva mediante un código de conducta cuyo primer punto es no dejarse pillar. Todo un desafío relatar de forma amena y rigurosa ese complejo proceso. En la serie, Dexter ya es un hombre adulto, con un trabajo a su medida que, además de ser perfecta tapadera, le permite rendir culto a la pasión que le inspira la sangre. Se mueve con unas sólidas reglas, rituales y rutinas que incluyen su uniforme de verdugo, en vez de negro para fundirse con las sombras, de color marrón, camiseta de manga larga ceñida y pantalones, sin máscara o capucha demostrando la seguridad que tiene de finiquitar su trabajo.
Los artífices de la nueva serie deberán ahondar en los orígenes del monstruo, identificar al oscuro pasajero y enmascararlo bajo un aspecto de normalidad. Hace falta talento para no caer en el estereotipo o esperpento. Espero que lo logren y poder disfrutar del resultado. Y como no hay dos sin tres, se anuncia Dexter: Resurrection, con Michel C. Hall otra vez en la piel ya más curtida de un personaje que parece incombustible. Asi pues, tenemos Dexter para rato. Espero que los spin offs estén a la altura o mejoren el trabajo original y sobre todo que el personaje tenga un final a su medida. Un experto en muerte merece un adiós por todo lo alto. Que los guionistas no la caguen, como en Juego de tronos, o nos dejen un sabor amargo, como en Better Call Saul. El desenlace de una historia rubrica y testifica su valor.
Dexter no alcanza el Olimpo de las series, pero pese a sus altibajos mantiene un tono bastante homogéneo y dosifica con acierto los giros argumentales para mantener la intriga y la expectación. Al ser tan larga, un total de 96 episodios, te familiarizas con los personajes y disculpas los deslices de quienes manejan los hilos. Me gusta Dexter porque, a diferencia del pueril maniqueísmo imperante, se mueve en el terreno de la ambigüedad moral, en una amplia zona de grises donde hay espacio para el horror y la crueldad, pero también para la ternura y el humor. Un psicópata justiciero que cambia pañales. Un ángel vengador con bebé en brazos. Un verdugo voluntarista y vocacional, a diferencia de aquel José Luis interpretado por Nino Manfredi que al final del largometraje El verdugo, de Berlanga, es arrastrado a la fuerza al cadalso para que cumpla su misión. Se parece más a Nicomedes Méndez, ejecutor oficial de la Audiencia de Barcelona entre 1852 y 1902, que tras jubilarse soñaba con un museo dedicado al garrote vil. Dexter no necesita máquinas y disfruta con su trabajo.
Sus monólogos interiores y diálogos con el fantasma de su padre dan volumen a un individuo con numerosas capas y envolturas: analista forense especialista en el lenguaje de la sangre, hermano, novio, esposo y padre. «Soy un monstruo muy pulcro», se define a sí mismo. Un asesino minucioso, organizado, un as del bricolage, aunque desde el punto de vista ecológico le reprocharía la cantidad de plástico y cinta americana que derrocha en sus rituales.
A medida que su existencia se normaliza, aparentemente, se casa y nace su hijo, parece que sus facultades merman, aunque él insiste en llevar una agotadora doble vida. «Cuando soy mejor asesino soy mejor padre», afirma. También es verdad que los guionistas lo enfrentan a antagonistas cada vez más duros… Su naturaleza no es dual, tipo Dr. Jekyll y Mr. Hyde, no se desdobla, funciona por compartimentos estancos, aunque a veces se le inunda alguna cámara, como cuando la niñera le llama para que oiga hablar a su hijo cuando acaba de liquidar a dos tipos en una nave industrial. A lo largo de las sucesivas temporadas esas mamparas se van haciendo cada vez más finas y permeables. El audaz escapista corre cada vez mayor peligro. El monstruo se humaniza. El monstruo cambia de cara.
El magnetismo personal de Michael C. Hall refleja a la perfección esa ambigüedad que ya trasmitía como David Fisher en A dos metros bajo tierra. La del experto en el arte de guardar secretos, bien sea la homosexualidad o la pulsión asesina. «Un secreto es un tesoro escondido en un laberinto de mentiras. Un secreto pinta el rostro verdadero de la máscara y te hace observar a los engañados por el espectáculo (…). Un secreto organiza la vida. Las irritaciones cotidianas se tornan deseables; al soportarlas en silencio uno le rinde homenaje al secreto; con los ojos abiertos, uno se alimenta en la oscuridad». Estas palabras de Manhattan Nocturne, novela negra de Colin Harrison, parecen escritas pensando en él. Su calavera es perfectamente simétrica en corte vertical, pero horizontalmente la zona inferior de su rostro tiene una línea dura que puede ser brutal cuando el monstruo se manifiesta. Es el vecino inofensivo y también esa sombra sigilosa que te tumba con un simple pinchazo.
Realzan la oscuridad de Dexter dos mujeres luminosas: la dulce Rita, madre y esposa perfecta, y su hermana Deborah, marcada por un complejo de Electra que la impulsa a ser la mejor poli del mundo para satisfacer a un padre que la ignora. Aunque debería limpiarse la boca con jabón (suelta tres tacos por minuto), es un encanto. Transparente como una estilizada copa de cristal, a través de sus bonitos ojos almendrados brota su alma. Antítesis de su hermano, al que adora, parece sufrir una maldición que le impide encontrar a su príncipe azul. O le salen rana o se los matan.
Los secundarios forman un buen equipo. Vince Masuka el bufón entre irritante y divertido, el buenazo de Ángel Batista, la sensual y ambiciosa María LaGuerta… Cada temporada se articula en torno a un personaje “invitado” que interacciona con el hematólogo, bien como objetivo, bien como rival o presunto amigo. El asesino del camión de hielo, Lila West la vampiresa pirómana, Miguel Prado el fiscal que tiende a tomarse la justicia por su mano y el temible Trinity interpretado por John Lithgow como Arthur Mitchell, un antagonista a su altura por el que se siente fascinado y que le arrebata a uno de sus seres más queridos en la cuarta temporada, considerada la mejor por muchos. A partir de ese punto la evolución de Dexter se acelera al interponerse sus obligaciones como padre con su afán justiciero. La selección de intérpretes para esos papeles temporales es acertada y vemos desfilar a primeras figuras: Keith Carradine como atractivo agente crepuscular del FBI, Jonny Lee Miller, el Holmes de Elementary, la seductora Charlotte Rampling, Peter Weller un irreconocible Robocop, y una cara muy vista en un par de series deslumbrantes, la de Jonathan Banks.
El doblaje es excelente y la inclusión en la banda sonora de temas latinos ofrece un vivo contraste con los hechos que se narran. La estructura tiene algo de composición musical, en la que las ejecuciones ritualizadas funcionan como un estribillo que se repite una y otra vez. Variaciones sobre un mismo tema. Como ocurre en las canciones o en algunos cuentos infantiles, esa repetición tiene el efecto relajante y al mismo tiempo excitante, que despierta lo previsible que lleva aparejado algo nuevo e inesperado.
Muchos factores concurren en el éxito de una serie que es mucho más que la cruda historia de un asesino serial, pues habla de las relaciones paternofiliales, del influjo decisivo de la educación y de lo que nos hace aptos para desempeñar una u otra tarea. El poder de Dexter Morgan es representar al hábil ejecutor de la ley del talión impresa en la zona más atávica de nuestro cerebro, aunque difuminada bajo el barniz de la civilización. Sentimos una especie de vergonzosa admiración hacia quien se arroga la ingrata tarea de eliminar la basura y la realiza con tanta eficacia y entusiasmo. ¿Quién no ha deseado alguna vez matar a Caín? La inquietante pregunta es: ¿sería mejor el mundo si su estirpe no existiera?
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sería super cool que la novia lo lleve a la reserva indígena y hay le salven la vida pero que batista la atrape y lo arreste pero por falta de evidencia salga libre y el jurado lo declare inocente jajajaja eso sería épico
Excelente !! Yo soy fan de Dexter
Hola, tal y como termina new blood liquidando a gente buena, me quedaron ciertas dudas acerca de si las voces de Harry eran ciertas, en la temporada 8 la psiquiatra le dio el código al padre, pero visto esto otro, no sé. Yo creo que en la nueva secuela tendrá que ser la voz de Harrison, no creo que lo salven de un disparo al corazón.